Lengua y literatura

33 Poemas Expresionistas de Grandes Autores


Los poemas expresionistas son composiciones que utilizan recursos literarios propios de la poesía, enmarcados en la corriente denominada expresionismo. Destacan los de autores como Wilhelm Klemm, Georg Trakl, Else Lasker-Schüler, Rainer María Rilke o Gottfried Benn.

El expresionismo es una corriente artística que surgió en Alemania en los primeros años del siglo XX y que tuvo como premisa expresar la visión particular e interna de cada artista, en contraposición al Impresionismo, corriente que la precedió y que tenía como principio básico reflejar la realidad de la forma más fidedigna posible.

poemas del expresionismo

El expresionismo ve una realidad subjetiva y por lo tanto deformada y caprichosa, en donde los sentimientos se imponen ante las formas.

Dentro del expresionismo se incluyeron otras corrientes como el fauvismo, el cubismo y el surrealismo, por lo que fue un movimiento bastante heterogéneo que puso de manifiesto la época tan convulsionada que le tocó vivir.

La poesía expresionista adoptó también este concepto, dando como resultado piezas cargadas de libertad, irracionalidad y rebeldía tanto en los temas abordados –la enfermedad, la muerte, el sexo, la miseria-, como en su forma y estructura: sin reglas lingüísticas o con una deformación de ellas, aunque se mantuvo la rima y la métrica en la mayoría de los casos.

Lista de poemas de los autores más representativos del expresionismo

A los Enmudecidos

Ah, locura de la gran ciudad, al caer la tarde
a oscuros muros clavados miran árboles  informes,
en máscara de plata el genio del mal observa,
luz con látigo magnético repele a la noche de piedra.
Ah, sumido son de campanas en ocaso.

Puta que alumbra entre helados temblores a un niño muerto.
Ira de Dios que azota furiosa la frente del poseso,
púrpura peste, hambre que rompe en trizas los ojos verdes.
Ah, la horrorosa risa del oro.

Más calmada mana en guarida oscura humanidad más callada,
y en duros metales conforma la cabeza salvadora.  

Autor: Georg Trakl. Traducción de José Luis Arántegui

Pasión

Cuando Orfeo tañe la lira plateada
llora un muerto en el jardín de la tarde,
¿quién eres tú que yaces bajo los altos árboles?
Murmura su lamento el cañaveral en otoño.

El estanque azul
se pierde bajo el verdor de los árboles
siguiendo la sombra de la hermana;
oscuro amor de una estirpe salvaje,
que huye del día en sus ruedas de oro.
Noche serena.

Bajo sombríos abetos
mezclaron su sangre dos lobos
petrificados en un abrazo;
murió la nube sobre el sendero dorado,
paciencia y silencio de la infancia.

Aparece el tierno cadáver
junto al estanque de Tritón
adormecido en sus cabellos de jacinto.
¡Que al fin se quiebre la fría cabeza!

Pues siempre prosigue un animal azul,
acechante en la penumbra de los árboles,
vigilando estos negros caminos,
conmovido por su música nocturna,
por su dulce delirio;
o por el oscuro éxtasis
que vibra sus cadencias
a los helados pies de la penitente
en la ciudad de piedra.

Autor: Georg Trakl. Versión de Helmut Pfeiffer

Hermosa juventud

La boca de una niña que había estado mucho tiempo entre los juncos
parecía tan carcomida.
Cuando le quebraron el pecho, el esófago estaba tan agujereado.
Por fin, en una pérgola bajo el diafragma
hallaron un nido de pequeñas ratas.
Una hermanita yacía muerta.
Las otras se alimentaban del hígado y del riñón,
bebían la sangre fría y pasaron aquí
una hermosa juventud.
Y hermosa y rápida las sorprendió la muerte:
a todas las lanzaron al agua.
¡Ay, cómo chillaban los pequeños hocicos!

Autor: Gottfried Benn

La ascensión (de Cristo)

Él se apretó el cinturón hasta que le ciñó estrechamente.
Su armazón desnuda de huesos crujió. En el costado la herida.
Tosió baba sangrienta. Flameó sobre su martirizado cabello.
Una corona de espinas de luz. Y los perros siempre curiosos.
Los discípulos husmeaban en torno. Golpeó como un gong su pecho.
Por segunda vez largamente dispararon gotas de sangre,
Y entonces vino el milagro. El cielo raso del cielo
Se abrió color limón. Un vendaval aulló en las altas trompetas.
Él, sin embargo, ascendió. Metro tras metro en el hueco
Espacio. Los getas palidecieron en profundísimo asombro.
De abajo sólo veían las plantas de sus pies sudorosa.

Autor: Wilhelm Klemm. Versión de Jorge Luis Borges

Jardín amor

Cuando surges

tu cuerpo un templo claro florece

Mis brazos se hunden como un pueblo que reza

y te levantan del crepúsculo

hasta los astros que alrededor del pecho del Señor

se encadenan

Así en torno al amor tejen guirnaldas nuestras horas

y tus miradas largas de las tierras del Sur

me emproan hacia tu alma

y me hundo

y te bebo

y encuentro una gota de eternidad en el mar de tu sangre.

Autor: Kurt Heynicke. Versión de Jorge Luis Borges

Estoy triste

Tus besos oscurecen, sobre mi boca.
Ya no me quieres.
¡Y cómo viniste!
Azul a causa del paraíso;
En torno a tus más dulces fuentes
Revoloteó mi corazón.
Ahora quiero maquillarlo,
Igual que las prostitutas
Colorean de rojo la rosa marchita de sus caderas.
Nuestros ojos están entornados,
Como cielo agonizante 
Ha envejecido la luna.
La noche ya no despertará.

Apenas te acuerdas de mí.
¿A dónde iré con mi corazón?

Autor: Else Lasker-Schüler

Versión de Sonia Almau

Soledad

La soledad es como la lluvia,
que sube del mar y avanza hacia la noche.
De llanuras lejanas y perdidas
sube hasta el cielo, que siempre la recoge.
Y sólo desde el cielo cae en la ciudad.

Es como una lluvia en horas indecisas
cuando todas las sendas apuntan hacia el día
y cuando los cuerpos, que no encontraron nada,
se apartan unos de otros, defraudados y tristes;
y cuando los seres que mutuamente se odian
deben dormir juntos en una misma cama.

Entonces la soledad se marcha con los ríos…

Autor: Rainer María Rilke

Hombre y mujer caminan por la barraca de los cancerosos

 El hombre:
En esta fila regazos destruidos,
en esta otra pechos destruidos.
Cama apesta junto a cama. Las enfermeras se turnan cada hora.
Ven, levanta sin miedo esta manta.
Mira, este grumo de grasa y humores podridos,
alguna vez fue importante para un hombre
y también se llamaba patria y delirio.
Ven, mira estas cicatrices en el pecho.
¿Sientes el rosario de nudos blandos?
Toca sin temor. La carne es suave y no duele.
Esta mujer sangra como si tuviera treinta cuerpos.
Ningún ser humano tiene tanta sangre. A ésta primero le cortaron
un niño del enfermo regazo.
Los dejan dormir. Día y noche. —A los nuevos
se les dice: aquí el sueño es curativo—. Sólo los domingos,
para las visitas, se les deja un rato despiertos.
Es poca la comida que aún se consume. Las espaldas
están llenas de heridas. Mira las moscas. A veces
los lava una enfermera. Como se lavan los bancos.
Aquí se hincha alrededor de cada cama el campo labrado.
Carne se vuelve llanura. Fuego se pierde.
Humor se apresta a correr. Tierra llama.

Autor: Gottfried Benn

Quisiera

Quisiera beber el agua
de todos los manantiales,
saciando toda mi sed,
convirtiéndome en nayáde.
Conocer todos los vientos,
surcar todos los caminos,
suprimiendo mi ignorancia
por neotérica del tiempo.
Novar toda mi ansiedad
por armonía callada
y sentir la integridad
aunque ya no quede nada.
Quisiera ver en la noche,
no anhelar un nuevo día,
empaparme en el derroche
de bienestar y alegría.
Y si siendo no sé nada

Autor: Nely García

Reflexiones

Nazco,  vivo,  muero,

absurdo  repetido  en  este  mundo  incierto.

La  ruta  está  marcada   en  el  fugaz  momento

de  una  noche  ignorada.

Se  entretejen  momentos  de  final  y  alborada

caminando  en  tinieblas  por  la  ruta  anunciada.

Unos  sueñan  despiertos.

Otros  viven  lamentos.

Alguno  se  refugia  en  descubrir  silencios

que  puedan  enseñarles  la  unidad  de  los  tiempos,

el  ¿por  qué?  De  la  vida,

el   ¿por  qué?  De  los  muertos.

Con  esas  inquietudes  algunos  dan  por  cierto

el  valor  del  amor,  y  abrasados  por  él

se  lanzan  a  vivir    con  la  quietud,  o  el  viento.

¡Privilegio  soñado!,   empapando  el  sentir  de  escasos  agraciados

que  disfrutan  alegres,   ¡simplicidad  y  acierto!.

Autor: Nely García

Las muletas

Durante siete años no pude dar un paso.

Cuando fui al médico

me preguntó:¿Por qué llevas muletas?

Porque estoy tullido, respondí.

No es extraño, me dijo:

Prueba a caminar. Son esos trastos

los que te impiden andar.

¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!

Riendo como un mostruo,

me quitó mis hermosas muletas,

las rompió sobre mi espalda sin dejar de reír,

y las arrojó al fuego.

Ahora estoy curado. Ando.

Me curó una carcajada.

Tan sólo a veces, cuando veo palos,

camino algo peor por unas horas.

Autor: Bertolt Brecht

Oda al rey de Harlem

Con una cuchara

arrancaba los ojos a los cocodrilos

y golpeaba el trasero de los monos.

Con una cuchara.

Fuego de siempre dormía en los pedernales

y los escarabajos borrachos de anís

olvidaban el musgo de las aldeas.

Aquel viejo cubierto de setas

iba al sitio donde lloraban los negros

mientras crujía la cuchara del rey

y llegaban los tanques de agua podrida.

Las rosas huían por los filos

de las últimas curvas del aire,

y en los montones de azafrán

los niños machacaban pequeñas ardillas

con un rubor de frenesí manchado.

Es preciso cruzar los puentes

y llegar al rubor negro

para que el perfume de pulmón

nos golpee las sienes con su vestido

de caliente piña.

Es preciso matar

al rubio vendedor de aguardiente,

a todos los amigos de la manzana y de la arena,

y es necesario dar con los puños cerrados

a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,

para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,

para que los cocodrilos duerman en largas filas

bajo el amianto de la luna,

y para que nadie dude de la infinita belleza

de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.

¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!

¡No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,

a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,

a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,

a tu gran rey prisionero con un traje de conserje!

Autor: Federico García Lorca

En ti

Tú quieres de ti huir, escapar hacia lo lejano,

el pasado aniquila, nuevas corrientes te conducen –

y hallas más hondo en ti mismo el regreso.

Profanación de ti provino y enclaustró la dicha.

Ahora sientes al destino tu corazón servir,

tan cerca de ti, sufriendo por todos los leales astros entablados.

Autor:Ernst Stadler

A la belleza

Así hemos tus milagros perseguido

como niños que del brillo solar ebrios

una sonrisa en la boca llena de dulces miedos

y totalmente en el remanso de luz dorada sumergidos

salían crepuscugrises de los portales del albor corriendo.

Lejos está en el humo la gran ciudad ahogándose,

tiritando, la noche asciende fresca desde pardos abismos.

Ahora ponen temblando las ardientes mejillas

en húmedas hojas que de oscuridad gotean

y sus manos llenas de anhelos tientan

sobre el último fulgor del día estival

que tras los rojos bosques desapareció —

su silente llanto nada y muere en tinieblas.

Autor:Ernst Stadler

Ah, tus largas pestañas

Ah, tus largas pestañas,
el agua oscura de tus ojos.
Déjame hundirme en ellos,
descender hasta el fondo.

Como baja el minero a la profundidad
y oscila una lámpara muy tenue
sobre la puerta de la mina,
en la umbría pared,

así voy yo bajando
para olvidar sobre tu seno
cuanto arriba retumba,
día, tormento, resplandor.

Crece unido en los campos,
donde el viento reside, con embriaguez de mieses,
el alto espino delicado
Contra el celeste azul.

Dame tu mano,
y deja que creciendo nos unamos,
presa de todo viento,
vuelo de aves solitarias.

que en verano escuchemos
el órgano apagado de las tempestades,
que nos bañemos en la luz de otoño
sobre la orilla de los días azules.

Alguna vez iremos a asomarnos
al borde de un oscuro pozo,
miraremos el fondo del silencio
y buscaremos nuestro amor.

O bien saldremos de la sombra
de los bosques de oro
para entrar, grandes, en algún crepúsculo
que roce tu frente con suavidad.

Divina tristeza,
ala de eterno amor,
alza tu cántaro
y bebe de este sueño.

Una vez alcancemos el final
adonde el mar de manchas amarillas
calladamente invade la bahía
de setiembre,
reposaremos en la casa
donde las flores escasean,
en tanto entre las rocas
tiembla un viento al cantar.

Pero del blanco álamo
que hacia el azul se eleva
cae una hoja ennegrecida
a descansar sobre tu nuca.

Autor: Georg Heym

Después de la batalla

En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.

Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.

En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.

Autor: Georg Heym

Mi piano azul 

Tengo en casa un piano azul 
Aunque no sé ninguna nota.
              
Está a la sombra de la puerta del sótano,
Desde que el mundo se enrudeció.
              
Tocan cuatro manos de estrella
-La mujer-luna cantó en la barca-,
Ahora bailan las ratas en el teclado.
              
Rota está la tapa del piano…
Lloro a la muerta azul.
              
Ah, queridos ángeles, abridme
-Comí del pan amargo-
A mí con vida la puerta del cielo-
Incluso contra lo prohibido.

Autor: Else Lasker Schüller. Traducción de Sonia Almau.

Al fin del mundo

Al burgués se le vuela el sombrero de la cabeza aguda.

Por el aire hay como un resonar de gritos.

Se precipitan tejas, se hacen pedazos

y en las costas -se lee- sube incesante y tosca la marea.

Ha llegado la tempestad; los mares saltan ligeros

sobre la tierra hasta romper los diques.

Están ya casi todos resfriados.

Barandas de hierro caen desde los puentes.

Autor: Jacob Van Hoddis. Traducción de Antonio Méndez Rubio

Desesperado

Allí retumba una piedra estridente
noche granea vidrio
los tiempos se detienen
yo me petrifico.
olvido
¡Lejos
te vidreas
tú!

Autor: August Stramm

Septiembre

En los valles oscuros
antes del amanecer
en todos los montes
y los valles desiertos
campos hambrientos
villas fangosas
villorrios
ciudades
patios
cabañas y tugurios
en las fábricas, en los almacenes, en las estaciones
en el granero
en las granjas
y en los molinos
en las oficinas
centrales eléctricas
establecimientos

en las calles y en las curvas
arriba
entre barrancos, precipicios, cumbres y colinas
márgenes de los campos
pendientes
en los lugares más sombrios y desiertos
en los bosques amarillos del otoño
en las piedras
en el agua
en los tórbidos remolinos
en las praderas
jardines
campos
viñedos
en los refugios de los pastores
entre arbustos
rastrojos ardientes
pantanos
flores con espinas:
andrajosos
sucios de fango
hambrientos
de caras entumecidas
del trabajo emancipados
del bochorno y del frio endurecidos
deformes
lisiados
retintos
negros
descalzos
torturados
ordinarios
salvajes
rabiosos
furibundos

– sin rosas
sin cantos
sin marchas y tambores
sin clarinetes, tímpanos y organillos,
sin trombones, trompetas y cornetas:

sacos andrajosos al hombro,
mejor dicho espadas brillantes –
ropas ordinarias en mano
mendigos con bastones
con palos
picos
astillas
arados
hachas
halcones
girasoles
– viejos y jóvenes –
se apresuran todos, de todas partes
– como una manada de bestias ciegas
en enloquecedora carrera a lanzarse,
unas miradas
de toros furibundos –
con gritos
con aullidos
(detrás de ellos – el tiempo nocturno – petrificado)
volaron, avanzando
en desorden
irrefrenable
formidable
sublime:
¡EL PUEBLO!

Autor: Geo Milev. Traducción de Pablo Neruda.

Patrulla

Las piedras hostilizan
ventana ríe irónicamente traición
ramas estrangulan
montes arbustos hojean con crujido
resuenan
muerte.

Autor: August Stramm

Poemas de barro

La brisa confunde las hojas
del periódico del ciudadano,
que, ofendido, se queja
al vecino del tiempo.

Su indignación se la lleva
el viento. Sus gruesas cejas
llenas de pelos ceñudos
parecen gritos encrespados.

El vendaval arranca tejas
a las casas de los pueblos,
que caen al suelo y estallan,
regando el suelo con vapores rojos.

En la costa la tormenta estrella
grises y azules olas,
pero el día promete sol y calor
(es verdad, lo dicen los periódicos).

Llega el temporal, las aguas
enfurecidas asaltan la tierra
y hacen temblar a las rocas,
empequeñecidas por la montaña azul.

El cielo gris escupe lluvia,
la calle gris se encharca de pena,
Der Sturm ist da, die wilden Meere hupfen
An Land, um dicke Dämme zu zerdrücken. (La tormenta está aquí, las aguas enfurecidas
asaltan la tierra para aplastar gruesos diques).

La pantera

Su mirada, cansada de ver pasar
las rejas, ya no retiene nada más.
Cree que el mundo está hecho
de miles de rejas y, más allá, la nada.

Con su caminar blando, pasos flexibles y fuertes,
gira en redondo en un círculo estrecho;
al igual que una danza de fuerzas en torno a un centro
en el que, alerta, reside una voluntad imponente.

Algunas veces, se alza el telón de sus párpados,
mudo. Una imagen viaja hacia dentro,
recorre la calma en tensión de sus miembros
y, cuando cae en su corazón, se funde y desvanece.

Autor: Rainer Maria Rilke

Batalla de Marne

Lentamente comienzan las piedras a moverse y a hablar. 
Las hierbas se entumecen en verde metal. Los bosques, 
Bajos, herméticos escondrijos, devoran lejanas columnas. 
El cielo, el secreto encalado, amenaza reventa

Dos horas colosales se desenrollan en minutos. 
El vacío horizonte se hincha empinado.

Mi corazón es tan grande como Alemania y Francia juntas, 
Atravesado por todas las balas del mundo. 
La batería eleva su voz de león    Seis veces hacia el interior del país. Las granadas aúllan. 
Silencio. A lo lejos hierve el fuego de la infantería. 
Días, semanas enteras.

Autor: Wilhelm Klemm

Senna-hoy 

Desde que estás enterrado en la colina,

la tierra es dulce.

Y adonde vaya de puntillas, ando por caminos puros.

Oh, las rosas de tu sangre

impregnan dulcemente a la muerte.

Ya no tengo miedo

a la muerte.

Sobre tu sepulcro florezco ya,

con las flores de la enredadera.

Tus labios me llamaron siempre.

Ahora mi nombre no sabe volver.

Cada palada de tierra, que oculté,

me sepultó también a mí.

Por ello, la noche está siempre conmigo,

y las estrellas, apenas al crepúsculo.

Y nuestros amigos ya no me entienden,

porque soy una extraña.

Pero tú estás a las puertas de la ciudad más silenciosa,

y me aguardas, ¡Oh, ángel!

Autor: Albert Ehrenstein

Donde me acerco, donde aterrizo

¡Donde me acerco, donde aterrizo,

allí, en la sombra y en la arena

se me unirán

y me regocijaré,

atado con el lazo de la sombra!

Autor: Hugo von Hofmannsthal

El poeta habla

El poeta habla:

No hacia los soles del viaje prematuro,

no hacia las tierras de tardes nubladas,

vuestros niños, ni ruidosos ni callados,

sí, apenas nos es reconocido,

de qué misterioso modo

la vida al sueño arrebatamos

y a él con callada guirnalda-viña

del manantial de nuestro jardín nos liga.

Autor: Hugo von Hofmannsthal

Le di un beso de despedida

Le dio un beso de despedida

y todavía tomé nerviosamente tu mano.

Te aviso una y otra vez:

Cuidado con esto y aquello

el hombre es mudo.

CUANDO es que el pito, suene el pito, finalmente?

Siento que nunca más te voy a ver en este mundo.

Y digo palabras simples – no entiendo.

El hombre es estúpido.

Sé que, si te perdiese,

quedaría muerto, muerto, muerto, muerto.

Y todavía así, quería huir.

Dios mio, como me apetece un cigarro!

el hombre es estúpido.

Se había ido

Yo por mi, perdido por las calles y ahogado por las lágrimas,

miro a mi alrededor, confundido.

Porque ni las lágrimas pueden decir

lo que queremos decir verdaderamente.

Autor: Franz Werfel

Sonreír, respirar, andar solemne

Tú crea, carga, lleva

Las mil aguas de la sonrisa en tu mano.

Sonrisa, humedad bendita se estira

Por todo el rostro.

La sonrisa no es ninguna arruga,

La sonrisa es la esencia de la luz.

La luz se filtra por los espacios, pero aún no

es.

La luz no es el sol.

Solo en el rostro humano

La luz nace como sonrisa.

De esos sonoros portones leves e inmortales

Desde los portones de los ojos por primera vez

La primavera brotó, espuma celeste,

La llama nunca ardiente de la sonrisa.

En la llama lluviosa de la sonrisa la marchita mano enjuaga,

Tú crea, carga, lleva.

Autor: Franz Werfel

Oh poesía, en el lúcido verso…

Oh poesía, en el lúcido verso
que la ansiedad de primavera exalta,
que la victoria del verano asalta,
que esperanzas en el ojo del cielo llamea,
que alborozos en el corazón de la tierra conflagra,
oh poesía, en el lívido verso
que lodo de otoño chapotea,
que quiebra carámbanos de invierno,
que salpica veneno en el ojo del cielo,
que estruja heridas en el corazón de la tierra,
oh poesía, en el verso inviolable
aprietas las formas que dentro
malvivas se desmayaban en el efímero
gesto cobarde, en el aire
sin respiro, en el paso
indefinido y desierto
del sueño disperso,
en la orgía sin placer
de la ebria fantasía;
y mientras te levantas para quedarte callada
sobre la algarabía de quien lee y escribe,
sobre la malicia de quien lucra y varía,
sobre la tristeza de quien sufre y ciega,
tú eres la algarabía y malicia y tristeza,
pero eres la charanga
que ritma el camino,
pero eres la alegría
que alienta al vecino,
pero eres la certeza
del magno destino,
¡oh poesía de estiércol y de flores,
terror de la vida, presencia de Dios,
oh muerta y renacida
ciudadana del mundo encadenada!

Autor: Clemente Rebora. Traducción de Javier Sologuren.

Crepúsculo en el alma 

Silenciosa va a dar al lindero del bosque
una bestia oscura;
en el cerro acaba quedo el viento de la tarde,

enmudece en su queja el mirlo,
y blandas flautas del otoño
callan entre los juncos.

En una negra nube
navegas ebrio de amapolas
la alberca de la noche,

el cielo de los astros.
Aún resuena la voz de luna de la hermana
en la noche del alma.

Autor: Georg Tralk. Traducción de José Luis Arántegui.

Pero en la fría noche

Pero ya sólo el hielo, en la fría noche, agrupaba
los cuerpos blanquecinos en el bosque de alisos.
Semidespiertos, escuchaban de noche, no susurros de amor
sino, aislados y pálidos, el aullar de los perros helados.

Ella se apartó por la noche el pelo de la frente, y se esforzó
por sonreír,
él miró, respirando hondo, mudo, hacia el deslucido cielo.
Y por las noches miraban al suelo cuando sobre ellos
infinitos pájaros de gran tamaño en bandadas procedentes
del Sur se arremolinaban, excitado bullicio.

Sobre ellos cayó una lluvia negra.

Autor: Bertolt Brecht.

La chimenea de fábrica al amanecer

Ellos forjan sus seres acosados ​​en el precipicio.
Se dividen a través de la niebla como hachas
para que cada respiración se rompa a su alrededor.
La mañana se anuncia con risas moradas.
El cielo se inunda de un azul profundo.
Ellos vigilan,
afilados y afeitados y grises,
allí desnudos y como perdidos
en el éter. Nace dios

Autor: Ernst Toller

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Referencias

  1. Vintila Horia (1989). Introducción a la literatura del siglo XX. Editorial Andrés Bello, Chile.
  2. Poemas de Georg Trakl. Recuperado de saltana.org
  3. Else Lasker-Schüler. Recuperado de amediavoz.com
  4. Rainer María Rilke. Recuperdo de trianarts.com y davidzuker.com
  5. La Asención (de Cristo). Recuperado de poemas.nexos.xom.mx
  6. Carlos García. Borges y el Espresionismo: Kurt Heynicke. Recuperado de Borges.pitt.edu
  7. Cuatro poemas de Gottfried Benn. Recuperado de digopalabratxt.com
  8. Expresionismo. Recuperado de es.wikipedia.org.