Lengua y literatura

13 Poemas del Neoclasicismo de Grandes Autores


Te dejo una lista de poemas del neoclasicismo de grandes autores como José Cadalso, Gaspar Melchor de Jovellanos o Juan Meléndez Valdés. El neoclasicismo fue una corriente estética  que surgió en Francia e Italia en el siglo XVIII como contraposición al recargado ornamento barroco.

Rápidamente se esparció por toda Europa. Este movimiento buscó como referencia los modelos clásicos de la Antigua Grecia y Roma y se nutrió de las ideas racionales de la Ilustración.

Esta corriente sirvió principalmente a la naciente clase burguesa de la época –con el apoyo de Napoleón Bonaparte- que quería rescatar los ideales de sencillez, sobriedad y racionalidad.

A finales del siglo XVIII el neoclasicismo perdió fuerza y cedió el paso al Romanticismo que exaltó ideales  totalmente opuestos. La literatura de este período forma parte del llamado “Siglo de la Luces”, que se caracterizó por la exaltación de la razón, la moral y el conocimiento.

La producción artística de este período fue, por naturaleza, atea y democrática, acentuando la importancia de la ciencia y la educación y quitándosela a las costumbres y los dogmas religiosos.

La poesía no tuvo demasiada preponderancia en este período y le cedió el lugar a las fábulas (con Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego como principales exponentes), las anacreónticas, las sátiras y las epístolas, ya que eran herramientas más útiles para su propósito primario que era esparcir conocimiento.

Poemas de autores representativos del neoclasicismo

A continuación te dejamos algunos textos de los autores más famosos de este período.

1- Epístola dedicada a Hortelio (Fragmento)

Desde el centro de aquestas soledades,                            

gratas al que conoce las verdades,                        

gratas al que conoce los engaños                           

del mundo, y aprovecha desengaños,                 

te envío, amado Hortelio, ¡fino amigo!,                             

mil pruebas del descanso que concibo.

Ovidio en tristes metros se quejaba                     

de que la suerte no le toleraba               

que al Tíber con sus obras se acercase,               

sino que al Ponto cruel le destinase.                    

Mas lo que de poeta me ha faltado                      

para llegar de Ovidio a lo elevado,                         

me sobra de filósofo, y pretendo                          

tomar las cosas como van viniendo.                      

¡Oh, cómo extrañarás cuando esto veas             

y sólo bagatelas aquí leas,                         

que yo, criado en facultades serias,                      

me aplique a tan ridículas materias!                      

Ya arqueas, ya levantas esas cejas,                       

ya el manuscrito de la mano dejas,                       

y dices: «Por juguetes semejantes,                      

¿por qué dejas los puntos importantes?                            

¡No sé por qué capricho tú te olvidas                   

materias tan sublimes y escogidas!                       

¿Por qué no te dedicas, como es justo,               

a materias de más valor que gusto?                      

Del público derecho que estudiastes                   

cuando tan sabias cortes visitastes;                      

de la ciencia de Estado y los arcanos                     

del interés de varios soberanos;             

de la ciencia moral, que al hombre enseña                        

lo que en su obsequio la virtud empeña;                           

de las guerreras artes que aprendistes               

cuando a campaña voluntario fuistes;                  

de la ciencia de Euclides demostrable, 

de la física nueva deleitable,                    

¿no fuera más del caso que pensaras                  

en escribir aquello que notaras?                            

¿Pero coplillas?, ¿y de amor? ¡Ay triste!                             

Perdiste el poco seso que tuviste».                      

¿Has dicho, Hortelio, ya cuánto, enfadado,                       

quisiste a este pobre desterrado?                         

Pues mira, y con fresca y quieta flema                 

te digo que prosigo con mi tema.                           

De todas esas ciencias que refieres                      

(y añade algunas otras si quisieres)                       

yo no he sacado más que lo siguiente.                

Escúchame, por Dios, atentamente;                     

mas no, que más parece lo que digo                    

relación, que no carta de un amigo.                     

Si miras mis sonetos a la diosa                 

de todas las antiguas más hermosa,                     

el primero dirá con claridades                  

por qué dejé las altas facultades                            

y sólo al pasatiempo me dedico;                             

que los leas despacio te suplico,                             

calla, y no juzgues que es tan necia mi obra.

Autor: José Cadalso

2- Sátira Primera:  A Arnesto (Fragmentos)

               Quis tam patiens ut teneat se?
    [¿Quién será tan paciente para contenerse?]
                                                         (JUVENAL)

Déjame, Arnesto, déjame que llore 
los fieros males de mi patria, deja 
que su ruïna y perdición lamente; 
y si no quieres que en el centro obscuro 
de esta prisión la pena me consuma, 
déjame al menos que levante el grito 
contra el desorden; deja que a la tinta 
mezclando hiel y acíbar, siga indócil 
mi pluma el vuelo del bufón de Aquino. 

¡Oh cuánto rostro veo a mi censura 
de palidez y de rubor cubierto! 
Ánimo, amigos, nadie tema, nadie, 
su punzante aguijón, que yo persigo 
en mi sátira al vicio, no al vicioso. 
¿Y qué querrá decir que en algún verso
encrespada la bilis, tire un rasgo 
que el vulgo crea que señala a Alcinda, 
la que olvidando su orgullosa suerte, 
baja vestida al Prado, cual pudiera 
una maja, con trueno y rascamoño 
alta la ropa, erguida la caramba, 
cubierta de un cendal más transparente 
que su intención, a ojeadas y meneos 
la turba de los tontos concitando? 
¿Podrá sentir que un dedo malicioso, 
apuntando este verso, la señale? 
Ya la notoriedad es el más noble 
atributo del vicio, y nuestras Julias, 
más que ser malas, quieren parecerlo. 

Hubo un tiempo en que andaba la modestia 
dorando los delitos; hubo un tiempo 
en que el recato tímido cubría 
la fealdad del vicio; pero huyóse 
el pudor a vivir en las cabañas. 
Con él huyeron los dichosos días, 
que ya no volverán; huyó aquel siglo 
en que aun las necias burlas de un marido 
las Bascuñanas crédulas tragaban; 
mas hoy Alcinda desayuna al suyo 
con ruedas de molino; triunfa, gasta, 
pasa saltando las eternas noches 
del crudo enero, y cuando el sol tardío 
rompe el oriente, admírala golpeando, 
cual si fuese una extraña, al propio quicio. 
Entra barriendo con la undosa falda 
la alfombra; aquí y allí cintas y plumas 
del enorme tocado siembra, y sigue 
con débil paso soñolienta y mustia, 
yendo aún Fabio de su mano asido, 
hasta la alcoba, donde a pierna suelta 
ronca el cornudo y sueña que es dichoso. 
Ni el sudor frío, ni el hedor, ni el rancio 
eructo le perturban. A su hora 
despierta el necio; silencioso deja 
la profanada holanda, y guarda atento 
a su asesina el sueño mal seguro. 

¡Cuántas, oh Alcinda, a la coyunda uncidas 
tu suerte envidian! ¡Cuántas de Himeneo 
buscan el yugo por lograr tu suerte, 
y sin que invoquen la razón, ni pese 
su corazón los méritos del novio, 
el sí pronuncian y la mano alargan 
al primero que llega! ¡Qué de males 
esta maldita ceguedad no aborta! 
Veo apagadas las nupciales teas 
por la discordia con infame soplo 
al pie del mismo altar, y en el tumulto, 
brindis y vivas de la tornaboda, 
una indiscreta lágrima predice 
guerras y oprobrios a los mal unidos. 
Veo por mano temeraria roto 
el velo conyugal, y que corriendo 
con la impudente frente levantada, 
va el adulterio de una casa en otra. 
Zumba, festeja, ríe, y descarado 
canta sus triunfos, que tal vez celebra 
un necio esposo, y tal del hombre honrado 
hieren con dardo penetrante el pecho, 
su vida abrevian, y en la negra tumba 
su error, su afrenta y su despecho esconden. 

¡Oh viles almas! ¡Oh virtud! ¡Oh leyes! 
¡Oh pundonor mortífero! ¿Qué causa 
te hizo fiar a guardas tan infieles 
tan preciado tesoro? ¿Quién, oh Temis, 
tu brazo sobornó? Le mueves cruda 
contra las tristes víctimas, que arrastra 
la desnudez o el desamparo al vicio; 
contra la débil huérfana, del hambre 
y del oro acosada, o al halago, 
la seducción y el tierno amor rendida; 
la expilas, la deshonras, la condenas 
a incierta y dura reclusión. ¡Y en tanto 
ves indolente en los dorados techos 
cobijado el desorden, o le sufres 
salir en triunfo por las anchas plazas, 
la virtud y el honor escarneciendo! 

¡Oh infamia! ¡Oh siglo! ¡Oh corrupción! Matronas 
castellanas, ¿quién pudo vuestro claro 
pundonor eclipsar? ¿Quién de Lucrecias 
en Lais os volvió? ¿Ni el proceloso 
océano, ni lleno de peligros, 
el Lilibeo, ni las arduas cumbres 
de Pirene pudieron guareceros 
de contagio fatal? Zarpa, preñada 
de oro, la nao gaditana, aporta 
a las orillas gálicas, y vuelve 
llena de objetos fútiles y vanos; 
y entre los signos de extranjera pompa 
ponzoña esconde y corrupción, compradas 
con el sudor de las iberas frentes. 
Y tú, mísera España, tú la esperas 
sobre la playa, y con afán recoges 
la pestilente carga y la repartes 
alegre entre tus hijos. Viles plumas, 
gasas y cintas, flores y penachos, 
te trae en cambio de la sangre tuya, 
de tu sangre ¡oh baldón! y acaso, acaso 
de tu virtud y honestidad. Repara 
cuál la liviana juventud, los busca. 

Autor: Gaspar Melchor de Jovellanos

3- A Dorila

¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días
y los floridos años
de nuestra frágil vida!

La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,

que escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.

Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?

Para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.

Ven ¡ay! ¿qué te detiene?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do leve el viento aspira;

y entre brindis suaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.

Autor: Juan Meléndez Valdés

4- Atrevimiento amoroso

Amor, tú que me diste los osados
intentos y la mano dirigiste
y en el cándido seno la pusiste
de Dorisa, en parajes no tocados;

si miras tantos rayos, fulminados
de sus divinos ojos contra un triste,
dame el alivio, pues el daño hiciste
o acaben ya mi vida y mis cuidados.

Apiádese mi bien; dile que muero
del intenso dolor que me atormenta;
que si es tímido amor, no es verdadero;

que no es la audacia en el cariño afrenta
ni merece castigo tan severo
un infeliz, que ser dichoso intenta.

Autor: Nicolás Fernández de Moratín

5-  Oda

No pretendas saber (que es imposible)
cual fin el cielo a ti y a mi destina,
Leucónoe, ni los números caldeos
consultes, no; que en dulce paz, cualquiera
suerte podrás sufrir. O ya el tonante
muchos inviernos a tu vida otorgue,
o ya postrero fuese el que hoy quebranta
en los peñascos las tirrenas ondas,
tú, si prudente fueres, no rehuyas
los brindis y el placer. Reduce a breve
término tu esperanza. La edad nuestra
mientras hablamos envidiosa corre.
¡Ay! goza del presente, y nunca fíes,
Crédula, del futuro incierto día.

Autor: Leandro Fernández de Moratín

6- Invocación a la poesía

¡Ninfa tierna y bermeja, oh joven Poesía!
¿Qué bosque en este día elige tu retiro?
¿Qué flores, tras la onda en que se van tus pasos,
bajo pies delicados, se inclinan suavemente?
¿Dónde te buscaremos? Mira la estación nueva:
sobre su blanco rostro, ¡qué purpúreo destello!
Cantó la golondrina; Céfiro está de vuelta:
regresa con sus bailes; amor renacer hace.
Sombra, praderas, flores son sus gratos parientes,
y Júpiter se goza contemplando a su hija,
esta tierra en que dulces versos, apresurados,
brotan, por todas partes, de tus dedos graciosos.
En el río que baja por los húmedos valles
para ti ruedan versos dulces, sonoros, líquidos.
Versos, que en masa se abren por el sol descubiertos,
son las fecundas flores de cáliz encarnado.
Y montes, en torrentes que blanquean sus cimas,
lanzan versos brillantes al fondo del abismo.

De Bucólicas (1785-1787)

Autor: André Chénier.

7- La ilusión dulce de mi edad primera: A Albino.

La ilusión dulce de mi edad primera,
del crudo desengaño la amargura,
la sagrada amistad, la virtud pura
canté con voz ya blanda, ya severa.

No de Helicón la rama lisonjera
mi humilde genio conquistar procura:
memorias de mi mal y mi ventura
robar al triste olvido solo espera.

A nadie sino a ti, querido Albino,
debe mi tierno pecho y amoroso
de sus afectos consagrar la historia.

Tú a sentir me enseñaste; tú el divino
canto y el pensamiento generoso:
tuyos mis versos son, y esa es mi gloria.

De Poesías (1837).

Autor: Alberto Lista.

8- A Licio

Deja, Licio, que el necio maldiciente,
de la envidia inflamado,
con lenguaje insolente
descubra su rencor: nunca el malvado
miró la dicha ajena
con semblante sereno;
y la maledicencia es el veneno,
mísero fruto de su infame pena.

Tu ancianidad dichosa
siempre amó la virtud; tú has procurado
en tu feliz estado
sofocar de la envidia maliciosa
la ponzoñosa lengua,
que al hombre honrado quiere poner mengua.

Tu noble empeño es vano:
son del necio perpetuas, compañeras
la envidia y la malicia:
así el orgullo insano
acompaña las almas altaneras,
y sus virtudes vicia:

sírvales de castigo a su delito
vivir abominados,
y aun de sus semejantes detestados:
si en la pobre morada, donde habito,
sus voces penetraron,
compasión y desprecio sólo hallaron.

Sale de la montaña el agua pura,
y lleva su corriente por el prado;
bebe de ella el ganado;
y el animal inmundo antes procura,
que beber, enturbiarla,
y en sus hediondas cerdas empaparla.

Después el pasajero
en busca del cristal llega cansado,
y aunque desanimado
mira turbio su curso lisonjero,
bebe, y se satisface
buscando la corriente donde nace.

Así el hombre sensato
de la envidia el rumor sabio desprecia;
y aunque sienta el infame desacato,
perdón concede a la malicia necia,
y compasivo dice:

¡Oh cuánto es infelice
el mortal, que ocupado
en la mordaz censura,
de sí mismo olvidado,
mira el ajeno bien con amargura!

Bien sabes, Licio tú, cuánto granjea
un corazón sensible y bondadoso,
que su piedad recrea
viendo a su semejante más dichoso:
y aunque sin más riqueza,
que este don que le dio naturaleza,
por sí solo es amado,
feliz en cualquier clase y respetado.

Por esta prenda la amistad sencilla,
el placer, los amores,
a tu mansión llevaron sus favores;
y a tu vista se humilla
temblando el envidioso,
respetando tu asilo venturoso.

Con insensible vuelo
va la tierra girando en torno al día;
y aunque la niebla y hielo
empañen de la esfera la alegría,
nosotros no dudamos,
que siempre alumbra el sol cual deseamos.

Compadécete, pues, del envidioso,
que mira despechado
sus rayos fecundar el monte y prado;
y siempre generoso,
si mi amistad aprecias,
no merezcan tu enojo almas tan necias

Autora: María Rosa Gálvez de Cabrera.

9- A Clori, declamando en fábula trágica

¿Qué acecho de dolor el alma vino

a herir? ¿Qué funeral adorno es éste?

¿Qué hay en el orbe que a tus luces cueste

el llanto que las turba cristalino?

¿Pudo esfuerzo mortal, pudo el destino

así ofender su espíritu celeste?…

¿O es todo engaño?, y quiere Amor que preste

a su labio y su acción poder divino.

Quiere que exenta del pesar que inspira,

silencio imponga al vulgo clamoroso,

y dócil a su voz se angustie y llore.

Que el tierno amante que la atiende y mira,

entre el aplauso y el temor dudoso,

tan alta perfección absorto adore.

Autor: Leandro Fernández de Moratín.

10- Mientras vivió la dulce prenda mía

Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste
y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú admiraste,
al punto sin imperio en mí te hallaste
y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura
-a quien el mismo Jove no resiste-
olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste
y junto a Filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.

Autor: José Cadalsa.

11- El galán y la dama

Cierto galán a quien París aclama,

petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»

Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen».

Autor: Tomás de Iriarte.

12- Invocación a Cristo

El sol disipa la tiniebla oscura,
Y penetrando el ámbito profundo,
El velo rasga que cubrió á Natura,
Y vuelve los colores y hermosura
Al universo mundo.

¡Oh, de las almas, Cristo, única lumbre!
¡A ti solo el honor y adoraciones!
Nuestra humilde oración llegue á tu cumbre;
Ríndanse á tu dichosa servidumbre
Todos los corazones.

Si hay almas que vacilen, fuerza dáles;
Y haz que uniendo las manos inocentes,
Dignamente tus glorias inmortales
Cantemos, y los bienes que á raudales
Dispensas á las gentes.

Autor: Jean Racine.

13- Más seguro ¡oh! licino

Más seguro ¡oh! Licino
vivirás no engolfándote en la altura,
ni aproximando el pino
a playa mal segura,
por evitar la tempestad obscura.
El que la medianía
preciosa amó, del techo quebrantado
y pobre se desvía
como del envidiado
albergue en oro y pórfidos labrado.
Muchas veces el viento
árboles altos rompe; levantadas
torres con más violento
golpe caen arruinadas;
hiere el rayo las cumbres elevadas.
No en la dicha confía
el varón fuerte; en su aflicción espera
más favorable día:
Jove la estación fiera
del hielo vuelve en grata primavera.
Si mal sucede ahora,
no siempre mal será. Tal vez no excusa
con cítara sonora
Febo animar la musa;
tal vez el arco por los bosques usa.
En la desgracia sabe
mostrar al riesgo el corazón valiente
y si el viento tu nave
sopla serenamente
la hinchada vela cogerás prudente.

Autor: Leandro Fernández de Moratín.

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Referencias

  1. Justo Fernández López. La poesía neoclásica. Los Fabulistas. Recuperado de hispanoteca.eu
  2. La literatura en el siglo XVIII. Recuperado de escritoresneoclasicos.blogspot.com.ar
  3. Poesía neoclásica. Recuperado de literaturaiesalagon.wikispaces.com
  4. Juan Menéndez Valdés. Recuperado de rinconcastellano.com
  5. Oda. Recuperado de los-poetas.com
  6. Atrevimiento amoroso. Recuperado de amediavoz.com
  7. A Dorila. Recuperado de poemas-del-alma.com
  8. A Arnesto. Recuperado de palabravirtual.com
  9. Epístola dedicada a Hortelio. Recuperado de cervantesvirtual.com
  10. Neoclasicismo. Recuperado de es.wikipedia.org.