Lengua y literatura

38 Bonitos Poemas del Romanticismo (de Grandes Autores)


Los poemas del Romanticismo son composiciones que utilizan recursos literarios propios de la poesía, enmarcados en el movimiento cultural denominado Romanticismo. Algunos de sus representantes más reconocidos son William Blake, Walt Whitman, Víctor Hugo, Gustavo Adolfo Bécquer o Edgar Allan Poe.

El Romanticismo surgió en Alemania e Inglaterra a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, y rápidamente se extendió por todo el continente europeo, Estados Unidos y el resto del mundo.

Su principal característica en todas las expresiones artísticas fue contraponerse al Neoclasicismo, corriente que la precedió.

Por lo tanto, los poemas de este período siguieron también estas premisas, donde predominan los sentimientos por encima de la razón, la posibilidad de expresarse libremente más allá de reglas prestablecidas, la originalidad y creatividad en contraposición a la imitación y la tradición. Es por tanto, una corriente netamente subjetiva.

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La poesía no fue el género literario más cultivado en el Romanticismo, pues surgieron nuevas formas como la novela histórica, la novela de aventuras y el romance. Sin embargo, los poetas de este período, por supuesto, escribieron sus versos cumpliendo las convicciones filosóficas de la época: el conocimiento del Yo y la búsqueda de la belleza más allá de la razón.

A continuación te dejamos algunos textos de los autores más famosos de este período.

1- Un Sueño

Cierta vez un sueño tejió una sombra
sobre mi cama que un ángel protegía:
era una hormiga que se había perdido
por la hierba donde yo creía que estaba.

Confundida, perpleja y desesperada,
oscura, cercada por tinieblas, exhausta,
tropezaba entre la extendida maraña,
toda desconsolada, y le escuché decir:
“¡Oh, hijos míos! ¿Acaso lloran?
¿Oirán cómo suspira su padre?
¿Acaso rondan por ahí para buscarme?
¿Acaso regresan y sollozan por mí?”

Compadecido, solté una lágrima;
pero cerca vi una luciérnaga,
que respondió: “¿Qué quejido humano
convoca al guardián de la noche?

Me corresponde iluminar la arboleda
mientras el escarabajo hace su ronda:
sigue ahora el zumbido del escarabajo;
pequeña vagabunda, vuelve pronto a casa”.

Autor: William Blake (Inglaterra)

2- Camina Bella Como la Noche

Camina bella, como la noche
De climas despejados y de cielos estrellados,
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
Resplandece en su aspecto y en sus ojos,
Enriquecida así por esa tierna luz
Que el cielo niega al vulgar día.

Una sombra de más, un rayo de menos,
Hubieran mermado la gracia inefable
Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro,
Donde dulces pensamientos expresan
Cuán pura, cuán adorable es su morada.

Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan
Y hablan de días vividos con felicidad.
Una mente en paz con todo,
¡Un corazón con inocente amor!

Autor: Lord Byron (Inglaterra)

3- Conócete a Ti Mismo

Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo, 
y lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas 
   del mundo. 
Bajo nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre, 
y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos. 
Hubo hace tiempo un hombre que en amables mitos 
   infantiles 
revelaba a sus hijos las llaves y el camino de un castillo 
   escondido. 
Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma, 
pero esos pocos se convertían entonces en maestros 
   del destino. 
Discurrió largo tiempo –el error nos aguzó el ingenio– 
y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad. 
Feliz quien se ha hecho sabio y ha dejado su obsesión 
   por el mundo, 
quien por sí mismo anhela la piedra de la sabiduría 
   eterna. 
El hombre razonable se convierte entonces en discípulo 
   auténtico, 
todo lo transforma en vida y en oro, no necesita ya los 
   elixires. 
Bulle dentro de él el sagrado alambique, está el rey en él, 
y también Delfos, y al final comprende lo que significa 
   conócete a ti mismo

Autor: Georg Philipp Freiherr von Hardenberg – NOVALIS (Alemania)

4- Plenitud

Puesto que apliqué mis labios a tu copa llena aún,
y puse entre tus manos mi pálida frente;
puesto que alguna vez pude respirar el dulce aliento
de tu alma, perfume escondido en la sombra.

Puesto que me fue concedido escuchar de ti
las palabras en que se derrama el corazón misterioso;
ya que he visto llorar, ya que he visto sonreír,
tu boca sobre mi boca, tus ojos en mis ojos.
              
Ya que he visto brillar sobre mi cabeza ilusionada
un rayo de tu estrella, ¡ay!, siempre velada.
Ya que he visto caer en las ondas de mi vida
un pétalo de rosa arrancado a tus días,

puedo decir ahora a los veloces años:
¡Pasad! ¡Seguid pasando! ¡Yo no envejeceré más!
Idos todos con todas nuestras flores marchitas,
tengo en mi álbum una flor que nadie puede cortar.

Vuestras alas, al rozarlo, no podrán derramar
el vaso en que ahora bebo y que tengo bien lleno.
Mi alma tiene más fuego que vosotros ceniza.
Mi corazón tiene más amor que vosotros olvido.

Autor: Víctor Hugo (Francia)

5- No Te Detengas

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
“Emito mis alaridos por los techos de este mundo”,
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.

Autor: Walt Whitman (Estados Unidos)

6- Amor Eterno

Podrá nublarse el sol eternamente; 
Podrá secarse en un instante el mar; 
Podrá romperse el eje de la tierra 
Como un débil cristal. 
¡Todo sucederá! Podrá la muerte 
Cubrirme con su fúnebre crespón; 
Pero jamás en mí podrá apagarse 
La llama de tu amor.

Autor: Gustavo Adolfo Bécquer (España)

7- Acuérdate de mí

Llora en silencio mi alma solitaria,

excepto cuando esté mi corazón

unido al tuyo en celestial alianza

de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual aurora,

brillando en el recinto sepulcral:

casi extinta, invisible, pero eterna…

ni la muerte la puede mancillar.

¡Acuérdate de mí!… Cerca a mi tumba

no pases, no, sin regalarme tu plegaria;

para mi alma no habrá mayor tortura

que el saber que has olvidado mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito

rogar por los que fueron. Yo jamás

te pedí nada: al expirar te exijo

que sobre mi tumba derrames tus lágrimas.

Autor: Lord Byron

8- Volverán las oscuras golondrinas

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres….

ésas… ¡no volverán!

 Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día…

ésas… ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar,

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido…, desengáñate,

así… ¡no te querrán!

Autor: Gustavo Adolfo Bécquer

9- Un Sueño dentro de un sueño

 ¡Toma este beso sobre tu frente!

Y, me despido de ti ahora,

No queda nada por confesar.

No se equivoca quien estima

Que mis días han sido un sueño;

Aún si la esperanza ha volado

En una noche, o en un día,

En una visión, o en ninguna,

¿Es por ello menor la partida?

Todo lo que vemos o imaginamos

Es sólo un sueño dentro de un sueño.

 Me paro entre el bramido

De una costa atormentada por las olas,

Y sostengo en mi mano

Granos de la dorada arena.

¡Qué pocos! Sin embargo como se arrastran

Entre mis dedos hacia lo profundo,

Mientras lloro, ¡Mientras lloro!

¡Oh, Dios! ¿No puedo aferrarlos

Con más fuerza?

¡Oh, Dios! ¿No puedo salvar

Uno de la implacable marea?

¿Es todo lo que vemos o imaginamos

Un sueño dentro de un sueño?

Autor: Edgar Allan Poe

10- El Hada

Acudid, gorriones míos,

flechas mías.

Si una lágrima o una sonrisa

al hombre seducen;

si una amorosa dilatoria

cubre el día soleado;

si el golpe de un paso

conmueve de raíz al corazón,

he aquí el anillo de bodas,

transforma en rey a cualquier hada.

 Así cantó un hada.

De las ramas salté

y ella me eludió,

intentando huir.

Pero, atrapada en mi sombrero,

no tardará en aprender

que puede reír, que puede llorar,

porque es mi mariposa:

he quitado el veneno

del anillo de bodas.

Autor: William Blake

11- El argumento del suicidio

Sobre el comienzo de mi vida, si lo deseaba o no,

nadie jamás me lo preguntó —de otro modo no podía ser—

Si la vida era la pregunta, una cosa enviada para intentar

y si vivir es decir SI, ¿qué puede ser el NO sino morir?

Respuesta de la naturaleza:

¿Se retorna igual que al ser enviado? ¿No es peor el desgaste?

¡Piensa primero en lo que ERES! ¡Sé consciente de lo que tú ERAS!

Te he dado inocencia, te he dado esperanza,

Te he dado salud, y genio, y un amplio porvenir,

¿Retornarás culpable, aletargado, desesperado?

Haz un inventario, examina, compara.

Entonces muere —si es que a morir te atreves—.

Autor: Samuel Taylor Coleridge

12- Amor inquieto

A través de la lluvia, de la nieve,

A través de la tempestad voy!

Entre las cuevas centelleantes,

Sobre las brumosas olas voy,

¡Siempre adelante, siempre!

La paz, el descanso, han volado.

Rápido entre la tristeza

Deseo ser masacrado,

Que toda la simpleza

Sostenida en la vida

Sea la adicción de un anhelo,

Donde el corazón siente por el corazón,

Pareciendo que ambos arden,

Pareciendo que ambos sienten.

¿Cómo voy a volar?

¡Vanos fueron todos los enfrentamientos!

Brillante corona de la vida,

Turbulenta dicha,

¡Amor, tú eres esto!

Autor: Johann Wolfgang von Goethe

13- Don Juan en los infiernos

Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea

Y su óbolo hubo dado a Caronte,

Un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,

Con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.

Mostrando sus senos fláccidos y sus ropas abiertas,

Las mujeres se retorcían bajo el negro firmamento,

Y, como un gran rebaño de víctimas ofrendadas,

En pos de él arrastraban un prolongado mugido.

Sganarelle riendo le reclama su paga,

Mientras que Don Luis, con un dedo tembloroso

Mostraba a todos los muertos, errante en las riberas,

El hijo audaz que se burló de su frente nevada.

Estremeciéndose bajo sus lutos, la casta y magra Elvira,

Cerca del esposo pérfido y que fue su amante,

Parecía reclamarle una suprema sonrisa

En la que brillara la dulzura de su primer juramento.

Erguido en su armadura, un gigante de piedra

Permanecía en la barra y cortaba la onda negra;

Pero el sereno héroe, apoyado en su espadón,

Contemplaba la estela y sin dignarse ver nada.

Autor: Charles Baudelaire

14- Canción de la muerte (fragmento)

Débil mortal no te asuste

mi oscuridad ni mi nombre;

en mi seno encuentra el hombre

un término a su pesar.

Yo, compasiva, te ofrezco

lejos del mundo un asilo,

donde a mi sombra tranquilo

para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo

en medio el mar de la vida,

y el marinero allí olvida

la tormenta que pasó;

allí convidan al sueño

aguas puras sin murmullo,

allí se duerme al arrullo

de una brisa sin rumor (…)

Autor: José de Espronceda

15- Era apacible el día (fragmento)

Era apacible el día

Y templado el ambiente,

Y llovía, llovía

Callada y mansamente;

Y mientras silenciosa

Lloraba y yo gemía,

Mi niño, tierna rosa

Durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!

Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto

Antes que empiece a corromperse… ¡tierra!

Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,

Bien pronto en los terrones removidos

Verde y pujante crecerá la yerba (…)

Autor: Rosalía de Castro

16- Poema a una joven italiana

Aquel mes de febrero tiritaba en su albura

de la escarcha y la nieve; azotaba la lluvia

con sus rachas el ángulo de los negros tejados;

tú decías: ¡Dios mío! ¿Cuándo voy a poder

encontrar en los bosques las violetas que quiero?

Nuestro cielo es llorón, en las tierras de Francia

la estación es friolera como si aún fuera invierno,

y se sienta a la lumbre; París vive entre fango

cuando en tan bellos meses ya Florencia desgrana

sus tesoros que adorna un esmalte de hierba.

Mira, el árbol negruzco su esqueleto perfila;

se engañó tu alma cálida con su dulce calor;

no hay violetas excepto en tus ojos azules,

y no hay más primavera que tu rostro encendido.

Autor: Théophile Gautier

17- AL AARAAF (Fragmento parte 1)

¡Oh, nada terrenal!, solamente el rayo difundido

por la mirada de la belleza y retornado por las flores,

como en aquellos jardines donde el día

surge de las gemas de Circasia.

¡Oh, nada terrenal!, solamente la emoción

melódica que brota del arroyuelo en el bosque

(música de los apasionados),

o el júbilo de la voz exhalada tan apacible,

que como el murmullo en la caracola

su eco perdura y habrá de perdurar…

¡oh, nada de nuestra escoria!,

sino la belleza toda, las flores que orlan

nuestro amor y que nuestros cenadores engalanan,

se muestran en tu mundo tan lejano, tan distante,

¡oh, estrella errante!

Para Nesace todo era dulzura porque allí yacía

su esfera reclinada en el dorado aire,

cerca de cuatro brillantes soles: un temporal descanso,

un oasis en el desierto de los bienaventurados.

En la distancia, entre océanos de rayos que restituyen

el empíreo esplendor al espíritu desencadenado,

a un alma que difícilmente (los oleajes son tan densos)

puede luchar contra su predestinada grandeza.

Lejos, muy lejos viajó Nesace, en ocasiones, hacia distantes esferas,

ella, la favorecida de Dios, y viajera reciente a la nuestra.

Pero ahora, de un mundo anclado soberana,

se despoja del cetro, abandona el supremo mando

y entre incienso y sublimes himnos espirituales,

baña en la cuádruple luz sus angelicales alas.

Autor: Edgar Allan Poe

18- La alcoba del Edén

Era Lilith la esposa de Adán

(la Alcoba del Edén está en flor)

ni una gota de sangre en sus venas era humana,

pero ella era como una suave y dulce mujer.

Lilith estaba en los confines del Paraíso;

(y ¡Oh, la alcoba de la hora!)

Ella fue la primera desde allí conducida,

con Ella estaba el infierno y con Eva el cielo.

Al oído de la serpiente dijo Lilith:

(la Alcoba del Edén está en flor)

A tí acudo cuando lo demás ha pasado;

yo era una serpiente cuando tú eras mi amante.

Yo era la serpiente más hermosa del Edén;

(Y, ¡Oh, la alcoba y la hora!)

Por voluntad de la Tierra, nuevo rostro y forma,

me hicieron esposa de la nueva criatura terrenal.

Tómame, ya que vengo de Adán:

(la Alcoba del Edén está en flor)

Una vez más mi amor te subyugará,

lo pasado es pasado, y yo acudo a tí.

Oh, pero Adán era vasallo de Lilith!

(Y, ¡Oh, la Alcoba de la hora!)

Todas las hebras de mi cabello son doradas,

y en esa red fue atrapado su corazón.

Oh, y Lilith fue la reina de Adan!

(la Alcoba del Edén está en flor)

Día y noche siempre unidos,

mi aliento sacudía su alma como a una pluma.

Cuántas alegrías tuvieron Adan y Lilith!

(Y, ¡Oh, la Alcoba de la hora!)

Dulces íntimos anillos del abrazo de serpiente,

al yacer dos corazones que suspiran y anhelan.

Qué niños resplandecientes tuvieron Adán y Lilith;

(la Alcoba del Edén está en flor)

Formas que se enroscaban en los bosques y las aguas,

hijos relucientes y radiantes hijas.

Autor: Dante Gabriel Rossetti

19- Lamento al amanecer

Oh tú, cruel, mortalmente hermosa doncella,

Dime qué gran pecado he cometido

Para que me hayas atado, escondido,

Dime porqué has roto la solemne promesa.

Fue ayer, sí, ayer, cuando con ternura

Tocaste mi mano, y con dulce acento afirmaste:

Si, vendré, vendré cuando se acerque la mañana,

Envuelta en brumas a tu cuarto llegaré.

Sobre el crepúsculo esperé junto a la puerta sin llave,

Revisé con cuidadoso esmero todas las bisagras

Y me regocijé al comprobar que no gemían.

¡Qué noche de ansias expectantes!

Pues miré, y cada sonido fue esperanza;

Si por casualidad dormité unos breves instantes,

Mi corazón siempre se mantuvo despierto

Para arrancarme del sopor inquieto.

Si, bendecí la noche y al manto de tinieblas

Que con tanta dulzura cubría las cosas;

Disfruté del silencio universal

Mientras escuchaba en la penumbra,

Ya que hasta el mínimo rumor me parecía un signo.

Si ella tiene estos pensamientos, mis pensamientos,

Si ella tiene estos sentimientos, mis sentimientos,

No aguardará el arribo de la mañana

Y con seguridad vendrá hasta mí.

Un pequeño gato saltó en el suelo,

Atrapando a un ratón en un rincón,

Fue ese el único sonido en la habitación,

Jamás anhelé tanto escuchar unos pasos,

Jamás ansié tanto escuchar sus pasos.

Y allí permanecí, y permaneceré siempre,

Ya llegaba el resplandor del amanecer,

Y aquí y allí se oían los primeros movimientos.

¿Es ahí en la puerta? ¿En el umbral de mi puerta?

Acostado en la cama me apoyé sobre el codo,

Mirando fijo la puerta, apenas iluminada,

En caso de que en el silencio se abriera.

Las cortinas se alzaban y caían

En la quieta serenidad del cuarto.

Y el día gris brilló, y brillará siempre,

En la habitación contigua se oyó una puerta,

Como si alguien saliese a ganarse el sustento,

Oí el estrepitoso temblor de los pasos

Cuando las puertas de la ciudad fueron abiertas,

Escuché el alboroto en el mercado, en cada esquina;

Quemándome con la vida, el griterío y la confusión.

En la casa los sonidos iban y venían,

Arriba y abajo de las escaleras,

Las puertas chirriaban,

Se abrían y cerraban,

Y como si fuese algo normal, que todos vivimos,

De mi desgarrada esperanza no brotaron lágrimas.

Finalmente el sol, ese odiado esplendor,

Cayó sobre mis paredes, sobre mis ventanas,

Cubriéndolo todo, apresurándose en el jardín.

No hubo alivio para mi aliento, hirviente de anhelos,

Con la brisa fresca de la mañana,

Y, podría ser, aún sigo allí, esperándote:

Pero no puedo encontrarte bajo los árboles,

Ni en mi sombrío sepulcro en el bosque.

Autor: Johann Wolfgang von Goethe          

20- Nocturno

Quiero expresar mi angustia en versos que abolida

dirán mi juventud de rosas y de ensueños,

y la desfloración amarga de mi vida

por un vasto dolor y cuidados pequeños.

Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,

y el grano de oraciones que floreció en blasfemias,

y los azoramientos del cisne entre los charcos,

y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.

Lejano clavicordio que en silencio y olvido

no diste nunca al sueño la sublime sonata,

huérfano esquife, árbol insigne, oscuro nido

que suavizó la noche de dulzura de plata…

Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino

del ruiseñor primaveral y matinal,

azucena tronchada por un fatal destino,

rebusca de la dicha, persecución del mal…

El ánfora funesta del divino veneno

que ha de hacer por la vida la tortura interior;

la conciencia espantable de nuestro humano cieno

y el horror de sentirse pasajero, el horror

de ir a tientas, en intermitentes espantos,

hacia lo inevitable desconocido, y la

pesadilla brutal de este dormir de llantos

¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!

Autor: Rubén Darío

21- Una araña paciente y silenciosa

Una araña paciente y silenciosa,

vi en el pequeño promontorio en que

sola se hallaba,

vi cómo para explorar el vasto

espacio vacío circundante,

lanzaba, uno tras otro, filamentos,

filamentos, filamentos de sí misma.

Y tú, alma mía, allí donde te  encuentras,

circundada, apartada,

en inmensurables océanos de espacio,

meditando, aventurándote, arrojándote,

buscando si cesar las esferas

para conectarlas,

hasta que se tienda el puente que precisas,

hasta que el ancla dúctil quede asida,

hasta que la telaraña que tú emites

prenda en algún sitio, oh alma mía.

Autor: Walt Whitman

22- La mujer caída

¡Nunca insultéis a la mujer caída!

Nadie sabe qué peso la agobió,

ni cuántas luchas soportó en la vida,

¡hasta que al fin cayó!

¿Quién no ha visto mujeres sin aliento

asirse con afán a la virtud,

y resistir del vicio el duro viento

con serena actitud?

Gota de agua pendiente de una rama

que el viento agita y hace estremecer;

¡perla que el cáliz de la flor derrama,

y que es lodo al caer!

Pero aún puede la gota peregrina

su perdida pureza recobrar,

y resurgir del polvo, cristalina,

y ante la luz brillar.

Dejad amar a la mujer caída,

dejad al polvo su vital calor,

porque todo recobra nueva vida

con la luz y el amor.

Autor: Víctor Hugo

23- Poema

Vida celestial de azul vestida,

sereno deseo de pálida apariencia,

que en arenas de colores traza

los rasgos huidizos de su nombre.

Bajo los arcos altos, firmes,

iluminado sólo por las lámparas,

yace, huido ya el espíritu,

el mundo más sagrado.

En silencio nos anuncia una hoja

perdida los mejores días,

y vemos abrirse los ojos poderosos

de la antigua leyenda.

Acercaos en silencio a la puerta solemne,

escuchad el golpe que produce al abrirse,

bajad luego del coro y contemplad allí

dónde está el mármol que anuncia los presagios.

Vida fugaz y formas luminosas

llenan la noche anchurosa y vacía.

Ha transcurrido un tiempo sin final

que se ha perdido haciendo bromas sólo.

Trajo el amor las copas llenas,

como entre flores se derrama el espíritu,

y beben sin parar los comensales,

hasta que se rasga el tapiz sagrado.

En extrañas filas llegan

veloces carruajes de colores,

y llevada en el suyo por insectos variados

sola llegó la princesa de las flores.

Velos como nubes descendían

de su frente luminosa hasta los pies.

Caímos de rodillas para saludarla,

rompimos a llorar, y ya no estaba.

Autor: Novalis (pseudónimo de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg)

24- La sombra de este tilo, mi cárcel

Ya se han ido y aquí debo quedarme,

a la sombra del tilo que es mi cárcel.

Afectos y bellezas he perdido

que serán intensos recuerdos cuando

la edad ciegue mis ojos. Mientras tanto

mis amigos, que acaso nunca encuentre

de nuevo por los campos y colinas,

se pasean alegres, tal vez llegan

a ese valle boscoso, estrecho y hondo

del que yo les hablé y que sólo alcanza

el sol del mediodía; o a ese tronco

que se arquea entre rocas como un puente

y ampara al fresno sin ramas y oscuro

cuyas escasas hojas amarillas

no agita la tormenta pero airea

la cascada. Y allí contemplarán

mis amigos el verde de las hierbas

desgarbadas -¡fantástico lugar!-

que se comban y lloran bajo el borde

de esa arcilla morada.

Ya aparecen

bajo el cielo abierto y de nuevo ven

la ondeada y magnífica extensión

de campos y colinas, y el mar

quizá con un navío cuyas velas

alegran el azul entre dos islas

de penumbra violácea. ¡Y caminan

alegres todos, pero tal vez más

mi bienaventurado Charles !Pues muchos años

has anhelado la naturaleza,

recluso en la ciudad, sobrellevando

con alma triste y paciente el dolor,

el mal y la calamidad (…)

Autor: Samuel Taylor Coleridge.

25- Reversibilidad

Ángel lleno de gozo, ¿sabes lo que es la angustia,

La culpa, la vergüenza, el hastío, los sollozos

Y los vagos terrores de esas horribles noches

Que al corazón oprimen cual papel aplastado?

Ángel lleno de gozo, ¿sabes lo que es la angustia?

Ángel de bondad lleno, ¿sabes lo que es el odio,

Las lágrimas de hiel y los puños crispados,

Cuando su infernal voz levanta la venganza

Ven capitán se erige de nuestras facultades?

Ángel de bondad lleno: ¿sabes lo que es el odio?

Ángel de salud lleno, ¿sabes lo que es la Fiebre,

Que a lo largo del muro del lechoso hospital,

Como los exiliados, marcha con pie cansino,

En pos del sol escaso y moviendo los labios?

Ángel de salud lleno, ¿sabes lo que es la Fiebre?

Ángel de beldad lleno, ¿sabes de las arrugas?

¿Y el miedo a envejecer, y ese odioso tormento

De leer el secreto horror del sacrificio

En ojos donde un día los nuestros abrevaron?

Ángel de beldad lleno, ¿sabes de las arrugas?

¡Ángel lleno de dicha, de luz y de alegría!

David agonizante curación pediría

A las emanaciones de tu cuerpo hechicero;

Pero de ti no imploro, ángel, sino plegarias,

¡Ángel lleno de dicha, de luz y de alegría!

Autor: Charles Baudelaire

26-  A un ruiseñor (fragmento)

Canta en la noche, canta en la mañana,

ruiseñor, en el bosque tus amores;

canta, que llorará cuando tú llores

el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranta y grana,

la brisa de la tarde entre las flores

suspirará también a los rigores

de tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo

de la callada luna, tus cantares

los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,

cual bálsamo süave en mis pesares,

endulzará tu acento el labio mío.

Autor: José de Espronceda.

27- Cuando llegues a amar

Cuando llegues a amar, si no has amado,

Sabrás que en este mundo

Es el dolor más grande y más profundo

Ser a un tiempo feliz y desgraciado.

Corolario: el amor es un abismo

De luz y sombra, poesía y prosa,

Y en donde se hace la más cara cosa

Que es reír y llorar a un tiempo mismo.

Lo peor, lo más terrible,

Es que vivir sin él es imposible.

Autor: Rubén Darío

28- Desde la muerte al amor

Al igual que las manos arduas, las nubes débiles huyen

De los vientos que arrasan el invierno de las aéreas colinas,

Como multiformes e interminables esferas

Que inundan la noche en una súbita marea;

Terrores de ígneas lenguas, de inarticulado mar.

Incluso entonces, en algún sombrío cristal de nuestro aliento,

Nuestros corazones evocan la imagen salvaje de la Muerte,

Sombras y abismos que bordean la eternidad.

Sin embargo, junto a la inminente Sombra de la Muerte

Se alza un Poder, que se agita en el ave o fluye en la corriente,

Dulce al deslizarse, encantador al volar.

Dime, mi amor. ¿Qué ángel, cuyo Señor es el Amor,

Agitando la mano en la puerta,

O en el umbral donde yacen las trémulas alas,

Posee la esencia flamígera que tienes tú?

Autor: Dante Gabriel Rossetti.

29- El arte (fragmento)

Sí, es más bella la obra trabajada

con formas más rebeldes, como el verso,

o el ónice o el mármol o el esmalte.

¡Huyamos de postizas sujeciones!

Pero acuérdate, oh Musa, de calzar,

un estrecho coturno que te apriete.

Rehúye siempre cualquier ritmo cómodo

como un zapato demasiado grande

en el que todo pie puede meterse.

Y tú, escultor, rechaza la blandura

del barro al que el pulgar puede dar forma,

mientras la inspiración flota lejana;

es mejor que te midas con carrara

o con el paros * duro y exigente,

que custodian los más puros contornos…

Autor: Theophile Gautier.

30- La risa de la beldad

Bella es la flor que en las auras

con blando vaivén se mece;

bello el iris que aparece

después de la tempestad:

bella en noche borrascosa,

una solitaria estrella;

pero más que todo es bella

la risa de la beldad.

Despreciando los peligros

el entusiasta guerrero,

trueca por el duro acero

la dulce tranquilidad:

¿quién su corazón enciende

cuando a la lucha se lanza?

¿Quién anima su esperanza?…

Autor: Fernando Calderón

31- Con el hirviente resoplido

Con el hirviente resoplido moja
el ronco toro la tostada arena,
la vista en el jinete ata y serena,
ancho espacio buscando el asta roja.

Su arranque audaz a recibir se arroja,
pálida de valor la faz morena,
e hincha en la frente la robusta vena
el picador, a quien el tiempo enoja.

Duda la fiera, el español la llama;
sacude el toro la enastada frente,
la tierra escarba, sopla y desparrama;

le obliga el hombre, parte de repente,
y herido en la cerviz, húyele y brama,
y en grito universal rompe la gente.

Autor: José Zorrilla.

32- La partición de la tierra 

-¡Tomad la tierra! -desde su alto asiento
dijo a los hombres quien pobló el vacío-.
-Para cumplir mi soberano intento
habedla en fraternal compartimiento,
que os la doy como herencia y señorío.

Ya más correr, por acudir primero,
cada mortal al llamamiento vino,
y cuanto pudo sometió a su fuero:
los frutos de la tierra, el campesino;
la selva, do cazara el caballero.

Colma la troj el mercader y el arca;
se adueña el monje del viñedo umbrío:
¡y, ya fuerte sintiéndose el monarca
sendas y puentes con barreras marca
diciendo; -¡El diezmo! porque el diezmo es mío.

Años después, cuando por fin completa
la irrevocable partición quedaba,
de remoto confín llegó el poeta.
¡Ay! Todo campo deslindado estaba,
y toda cosa a su señor sujeta.

-¡Tarde y en vano mi poción exijo!
¿Y así, el más fiel en mísero abandono
dejando, ¡oh Dios! desheredaste al hijo?
Tal del señor postrándose ante el trono,
el pobre vate entre sollozos dijo.

-Si absorto en la región de las quimeras,
-contesta Dios- te retardaste, iluso,
no en balde llores ni acusarme quieras:
¿do estabas tú, que confundirme esperas?
-¿Dónde? ¡A tu lado! -el soñador repuso.

Mi vista apacentaba en tu hermosura;
del cielo en los acentos, mis oídos;
si lo terreno desdeñé en la altura,
fue que tu gloria, que sin par fulgura,
¡me embargaba la mente y los sentidos!

Y Dios: -¿Qué hacer? Sobre la tierra nada
me resta ya con qué colmar tu anhelo;
ajeno el bosque, la heredad cercana…
Vente conmigo, si te place, al cielo,
¡que desde hoy libre te daré la entrada!

Autor: Friedrich Schiller.

33- Londres

Vago sin fin por las censadas calles,

junto a la orilla del censado Támesis,

y en cada rostro que me mira advierto

señales de impotencia, de infortunio.

En cada grito humano,

en cada chillido infantil de miedo,

en cada voz, en cada prohibición,

escucho las cadenas forjadas por la mente:

y escucho cómo el grito del deshollinador

hace palidecer las oscuras Iglesias,

y el dolor del soldado infortunado

ensangrienta los muros de Palacio.

Pero, al fin, en las calles de medianoche escucho

cómo la maldición de la joven ramera

deseca el llanto del recién nacido,

y asola la carroza fúnebre de los novios.

Autor: William Blake.

34- Ozymandias

Conocí a un viajero de una tierra antigua

quien dijo: «dos enormes piernas pétreas, sin su tronco

se yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,

semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceño

y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,

cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones

las cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos,

a las manos que las tallaron y al corazón que las alimentó.

Y en el pedestal se leen estas palabras:

“Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:

¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!”

Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia

de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas

se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas.

Autor: Percy Bysshe Shelley.

35- Los narcisos

Erraba solitario como una nube
que flota en las alturas sobre valles y colinas,
cuando de pronto vi una muchedumbre,
una hueste de narcisos dorados;
junto al lago, bajo los árboles,
estremeciéndose y bailando en la brisa.

Continuos como las estrellas que brillan
y parpadean en la Vía Láctea,
se extendían como una fila infinita
a los largo de aquella ensenada;
diez mil narcisos contemplé con la mirada,
que movían sus cabezas en animada danza.

También las olas danzaban a su lado,
pero ellos eran más felices que las áureas mareas:
Un poeta sólo podía ser alegre
en tan jovial compañía;
yo miraba y miraba, pero no sabía aún
cuánta riqueza había hallado en la visión.

Pues a menudo, cuando reposo en mi lecho,
con humor ocioso o pensativo,
vuelven con brillo súbito sobre ese ojo
interior que es la felicidad de los solitarios;
y mi alma se llena entonces de deleite,
y danza con los narcisos.

Autor: William Wordsworth.

36- El lago

Así, siempre empujados hacia nuevas orillas,

A la noche eterna arrastrados sin regreso,

¿No podremos nunca sobre el océano de los años

Echar el ancla un solo día?

¡Oh, lago! El año apenas ha acabado su carrera

Y cerca de las aguas queridas que ella debería volver a ver

¡Mira! ¡Vengo solo a sentarme en esta piedra

Donde la viste sentarse!

Mugías así bajo estas rocas profundas;

Así te quebrabas en sus flancos rotos;

Así el viento arrojaba la espuma de tus olas

Sobre sus pies adorados.

Una noche, ¿lo recuerdas?, bogábamos en silencio;

No oíamos a lo lejos, sobre el agua y bajo el cielo,

Más que el ruido de los remeros que golpean cadenciosos

Tus flujos armónicos.

De pronto, acentos desconocidos para la tierra

De la orilla encantada golpearon los ecos;

El flujo estuvo atento, y la voz querida

Derramó estas palabras:

“¡Oh, tiempo! suspende tu vuelo, y vosotras, horas propicias

¡Suspended vuestro curso!

¡Dejadnos saborear las fugaces delicias

De nuestros días más hermosos!

“Son muchos los desgraciados que aquí abajo os imploran,

Corred, corred para ellos;

Llevaos con sus días las cuitas que los devoran;

Olvidaos de los que son felices.

“Pero en vano pido unos momentos más,

El tiempo se me escapa y huye;

Digo a esta noche: ve más lenta; y la aurora

Ya disipa la noche.

“¡Amemos, sí, amemos! ¡De la hora fugitiva

Saciémonos, disfrutémosla!

El hombre no tiene puerto; el tiempo no tiene orilla;

¡Él corre y nosotros pasamos!”

Tiempo celoso, ¿acaso estos momentos de embriaguez,

En que el amor en amplios chorros nos vierte la felicidad,

Vuelan lejos de nosotros con igual premura

Que los días de desdicha?

¡Más qué! ¿No podríamos al menos fijar su huella?

¡Qué! ¡Pasados por siempre ¡Qué! ¿Completamente perdidos?

¡Ese tiempo que nos los dio, ese tiempo que los borra,

Ya no nos los devolverá!

Eternidad, nada, pasado, sombríos abismos,

¿Qué hacéis con los días que engullís?

Hablad: ¿podréis devolvernos estos éxtasis sublimes

Que nos arrebatáis?

¡Oh, lago! ¡Rocas mudas! ¡Grutas! ¡Bosque oscuro!

Vosotros, a quienes el tiempo perdona o a quienes puede rejuvenecer

¡Guardad de esta noche, guardad, bella naturaleza,

Al menos el recuerdo!

Que permanezca en tus remansos, que permanezca en tus tormentas,

Bello lago, y en el aspecto de tus risueñas riberas,

Y en esos negros abetos, y en esas rocas salvajes

Que penden sobre tus aguas.

Que permanezcan en el céfiro que se estremece y pasa,

En los ruidos de tus orillas por tus orillas repetidos,

En el astro de la frente plateada que blanquea tu superficie

Con sus blandas claridades.

Que el viento que gime, el junco que suspira,

Que los aromas ligeros del aire que perfumas,

Que todo cuanto se oye, se ve o se respira,

Que todo diga: ¡Han amado!

Autor: Alphonse de Lamartine.

37- Al Otoño

Estación de la bruma y la dulce abundancia,

gran amiga del sol que todo lo madura,
tú que con él planeas cómo dar carga y gozo
de frutos a la vid, bajo el pajizo alero;
cómo doblar los árboles musgosos de las chozas,
con peso de manzanas, y sazonar los frutos.
y henchir la calabaza y rellenar de un dulce
grano las avellanas: cómo abrir más y más
flores tardías para las abejas, y en tanto
crean puesto que los cálidos días no acaban nunca
pues les colmó el estío sus pegajosas celdas.

¿Quién, entre tu abundancia, no te ha visto a menudo?

A veces, el que busque fuera, podrá encontrarte
sentado en un granero, en el suelo, al descuido,
el pelo suavemente alzado por la brisa
algo viva; o dormido, en un surco que a medias
segaron, al aliento de las adormideras,
mientras tu hoz respeta trigo próximo y flores
enlazadas. Y a veces, como una espigadora,
enhiesta la cargada cabeza, un riachuelo
cruzas; o junto a alguna prensa de cidras,
velas pacientemente el último fluir, horas y horas.

¿Dónde están las canciones de primavera? ¡Ah! ¿Dónde?

Ni pienses más en ellas, pues ya tienes tu música,
cuando estriadas nubes florecen el suave
morir del día y tiñen de rosa los rastrojos;
entonces el doliente coro de los mosquitos
entre sauces del río se lamenta, elevándose
o bajando, según el soplar de la brisa;
y balan los crecidos corderos en los montes;
canta el grillo en el seto; y ya, con trino blando,
en el jardín cercado, el petirrojo silba
y únense golondrinas, gorjeando, en el cielo.

Autor: John Keats.

38- Kubla Khan

En Xanadú, Kubla Khan

se hizo construir un espléndido palacio de recreo:

allí donde el Alfa, el río sagrado, corría

por cavernas inmensurables para el hombre,

hacia un mar sin sol.

Dos veces cinco millas de suelo fértil

se cercaron de muros y torres:

había jardines que resplandecían con arroyos sinuosos,

y donde florecían muchos árboles del incienso,

había bosques, tan viejos como las colinas

que envolvían prados verdes y soleados.

Mas, oh ¡aquella sima romántica y profunda que sesgaba

la verde colina a través de un manto de cedro!

¡Un lugar salvaje! ¡Tan santo y encantado

como cualquiera donde, bajo la luna menguante, se apareció

una mujer, lamentándose por su amado demonio!

Y de esta sima, que hervía en incesante estruendo,

igual que si respirase la tierra con resuellos hondos y agitados

brotó en un momento un poderoso manantial:

en mitad de cuya repentina e intermitente explosión

saltaron enormes fragmentos, como granizo que rebota

o como el grano al separarse de la paja bajo el mayal del trillador:

y en medio de las danzantes rocas, de súbito y para siempre,

surgió en un momento el río sagrado.

Formando meandros durante cinco millas, con laberíntico curso

discurría el río sagrado, a través de bosques y valles,

alcanzaba luego las cavernas inmensurables para el hombre,

y se hundía tumultuoso en un océano sin vida:

¡y en medio de ese tumulto, Kubla oyó a lo lejos,

voces ancestrales que profetizaban guerra!

La sombra del palacio de recreo

flotaba en mitad de las olas,

donde se oía la cadencia mezclada

del manantial y las cuevas.

¡Era un milagro de rara invención,

un soleado palacio de recreo con cuevas de hielo!

Una muchacha con un dulcémele,

vi, cierta vez, en una visión:

era una doncella abisinia

y, tocando su dulcémele,

cantaba acerca del monte Abora.

Si pudiera revivir dentro de mí

su armonía y su canción,

me llenaría de tan profundo deleite,

que, con música alta y prolongada,

construiría ese palacio en el aire,

¡aquel palacio soleado, aquellas cuevas de hielo!

Y cuantos escucharan los verían aparecer,

y todos exclamarían: ¡Cuidado, cuidado!

¡Sus ojos refulgen, su cabello flota!

Tejed un círculo a su alrededor tres veces,

y cerrad los ojos con temor santo,

pues él se ha alimentado de rocío de miel,

y ha bebido la leche del Paraíso…

Autor: Samuel Taylor Coleridge.

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Referencias

  1. Romanticismo y poetas románticos. Recuperado de es.wikipedia.org
  2. Poema de Lord Byron. Recuperado de zonaliteratura.com
  3. Poema de Novalis. Recuperado de ojosdepapel.com
  4. Poema de William Blake. Recuperado de amediavoz.com
  5. Poema de Víctor Hugo. Recuperado de poesiaspoemas.com
  6. Poema de Walt Whitman. Recuperado de literaturbia.com
  7. Poema de Gustavo Adolfo Bécquer. Recuperado de poemas-del-alma.com.
  8. López, Luís (s/f). Desde la muerte al amor. Recuperado de: ciudadseva.com
  9. Poema de Edgar Allan Poe Recuperado de: edgarallanpoepoesiacompleta.com
  10. Poemas (s/f). Víctor Hugo. Recuperado de: poemas.yavendras.com
  11. Sanahuja, Dolores (2012). Poemas tardíos de Novalis. Recuperado de: ojosdepapel.com
  12. Zona literaria (2012). Tres poemas de Theophile Gautier. Recuperado de: zonaliteratura.com.