Lengua y literatura

34 inquietantes poemas de terror, miedo y góticos


Una selección de poemas de terror, el sentimiento del miedo extremo, que se observa en el sudor frío, en la aceleración del ritmo cardíaco o incluso en la parálisis total de la persona que lo siente.

El terror es un tema clásico en las películas, las novelas y los poemas. Algunas personas son aficionadas a él, y otras lo aborrecen. Son conocidos por todos obras como Drácula, Frankenstein, El hombre lobo o El cuervo, de Edgar Allan Poe.

Disfruta de esta recopilación de poemas sobre el terror clásicos, contemporáneos y originales. Tratan sobre diversos temas; la muerte, los espíritus, los fantasmas, el miedo, los vampiros, los monstruos, entre otros.

Poemas de terror clásicos y contemporáneos

“Requiem” (Robert Louis Stevenson)

Bajo el vasto cielo estrellado
cavad una tumba y dejadme yacer allí.
Alégremente viví y con alegría moriré,
acostado con un último deseo.

Que sea éste el verso que graben para mí:
“Aquí yace donde quería yacer;
ha vuelto el marinero, ha vuelto del mar;
y el cazador ha regresado de la colina”.

Reflexión

Se trata de una misa de corte religioso que se ofrece a las personas muertas. Stevenson no era creyente, aunque expone sus ideas sobre la muerte.

“Espíritus de los muertos” (Edgar Allan Poe)

Tu alma, sobre la tumba de piedra gris

a solas yacerá con sombríos pensamientos;

Nadie, en toda esa intimidad, penetrará

en la delgada hora de tu Secreto,

 

Sé silencioso en esa quietud,

la cual no es Soledad, ya que

Los Espíritus de los Muertos,

quienes te precedieron en la Vida,

en la Muerte te rodearán,

y con Sombras, tu quietud enlazarán;

 

La Noche, tan clara, se oscurecerá,

y las estrellas nos arrebatarán su brillo

desde sus altos tronos en el Cielo,

con su luz de esperanza para los mortales,

pero sus esferas rojas, apagadas,

en tu hastío tendrán la forma de Fiebre y Llamas,

y te reclamarán para siempre.

 

Ahora son pensamientos que no desterrarás,

ahora son visiones casi desvaneciéndose;

de tu Espíritu no pasarán jamás,

como la gota de rocío muere sobre la hierba

 

La brisa, aliento de Dios, es inmóvil,

y la niebla sobre la colina

Sombría, sombría, y a la vez intocable,

Es una Señal y un Símbolo.

¡Cómo se extiende sobre los árboles,

Misterio de Misterios!

Reflexión

El autor expresa lo que se debe hacer al morir: tener quietud, ya que serás acompañado por los espíritus de los demás muertos.

“Gato negro” (Rainer Maria Rilke)

Un fantasma, aunque invisible, todavía es como un lugar donde

su vista puede tocar, haciendo eco; pero aquí

dentro de esta piel negra y espesa, tu mirada más fuerte

será absorbida y desaparecerá por completo:

 

Al igual que un loco loco, cuando nada más

puede aliviarlo, se lanza a su oscura noche

aullando, golpea la pared acolchada y siente que

la rabia es absorbida y pacificada.

 

Parece esconder todas las miradas que alguna vez han caído

en ella, para que, como una audiencia,

pueda mirarlas, amenazadoras y hoscas,

y acurrucarse para acostarse con ellas. Pero de repente

 

Como si hubiera despertado, vuelve su rostro hacia el tuyo;

y con un susto, te ves, pequeña,

dentro del ámbar dorado de sus globos oculares

suspendidos, como una mosca prehistórica.

Reflexión

La poeta narra desde la perspectiva de un gato negro recorriendo la ciudad.

“Debajo de la tumba” (Robert Nelson)

Seres aterradores andan a tientas en lagos sangrientos,

una bruma asquerosa se arrastra y se alimenta de hinchadas babosas;

de los lechos de plantas perfumadas se retuercen serpientes fétidas,

y como una flor cultivada con negras sustancias,

una luna de acero gotea sangre sobre un cielo oscurecido

por las profecías de locos fantasmas.

 

Pero esto ha cesado, ha quedado atrás,

y en ese bosque mefítico, debajo de la tumba,

los muertos cenan donde las sombras flotan,

y velas abrasadoras limpian la pútrida penumbra;

y los que estaban de pie en la alegría y el dolor de la tristeza,

ahora urden el estribillo extático del infierno.

 

Muy por debajo, donde criaturas tumefactas se mantienen

en habitaciones glaciales, y los cráneos arden como lámparas

para guiar a través de la vida más allá, y donde se corren

los velos verdes de un limo rezumante y mortales humedades,

resuena la tumba eternamente en alegre liberación.

Reflexión

Poema narra de forma tenebrosa lo que es un cementerio y todos los elementos que se encuentran en él.

“Canción de cuna para un vampiro” (Lisa Ben)

Duerme profundamente en tu tumba silenciosa,

sueña con el festín carmesí que anhelas,

hasta que el hambre te despierte

y debas abandonar

tu lugar de descanso.

 

Sueña, sueña con tu furtivo vuelo

a las tierras sombrías de la noche.

Tus colmillos se encuentran con la suave carne blanca

y regresas rejuvenecido.

Tus labios son una mancha escarlata.

 

Duerme, duerme en tu cama sombría.

Tierra de tu patria sobre tu cabeza,

hasta que la luna en lo alto

del cielo aterciopelado

te llame de nuevo.

Reflexión

La poeta le dedica unas palabras a un vampiro en su ataúd, tal como si fuera un niño inquieto en su cuna.

“El mensajero” (H. P. Lovecraft)

La Cosa, dijo él, por la noche vendría,

desde el viejo camposanto sobre la colina,

agachado frente al rubor de un fuego de robles

traté de decirme que aquello no podía ser.

seguramente, reflexioné, esto es una burla,

urdida por alguien que desconoce sin dudas

el Signo Mayor, legado de antigua solemnidad,

que libera las formas que hurgan en la oscuridad.

 

Él no quiso afirmarlo, no, pero igual encendí

otra lámpara, mientras el estrellado Leo

remontaba el río, la llama chispeó como un deseo,

y la luz de la lumbre se deshizo, lento, muy lento.

¡Entonces en la puerta, de la cautelosa agitación vino,

Y la Verdad demencial me devoró como una llama!

Reflexión

El poeta enuncia la espera de la visita de alguien que murió y dijo que vendría a él.

“En un cementerio en desuso” (Robert Frost)

Los vivos llegan pisando el pasto

para leer las lápidas en la colina;

el cementerio dibuja la vida todavía,

pero nunca más a los muertos.

 

Los versos en ellas repiten:

“Los vivos que llegan hoy

a leer las piedras y marcharse,

mañana muertos vendrán a quedarse”.

 

Tan segura de la muerte está la rima del mármol,

sin embargo, no puede dejar de recordar

que ningún muerto, al parecer, volverá.

¿Qué hace que los hombres se encojan?

 

Más fácil sería ser astuto

y decirles a las piedras: los hombres odian morir

y han dejado de morir ahora para siempre.

Creo que creerían la mentira.

Reflexión

El poema trata de las visitas a los cementerios, el reflejo de la realidad al morir.

“En el bosque negro” (Amy Levy)

Me acosté debajo de los pinos,

miré hacia arriba, hacia el verde

oscuro en la copa de los árboles,

brillo sombrío que marca el paso del azul.

 

Cerré los ojos, y una increíble

sensación fluyó sin criterio:

Aquí yazgo, muerta y enterrada,

y este es un cementerio.

 

Estoy en un reposo eterno,

han terminado todos los conflictos.

Caí recta y sentí los lamentos

por mi pequeña vida pasada.

 

Derecho injusto y labor perdida,

sabio conocimiento despreciado;

la pereza y el pecado y el fracaso,

¿me sentí apenada por esto?

 

Triste me han puesto a menudo;

ahora ya no pueden entristecerme,

mi corazón estaba lleno de pesar

por la alegría que nunca tuvo.

Reflexión

Representa la sensación de reposo por haber muerto y no seguir padeciendo preocupación alguna.

“Así es la muerte” (Charles Hamilton Sorley)

Así, así es la Muerte: ningún triunfo: ninguna derrota:

sólo un cubo vacío, una limpia pizarra rota,

una distancia misericordiosa de lo que ha sido.

 

Y esto sabemos: La muerte no es la Vida,

estrellado, el cubo se vacía. Y nosotros, que hemos alcanzado

cosas maravillosas, sabemos que el final no ha llegado.

 

Vencedor y vencido son uno en la muerte:

Amigo y enemigo, cobarde y valiente.

 

Los fantasmas no dicen, “¿Qué recuerdas de tu atardecer?”

Pero un desacorde se oculta en cada ayer,

Tan famélico, tan prolijamente incompleto.

 

Y su Promesa brillante, marchita y apresurada,

Se roza, se mueve, se eleva, crece dulcificada.

Esas flores son como tú cuando estés muerto.

Reflexión

El autor manifiesta su visión sobre la muerte.

“A la muerte” (Amy Levy)

Si dentro de mi corazón hay hastío,

si la llama de la poesía

y el fuego del amor se hace frío,

lacera mi carne sin cortesía.

 

Rápido, sin pausa ni demora;

No dejes que el campo de mi vida se nutra

Con la ceniza de los sentimientos muertos,

Deja que tu canto fluya con ternura.

Reflexión

La poeta Amy Levy hizo este poema dedicado a la muerte, diciéndole que si ya no podría hacer lo que le llenaba, que viniera a ella sin esperar que su vida fuera menos.

“El canto del sepulturero” (Robert S. Carr)

Yo soy el que los atrapa a todos,

¡ho! ¡Balanceo mi pala!

Los magros, los bajos, los altos, los gordos,

¡ho! ¡Balanceo mi pala!

Ricos y pobres, profundo los coloco,

donde los gusanos se arrastran y retuercen

en la tierra fría y fangosa.

¡ho! ¡Balanceo mi pala!

 

Sobre ataúdes brillantes y nuevos,

¡ho! ¡Balanceo mi pala!

Sobre los privilegiados de los mausoleos;

¡ho! ¡Balanceo mi pala!

Oye cómo caen los terrones mojados,

el predicador, el payaso, el ladrón,

el vestido elegante, los harapos,

¡ho! ¡Balanceo mi pala!

 

Lejos de las preocupaciones banales,

¡ho! ¡Balanceo mi pala!

Mordisquea la larva tus dedos expuestos,

Nacido para morir —¡qué broma cruenta!—

En el mejor de los casos, después de los cuarenta,

después te pudrirás con el resto,

¡ho! ¡Mientras balanceo mi pala!

Reflexión

El poema gira en torno a la satírica vida de un sepulturero muy particular.

“Me da miedo tener cuerpo” (Emily Dickinson)

Me da miedo tener cuerpo–
me da miedo tener alma–
posesión –profunda y frágil–
y propiedad –obligada–

Doble herencia –conferida
a heredero por sorpresa–
Duque en inmortal instante
y con Dios, como frontera.

Reflexión

Tenemos un alama, un cuerpo, pero no son como otras posesiones que se pueden comprar y vender.

“El palacio encantado” (Edgar Allan Poe)

En el más verde de nuestros valles,
habitado por ángeles buenos,
en otro tiempo un bello y señorial palacio,
un palacio radiante, alzaba su cabeza.
¡En los dominios del monarca Pensamiento,
allí se levantaba!
Jamás un serafín tendió sus alas
sobre una fábrica ni la mitad de bella!

Banderas gualdas, gloriosas, doradas,
en su techo flotaban y ondeaban
(esto, todo esto, sucedió en los tiempos
de antaño, hace ya mucho),
y cuanta brisa gentil jugueteaba,
en aquella amable época,
por las empenachadas y pálidas murallas,
un alado aroma se llevaba.

Quienes andaban por aquel feliz valle
veían por dos ventanas luminosas
espíritus que se movían musicalmente,
obedeciendo a un laúd bien afinado,
alrededor de un trono en que, sentado,
Porfirinogeno,
en pompa que concordaba con su gloria,
aparecía como gobernante de aquel reino.

Y toda refulgente con perlas y rubíes
veíase la bella puerta del palacio,
por la que penetraba fluyendo, fluyendo, fluyendo
y centelleando eternamente,
un tropel de ecos, cuyo dulce deber
no era sino cantar
con voces de belleza excepcional
el ingenio y la sabiduría de su rey.

Mas seres de maldad, con ropas de aflicción,
asaltaron la elevada grandeza del monarca
(¡ah, lamentémonos, pues nunca la mañana
amanecerá desolada sobre él!)
y en torno a su casa la gloria
que se sonroja y florecía
no es más que una historia vagamente recordada
de los antiguos tiempos sepultados.

Y ahora los viajeros en aquel valle ven
por las ventanas de rojo iluminadas
vastas formas que se mueven fantásticamente
al ritmo de una discordante melodía,
mientras, cual rápido río fantasmal,
a través de la pálida puerta
un odioso tropel sin cesar se abalanza
y ríe… pero ya no sonríe.

Reflexión

Cuenta una historia trágica, de decadencia física y mental.

“Casas encantadas” (Henry Wadsworth Longfellow)

Todas las casas en donde los hombres han vivido y muerto
Son casas embrujadas. A través de las puertas abiertas
Los fantasmas inofensivos en su misión se deslizan,
Con los pies que no hacen ruido en los pisos.

Nos encontramos con ellos en la entrada, en la escalera,
A lo largo de los pasillos ellos van y vienen,
Con impresiones impalpables en el aire,
Una sensación de que algo se movía de aquí para allá.

Hay más invitados a la mesa que anfitriones
Invitados: el vestíbulo iluminado
Se llena de tranquilidad, fantasmas inofensivos,
Tan silenciosos como los cuadros en la pared.

El desconocido en mi hogar no puede ver
Las formas que veo ni oye los sonidos que escucho;
Él sin embargo percibe lo que es, mientras que a mí
Todo aquello ha sido visible y claro.

No tenemos títulos de propiedad de casa o tierras;
Los propietarios y ocupantes de fechas anteriores
Desde tumbas olvidadas estiran sus manos polvorientas,
Y mantienen en manos muertas todavía sus antiguas propiedades.

El mundo del espíritu en torno a este mundo de los sentidos
Siempre queda como una atmósfera, y en todas partes
Ráfagas a través de estas nieblas terrestres y vapores densos
Un soplo vital de aire más etéreo.

Nuestras pequeñas vidas se mantienen en equilibrio
Por atracciones y deseos opuestos;
La lucha del instinto que disfruta,
Y el más noble instinto a que aspira.

Estas perturbaciones, este jarro perpetuo
De deseos terrenales y aspiraciones elevadas,
Van desde la influencia de una estrella invisible
A un planeta sin descubrir en nuestro cielo.

Y como la luna de alguna puerta oscura de nubes
Deja sobre el mar un puente flotante de luz,
A través de cuyos tablones oscilantes nuestra profusión de fantasías
En el reino del misterio y la noche, –

Así que desde el mundo de los espíritus de allí descendieron
Un puente de luz, que se conecta con esto,
En cuyo suelo inestable, que se balancea y se dobla,
Deambule por nuestros pensamientos sobre el oscuro abismo.

Reflexión

Todas las casas están encantadas, los dioses vienen de un mundo distinto, el mundo de los espíritus.

“Las hadas” (William Allingham)

Arriba en la aireada montaña,
Abajo en la sombría cañada,
Nos desafiamos a la caza
Por temor a la pequeña gente,
Diminuta gente, buena gente,
Marchando unidos, diligentes,
¡Chaquetas verdes, gorros rojos
Y blancas plumas relucientes!

Abajo en la orilla rocosa
Algunos hacen su hogar,
Viven en crujientes chozas,
Junto al arroyo o el mar;
Otros en las tenebrosas cañas
Del lago negro en la montaña,
Con sapos como guardianes,
Perros de una vigilia interminable.

Arriba en la sierra
El viejo rey se sienta;
Es tan viejo y maliciento
Que casi a perdido el ingenio.
Con un puente de niebla rosa
Sobre el Columbkill siempre cruza,
En su majestuosa jornada
Por Slieveleague y Rosses;
O persiguiendo la música
De las frías noches estrelladas,
Buscando incesante a su Reina
Bajo la alegre aurora boreal.

La pequeña Bridget allí se ha perdido
Por siete largos años,
Cuando ella volvió del rebaño
Todos sus amigos se habían ido.
Ellos tomaron su ligera espalda
Entre el crepúsculo y la mañana,
Pensaron que dormía con rubor,
Pero yacía muerta de dolor.
Ellos la tienen desde entonces
En las profundidades del lago,
Sobre un lecho de olas veloces,
Velando hasta que descanse.

Junto a la ladera del monte altivo,
A través del musgo desnudo,
Han plantado árboles y espinos,
Y allí danzan esos pies duros.
Si algún hombre atrevido
Se acerca con orgullo y sigilo,
Habrá de caer entre los espinos,
Y encontrará un oscuro destino.

Arriba en la aireada montaña,
Abajo en la sombría cañada,
Nos desafiamos a la caza
Por temor a la pequeña gente,
Diminuta gente, buena gente,
Marchando unidos, diligentes,
¡Chaquetas verdes, gorros rojos
Y blancas plumas relucientes!

Reflexión

Hace siglos se creía más en las criaturas como las hadas y los elfos, inducían curiosidad, respeto e inquietud.

“La aparición” (John Donne)

Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,
y libre te creas ya de todos mis asedios,
vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho
y a ti, vestal farsante, en ajenos brazos te hallará.
Dudará entonces tu enfermiza llama,
y aquel, tu entonces Dueño, fatigado ya,
si te mueves, o intentas alzarlo con pellizcos,
pensará que clamas por más,
y en simulado sopor te rehuirá,
y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,
te bañarás en gélido sudor de azogue,
espectro más real que el mío propio.
Lo que diré no he de decirlo ahora,
no vaya eso a protegerte.
Desvanecido ya mi amor,
antes quisiera verte con dolor arrepentida
que, por mis amenazas, inocente.

“La ciudad de la noche pavorosa” (James Thomson)

¡Hermanos de Melancolía, oscuros, oscuros, oscuros!
¡Guerreros de la marea negra sin conjuros!
¡Oh, espectrales vagabundos de la noche impía!
Mi alma ha sangrado por ustedes en estos años sin sol,
Con la sangre amarga en lágrimas de dolor,
¡Oh, oscuridad, oscuridad, oscuridad,
Lejos de toda alegría y esplendor!

Mi corazón se enferma de angustia por ti;
Tu infortunio es mi pena,
Y allí yazgo, cobarde, en tu muerte eterna.
He buscado en las alturas y en los abismos
El alcance de todo nuestro universo,
Con desesperada esperanza,
Para encontrar consuelo a tu inquietud salvaje.

Y ahora os traigo la última palabra auténtica,
Atestiguada por cada ser vivo y muerto;
Buenas nuevas de gran alegría para ti, para todos:
No hay ningún Dios, ningún demonio en el cielo
Conjura nuestras torturas al descansar,
Nada se sacia en la hiel de nuestro desconsuelo.

Es a la oscura ilusión de un sueño,
Aquel ser consciente y supremo;
A quien debemos maldecir
Por maldecirnos con la vida;
A quien debemos aborrecer
Por aborrecernos con la vida,
Que jamás concluye en la tumba serena,
Que no cesa con el veneno o el cuchillo.

Es esta pequeña vida todo lo que nos queda,
La sagrada paz de la tumba siempre nos espera,
Nos dormimos y jamás despertaremos,
Nada nos pertenece, sólo la carne que se corrompe,
Aunque sus elementos se disuelvan y permanecen
En la tierra, el aire, las aguas, y otros hombres.

“El niño robado” (W. B. Yeats)

Donde se zambullen las montañas rocosas
Del bosque de Sleuth en el lago,
Hay una boscosa isla
Donde las garzas al aletear despiertan
A las soñolientas ratas de agua:
Allí hemos ocultado nuestras tinajas encantadas,
Llenas de bayas
Y de las cerezas robadas más rojas.
¡Márchate, oh niño humano!
A las aguas y a lo silvestre
con un hada, de la mano,
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

Donde las olas del claro de luna alumbran
Las oscuras arenas grises con su brillo,
Lejos, en el lejano Rosses
Nosotros caminamos por ellas toda la noche,
Tejiendo viejas danzas,
Juntando las manos y juntando las miradas
Hasta que la luna emprende el vuelo;
Saltamos de un lado a otro
Y cazamos las burbujas de la espuma,
Mientras el mundo está lleno de problemas
Y duerme con ansiedad.
¡Márchate, oh niño humano!
A las aguas y a lo silvestre
con un hada, de la mano,
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

Donde el agua errante cae
Desde los cerros a Glen-Car,
En lagunas entre los rápidos
Que casi podrían bañar una estrella,
Buscamos las truchas que dormitan
Y susurrando en sus oídos
Les damos sueños inquietos;
Inclinándonos con suavidad desde
Los helechos que lloran
Sobre los jóvenes arroyos.
¡Márchate, oh niño humano!
A las aguas y lo silvestre
con un hada, de la mano,
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

Con nosotros se marcha
El de mirada solemne:
Ya no oirá el mugido
De los terneros en la cálida colina
O a la tetera en la cocina
Cantar paz para su pecho,
Ni verá el cuello pardo de los ratones
Alrededor del cajón de la harina de avena.
Pues se viene, el niño humano,
A las aguas y a lo silvestre
Con un hada, de la mano,
Desde un mundo con más llanto del que puede entender.

“Esta mano viviente” (John Keats)

Esta mano viviente, ahora tibia y capaz
De agarrar firmemente, si estuviera fría
Y en el silencio helado de la tumba,
De tal modo hechizaría tus días y congelaría tus sueños
Que desearías tu propio corazón secar de sangre
Para que en mis venas roja vida corriera otra vez,
Y tú aquietar tu consciencia —la ves, aquí esta—
La sostengo frente a ti.

“La bruja” (Mary Elizabeth Coleridge)

He caminado mucho sobre la nieve,
No soy alta ni mi corazón fuerte.
Mis ropas están mojadas,
Y mis dientes se estremecen,
El camino ha sido largo
Por el penoso sendero crujiente.
He vagado sobre la exuberante Tierra,
Pero nunca he venido aquí antes.
¡Oh, levantádme sobre el Umbral
Y dejádme ante la Puerta!

El filo del viento es un enemigo cruel,
No me atrevo a pararme en la tempestad.
Mis manos son de piedra,
Y mi voz se lamenta.
Lo peor de la muerte ha pasado,
Pero aún soy una pequeña dama.
Mis delicados pies se han llagado,
Y en blancas heridas sangrado.
¡Oh, levantádme sobre el Umbral
Y dejádme ante la Puerta!

Su voz era la voz que la mujeres tienen
Rogando por un deseo del corazón.
Ella vino.
Ella llegó,
Y la llama temblando,
Hundiéndose en el fuego
Finalmente murió.
Nunca más en mi alma se encendió,
Desde que me agité en el suelo,
Levantándola sobre el Umbral,
Y dejándola ante la Puerta.

“Un bosque silencioso” (Elizabeth Siddal)

Oh, silencioso bosque, te atravieso
Con el corazón tan lleno de miseria
Por todas las voces que caen de los árboles,
Y las hierbas que rasgan mis piernas.

Deja que me siente en tu sombra más oscura,
Mientras los grises búhos vuelan sobre tí;
Allí he de rogar tu bendición:
No convertirme en una ilusión,
No desvanecerme en un lento letargo.

Escrutando a través de las penumbras,
Como alguien vacío de vida y esperanzas,
Congelada como una escultura de piedra,
Me siento en tu sombra, pero no sola.

¿Podrá Dios traer de vuelta aquel día,
En el que como dos figuras sombrías
Nos agitamos bajo las hojas tibias
En este silencioso bosque?

“El aullador” (H.P. Lovecraft)

Me dijeron que evitara el sendero de Briggs’ Hill,
que antiguamente había sido el camino de Zoar,
porque Goody Watkins, ahorcada en mil setecientos cuatro,
había dejado un vástago monstruoso detrás.

Pero cuando desobedecí, y observé ante mí
la cabaña cubierta de hiedra, junto a una gran ladera rocosa,
no pude pensar en olmos o cuerdas de cáñamo,
sólo me pregunté por qué la casa parecía nueva.

Al detenerme un momento para contemplar el ocaso,
oí débiles aullidos, como en una habitación en el piso alto,
mientras la hiedra entre los cristales dejó pasar con desgano
un rayo de sol, que tomó por sorpresa al Aullador.
Llegué a verlo, y de aquel lugar huí, presa del pavor,
de aquella cosa con cuatro patas y rostro humano.

“A una muerta” (Francis Ledwidge)

Un mirlo cantando,
Sobre un campo de musgo tapizado,
Capullos que ensombrecen,
Penumbras que salvajes florecen,
Una canción en el bosque,
Un barco en el mar,
La canción era tuya,
El barco era sólo mío.

Un mirlo cantando,
Lo oigo en mi atribulada mente,
Capullos en el viento,
Los veo en un distante aliento,
Pero el dolor y el silencio
Son del bosque su lamento,
El silencio es tuyo,
El dolor es sólo mío.

“Remordimiento póstumo” (Charles Baudelaire)

Cuando en el fondo duermas, mi Bella Tenebrosa,
de una tumba de mármol negro construida;
y tan sólo tengas por lecho o guarida
una bóveda lluviosa y una profunda fosa.

Cuando oprima la losa tu carne trémula
y tus flancos doblados con encanto tendida,
el latir y el desear a tu pecho le impidan,
y a tus pies huir su carrera azarosa.

La Tumba, confidente de mi sueño infinito,
(porque la Tumba siempre comprenderá al Poeta)
en esas largas noches en las que el sueño está prohibido,

Te dirá: “¿De qué os sirve, indiscreta cortesana,
no haber conocido lo que los Muertos lloran?”.
Y el gusano roerá tu carne,
como un Remordimiento.

“Incluso en la tumba” (Walter de la Mare)

Deposité mi inventario en la mano de la Muerte,
en su arboleda oscura y frondosa;
mientras dulce y desolado, sin distraerse,
oí al Amor cantar en esa tierra silenciosa.

Él leyó el registro hasta el final:
las descuidadas y duraderas heridas del destino,
la carga del enemigo, la carga del amor y el odio;
las heridas del enemigo, las amargas heridas de un amigo.

Todo, todo lo leyó, incluso la indiferencia,
la frívola conversación, el vano silencio, la esperanza y el sueño.
Él me preguntó: ¿Qué buscas, entonces, en su lugar?
Incliné mi rostro en el pálido brillo de la tarde.
Luego me miró con extraña inocencia, y dijo:
Incluso en la tumba te tendrás a ti mismo.

“En la noche” (Amy Levy)

¿Cruel? Creo que nunca hubo una trampa
más infame y agotadora que esta.
No es un sueño, así lo decía mi corazón,
con la sobria certeza del despertar.

¿Sueños? Yo conozco sus rostros,
en apariencia agradables; vaporosos,
adornados de alas multicolores;
He tenido sueños antes y esto no es soñar.
Llega la luz del día y la alegría cubre mi pesar.

¿Qué la hiere, amor mío; qué dolor la arrebata?
Pues ella en soledad empalidece;
y sus facciones lentamente se desvanecen.
No puedo unirme a ella,
Me estiro hacia allí sin sentido,
mientras mis brazos rodean el silencio y el vacío.

“Cuando entre la sombra oscura” (Gustavo Adolfo Becquer)

Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,

Dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar?

Cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,

Dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?

Y en el luminoso día
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,

Dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?

“Antarktos” (H.P. Lovecraft)

En lo profundo de mi sueño el gran pájaro susurraba extrañamente,
hablándome del cono negro de los desiertos polares,
que se alza lúgubre y solitario sobre el casquete glaciar,
azotado, desfigurado, por eones de frenéticas tormentas.
Allí no palpita ninguna forma de vida terrestre;
sólo pálidas auroras, soles mortecinos,
que brillan sobre ese peñón horadado, cuyo origen primitivo
intentan adivinar, a oscuras, los Antiguos.

Si los hombres lo vieran, se preguntarían entonces:
qué raro capricho de la Naturaleza contemplo;
pero el pájaro me ha hablado de lugares más vastos
que meditan, escondidos, bajo la espesa mortaja de hielo.
¡Dios ayude al soñador cuyas locas visiones le muestren
esos ojos muertos engastados en abismos de cristal!

“Casa fantasma” (Robert Frost)

Habito en una solitaria casa, y sé
que hace muchos veranos desapareció,
salvo las paredes del sótano,
los muros donde se cae la luz del día,
y donde las fresas salvajes se arrastran.

Sobre las vallas arruinadas las vides la ocultan
del bosque, volviendo al campo fértil;
pues el árbol del huerto ha cultivado un bosque
donde aletea el carpintero y corta su madera;
sanando para bien el sendero que baja.

Habito con un extraño dolor en el corazón,
en aquella casa desaparecida sin un rumor,
sobre aquel camino perdido y olvidado,
que ni siquiera es refugio de lagartos.
Llega la noche, los murciélagos caen con sus dardos;

el ave nocturna llega para silenciar
los sonidos y la agitación del cielo:
lo oigo comenzar lejos, muy lejos,
balbuceando muchas veces su decir,
antes de que él arribe, sin otra cosa que callar.

Es bajo la pequeña, débil, estrella estival,
pero nada sé sobre la muda multitud
que comparte las penumbras junto a mí,
aquellas sombras bajo el árbol oscuro
sin duda llevan nombres ocultos en el musgo.

Son gente incansable, pero lentos y tristes,
aunque dos, los más cercanos, son hombre y mujer,
ninguno entre ellos se atreve a cantar,
y a pesar de estar rodeados de soledad,
como dulces compañeros, continúan en este lugar.

Poemas de terror originales

“Hacia atrás camina el Diablo” (Juan Ortiz)

Su madre se lo dijo,

una vez, otra vez más:

“No camines hacia atrás,

porque así camina el Diablo”.

 

Riéndose de aquello,

el niño no hizo caso

y se fue solo y descalzo

calle abajo haciendo eso.

 

Una sombra apareció

en un callejón oscuro,

se le acercó y le dijo: “Te vi”,

“No fui yo, en verdad, ¡lo juro!”.

 

Pese a que el niño negó su actuar,

hoy no puede esconder

los cuernos que el Diablo suele poner

a los que caminan hacia atrás.

Reflexión

El poeta trata un mito muy conocido del oriente venezolano, el cual dice que el Diablo se les aparece a los niños que caminan hacia atrás. Es un relato muy usado para corregir y asustar a los infantes.

“Muerto sin muerte” (Juan Ortiz)

Me dijeron que morir era entrar al descanso,

que se hallaba el remanso ante tanto sufrir.

 

Hoy aquí, bajo suelo,

siento el cuerpo pudrirse,

los gusanos nutrirse de mi carne mortal,

no puedo ver ni escuchar,

pero pienso perfecto,

pido cada segundo porque acabe mi cuerpo,

a ver si con eso la paz puedo hallar.

Reflexión

El poeta habla sobre un tema un poco escabroso: la posibilidad de sentir todo aun después de la muerte.

“De noche, al despertarme” (Juan Ortiz)

De noche,

al despertarme e ir por agua,

suelo sentir que la cocina queda más lejos.

Juro que doy más pasos de lo habitual,

muchos…

y no entiendo,

pero no enciendo la luz

por temor a ver lo que no debo.

 

De noche,

al despertar e ir al baño,

suelo sentir que el escusado queda más lejos.

Y sí,

por Dios que camino más de lo normal,

cuadras enteras, diría…

pero no enciendo la luz para entender el porqué,

porque no ver lo que no debo.

 

De noche,

al despertar e ir a la escuela,

extrañamente esta sí queda cerca,

aunque al entrar siempre está vacía.

Yo me siento en mi lugar,

hago como que escribo,

pero no enciendo la luz para no ver lo que no debo,

sino que espero

hasta que un extraño sueño me abraza

y el ciclo comienza de nuevo.

 

Sonará extraño,

pero a veces siento que Pedro va por agua a la cocina,

o se acerca al baño,

y si bien sé que no vuelve,

que está lejos,

en el cementerio al lado de la escuela,

algo dentro de mí lo percibe andando la casa de noche,

cuando duermo.

Reflexión

El poema versa sobre las supuestas vivencias de un fallecido que no sabe que lo está. Podría hablarse de un alma que no entiende que ha muerto.

“El arlequín de la sala” (Juan Ortiz)

Juega,

niño,

juega,

nocturno en esa sala de octubre,

da tus pasos taciturnos

antes que el alba despunte.

 

Juega con tu cuerpo perlado,

con tu atuendo de circo de pueblo,

payaso sonriente acerado

salido de algún infierno.

 

Te vi en la sala de mi madre,

una madrugada fría,

bailando con tus chanclas blancas

frente al retrato de mi tía.

 

Desde entonces no has salido

de mi psique ni un instante,

ni aquí en el manicomio,

en esta celda distante.

 

Y no puedo dejar de decir

los versos que a ti te hice,

los repito en ciclos sin fin

en cada rincón que yo pise:

 

“Juega,

niño,

juega,

nocturno en esa sala de octubre,

da tus pasos taciturnos

antes que el alba despunte.

 

Juega con tu cuerpo perlado,

con tu atuendo de circo de pueblo,

payaso sonriente acerado

salido de algún infierno”.

Reflexión

El poema trata sobre una visión de un muñeco capaz de danzar y cómo su presencia afectó psicológicamente a un hombre.

“La sombra que visita” (Juan Ortiz)

La sombra visita,

traslúcida,

la habitación de madrugada.

Va,

volando oscuridades,

a cada sitio al que le dejan los incautos en la noche.

 

Pesa, juro que pesa su mano presionando el pecho al despertar;

huele,

juro que huele a azufre su presencia.

 

La sombra a veces se sienta allí,

detrás del que lee estos versos,

y se ríe del incrédulo,

del que se mofa,

y va y lo busca a tientas,

en su recámara,

y de repente unos ojos se abren por el peso de unas manos,

y la respiración de agita por el azufre en el aire.

 

No debí escribir esto,

la sombra sonríe,

detrás de ti,

y lo sabes.

Reflexión

El poema hace una terrorífica alegoría sobre la sombra a la que se le adjudica la parálisis del sueño.

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