Definición de interlocutor
Se llama interlocutor a cada uno de los individuos que participan de un diálogo. Quienes dialogan entre sí, por lo tanto, son interlocutores.
Por ejemplo: “El hombre, enfurecido, comenzó a insultar a su interlocutor”, “El gobierno busca nuevos interlocutores en los sindicatos para tratar de paliar la crisis”, “En la grabación que se dio a conocer en los medios de comunicación, el empresario conversa por teléfono con un interlocutor no identificado”.
Quienes participan de una conversación son interlocutores.
Ejemplos de interlocutor
Supongamos que, al finalizar un partido, un cronista entrevista a un futbolista en el campo de juego. En este caso, el deportista es interlocutor del periodista y viceversa: ambos mantienen una charla, intercambiando conceptos.
En algunos eventos, como conferencias y debates, un sujeto puede ser el interlocutor de muchas personas que no dialogan entre ellas. Tomemos el caso de un historiador que ofrece una disertación y luego se somete a las preguntas del público. El historiador así conversa con diversos asistentes, que se vuelven sus interlocutores, mientras el resto de los presentes actúan como oyentes.
El concepto de interlocutor también se emplea de manera abstracta o impersonal. Puede decirse, en este marco, que la Iglesia tiene como interlocutores a diversas organizaciones sociales para estar cerca de quienes viven en los barrios más carenciados. Este tipo de expresiones no identifica a los interlocutores específicos (es decir, a quienes hablan en representación de la Iglesia y de las organizaciones sociales) y ni siquiera alude a un diálogo en particular, sino que se vincula a un proceso de comunicación más amplio que trasciende los contactos particulares.
En un diálogo, los interlocutores intercambian conceptos.
Comunicación efectiva
Conocer a nuestro interlocutor antes de dar comienzo a una conversación es uno de los puntos fundamentales para conseguir una comunicación efectiva. Sin embargo, la mayoría de la gente no es consciente de esta necesidad, sino que se deja llevar por las suyas propias, dando lugar de esta manera a más de un malentendido. El receptor de nuestro mensaje es tan importante como el mensaje en sí mismo, sino más; de hecho, el canal por el que lo presentemos y la forma que le demos también son de vital importancia para que el proceso sea exitoso.
En primer lugar debemos preguntarnos qué resultados deseamos obtener de una comunicación dada para poder plantearnos la mejor manera de llevarla a cabo. Por lo general, debería bastar con que el mensaje llegase al receptor y que éste lo interpretase de forma correcta. En algunos casos, sin embargo, también deseamos imprimir otros factores, como ser la sorpresa.
Seguidamente, debemos conocer a nuestro interlocutor en detalle, para saber si tanto el mensaje como las intenciones agregadas son compatibles con su forma de ser. Por ejemplo, contarle a una persona muy impresionable el proceso de una cirugía no es adecuado, así como tampoco darle una sorpresa a quien solamente aprecia los mensajes directos y busca tener siempre el control sobre la situación.
Si el interlocutor reúne las características necesarias para ser capaz de recibir nuestro mensaje, entonces llega el momento de buscar las herramientas más adecuadas para expresarlo. Este punto es muy amplio, ya que por un lado debemos pensar en el nivel de instrucción lingüística del otro, pero también es importante ajustarse a sus preferencias si de ellas depende el éxito de la comunicación. Usar términos poco comunes en el habla cotidiana para dirigirnos a alguien que no domina la lengua puede resultar ofensivo y, de todos modos, es probable que nos conduzca a un fracaso rotundo ante la falta de entendimiento; un lenguaje vulgar para hablar con una persona que valora el decoro por sobre todas las cosas es otra mala decisión. En definitiva, debemos pensar en el interlocutor antes que en nosotros mismos si deseamos hacernos entender.