Definición de fosfolípidos
Un lípido es un compuesto orgánico que se genera a partir de un proceso de esterificación de alcoholes con ácidos grasos. Esterificar es la acción que se concreta cuando un alcohol (o un fenol) y un ácido se unen y forman un éster.
Existen diferentes clases de lípidos. Los fosfolípidos son aquellos que tienen ácido fosfórico en su composición. Estos lípidos se encuentran en las membranas activas de las células y son muy relevantes para el organismo.
De acuerdo a la estructura que está unida al ácido fosfórico, es posible diferenciar entre el fosfatidilinositol, la fosfatidilserina, la fosfatidilcolina, la fosfatidiletanolamina y otros tipos de fosfolípidos. Una de las particularidades de los fosfolípidos es que son anfipáticos: sus moléculas tienen una parte soluble en agua (es decir, hidrofílica) y otra que no lo es (hidrófoba).
Es importante tener en cuenta que los alimentos ricos en fosfolípidos, como la leche, la manteca (mantequilla), las almendras, el maní, el germen de trigo, el hígado, las nueces, la soja y la yema del huevo, aportan diversos beneficios al organismo. A nivel general, puede decirse que contribuyen a regular el colesterol, ayudan al buen funcionamiento pulmonar y permiten la activación de enzimas.
Los fosfolípidos suelen ser llamados lecitinas. Sin embargo, la lecitina es un fosfolípido específico: la ya mencionada fosfatidilcolina. La lecitina es clave para transformar la grasa en energía, ya que permite conservarla en pequeñas partículas que son quemadas rápidamente por el organismo. Estos fosfolípidos, por otra parte, actúan como diuréticos naturales (evitan la retención de líquidos) y tienen propiedades antioxidantes.
En un gran número de alimentos podemos encontrar fosfolípidos, más precisamente en su membrana celular. La cantidad en la que solemos ingerirlos se halla entre los 2 y los 8 gramos por día, valor que representa aproximadamente el 1,1 por ciento del consumo total de lípidos dentro de la alimentación normal del ser humano.
Retomando el concepto de lecitina, podemos decir que se usa con mucha frecuencia a modo de aditivo, ya sea como emulsionante, dispersante o estabilizante y esto puede aplicarse por medio de inyecciones intravenosas o intramusculares, por ejemplo. En el caso específico de la margarina, este fosfolípido actúa como emulsificante, dándole al producto su textura y consistencia tan características; si nos centramos en el chocolate, por otra parte, sirve para colaborar en la dispensabilidad de los polvos de alimentos.
Por medio de la acción de las fosfolipasas A1 y A2, dos enzimas del páncreas, los fosfolípidos se digieren en el intestino en un promedio del 90%. Dichas enzimas actúan hidrolizando los ácidos grasos de la molécula de glicerol de forma selectiva, y de este modo genera las de lisofosfolípidos. Cabe señalar que estas fosfolipasas actúan de manera excluyente: si una realiza la hidrolización, entonces la otra no ejercerá acción alguna sobre el producto resultante.
Un concepto usado en este contexto es el de biodisponibilidad: se trata de la velocidad a la que se absorbe un nutriente de un alimento, y a la proporción en la que esto ocurre en nuestro organismo para luego ser usado en sus funciones normales. Varios estudios llevados a cabo en niños señalan que en una dieta normal los fosfolípidos se absorben mejor que los triglicéridos (un tipo de grasa que se encuentra en la sangre).
Mientras que los triglicéridos no pueden disolverse en agua sino que requieren de procesos enzimáticos trabajosos y de la intervención de las sales biliares para que se formen micelas que puedan ser absorbidas por el intestino delgado, los fosfolípidos no presentan mayores complicaciones para su digestión y distribución en el organismo del ser humano. Otro de los beneficios de los fosfolípidos puede apreciarse en el tratamiento de procesos inflamatorios, donde ofrecen una importante reducción de los síntomas.