Definición de faraón
El término faraón realizó un recorrido etimológico que comenzó en la lengua egipcia y, luego de pasar por el hebreo y el griego, llegó al latín tardío antes de arribar a nuestro idioma. El significado original aludía a la “casa grande”, concepto que permitía designar a la residencia real y, por extensión, al monarca.
Se conoce como faraones a los reyes del Antiguo Egipto en la época previa a la conquista de esta nación por parte de los persas. A los faraones se los vinculaba con el dios Horus y, a lo largo de la historia, también pasaron a ser considerados como descendientes del dios Ra.
Aunque a los faraones se los situaba en un plano superior al resto de las personas, recién tras su muerte se los dotaba de divinidad y se los empezaba a venerar en los templos como nuevos dioses.
Cerca del año 300 antes de Cristo, en tiempos de la dinastía ptolemaica, se le encargó al sacerdote Manetón redactar la historia egipcia. Este religioso fue quien recopiló los nombres de los faraones y los ordenó en dinastías. Para Manetón, el primer faraón egipcio y fundador de la dinastía I fue Narmer, también conocido como Menes. El último faraón, en tanto, fue una mujer: Cleopatra VII, quien reinó hasta el año 30 a.C. En el medio, gobernaron faraones célebres como Keops, Kefrén, Tutankamón y Ramsés II.
Los faraones ostentaban varios símbolos de poder. La corona, el cetro, el trono y la barba postiza son algunos de ellos. Cada faraón vivía junto a la Gran Esposa Real, cuya posición era similar a la de una reina.
La reina-faraón
Como se menciona en un párrafo anterior, no todos los faraones fueron hombres. De hecho, los estudiosos han determinado varios reinados a cargo de mujeres, además del caso de Cleopatra VII. Dadas las características de nuestra lengua y las decisiones que suelen tomar quienes la moldean, no se habla de «faraona» sino de «reina-faraón» para designar a estas destacadas figuras que llegaron al poder en el Antiguo Egipto.
En los tres milenios que duró el Antiguo Egipto, la tradición se inclinaba en favor de los hombres para ocupar el cargo de faraón, mientras que la mujer estaba destinada a cuidar de su marido y de su país, como una protectora. Si bien las reinas se encontraban bajo la sombra de sus esposos, gozaban de mucho poder y eran figuras indispensables en el sistema: ningún varón podía convertirse en faraón sin antes contraer matrimonio con una mujer perteneciente a la realeza.
La figura de la reina-faraón (cuyo plural es reinas-faraón) apareció para resolver situaciones tales como la falta de un sucesor varón ante la muerte del rey, o bien el hecho de que el descendiente no tuviera un origen claro que garantizara su legitimidad dentro del linaje real. Otra razón por la cual la viuda del faraón podía asumir el mandato era la dificultad para encontrar candidatas de sangre real para casarse con el heredero.
Claro que la propia ambición de la reina jugaba un papel fundamental en su ascensión al trono: el machismo que nos caracteriza como especie nunca ha logrado aplacar completamente a la mujer, y es gracias a aquellas que se negaron a vivir bajo la sombra de los hombres que todavía existe la esperanza de alcanzar una realidad igualitaria.
Algunas de las reinas-faraón de las cuales se tiene certeza fueron Neferusobek (la última figura de poder de la dinastía XII, quien gobernó desde el año 1777 hasta 1773 a. C.), Hatshepsut (de quien existe el mayor volumen de información, se mantuvo en el poder desde 1479 hasta 1457 a. C.) y Tausert (según los estudiosos clásicos, la última reina-faraón, quien reinó desde 1188 hasta 1186 a. C.).