100 Frases de Orgullo y Prejuicio y de sus Personajes Principales
Orgullo y prejuicio es una novela escrita por Jane Austen y publicada en 1813. La protagonista es Elizabeth Bennet, la segunda de las cinco hermanas Bennet. Todas las hermanas son románticas y quieren encontrar un hombre posicionado que les dé una buena vida. Sin embargo, Elizabeth es más inteligente, curiosa y crítica del amor por conveniencia.
El soltero Sr. Charles Bingley se traslada a la mansión vecina a pasar el verano junto a su hermana y el Señor Darcy. La hermana mayor, Jane, enamora a Charles, y Elizabeth inicia una relación con el Sr. Darcy, en la que existirá el prejuicio hacia otras clases por parte de ella y el orgullo de clase por parte de él.
La primera frase de la novela es una de las más recordadas de la historia de la novela: “Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”.
Las mejores frases de Orgullo y prejuicio
En estas frases de Orgullo y prejuicio podrás rememorar los mejores momentos de la novela, y las formas de ser y de pensar de los personajes principales.
-Ceder sin convicción no es un elogio para la comprensión del otro. –Sr. Darcy.
-Hubiera podido fácilmente perdonar su orgullo, si no hubiera sido porque se metió con el mío. –Elizabeth Bennet.
-Soy la criatura más feliz del mundo. Talvez otras personas lo han dicho antes, pero ninguna con tanta razón. Soy incluso más feliz que Jane, ella sonríe, yo me río. –Elizabeth Bennet.
-He sido egoísta toda mi vida, en la práctica, más no en la teoría. –Sr. Darcy.
-No pretendo poseer igual franqueza con usted que usted conmigo, señora. Usted puede hacerme preguntas que podría escoger no responder. –Elizabeth Bennet
-Es mejor saber tan poco como sea posible de los defectos de la persona con la que estás a punto de pasar tu vida. –Charlotte Lucas.
-La felicidad en un matrimonio es completamente cuestión de suerte. –Charlotte Lucas.
-Las locuras y tonterías, los caprichos y las inconsistencias me divierten, me pertenecen, y me río de ellas cada vez que puedo. –Elizabeth Bennet.
-No vayas a pensar que soy una mujer elegante tratando de molestarte, sino una criatura racional diciendo la verdad desde su corazón. –Elizabeth Bennet.
-No Lizzy, permíteme por una vez en mi vida lo mucho que he tenido la culpa. No tengo miedo de ser dominado por esta impresión. Pasará pronto. –Sr. Bennet
-Nada es más engañoso que aparentar humildad. A menudo es tan solo un descuido de la opinión, pero otras veces se trata de una jactancia indirecta. –Sr. Darcy.
-El poder de hacer cualquier cosa con rapidez siempre es valorado por el poseedor, y usualmente sin ninguna atención por la imperfección de la ejecución. –Elizabeth Bennet.
-He estado meditando en el gran placer que un par de espléndidos ojos en la cara de una mujer hermosa puede otorgarle. –Sr. Darcy.
-Es una verdad universalmente conocida que un hombre soltero, en posesión de una buena fortuna, estará buscando conseguir una esposa. –Sra. Bennet.
-Existe, creo yo, en cada disposición, una tendencia hacia un mal en particular, un defecto natural que ni siquiera la mejor educación puede ayudar a superarla. –Sr. Darcy.
-Son pocas las personas que en verdad amo, y aún menos de las que pienso bien. Entre más veo este mundo, más insatisfecha estoy con él. Cada día confirma mi creencia en la inconsistencia del humano y de la poca dependencia que se puede tener en la apariencia del mérito o el sentido. –Elizabeth Bennet.
-Según entendí, hubo fuertes objeciones contra a la dama. –Coronel Fitzwilliam.
-La imaginación de una dama es muy rápida; salta de la admiración del amor, y del amor al matrimonio en un instante. –Sr. Darcy.
-Solo piensa en el pasado en la medida que el recordarlo te traiga goce. –Elizabeth Bennet.
-Existe una gran diferencia entre nosotras. Los complementos siempre te toman por sorpresa, a mí, nunca. –Elizabeth Bennet.
-La franqueza fingida es lo suficientemente común, uno la encuentra en todos lados. Pero ser franco sin ser presuntuoso, tomar lo bueno de todos, hacerlos incluso mejor, y no decir nada de lo malo, te pertenece solo a ti. –Elizabeth Bennet.
-Estos son grandes infortunios. Pero la esposa del Sr. Darcy deberá de contar extraordinarias fuentes de alegrías, para que ella en general no tenga motivos para quejarse. –Elizabeth Bennet.
-Lo amo, de hecho, no tiene un orgullo inapropiado. Él es perfectamente amable. No sabes lo que realmente es, entonces reza para que no me duela hablar de él en tales términos. –Elizabeth Bennet.
-Todos sabemos que él es un tipo de hombre orgulloso y desagradable, pero esto sería nada si de verdad te gustara. -Sr. Bennet.
-Puede ser que la poesía sea el alimento de un amor sólido y saludable. Alimenta lo que ya es fuerte. Pero si se trata más bien de una ligera, más bien débil inclinación, estoy convencida de que un soneto puede extinguirla por completo. –Elizabeth Bennet.
-Solamente el más profundo de los amores me convencería de casarme. Es por eso que terminaré como una vieja solterona. –Elizabeth Bennet.
-Ríete tanto como quieras, pero no me harás cambiar de opinión. –Elizabeth Bennet.
-Haz de todo, pero no te cases sin afecto. –Jane Bennet.
-No hubieras podido haberme hecho la oferta de tu mano, de cierta manera en la que me hubieras tentado a aceptarla. –Elizabeth Bennet.
-Solo estoy decidido a actuar de esa manera, que en lo que respecta a mi opinión, constituirá mi libertad sin basarme en ti ni en ninguna persona tan completamente desconectada de mí. –Elizabeth Bennet.
-No me despediré de usted, señorita Bennet. Tampoco le enviaré mis saludos a s u madre. No se merece tales atenciones. Estoy verdaderamente descontenta. –Lady Catherine de Bourg.
-Sí, pero eso fue solamente cuando recién la conocí. Ya han sido varios meses que la he considerado como una de las mujeres más hermosas que conozco. –Sr. Darcy.
-Tu defecto es una predisposición a odiar a todos. –Elizabeth Bennet.
-Y el tuyo es el de obstinadamente malentenderlos. –Sr. Darcy.
-Me enseñaste una lección, dura al inicio por supuesto, pero de lo más ventajosa. Gracias a ti, aprendí a ser apropiadamente humilde. –Sr. Darcy.
-Es un gran placer para ti el ocasionalmente manifestar opiniones que de hecho no son tuyas. –Sr. Darcy.
-No existe nada tan malo como festejar con los amigos. Uno parece desamparado sin ellos. –Sra. Bennet.
-Lizzy, ¿estás bien? Pensé que odiabas al hombre. –Sr. Bennet.
-¿Esas son las palabras de un caballero? Desde el primer momento en que te conocí tu arrogancia y tu soberbia, y tu egoísta desdén por los sentimientos de otros, me ha hecho darme cuenta que serías el último hombre en el mundo con el que me casaría. –Elizabeth Bennet.
-Hasta este momento nunca me conocí. –Elizabeth Bennet.
-Si alguna vez hubiera aprendido, hubiera sido muy diestra. Al igual que Anne, si su salud le hubiera permitido aplicar. Confío en se hubiera desempeñado maravillosamente. –Lady Catherine de Bourg.
-Debo de aprender a estar satisfecha con ser más feliz de lo que me merezco. –Elizabeth Bennet.
-La vanidad y el orgullo son cosas diferentes, aunque muchas veces sean utilizados como sinónimos. Una persona puede ser orgullosa sin ser vana. El orgullo tiene que ver más con nuestra opinión de nosotros, mientras la vanidad con lo que los demás piensen de nosotros. –Mary Bennet.
-No sufrimos por accidente. No sucede a menudo que la interferencia de los amigos persuada a un joven hombre de fortuna independiente a ya no pensar más en la chica de quien estaba enamorado tan intensamente unos cuantos días antes. –Elizabeth Bennet.
-Lo has hecho extremadamente bien hija. Nos has deleitado lo suficiente. Deja que otras jóvenes mujeres tengan tiempo de deleitarnos. –Sr. Bennet.
-Hace un mes recibí esta carta, y hace dos semanas la respondí, ya que pensé que era un caso de suma delicadeza y que requería de mi atención temprana. –Sr. Bennet.
-Cuando era niño me enseñaron lo que era correcto, pero no me enseñaron a corregir mi carácter. Me enseñaron buenos principios, pero me dejaron seguirlos con orgullo y presunción. –Sr. Darcy.
-¡Nunca nadie sabe lo que sufro! Pero siempre es así. La gente nunca se compadece de aquellos que no se quejan. –Sra. Bennet.
-No tengo pretensiones de poseer ese tipo de elegancia que consiste en atormentar a un hombre respetable. –Elizabeth Bennet..
-Una persona que puede escribir una carta larga con facilidad, no puede escribir enfermo. –Caroline Bingley.
-Mis dedos no se mueven tan habilidosamente como veo que los de muchas mujeres lo hacen. No tienen la misma fuerza ni la misma rapidez, y no producen la misma expresión. Pero siempre he pensado que es mi culpa, porque no me he tomado la molestia de practicar. –Elizabeth Bennet.
-No dejes que te inunde el sobresalto. Si bien está bien estar preparado para lo peor, no hay necesidad de considerarlo como cierto. –Sr. Darcy.
-¿Qué son los hombres comparados a las rocas y las montañas? –Elizabeth Bennet.
-Después de abusar tan abominablemente de tu cara, no tendré escrúpulos en abusar de ti en todas tus relaciones. –Elizabeth Bennet.
-Me alegra que tenga el talento de halagar con tanta exquisitez. ¿Podría preguntarle si estas gratificantes atenciones provienen del impulso del momento, o son el resultado de estudio previo? –Elizabeth Bennet.
-Ha dicho ya suficiente, señora. Comprendo perfectamente sus sentimientos y solamente me queda sentirme apenada de lo que ya fue. Perdóneme por haberle quitado tanto de su tiempo y acepte mis mejores deseos para su salud y felicidad. –Elizabeth Bennet.
-La pérdida de virtud en una mujer es irrecuperable, ese paso en falso la lleva a su ruina interminable, de tal manera que su reputación no es menos frágil de lo que es hermosa, y que ella no puede ser demasiado cautelosa en su comportamiento hacia aquellos indignos del sexo opuesto. –Mary Bennet.
-Te han gustado personas más estúpidas. –Elizabeth Bennet.
-Uno no siempre puede siempre reírse de un hombre sin encontrarse de vez en cuando con algo ingenioso. –Elizabeth Bennet.
-Existe una terquedad en mí que nunca podrá tolerar asustarme a merced de los otros. Mi valor siempre emerge con cada intento de intimidarme. –Elizabeth Bennet.
-Su gusto por la danza fue uno de los elementos que contribuyó a que se enamoraran. –Jane Austen (Narrador).
-Desde este día serás una extraña para uno de tus padres. Tu madre nunca más te verá si no te casas con el Sr. Collins. Y yo nunca te veré si te casas con él. –Sr. Bennet.
-Ya no me sorprende que solo conozcas seis mujeres realizadas. De hecho ahora me pregunto si de verdad conoces a alguna. –Elizabeth Bennet.
-¿No es acaso la incivilidad general la verdadera esencia del amor? –Elizabeth Bennet.
-Después de casarse, a una chica le gusta padecer de enamoramiento de vez en cuando. –Elizabeth Bennet.
-Las personas enojadas no siempre son sabias. –Jane Austen (Narrador).
-Sí. Mil veces, sí. –Jane Bennet.
-Mi buena opinión, una vez perdida, es perdida para siempre. –Elizabeth Bennet.
-¡Después de todo, creo que no existe ningún otro placer como leer! ¡Uno se cansa primero de cualquier otra cosa que de un libro! Cuando tenga mi propia casa, sería miserable si no tuviera una biblioteca excelente. –Caroline Bingley.
-No puedo creer que alguien en verdad te merezca, pero parece ser que me equivoqué. Así que te doy mi consentimiento. –Sr. Bennet.
-Así que esa es su opinión de mí. Gracias por explicarse tan a detalle. Talvez estas ofensas pudieran haberse perdonado si su orgullo no hubiera sido lastimado por mi honestidad. –Sr. Darcy.
– Me he esforzado en vano. No será suficiente. Mis sentimientos no serán reprimidos. Quisiera que me dejaras decirte lo apasionadamente que te admiro y te amo. –Sr. Darcy.
-Ella es una mujer egoísta e hipócrita, y no tengo opinión alguna de ella. –Sra. Bennet.
-Ninguno de los dos toca música a los extraños. –Sr. Darcy.
-La gente suele cambiar demasiado, tanto que siempre existe algo nuevo para observar en ellos siempre. –Sr. Bingley.
-Ella es tolerable, pero no lo suficientemente bella como para tentarme. No tengo humor por el momento para dar importancia a mujeres jóvenes que son menospreciadas por otros hombres. –Sr. Darcy.
-Esperas que responda por opiniones que escoges considerar como mías, pero que yo nunca he reconocido. –Sr. Darcy.
-¿Para qué vivimos si no es para hacer de un deporte a nuestros vecinos y reírnos de ellos en nuestro turno? –Sr. Bennet.
-¿Puedo utilizar el carruaje? –Jane Bennet.
-No hija mía, mejor irás montando a caballo, ya que parece que va a llover, y entonces deberás de quedarte durante la noche. –Sra. Bennet.
-Que tan poca felicidad permanente podría experimentar una pareja que se unió tan solo porque sus pasiones fueron más fuertes que sus virtudes. –Jane Austen (Narrador).
-Te has confundido grandemente mi carácter si piensas que puedo dejarme llevar por este tipo de persuasiones. –Sr. Darcy.
¿Dónde termina la discreción y comienza la avaricia? –Elizabeth Bennet.
-La distancia es nada cuando uno tiene una motivación. –Jane Austen (Narrador).
-Me mostraste lo insuficientes que eran todas mis pretensiones eran para complacer a una mujer digna de ser complacida. –Sr. Darcy.
-Incluso los salvajes pueden bailar. –Sr. Darcy.