Lengua y literatura

Poemas de cinco estrofas de autores conocidos


Mario Benedetti, solía usar poemas de cinco estrofas

Los poemas de cinco estrofas, junto a los de cuatro, suelen ser la estructura más utilizada por los poetas, ya que es una longitud que permite desarrollar suficientemente la idea que se quiere transmitir.

Un poema es una composición que utiliza los recursos literarios propios de la poesía. Puede estar escrita de diferentes formas, aunque la más tradicional es en verso, es decir, que está compuesto por frases u oraciones escritas en líneas separadas y que se agrupan en secciones llamadas estrofas.

Lista de poemas de cinco estrofas

Farewell         

Desde el fondo de ti, y arrodillado,

un niño triste, como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas

tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de tus manos,

tendrían que matar las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra

veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada.

Para que nada nos amarre

que no nos una nada.

Ni la palabra que aromó tu boca,

ni lo que no dijeron las palabras.

Ni la fiesta de amor que no tuvimos,

ni tus sollozos junto a la ventana.

(Amo el amor de los marineros

que besan y se van.

Dejan una promesa.

No vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera:

los marineros besan y se van.

Una noche se acuestan con la muerte

en el lecho del mar).

Amor el amor que se reparte

en besos, lecho y pan.

Amor que puede ser eterno

y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse

para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca

Amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,

ya no se endulzará junto a ti mi dolor.

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada

y hacia donde camines llevarás mi dolor.

Fui tuyo, fuiste mía. Qué más? Juntos hicimos

un recodo en la ruta donde el amor pasó.

Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,

del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.

Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.

Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

…Desde tu corazón me dice adiós un niño.

Y yo le digo adiós.

 

Autor: Pablo Neruda.

No te salves

No te quedes inmóvil al borde del camino, no congeles el júbilo, no quieras con desgana, no te salves ahora, ni nunca.

No te salves, no te llenes de calma, no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo.

No dejes caer los párpados pesados como juicios, no te quedes sin labios, no te duermas sin sueño, no te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo.

Pero si pese a todo no puedes evitarlo y congelas el júbilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo.

Y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labios y te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas, entonces no te quedes conmigo.

Autor: Mario Benedetti.

Apoyando mi frente calurosa

Apoyando mi frente calurosa
en el frío cristal de la ventana,
en el silencio de la oscura noche
de su balcón mis ojos no apartaba.

En medio de la sombra misteriosa
su vidriera lucía iluminada,
dejando que mi vista penetrase
en el puro santuario de su estancia.

Pálido como el mármol el semblante;
la blonda cabellera destrenzada,
acariciando sus sedosas ondas,
sus hombros de alabastro y su garganta,
mis ojos la veían, y mis ojos
al verla tan hermosa, se turbaban.

Mirábase al espejo; dulcemente
sonreía a su bella imagen lánguida,
y sus mudas lisonjas al espejo
con un beso dulcísimo pagaba…

Mas la luz se apagó; la visión pura
desvanecióse como sombra vana,
y dormido quedé, dándome celos
el cristal que su boca acariciara.

Autor: Gustavo Adolfo Bécquer.

Deseo

Sólo tu corazón caliente, 
Y nada más. 
Mi paraíso, un campo 
Sin ruiseñor 
Ni liras, 
Con un río discreto 
Y una fuentecilla. 

Sin la espuela del viento 
Sobre la fronda, 
Ni la estrella que quiere 
Ser hoja. 

Una enorme luz 
Que fuera 
Luciérnaga 
De otra, 
En un campo de 
Miradas rotas. 

Un reposo claro 
Y allí nuestros besos, 
Lunares sonoros 
Del eco, 
Se abrirían muy lejos. 
Y tu corazón caliente, 
Nada más.

Autor: Federico García Lorca.

El niño raro

Aquel niño tenía extrañas manías.
Siempre jugábamos a que él era un general
que fusilaba a todos sus prisioneros.

Recuerdo aquella vez que me echó al estanque
porque jugábamos a que yo era un pez colorado.

Qué viva fantasía la de sus juegos.
Él era el lobo, el padre que pega, el león, el hombre del largo cuchillo.

Inventó el juego de los tranvías,
y yo era el niño a quien pasaban por encima las ruedas.

Mucho tiempo después supimos que, detrás de unas tapias lejanas,
miraba a todos con ojos extraños.

Autor: Vicente Aleixandre.

Versos Otoñales

Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas,
he sentido el otoño; sus achaques de viejo
me han llenado de miedo; me ha contado el espejo
que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas…

¡Qué curioso destino! Me ha golpeado a las puertas
en plena primavera para brindarme nieve
y mis manos se hielan bajo la presión leve
de cien rosas azules sobre sus dedos muertas

Ya me siento invadida totalmente de hielo;
castañean mis dientes mientras el sol, afuera,
pone manchas de oro, tal como en primavera,
y ríe en la ensondada profundidad del cielo.

Y lloro lentamente, con un dolor maldito…
con un dolor que pesa sobre mis fibras todas,
¡Oh, la pálida muerte que me ofrece sus bodas
y el borroso misterio cargado de infinito!

¡Pero yo me rebelo!… ¿Cómo esta forma humana
que costó a la materia tantas transformaciones
me mata, pecho adentro, todas las ilusiones
y me brinda la noche casi en plena mañana?

Autora: Alfonsina Storni.

Me gusta cuando callas

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, 
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Autor: Pablo Neruda.

Oda XVIII-En la ascensión

¿Y dejas, Pastor santo, 
tu grey en este valle hondo, escuro, 
con soledad y llanto; 
y tú, rompiendo el puro 
aire, ¿te vas al inmortal seguro? 

Los antes bienhadados, 
y los agora tristes y afligidos, 
a tus pechos criados, 
de ti desposeídos, 
¿a dó convertirán ya sus sentidos? 

¿Qué mirarán los ojos 
que vieron de tu rostro la hermosura, 
que no les sea enojos? 
Quien oyó tu dulzura, 
¿qué no tendrá por sordo y desventura? 

Aqueste mar turbado, 
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto 
al viento fiero, airado? 
Estando tú encubierto, 
¿qué norte guiará la nave al puerto? 

¡Ay!, nube, envidiosa 
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas? 
¿Dó vuelas presurosa? 
¡Cuán rica tú te alejas! 
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

Autor: Fray Luis de León.

El laberinto 2

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes

que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.

En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.

Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.

Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.

Autor: Jorge Luis Borges.

Nocturno

A Mariano de Cavia

Los que auscultasteis el corazón de la noche, 
los que por el insomnio tenaz habéis oído 
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche 
lejano, un eco vago, un ligero ruido…

En los instantes del silencio misterioso, 
cuando surgen de su prisión los olvidados, 
en la hora de los muertos, en la hora del reposo, 
¡sabréis leer estos versos de amargor impregnados!…

Como en un vaso vierto en ellos mis dolores 
de lejanos recuerdos y desgracias funestas, 
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores, 
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.

Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido, 
y la pérdida del reino que estaba para mí, 
el pensar que un instante pude no haber nacido, 
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!

Todo esto viene en medio del silencio profundo 
en que la noche envuelve la terrena ilusión, 
y siento como un eco del corazón del mundo 
que penetra y conmueve mi propio corazón.

Autor: Rubén Darío.

Cómo era

¿Cómo era Dios mío, cómo era?
JUAN R. JIMÉNEZ

La puerta, franca.
Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,

y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras ella me llena el alma toda.

Autor: Dámaso Alonso.

Cancioncilla

Otros querrán mausoleos

donde cuelguen los trofeos,

donde nadie ha de llorar,

y yo no los quiero, no

(que lo digo en un cantar)

porque yo

morir quisiera en el viento,

como la gente de mar

en el mar.

Me podrían enterrar

en la ancha fosa del viento.

Oh, qué dulce descansar

ir sepultado en el viento

como un capitán del viento

como un capitán del mar,

muerto en medio de la mar.

Autor: Dámaso Alonso.

Un valentón

Un valentón de espátula y gregüesco,
que a la muerte mil vidas sacrifica,
cansado del oficio de la pica,
mas no del ejercicio picaresco,

retorciendo el mostacho soldadesco,
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica,
y en el nombre de Dios pidió refresco.

“Den voacedes, por Dios, a mi pobreza
-les dice-; donde no; por ocho santos
que haré lo que hacer suelo sin tardanza!”

Mas uno, que a sacar la espada empieza,
“¿Con quién habla? -le dice al tiracantos-,
¡cuerpo de Dios con él y su crianza!

Si limosna no alcanza,
¿qué es lo que suele hacer en tal querella?”
Respondió el bravonel: “¡Irme sin ella! “

Autor: Francisco de Quevedo.

Castilla

Tú me levantas, tierra de Castilla, 
en la rugosa palma de tu mano, 
al cielo que te enciende y te refresca, 
al cielo, tu amo, 

Tierra nervuda, enjuta, despejada, 
madre de corazones y de brazos, 
toma el presente en ti viejos colores 
del noble antaño. 

Con la pradera cóncava del cielo 
lindan en torno tus desnudos campos, 
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro 
y en ti santuario. 

Es todo cima tu extensión redonda 
y en ti me siento al cielo levantado, 
aire de cumbre es el que se respira 
aquí, en tus páramos. 

¡Ara gigante, tierra castellana, 
a ese tu aire soltaré mis cantos, 
si te son dignos bajarán al mundo 
desde lo alto!

Autor: Miguel de Unamuno.

Vergüenza

Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.

   Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas.
Ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.

   Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.

   Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano…

   Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
la que besaste llevará hermosura!

Autora: Gabriela Mistral.

Cañal en flor

Eran mares los cañales
que yo contemplaba un día
(mi barca de fantasía
bogaba sobre esos mares).

El cañal no se enguirnalda
como los mares, de espumas;
sus flores más bien son plumas
sobre espadas de esmeralda…

Los vientos -niños perversos-
bajan desde las montañas,
y se oyen entre las cañas
como deshojando versos…

Mientras el hombre es infiel,
tan buenos son los cañales,
porque teniendo puñales,
se dejan robar la miel…

Y qué triste la molienda
aunque vuela por la hacienda
de la alegría el tropel,
porque destrozan entrañas
los trapiches y las cañas…
¡Vierten lagrimas de miel!

Autor: Alfredo Espino.

Árbol de fuego

Son tan vivos los rubores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo:
“Corazones hechos flores”.

Y a pensar a veces llego:
Si este árbol labios se hiciera…
¡ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego…!

Amigo: qué lindos trajes
te ha regalado el Señor;
te prefirió con su amor
vistiendo de celajes…

Qué bueno el cielo contigo,
árbol de la tierra mía…
Con el alma te bendigo,
porque me das tu poesía…

Bajo un jardín de celajes,
al verte estuve creyendo
que ya el sol se estaba hundiendo
adentro de tus ramajes.

Autor: Alfredo Espino.

La belleza

La mitad de la belleza depende del paisaje;
y la otra mitad de la persona que la mira…

Los más brillantes amaneceres; los más románticos atardeceres;
los paraísos más increíbles;
se pueden encontrar siempre en el rostro de las personas queridas.

Cuando no hay lagos más claros y profundos que sus ojos;
cuando no hay grutas de las maravillas comparables con su boca;
cuando no hay lluvia que supere a su llanto;
ni sol que brille más que su sonrisa……

La belleza no hace feliz al que la posee;
sino a quien puede amarla y adorarla.

Por eso es tan lindo mirarse cuando esos rostros
se convierten en nuestros paisajes favoritos….

Autor: Herman Hesse.

Niña

Nombras el árbol, niña. 
Y el árbol crece, lento y pleno, 
anegando los aires, 
verde deslumbramiento, 
hasta volvernos verde la mirada. 

Nombras el cielo, niña. 
Y el cielo azul, la nube blanca, 
la luz de la mañana, 
se meten en el pecho 
hasta volverlo cielo y transparencia. 

Nombras el agua, niña. 
Y el agua brota, no sé dónde, 
baña la tierra negra, 
reverdece la flor, brilla en las hojas 
y en húmedos vapores nos convierte. 

No dices nada, niña. 
Y nace del silencio 
la vida en una ola 
de música amarilla; 
su dorada marea 
nos alza a plenitudes, 
nos vuelve a ser nosotros, extraviados. 

¡Niña que me levanta y resucita! 
¡Ola sin fin, sin límites, eterna!

Autor: Octavio Paz.

A través de la eternidad

La Belleza descubre Su forma exquisita
En la soledad de la nada;
coloca un espejo ante Su Rostro
y contempla Su propia belleza.
Él es el conocedor y lo conocido,
el observador y lo observado;
ningún ojo excepto el Suyo
ha observado este Universo.

Cada cualidad Suya encuentra una expresión:
la Eternidad se vuelve el verde campo de Tiempo y Espacio;
Amor, el jardín que da la vida, el jardín de este mundo.
Toda rama, hoja y fruto
revela un aspecto de su perfección:
los cipreses insinúan Su majestad,
las rosas dan nuevas de Su belleza.

Siempre que la Belleza mira,
el Amor también está allí;
siempre que la belleza muestre una mejilla sonrosada
el Amor enciende su fuego con esa llama.
Cuando la belleza mora en los oscuros vallecitos de la noche
el Amor viene y encuentra un corazón 
enredado en los cabellos.
La Belleza y el Amor son cuerpo y alma.
La Belleza es la mina, el Amor, el diamante.

Juntos han estado
desde el principio de los tiempos,
lado a lado, paso a paso.

Deja tus preocupaciones 
y ten un corazón completamente limpio, 
como la superficie de un espejo 
que no contiene imágenes. 
Si quieres un espejo claro, 
contémplate
y mira la verdad sin vergüenza, 
reflejada por el espejo. 
Si se puede pulir metal 
hasta asemejarlo a un espejo, 
¿qué pulido podría necesitar 
el espejo del corazón? 
entre el espejo y el corazón 
ésta es la única diferencia: 
el corazón oculta secretos, 
pero el espejo no.

Autor: Yalal Al-Din Rumi.

Canción 1

Si a la región desierta, inhabitable
por el hervor del sol demasïado
y sequedad d’aquella arena ardiente,
o a la que por el hielo congelado
y rigurosa nieve es intratable,
del todo inhabitada de la gente,
     por algún accidente
o caso de fortuna desastrada
     me fuésedes llevada,
y supiese que allá vuestra dureza
     estaba en su crüeza,
allá os iria a buscar como perdido,
hasta morir a vuestros pies tendido

     Vuestra soberbia y condición esquiva
acabe ya, pues es tan acabada
la fuerza de en quien ha d’esecutarse;
mirá bien qu’el amor se desagrada
deso, pues quiere qu’el amante viva
y se convierta adó piense salvarse.
     El tiempo ha de pasarse,
y de mis males arrepentimiento,
     confusión y tormento
sé que os ha de quedar, y esto recelo,
     que aunque de mí me duelo,
como en mí vuestros males son d’otra arte,
duélenme en más sensible y tierna parte.

     Así paso la vida acrecentando
materia de dolor a mis sentidos,
como si la que tengo no bastase,
los cuales para todo están perdidos
sino para mostrarme a mí cuál ando.
Pluguiese a Dios que aquesto aprovechase
     para que yo pensase
un rato en mi remedio, pues os veo
     siempre con un deseo
de perseguir al triste y al caído:
     yo estoy aquí tendido,
mostrándoos de mi muerte las señales,
y vos viviendo sólo de mis males.

     Si aquella amarillez y los sospiros
salidos sin licencia de su dueño,
si aquel hondo silencio no han podido
un sentimiento grande ni pequeño
mover en vos que baste a convertiros
a siquiera saber que soy nacido,
     baste ya haber sufrido
tanto tiempo, a pesar de lo que basto,
     que a mí mismo contrasto,
dándome a entender que mi flaqueza
     me tiene en la estrecheza
en que estoy puesto, y no lo que yo entiendo:
así que con flaqueza me defiendo.

     Canción, no has de tener
comigo ya que ver en malo o en bueno;
     trátame como ajeno,
que no te faltará de quien lo aprendas.
     Si has miedo que m’ofendas,
no quieras hacer más por mi derecho
de lo que hice yo, qu’el mal me he hecho.

Autor: Garcilaso de Vega.

Al olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido.

  ¡El olmo centenario en la colina 
que lame el Duero! Un musgo amarillento 
le mancha la corteza blanquecina 
al tronco carcomido y polvoriento.

  No será, cual los álamos cantores 
que guardan el camino y la ribera, 
habitado de pardos ruiseñores.

  Ejército de hormigas en hilera 
va trepando por él, y en sus entrañas 
urden sus telas grises las arañas.

  Antes que te derribe, olmo del Duero, 
con su hacha el leñador, y el carpintero 
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta; 
antes que rojo en el hogar, mañana, 
ardas en alguna mísera caseta, 
al borde de un camino; 
antes que te descuaje un torbellino 
y tronche el soplo de las sierras blancas; 
antes que el río hasta la mar te empuje 
por valles y barrancas,  
olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.

Autor: Antonio Machado.

Amo amor

Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, 
late vivo en el sol y se prende al pinar. 
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: 
¡le tendrás que escuchar! 

Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, 
ruegos tímidos, imperativos de mar. 
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: 
¡lo tendrás que hospedar! 

Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. 
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar. 
No te vale decirle que albergarlo rehúsas: 
¡lo tendrás que hospedar! 

Tiene argucias sutiles en la réplica fina, 
argumentos de sabio, pero en voz de mujer. 
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: 
¡le tendrás que creer! 

Te echa venda de lino; tú la venda toleras. 
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. 
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras 
¡que eso para en morir!

Autora: Gabriela Mistral

Eras instante, tan claro

Eras, instante, tan claro. 
Perdidamente te alejas, 
dejando erguido al deseo 
con sus vagas ansias tercas. 

Siento huir bajo el otoño 
pálidas aguas sin fuerza, 
mientras se olvidan los árboles 
de las hojas que desertan. 

La llama tuerce su hastío, 
sola su viva presencia, 
y la lámpara ya duerme 
sobre mis ojos en vela. 

Cuán lejano todo. Muertas 
las rosas que ayer abrieran, 
aunque aliente su secreto 
por las verdes alamedas. 

Bajo tormentas la playa 
será soledad de arena 
donde el amor yazca en sueños. 
La tierra y el mar lo esperan.

Autor: Luis Cernuda

A un naranjo y a un limonero

Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! 
Medrosas tiritan tus hojas menguadas. 
Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte 
con tus naranjitas secas y arrugadas!

Pobre limonero de fruto amarillo 
cual pomo pulido de pálida cera, 
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo 
criado en mezquino tonel de madera!

De los claros bosques de la Andalucía, 
¿quién os trajo a esta castellana tierra 
que barren los vientos de la adusta sierra, 
hijos de los campos de la tierra mía?

¡Gloria de los huertos, árbol limonero, 
que enciendes los frutos de pálido oro, 
y alumbras del negro cipresal austero 
las quietas plegarias erguidas en coro;

y fresco naranjo del patio querido, 
del campo risueño y el huerto soñado, 
siempre en mi recuerdo maduro o florido 
de frondas y aromas y frutos cargado!

Autor: Antonio Machado.

Ofelia

Turbia de sombra, el agua del remanso
reflejó nuestras trémulas imágenes,
extáticas de amor, bajo el crepúsculo,
en la enferma esmeralda del paisaje…

Era el frágil olvido de las flores
en el azul silencio de la tarde,
un desfile de inquietas golondrinas
sobre pálidos cielos otoñales…

En un beso muy largo y muy profundo
nos bebimos las lágrimas del aire,
y fueron nuestras vidas como un sueño
y los minutos como eternidades…

Al despertar del éxtasis, había
una paz funeraria en el paisaje,
estertores de fiebre en nuestras manos
y en nuestras bocas un sabor de sangre…

Y en el remanso turbio de tristeza
flotaba la dulzura de la tarde,
enredada y sangrante entre los juncos,
con la inconsciencia inmóvil de un cadáver.

Autor: Francisco Villaespesa.

Ahogada

¡Su desnudez y el mar! 
Ya están, plenos, lo igual 
con lo igual.

La esperaba, 
desde siglos el agua, 
para poner su cuerpo 
solo en su trono inmenso.

Y ha sido aquí en Iberia. 
La suave playa céltica 
se la dio, cual jugando, 
a la ola del verano.

(Así va la sonrisa 
¡amor! a la alegría)

¡Sabedlo, marineros: 
de nuevo es reina Venus!

Autor: Juan Ramón Jiménez.

El día bello

Y en todo desnuda tú.

He visto la aurora rosa 
y la mañana celeste, 
he visto la tarde verde 
y he visto la noche azul.

Y en todo desnuda tú.

Desnuda en la noche azul, 
desnuda en la tarde verde 
y en la mañana celeste, 
desnuda en la aurora rosa.

Y en todo desnuda tú.

Autor: Juan Ramón Jiménez.

Por ella

¡Déjala, prima! Deja que suspire
la tía: ella también tiene su pena,
y ríe alguna vez, siquiera, ¡Mira
que no te ríes hace tiempo!

Suena
de improviso tu risa alegre y sana
en la paz de la casa silenciosa
y es como si se abriese una ventana
para que entrase el sol.

¡Tu contagiosa
alegría de antes! La de entonces, esa
de cuando eras comunicativa
como una hermana buena que regresa
después de un largo viaje.

¡La expansiva
alegría de antes! Se la siente
sólo de tiempo en tiempo, en el sereno
olvidar de las cosas

¡Ah, la ausente!
Con ella se nos fue todo lo bueno.
Tú lo dijiste, prima, lo dijiste.
Por ella son estos silencios malos,
por ella todo el mundo anda así, triste,
con una pena igual, sin intervalos
bulliciosos. El patio sin rumores,
nosotros sin saber lo que nos pasa
y sus cartas muy breves y sin flores
¿Qué se habrá hecho de la risa, en casa?

Autor: Evaristo Carriego.

Nota de viaje

Y el ómnibus senil, con su cortina
llena de pringos, con la vetustez
de sus flacos solípedos, camina
como si tal, camina
como quien juega al ajedrez.

Extramuros, llevando el sedimento
de los villorrios, vuelve a la ciudad
sudoroso, ventrudo, soñoliento
con la inconsciencia de su edad.

Se respira un silencio comatoso
que hace mayor el frío,
que me torna indulgente con el oso
polar… (Ya no me río
de ti, Rubén Darío…)

Y por el solitario
camino, alguna res
asoma y huye ante el vocabulario
del cochero…

Después,
mientras prosigue el carromato, rara
vegetación y aves zancudas… para
dibujar un biombo japonés.

Autor: Luis Carlos López.

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