25 Cuentos de Ciencia Ficción Inventados (Cortos)
Los cuentos de ciencia ficción son aquellos basados en los posibles avances científicos o técnicos que se podrían lograr en un futuro. Difiere del género de literatura fantástica en el que todo lo acaecido es fruto de la imaginación del autor. En la ciencia ficción están fundamentados los posibles avances tecnológicos y tienen una base científica.
También se le conoce como literatura de anticipación, ya que algunos autores anticiparon el surgimiento de inventos, como fue el caso de Julio Verne con sus submarinos y naves espaciales.
Aunque este género se base en avances tecnológicos, puede desarrollarse en cualquier época pasada, presente o futura, o incluso en universos y tiempos paralelos. Asimismo, los personajes varían dentro del abanico de humanos hasta llegar a formas humanoides a base de robots o incluso criaturas no antropomórficas.
De igual manera, los escenarios de estos cuentos suelen variar entre viajes interestelares o hecatombes que provocan mutaciones genéticas en los humanos, e incluso, la evolución de los robots que se apoderan del mundo.
Índice del artículo
- 1 Lista de cuentos de ciencia ficción para niños y jóvenes
- 1.1 Juego electrificante
- 1.2 Carlos y el viaje a Astúnduru
- 1.3 Eco el marciano
- 1.4 Mi querido planeta
- 1.5 Roberto el astronauta
- 1.6 Marix
- 1.7 El viaje a Marte y la piedra roja
- 1.8 XZ-41, el robot que quería ser humano
- 1.9 Santiago y la Luna
- 1.10 Burpy
- 1.11 Una mensajera estelar
- 1.12 Los androides
- 1.13 Esteban y C2-O2
- 1.14 Lucy y el conejo
- 1.15 Oliver y la paciencia
- 1.16 Al son de la tecnología
- 1.17 La aventura en el bosque
- 1.18 Letralandia
- 1.19 El parque
- 1.20 Ataque extraterrestre
- 1.21 Un mundo sin fin
- 1.22 Mi otro yo
- 1.23 El virus
- 1.24 Los Rukos
- 1.25 Un líder inesperado
- 2 Otros cuentos de interés
- 3 Referencias
Lista de cuentos de ciencia ficción para niños y jóvenes
Juego electrificante
Érase una vez un niño llamado Daniel, que era muy fanático a los video juegos.
Al salir de la escuela fue corriendo a la tienda donde podía jugarlos, pero cuando llegó, solo quedaban dos máquinas disponibles y una de ellas estaba con un letrero de “fuera de servicio”.
Corrió hacia la que estaba operativa, pero un chico le ganó la carrera, y Daniel, en lugar de irse a casa, empezó a curiosear una máquina averiada de realidad virtual.
No supo qué tocó pero lo siguiente que vió fue un rayo de luz azul y en unos segundos estaba en un lugar totalmente distinto.
Todo a su alrededor era de colores vivos y comenzaron a aparecer figuras cuadriculadas que formaban torres y caminos. Además, justo enfrente de Daniel apareció un enorme pasillo que le hizo recordar las autopistas.
Al caminar por ese pasillo vio una galleta flotando y tuvo la intuición de que debía tomarla. La agarró y se la comió.
Al hacerlo, escuchó un sonido: “clin”. De repente empezó a ver en su parte superior derecha unos números que comenzaron a cambiar (una cuenta que crecía).
Le pareció extraño, pero siguió avanzando. Vio otra galleta, repitió la operación y obtuvo el mismo resultado: un clin y la cuenta volvió a aumentar.
Entonces entendió que se trataba de una especie de reto, como los que acostumbraba a ver en los videojuegos. Eso lo emocionó y empezó a buscar en todos los recovecos las galletas para así sumar puntos. La cuenta aumentaba.
También notó que en el lado izquierdo superior del pasillo, había tres círculos verdes. En su recorrido, encontró algo que no había visto hasta ahora: una planta en un maceta enorme.
Parecía normal, pero estaba algo fuera de lugar. Se acercó, la tocó, la planta pareció tomar vida y se le lanzó encima. Solo pudo ver unos enormes dientes afilados y al segundo siguiente: oscuridad.
Se despertó justo en el inicio del pasillo donde estaba la planta. La vio de nuevo pero esta vez no la tocó. Notó que ya solo quedaban dos círculos verdes en la parte superior izquierda.
Avanzó entonces y volvió a ver varias macetas como la primera, pero las ignoró y esquivó a todas.
De repente encontró una puerta distinta a las anteriores. La abrió y el ambiente cambió; las paredes ya no eran azules, sino de un verde centellante y el piso ya no era sólido, sino más bien era una especie de red que formaba un puente colgante.
Se trataba de un puente muy estrecho donde solo podía caminar con un pie frente al otro.
Al intentar atravesarlo, empezaron a salir desde abajo unas especie de dardos que amenazaban con derribarlo. Uno lo logró.
Volvió a despertar frente a la puerta singular. La abrió y de nuevo el puente. Subió la mirada y ya solo quedaba un círculo verde en el lado izquierdo.
Respiró profundo y se preparó para cruzar. Logró llegar hasta el otro extremo y allí había otra puerta.
La abrió y se encontró con unos pedazos de metal flotando como nubes suspendidas. Esos pedazos de metal formaban un camino.
Para atravesar ese espacio, debía saltar de un peldaño a otro. Así lo hizo, y a mitad de camino empezó a notar que ahora caían dardos desde distintas direcciones.
Pero Daniel se concentró, saltó y saltó hasta que logró la meta. Otra puerta. Al abrir esta puerta vio una luz muy brillante que no puedo resistir. Tuvo que cerrar los ojos.
Cuando volvió a abrirlos, estaba en el suelo viendo el techo de la tienda. Había mucha gente a su alrededor examinándolo.
Daniel había recibido una descarga eléctrica cuando curioseaba la máquina averiada.
Todos creían que había sido una experiencia dolorosa, pero Daniel sentía que esa había sido la aventura de su vida. ¿A qué videojuego había jugado?
Carlos y el viaje a Astúnduru
Esta es la historia de un piloto de cohetes, Carlos, que amaba su trabajo. Le encantaba salir al espacio exterior y pasar horas observando la tierra y las estrellas.
Uno de esos días de viaje, su visión fue interrumpida por una mano verduzca y un rostro largo con enormes ojos oscuros.
Carlos saltó del susto y sus copilotos le preguntaron qué había pasado. A Carlos le vergüenza confesar lo que había visto. Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que había visto, así que no dijo nada más.
Pasado un rato se armó de valor y volvió a asomarse a la ventana. No vio nada.
Siguió con sus tareas rutinarias dentro de la nave, hasta que se olvidó de lo ocurrido y de nuevo volvió a su tarea favorita: contemplar el paisaje por la ventanilla.
Mientras observaba el espacio, vio de nuevo a la figura, pero esta vez no sintió tanto temor, sino curiosidad.
Observó con atención los largos dedos de la criatura, que más bien era pequeña, y que usaba una especie de traje ajustado de color verde que le cubría desde los pies a la cabeza.
Tenía una cara pálida y estaba descubierta, por lo que sus grandes ojos negros destacaban aun más. En el torso llevaba una especie de cadena muy larga que lo sujetaba a lo que parecía ser su nave.
Pero a Carlos le llamaba la atención la expresión de sorpresa curiosa que podía distinguir en el rostro del ser, que para su sorpresa le hizo señas con sus manos. Señas que no entendió.
Sin embargo, sin que nadie más lo notara, se las ingenió para salir de la nave y ver de cerca a ese personaje.
Cuando estuvo frente a él le saludó con un lentísimo:
-Hoooo-la.
A lo que el personaje respondió con una sorpresiva naturalidad:
– Hola, ¿qué tal? Soy Eirika Spinklin. Llevo tiempo observándote y me gustaría que fuéramos amigos.
– ¿Cómo es que entiendes mi lengua y la hablas? – preguntó un sorprendido Carlos.
– Larga historia que se resume en: he tenido muchos amigos humanos. ¿Quieres ver algo asombroso? He notado que admiras el espacio exterior.
– ¡Claro! – respondió Carlos sin dudar, aunque enseguida notó que no tenía ni idea de lo que eso podía significar.
Erika lo tomó de un brazo y lo llevó hasta lo que parecía ser una nave espacial. No tenía propulsores ni nada. Era como si flotara y se deslizara en el éter, al mismo tiempo.
En el interior de la nave, había mucha luz y un espacio tan amplio que era imposible pensar que estaban dentro de una nave. De hecho, no había cables, botones o palancas a la vista.
Erika le indicó que podía sentarse y solo cuando lo hizo, pudo notar que la realidad frente a él cambiaba. De la nada, surgió una especie de gran pantalla con un mapa con símbolos e imágenes que nunca había visto.
De forma automática salió un cinturón de energía que lo obligó a sentarse derecho y que se sellaba en su cintura.
– No te asustes. – se apresuró a decir Eirika al ver la reacción de Carlos- Nuestros sistemas de seguridad con humanos son muy similares a los que los humanos usan. En unos segundos estaremos en la estrella K2G56.
– ¿Segundos? – alcanzó a decir Carlos antes de sentir un fuerte vértigo y notar un leve movimiento en la nave.
En ese momento se desactivó el cinturón y Eirika lo condujo de nuevo a la puerta, pero al abrirla, no podía creer lo que veía.
Era todo luz. Frente a él, se levantaban enormes torres de luz incandescente y flotaban burbujas dentro de las cuales parecía haber criaturas diminutas que lo observaban.
– Bienvenido a K2G56 – le explicó Eirika-. Es una estrella que sirve de estación de recarga de energía para nuestras naves y para muchos organismos del universo. La cascada del fondo es excelente para aliviar las tensiones de un viaje turbulento. ¿Quieres comer algo?
– ¿Coméis?
– Claro, ¿cómo crees que obtenemos energía? Espero que hayan perfeccionado las pizzas. Mi último amigo humano, sugirió algunos cambios en la salsa. Esperemos que te guste.
Carlos no lo podía creer; otros astronautas antes que él, habían visto esto y nadie lo sabía. Estaba en una especie de estación de servicio espacial universal y, de paso, comería pizza.
Después de comer vorazmente la mejor pizza napolitana que había probado, le escuchó decir a Erika: astúnduru.
– ¿Astúnduru? – Preguntó Carlos.
– Son las palabras mágicas de nuestro sistema. La usamos para honrar a quien ha cumplido su función y nos ha beneficiado al hacerlo.
– ¡Ah ya! Es como decir: gracias.
– Sí, es como el gracias de los humanos. Hablando de humanos, creo que debemos regresar antes de que noten tu ausencia.
– ¿Notar mi ausencia? Claro que lo hicieron. Ya hace mucho que salí de mi nave.
Y no había terminado la frase cuando se vio otra vez frente a la ventanilla de su nave. Sintió un leve dolor de cabeza y tuvo que enderezarse porque se había liberado del cinturón.
Al hacerlo, notó que tenía un papel en su mano y escuchó que al fondo el teniente Rush le increpaba:
– Carlos ya has visto suficiente esa ventana. Vente que necesitamos que hagas algo.
Al responder que ya iría observó el papel. Era una nota que decía: ¡Astúnduru!
Eco el marciano
Eco era un marciano que tenía dos siglos de edad. En su mundo, dos siglos era muy poco tiempo, así que todavía era un niño.
Eco tenía muchos amiguitos con los cuales jugaba siempre por todos los espacio de Marte.
Le gustaba jugar a todo, pero adoraba ir a las colinas de arenas rojas para lanzarse rodando por ellas y llenarse de tierra. Así, el tono naranja de su piel se tornaba más intenso. Eso le fascinaba.
Un día estaba Eco jugando con sus amigos y escuchó un sonido extraño y muy fuerte detrás de la colina.
Fueron a ver de qué se trataba y no podían creer lo que vieron: era una nave, una nave ¡extramarciana!
Se asustaron mucho, pero no podían dejar de mirar. De repente la nave emitió un ruido metálico y se abrió una compuerta. Por ella salió un ser que tenía el doble del tamaño de una persona marciana.
Ese ser tenía la piel blanca y la cabeza transparente, la luz de las estrellas se reflejaba en la cabeza de esa criatura. Llevaba puestos unos enormes zapatos y no caminaba, sino que saltaba.
Además, en su espalda parecía cargar con algo que se conectaba a su cabeza.
Eco y sus amigos temblaban del susto y salieron corriendo, cuando vieron que la criatura se acercaba saltando hacia ellos.
Eco llegó muy cansado a su casa y al entrar le dijo a su mamá:
– No me vas a creer mamá: acabo de ver una nave extramarciana y de ella salió algo. Una criatura…- y le contó todo lo que había visto.
– Dame un momento cariño. Enseguida regreso. No te preocupes que aquí estarás a salvo – le dijo su mamá mientras caminaba hacia la cocina.
Ya en la cocina, presionó un botón rojo y se transportó en forma de holograma a la sala de reuniones con su papá y la alcaldesa de la localidad, que se llamaba RQ124.
La madre de Eco contó lo sucedido y la alcaldesa, tras escuchar todo, dijo:
– Tranquilos, vamos a enviar a una comisión para que investigue lo sucedido. Por lo pronto díganle a los niños que se queden en sus casas.
La señora Ratzy, madre de Eco, se desconectó y volvió con su hijo para acompañarlo y distraerlo viendo sus programas favoritos.
Sin embargo, Eco sintió mucha curiosidad y cuando su mama se descuidó fue a llamar a sus amigos para animarlos a investigar qué era lo que pasaba.
Decidieron salir a escondidas al sitio donde vieron a la criatura por primera vez. Una vez en el sitio, notaron que el extramarciano seguía allí, como si los hubiera estado esperando.
Como pudo, el extramarciano les hizo saber que necesitaba ayuda con su nave.
Los niños marcianos, asustados, no le creyeron al principio, pero luego se dieron cuenta de que en verdad tenía problemas, así que decidieron volver a la aldea y encontrar apoyo.
Al contarle a sus padres lo ocurrido, tuvieron que escuchar un regaño por desobedecer y por haberse expuesto sin la compañía de sus padres. Pero después, aceptaron asomarse a ver de qué se trataba.
Al llegar al lugar del “encuentro”, notaron al extramarciano intentando sin éxito reparar la nave y, aunque no dejaban de sentir miedo, lo ayudaron.
Después de un rato de señas, dibujos y trabajo en equipo, lograron dar con el fallo de la nave y repararla. El extramarciano subió a su nave, agradeció la ayuda y se fue.
Todos se quedaron mirando a las alturas del espacio y pensando en cuándo volverían a vivir algo parecido.
Mi querido planeta
GHi2 vivía en Europa, una luna del planeta Júpiter.
Vivía con su familia e iba a la escuela todos los días. De todo lo que le enseñaban allí, lo que más le gustaba era aprender los distintos dialectos que se hablaban en el universo.
Soñaba con poder hablar con seres de distintos planetas.
Le encantaba hablar con los habitantes de Mintaka1, un satélite que orbita una de las estrellas de KitúnP4. Le gustaba cómo sonaban sus palabras y cómo brillaban sus dientes cuando hablaban.
También disfrutaba jugando con los chicos de Centauri. Eran chicos fuertes pero muy caballerosos, valientes y divertidos. Cada vez que podía, se escapaba un rato para jugar con ellos.
Pero su aventura favorita era imaginar que visitaba el planeta azul, un planeta del que siempre le habían hablado maravillas y que le causaba mucha curiosidad.
No entendía por qué ese planeta tenía tantos habitantes y ninguno había ido a visitar Europa nunca.
Así creció; soñando, jugando y aprendiendo mucho. Estudió y se esforzó bastante hasta que un día su sueño se hizo realidad: fue escogida para viajar y explorar el planeta azul.
La tarea tenía que efectuarse en total sigilo. Nadie podía notar su presencia. Así lo hizo durante algunos meses.
En cada visita se enamoraba más de aquel planeta que tenía mucha vida, color, mares, ríos y montañas.
GHi2 respiraba con dificultad cuando se quitaba su casco protector, pero eso no le importaba. Prefería ver el hermoso paisaje sin el cristal de por medio.
No entendía por qué los habitantes de ese planeta no podían ver lo hermoso que era su entorno y siempre que llegaban a un nuevo espacio, lo dejaba menos bello, maltratado y casi muerto.
Un día, mientras contemplaba el paisaje, se le olvidó esconderse y un niño la vio. El pequeño se quedó observándola con mucho detalle y cuando ella lo notó ya era tarde para esconderse.
GHi2 decidió acercase a él, e intentar hablarle pero el niño no entendía lo que decía. Entonces intentó dibujar en la arena lo que ella trataba de decirle. Funcionó.
El niño entendió que ella venía en son de paz desde otro planeta.
Desde ese momento, el par de amigos interplanetarios se las ingenió para comunicarse a través de dibujos y así se contaron muchas cosas.
Con el tiempo, entendieron algunas de las palabras que cada uno usaba y compartieron sus experiencias y sus dudas.
El niño, llamado Jaison, empezó a apreciar más su propio planeta gracias a lo que ella le contaba. Y ella, empezó a creer que los humanos no eran tan primitivos como se creía en su galaxia.
Jaison le pidió a su amiga GHi2, que lo llevara a su planeta, al menos por un rato.
GHi2 pidió autorización a sus superiores, pero ellos se negaron rotundamente.
Sin embargo, ella quería complacer a su amigo, así que lo llevó en su nave espacial, con la única condición de que no saliera de allí para nada y que solamente tenía derecho a mirar.
Jaison obedeció. Desde esa nave conoció el enorme planeta naranja de la chica y estando allí notó lo hermoso que era su propio planeta.
Fue así como Jaison se transformó en uno de los principales defensores del medio ambiente en la tierra, y en embajador del planeta en el Consejo Universal que se formó con el pasar de los años.
Roberto el astronauta
Roberto era un niño muy listo, pero en el colegio se aburría, siempre explicaban las mismas cosas y nunca hablaban de cosas interesantes.
Un día le preguntó a su profesora que porqué no les hablaba de astronautas, y ella le contestó que eso eran cuentos chinos y que nunca nadie había llegado a la Luna. Roberto le dijo que él sería el primero en hacerlo, y toda la clase se rió.
Roberto se puso manos a la obra y se hizo un traje espacial y lo llevó a su colegio. Pero en vez de obtener el efecto de admiración que se esperaba, se rieron de él. Dijeron que con un disfraz no llegaría a la luna.
Así que Roberto se enfrascó en la construcción de una nave espacial. Durante días y días estuvo trabajando fuertemente.
Un día en el colegio les invitó a pasar la tarde en su casa para que vieran como despegaba su nave espacial. Esa tarde Roberto les demostró a todos que sería el primero en llegar a la Luna.
Marix
Marix era un pequeño marcianito del planeta Marte que vagaba por las infinidades del universo. Se encontraba muy solo porque nadie más le había acompañado en su aventura.
Había pensado que pronto encontraría alguien con quien saltar en los anillos de Saturno y visitar las tres lunas de Júpiter.
Se encontraba ya en las proximidades de Alfa Centauri, cuando vio una pequeña nave parecida a la suya. Intentó enviarles un mensaje por radio, pero lo único que obtuvo fue un mensaje ininteligible.
Así que decidió seguirles. Durante días y días estuvo siguiendo la nave a lo largo de la galaxia recibiendo mensajes raros en su radio. Llegaron a un planeta que tenía grandes masas de líquido rosado a su alrededor y la nave aterrizó cerca de una de ellas.
Marix se puso rápidamente su traje espacial y corrió para salir de su nave. Se encontró rápidamente rodeado de un montón de bichitos que hablaban un idioma que él no entendía. Por suerte, uno de ellos trajo un aparato que cuando encendió traducía todas las lenguas de la galaxia.
El sabio que tenía el aparato, le explicó que cuando él era joven había recorrido la galaxia para crear un diccionario de todos los idiomas y que estaba preparando otra expedición, pero que él ya era muy anciano para emprender tan arduo viaje, y le preguntó si él quería seguir con su tarea.
Marix le contestó que llevaba años viajando y que quería encontrar un amigo con el que jugar porque estaba muy aburrido. El sabio le dijo que no habría problema, y que en cuanto encontrase a alguien retomarían la expedición.
A los pocos días el sabio volvió a buscar a Marix y le dijo que había encontrado quien le acompañase. Marix no se lo podía creer, era la criatura más bonita del universo. Y juntos emprendieron el viaje para recuperar todas las lenguas de la galaxia.
El viaje a Marte y la piedra roja
Sara ya no recordaba cuánto tiempo hacía que había salido de la tierra. Debían haber pasado meses, pues su cabello estaba largo, y las provisiones de alimento comenzaban a escasear. No conseguía entender muy bien en qué momento todo había salido mal.
Todo había comenzado como una aventura. Se había sumado a la tripulación del Omega 21, pues quería ser la primera mujer en la historia de la humanidad que encontrase agua en Marte.
Al principio todo había salido bien. Sara era la mejor de su tripulación, superando records históricos en resistencia a la falta de gravedad y condiciones adversas. Con cada triunfo, Sara sentía que su lugar era en el espacio y no en la tierra.
Pasaron meses de preparación. Todo estaba planeado. Despegarían rumbo a Marte para encontrar el precioso recurso que en la tierra faltaba: el agua.
Llegado el día de la partida, cada miembro de la tripulación se ubicó en su cápsula. Este cohete no era como los que tradicionalmente se envían al espacio. Este cohete parecía el cuerpo de una oruga, segmentado y orgánico, lleno de capsulas individuales que buscaban proteger a la tripulación en caso de que algo saliera mal.
Como si dicha prevención se tratase de una maldición, una vez el cohete alcanzó el espacio no soportó el cambio de presión y todas las capsulas volaron en pedazos. Todas menos una: la cápsula de Sara.
Tal vez ya habían pasado meses desde su despegue y en la cabeza de Sara sólo cabían dos opciones: cortar el suministro de oxígeno de la cápsula y acabar con su angustia o gastar el poco combustible que le quedaba tratando de llegar a Marte.
Sin meditarlo demasiado, Sara presionó el temido botón. La nave empezó a moverse a toda velocidad hacia el planeta rojo. Después de horas que parecieron años, la cápsula de Sara se encontraba frente a Marte. Éste parecía menos amenazador de lo que ella creía.
Siguiendo su instinto, realizó el descenso a la superficie marciana. Un poco temerosa, vistió su traje espacial y se aventuró a salir de la cápsula.
Al bajar, agarró una piedrita roja y la empuñó. Tan sólo tuvo que dar tres pasos para ser absorbida por la superficie del planeta y perder la conciencia después de una estrepitosa caída.
Al abrir los ojos, Sara se dio cuenta de que estaba en lo que parecía ser un hospital. Sus compañeros de tripulación, junto a ella sostenían flores. A penas abrió los ojos, estos comenzaron a gritar de alegría.
No sabía exactamente hace cuantos meses estaba en coma, ni cómo había llegado allí. Pero esto parecía no importarle, ya que lo que más la desconcertaba no era saber que jamás había salido de la tierra, sino la razón por la cual mientras yacía en la cama del hospital, continuaba sujetando la piedrita roja en la mano.
XZ-41, el robot que quería ser humano
Desde el momento en el que XZ-41 abrió sus ojos, comprendió que él no era como los demás robots. Había algo en él que le decía todo el tiempo que era diferente, algo que le decía que no era un robot, pero tampoco un humano.
XZ-41 había sido creado por un viejo y controversial científico, el Doctor Allende, quien le había dotado de capacidades analíticas casi humanas y un sistema complejo de emociones.
En pocas palabras, Allende había creado una suerte de humanoide que no encajaba muy bien en ningún orden natural o artificial.
Por más que el Doctor Allende le tratase de explicar a XZ-41 las razones por las que él era diferente, éste seguía sin entender, y solicitaba a su creador que le cambiase, haciéndole más parecido a un robot o más semejante a un humano. Quería ser robot o humano.
Ante la insistencia de XZ-41, Allende no tuvo más remedio que replantear su estructura. El Doctor se sentía orgulloso de su creación, pero a la vez amaba a XZ-41 como si se tratase de un hijo, y no soportaba ver su sufrimiento.
Después de horas que se convirtieron en días, y días que se volvería meses encerrado en su laboratorio, Allende ideó una solución para los problemas de XZ-41: le haría humano, el humano más perfecto que la humanidad hubiera visto.
Por meses XZ-41 fue sometido a largos procedimientos. En un principio indoloros sobre circuitos mecánicos. Posteriormente, estos procedimientos comenzarían a doler, en la medida en la que XZ-41 fuese volviéndose más humano.
El Doctor Allende estaba a punto de terminar su obra, tan solo le faltaba instalar en XZ-41 un corazón, cuando cayó enfermo y murió.
XZ-41 estaba desolado por no haber sido terminado por su creador, decidió el mismo finalizar su transformación. Así que decidió tomar el corazón de Allende para instalarlo en su pecho.
Tomando un bisturí y un alto nivel de precisión, XZ-41 cortó por la mitad el pecho de Allende. Cuando lo abrió, no podía creer lo que sus ojos veían. Allende no era humano, jamás lo había sido. Allende era, como él, un robot al que su creador jamás había dado un corazón.
Santiago y la Luna
Santiago cuestionaba todos los días a su cruel destino. No entendía por qué su amada había muerto de forma tan repentina. No entendía cómo era posible que ese automóvil la hubiese arroyado, acabando de paso con su vida.
Estaba decidido a hacer lo que fuese necesario para traerla de vuelta, para cambiar su destino.
Una noche, sentado en la barra de un bar, un personaje extraño se le acercó. Llevaba puesto un largo abrigo negro, dentro del cual escondía sus manos. De forma inesperada, este personaje se acercó a Santiago.
Al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Santiago se apuró a retirarse del bar. Sin embargo, el hombre del abrigo negro puso sobre su hombro una mano metálica, elegante y robótica. Ante esto, Santiago no pudo ocultar su desconcierto y curiosidad.
El hombre hablaba pausadamente, con una voz grave y melodiosa. Le dijo a Santiago que no tenía nada que temer. Que él era amigo de su esposa. Que no se preocupara, que ella estaba bien.
Santiago no supo qué decir. Ana había muerto hacía meses y ésta era la primera vez que alguien mencionaba su nombre desde el día en el que aquel auto la había arroyado.
No entendía muy bien qué estaba pasando, pues el mismo había llevado a Ana al hospital y se había despedido de ella tras su muerte.
Como si el hombre pudiese leer la mente de Santiago, comenzó a responder sus preguntas una a una, sin que éste las hubiese formulado siquiera. Le explicó que Ana no era un ser humano cualquiera. La madre era una selenita, un ser de otro planeta, y su padre un hombre humano. Le explicó que a los selenitas siempre les da otra oportunidad.
Santiago no sabía si reír o llorar, por lo que permaneció en silencio y dejó que el hombre continuara con su explicación.
Según él, Ana se encontraba en ese momento recuperándose en la Luna. Ella estaría bien, pero jamás podría volver a la Tierra.
El hombre indicó a Santiago que él mismo era un androide amigo de la familia, y que había venido hasta la Tierra enviando por Ana, ya que ella esperaba que Santiago se le uniese en la Luna.
Atónito ante el resto de la explicación e incrédulo ante aquello que le estaba siendo dicho, Santiago solicitó pruebas al hombre de que Ana aún estuviese viva.
El hombre dio a Santiago una pequeña pantalla, indicándole que al día siguiente Ana le llamaría. Si aceptaba contestar esa llamada, sería transportado directamente a la Luna.
Aun no se sabe si aquel hombre dijo la verdad a Santiago. Lo cierto es que, ni su familia ni amigos le volvieron a ver después de ese día.
Burpy
Burpy se disponía a ponerse su mejor traje, el que solo se ponía en los días importantes. Ese día era particularmente importante. Era el día en el que por fin invadiría la Tierra, lugar lleno de abominables criaturas.
Una vez terminó con su rutina solar, aérea y crepuscular, se dispuso a caminar hacia su nave con paso decidido. Encendió motores, y después de emitir un torrencial chorro de espuma, despegó rumbo a la tierra.
Tenía todo fríamente calculado. Sabía que aterrizaría en un lugar desolado y luego se desplazaría hacía una gran urbe, haciéndose pasar por humano. Una vez allí, se haría al poder y convertiría a todos los seres humanos en sus esclavos.
Burpy pensó que el viaje a la Tierra era aburrido, así que aceleró el paso, y en vez de llegar en varios millones de años luz, alcanzó la atmósfera terrestre en dos semanas.
El aterrizaje de su nave fue un poco más difícil que su viaje, y tuvo que recalcular las coordenadas del lugar en el que quería caer varias veces.
Finalmente cayó en lo que él creía era un bosque. Burpy jamás había estado en la Tierra, y por esto lo único que conocía de la misma era lo que su padre, un famoso invasor de planetas, le había contado.
Sabía que no necesitaba máscara para respirar, pues en la Tierra, como en su planeta, los seres vivían de oxígeno. Así que, se aventuró a salir, no antes sin revisar que ninguna amenaza fuera detectada.
Cuando tocó el suelo terrícola, Burpy no podía creer lo que sus ojos veían. Lo llenó un sentimiento de alegría inmenso pues la Tierra se parecía bastante a su planeta.
Después de caminar un poco, explorando el área, sintió como un objeto extraño de color rojo le pegaba en la cabeza. Cuando miró hacia arriba, vio a una criatura riéndose, colgada de lo que él creía era un árbol. Esta criatura era bastante parecida a las de su planeta, pero más hermosa.
La criatura bajó del árbol y le empezó a hablar alegremente. Burpy no entendía qué estaba sucediendo, pero no podía dejar de ver a la criatura. Después de varios minutos escuchando a la criatura, consiguió aprender su lengua y comunicarse con ella.
Es así como, Burpy le explicó su misión y ella estalló en risas, mientras se burlaba de sus palabras, su acento y su colorido traje. Burpy no sabía qué sucedía, así que empezó a formular cientos de preguntas que, la criatura con gracia respondía.
Una vez sus preguntas fueron respondidas, Burpy perdió total interés en invadir la Tierra, y entendió que las criaturas allí no eran abominables.
En realidad, se parecían mucho a las de su planeta. En ese momento decidió dar un giro para regresar a su nave. Fue entonces cuando la criatura lo abrazó y le dio las gracias.
Burpy jamás conseguiría entender por qué esta criatura le dio las gracias. Lo cierto es que, gracias a su amabilidad él había decidido cambiar sus planes e ir a invadir otro planeta.
Una mensajera estelar
Era un día caluroso en Marte del año 2030. El Sol quemaba incesante y Gaby, una marciana, no sabía dónde esconderse de sus rayos mientras repartía el correo.
Llevaba apenas unos días en el oficio de cartera y ya le habían asignado la entrega de un paquete espacial con destino a la Tierra.
Según lo indicado por su jefe, Gaby terminó de repartir las cartas a marcianos de Marte y se dirigió a Neptuno a recolectar el paquete que iba para la tierra.
Cuando llegó a Neptuno la embargaba le emoción, pues era la primera vez que pisaba el suelo de ese hermoso planeta.
En este caso, vale aclarar que la palabra suelo es un poco imprecisa, ya que Neptuno era una inmensa esfera llena de agua.
De esta manera, estacionó su nave en un aeropuerto espacial flotante. Desde allí tomó un bote y después de varias horas navegando entre canales y preciosas edificaciones de colores, llegó a su destino: los Laboratorios H2O.
Allí le fue entregado un cubo azul diminuto. Este cubo era hermoso, y parecía importante. Uno de los hombres del laboratorio le indicó a Gaby que de la entrega de ese cubo dependía la supervivencia de la humanidad, por eso era de vital importancia que lo llevara a su destino sano y salvo.
Gaby aceptó su misión con un poco de miedo, pero con bastante emoción, pues era una muy importante. De esta manera volvió a su nave y emprendió camino a la Tierra.
La ruta no era la más agradable, pues desde Neptuno debía pasar por Saturno, y el camino era un poco rocoso. Sin embargo, trató de volar con la mayor precisión para llegar a la tierra a tiempo.
Cuando alcanzó la atmósfera terrestre y observó su superficie, se sintió aturdida y confusa. La Tierra era un globo irregular de color ocre. No había una gota más de agua en su superficie.
En ese momento entendió por qué el pequeño cubo que llevaba en sus manos era tan importante. Éste era la fuente de agua necesaria para reabastecer la Tierra.
Después de múltiples maniobras, y un aterrizaje complicado. Gaby logro llegar a la sede de los laboratorios H2O en la Tierra. Allí entregó su paquete a un sonriente y agradecido equipo de científicos humanos.
Después de entregar el paquete, y mientras se alejaba de la superficie de la Tierra, Gaby veía por la ventana cómo el planeta se tornaba gradualmente azul.
Los androides
Muchos años habían pasado desde que el hombre había confiado su vida en las manos de los androides. Como si se tratase de un nuevo orden esclavista, los seres humanos contaban con numerosos androides para realizar sus tareas diarias.
La relación entre los androides y humanos era tan fuerte que estos dependían completamente de sus robots para subsistir.
A los androides por su parte, no se les reconocían sus derechos. Ya que estos, a todas luces, no eran humanos. Esta situación creaba descontento en ellos, que a su vez temían por su integridad física en caso de que sus amos intentasen desconectarles o dañarles.
Esta situación de los seres humanos sobre los androides continuó por cientos de años. Aquellos androides que lograban ser libres, eran aquellos creados por otros androides de forma clandestina.
Existir plena y libremente era difícil para los androides, quienes gozaban de facultades físicas, mentales y emocionales iguales o superiores a las de los seres humanos, gracias a los avances de la ciencia.
El descontento general llevó a los androides a comenzar a reunirse de manera clandestina. Estos terminarían con sus quehaceres, y en vez de ir a conectarse a sus fuentes de energía domésticas, se reunirían en bancos de energía clandestinos, mientras discutían acerca de su situación.
Sería imposible señalar el día exacto en el que los androides decidieron sublevarse contra el poder de los humanos.
Lo cierto es que, muchos de ellos fueron desconectados y destruidos en el proceso. No obstante, fue este ejercicio de la fuerza lo que al final permitió a los androides ser libres y compartir los mismos derechos que los seres humanos.
Esteban y C2-O2
Cada vez que Esteban y C2-O2 caminaban por la calle agarrados de la mano, todas las personas a su alrededor se escandalizaban. Sin importar que fuera el año 3017, la gente no aceptaba fácilmente que un ser humano y un androide estuviesen juntos.
La familia de Esteban le insistía todos los días que él podía buscarse una novia humana, como él. Sin embargo, él no quería estar con una humana, él quería estar con C2-O2, aunque ella fuera un androide, y a pesar de que la situación fuese difícil entre los dos.
Conforme pasaba el tiempo, las cosas no mejoraban para Esteban y C2-O2. Las leyes sobre este tipo de relaciones fueron endurecidas y se volvió ilegal que un ser humano estuviese con un androide.
Para verse, Esteban y C2-O2 tenían que esconderse y, a pesar de que las condiciones fueran difíciles, ambos se rehusaban a rendirse.
Un día un amigo de Esteban, que conocía toda la situación, le contó que en Marte era legal para los humanos estar con androides. Ese día, Esteban se encontró con C2-O2 y le ofreció irse con él para Marte. Ante esta alternativa C2-O2 no pudo contener su entusiasmo.
Es así como, Esteban y C2-O2 escaparon juntos, para ser felices en Marte.
Lucy y el conejo
Lucy era una niña que vivía en una granja con muchos animales: gatos, gallinas, gansos, cochinos, vacas, caballos. También había conejos. Lucy era amante de los conejos.
Tenía un conejo favorito al que llamaban nubecita. Nubecita era un conejo esponjocito y blanco. Ella lo cuidaba, lo alimentaba y lo mimaba. Lo quería mucho.
Un día Lucy quiso observar más de cerca y decidió seguirlo hasta su cueva. Por alguna razón pudo entrar a través de una de los orificios de su laberíntico hogar.
Adentro descubrió un mundo diferente. Nubecita ya no era como lo conocía; ahora caminaba en dos patas, tenía ropa, un maletín y un auto muy pequeño. Además, hablaba como una persona.
El otro lado de la cueva era como una pequeña gran ciudad. Tenía calles, edificios, autos, casas, etc. De todo, pero en miniatura.
Lucy decidió seguir a Nubecita, que ahora atravesaba apresuradamente una calle. Pero quería hacerlo en silencio, sin que notaran su presencia.
Pero entonces, tropezó con una lata que hizo ruido y Nubecita casi la descubre. Afortunadamente, logró esconderse y seguirla en secreto durante un rato, pero al final Nubecita la descubrió y le gritó:
– Lucy, ¿qué haces aquí? – al tiempo que la agarraba de un brazo y se la llevaba a un callejón para hablarle y pedirle que permaneciera en secreto, porque allí nadie podía enterarse de su llegada.
– Pero ¿por qué Nubecita? Este mundo es asombroso y muy bonito.
– Porque no. En este mundo está prohibido tener humanos. Esta es una dimensión diferente. Hay una dimensión para cada criatura del universo. En esta, los conejos dominamos el mundo. Solo algunos pocos pueden viajar entre las dimensiones. Yo lo hago, pero respetando las reglas. En tu mundo, solo soy tu mascota y adoro serlo.
– ¡Wow eres un conejo viajero! ¿Y por qué yo estoy aquí?
– Eso mismo me pregunto yo –respondió el conejo en tono serio-.
A continuación, Nubecita le pidió que esperaran un momento en el que no hubiera tanta gente (o tantos conejos), para ir donde podrían hallar respuestas.
Llegado el momento, se la llevó corriendo cubierta de muchas mantas para que nadie pudiera identificarla.
Al final llegaron con Mionana, una especie de chamana en esa dimensión. Le contaron lo sucedido y ella sin sorprenderse siquiera dijo:
– ¡Esta pasando de nuevo! No se preocupen, lo vamos a resolver.
– ¿Cómo podremos resolverlo Mionana? – preguntó Nubecita.
– Sencillo- sentenció la chamana-. Lucy tendrá que decir las vocales con los ojos cerrados. Al pronunciar la última vocal, vas a sentir un golpecito en la frente.
Está bien- respondió Lucy, quien a su pesar cerró los ojos y se dispuso a comenzar, pero antes preguntó si podría volver.
– Claro que podrás regresar, pero deberás hacerlo en silencio y sin que nadie pueda verte – le dijo Mionana.
Entonces Lucy cerró los ojos y comenzó a decir en voz alta:
A, e, i, o… no había terminado de pronunciar la u, cuando sintió el golpecito en la frente y aun con los ojos cerrados pudo notar un brillo.
Al abrir los ojos ya estaba al frente de la conejera, sentada y algo aturdida.
Creyó por un momento que había sido un sueño, pero al revisar sus bolsillos encontró una pequeñísima foto de su Nubecita y sonrió.
Oliver y la paciencia
Corría el año 2030. El planeta ya no tenía calles; los autos volaban. La gente no se iba de vacaciones a la playa o a la montaña, sino a otros planetas.
Así era la vida cuando Oliver y su familia decidieron viajar a Rigel, una de las estrellas de Orión. Les encantaba viajar allí porque podían ver varios soles desde ella.
Además, la gente que habitaba en esa estrella era muy amable y acostumbraba tomar unos deliciosos batidos azules. Oliver disfrutaba mucho de esos paseos.
En unas vacaciones escolares fueron a visitar Orión, pero en el camino se accidentó la nave de la familia.
Los padres de Oliver se preocuparon y desearon que no fuera grave, porque estaban en medio del espacio con la nave fallando y Oliver tenía muchas ganas de llegar a Orión.
El papá de Oliver salió para intentar reparar la avería. En vista de que tardaba mucho, Oliver se comenzó a impacientar y se levantaba de su asiento a cada momento a preguntarle a su mamá, a lo que ella respondía:
– Debes tener paciencia mi niño. Intenta distraerte con algo. Papá está haciendo todo lo posible por reparar el fallo del motor para que podamos continuar el viaje.
Pero Oliver no sabía qué hacer y seguía inquieto y preguntón. Entonces su mamá le propuso que contaran meteoritos, pero Oliver dijo:
– No mami, eso me aburre.
– Contemos estrellas, ¿te parece?
– No mami, siempre pierdo la cuenta- se quejó Oliver.
– Está bien. Entonces, pongámosle nombre a las estrellas más cercanas.
– ¡Sí mami, eso me encantaría!
Comenzaron a nombrar las estrellas, que tenían más cerca, y ya habían perdido la cuenta de cuántas llevaban, cuando la mamá de Oliver notó que se había quedado dormido.
Lo abrigó y en ese momento llegó su papá:
– Listo cariño, ya podemos avanzar. Fue más difícil de lo que esperaba, pero ya lo resolví.
– Perfecto mi amor. Recostaré a Oliver y te ayudaré en el viaje.
Encendieron la nave y retomaron el camino. Cuando Oliver despertó, ya estaban en su lugar favorito para vivir las vacaciones de su vida.
Al son de la tecnología
Nina estaba muy nerviosa, se acercaba el día de la graduación y no tenía con quién ir al baile, aunque estaba esperando que Augusto la invitara.
Tampoco tenía idea de qué ponerse. Llamó a sus amigas para que fueran a su casa y la ayudaran a decidir.
En cuanto llegaron, se pusieron manos a la obra: ingresaron a la tienda virtual desde el teléfono de Nadia, una de las amigas de Nina.
Por fin, tras un buen rato de ver modelos, configurados con las medidas de Nina, descargaron las mejores opciones y probaron las posibles combinaciones.
Una mini falda color fucsia y una camisa color mostaza, parecían las opciones más atractivas, pero siguieron probando por un rato más hasta que se decidió por la falda fucsia y la camisa color mostaza.
– Listo- dijo Nina- Este me encanta. Pediré que me lo traigan. ¡Gracias chicas por ayudarme a escoger!.
A los cinco minutos sonó el timbre y al abrir la puerta, allí estaba el vestido que acababan de elegir.
Mientras esto ocurría en casa de Nina, Augusto estaba en su casa nervioso porque quería invitar a Nina pero no sabía bailar.
Su amigo César, que era un excelente bailarín y muy bueno con la tecnología, le dijo:
– Te mostraré una aplicación que te va a ayudar a solucionar tu problema.
Entonces César le colocó un chip en su brazo que conectó a un pequeño aparato similar a un control remoto en miniatura.
Augusto comenzó a ver, en los lentes de realidad virtual, los pasos de baile más populares del momento. Y, gracias al chip que le había colocado su amigo, sentía el impulso de movimiento en los pies, de acuerdo a las imágenes que estaba observando.
En veinte minutos, Augusto era todo un bailarín. Entonces, se animó para llamar a Nina e invitarla.
Con las piernas temblorosas y mariposas en el estómago, llamó a Nina, quien disimuló su emoción al decir: sí.
Fueron al baile y pasaron una tarde muy divertida.
La aventura en el bosque
Había una vez un grupo de amigos que quería tener una aventura.
Ellos jugaban en la plaza del pueblo todos los días, pero ya se estaban aburriendo porque ya no tenían juguetes, se habían roto todos, así que decidieron inventar su propio mundo de juegos.
Imaginaron que la plaza era un enorme bosque y que tenían que atravesarla para llegar a unas cataratas y beber todo el agua posible.
Empezaron a jugar y todo marchaba de maravilla hasta que de repente empezaron a sentir sed y mucho calor.
Su ropa estaba llena de tierra y casi no podían abrir los ojos porque la luz del sol lo impedía. El calor era insoportable y apuraron el paso para llegar a las cataratas porque sentían que se desmayarían.
En el camino se encontraron con un señor que iba con un caballo y le preguntaron por el mejor camino para encontrar unas cataratas.
El señor no hablaba su idioma, por lo que se le hizo difícil entenderles y responderles. Sin embargo, logró indicarles una dirección a seguir.
También alcanzaron a entenderle que estaba en el Amazonas en el año 1940. Los niños estaban confundidos. Vivían en América en pleno siglo XXI. ¿Cómo habían llegado hasta allí?
Era una pregunta importante, pero lo urgente era saciar su sed, así que siguieron caminando por donde les había indicado el caminante.
Al final, uno de los chicos logró divisar las cataratas. No lo podían creer. Corrieron desesperados y se lanzaron al agua. Bebieron, se bañaron, nadaron… Estaban felices.
De repente, una chica del grupo recordó lo que les había dicho el hombre y también recordó que antes de empezar a sentir que el bosque era real, todos estaban jugando a un video juego.
Ese debió ser el motivo de tan extraña situación; ellos mismos estaban siendo los protagonistas del videojuego al que estaban jugando en la realidad.
Ya tenían una nueva aventura por delante. Tendrían que terminar todas las fases del videojuego para volver a la realidad.
Letralandia
Érase una vez, Letralandia, una ciudad enorme situada en la mayor computadora del mundo. En esta ciudad, las letras vivían muy contentas porque todas eran utilizadas a diario. Eran útiles.
Las letras se levantaban muy temprano (había unas que ni siquiera necesitaban dormir), para ser usadas en millones de palabras.
En aquella enorme ciudad, las letras viajaban por doquier en autos de distintas formas y tamaños. Vestían de un color diferente en cada viaje que hacían.
Pero en las afueras de Letralandia, había unas pequeñas aldeas menos activas algo empolvadas: era el sector de los signos de puntuación.
El ambiente en este sector era distinto del que se vivía en el resto de Letralandia.
Muchos de los signos de puntuación de cierre, estaban en buena forma, saludables y contentos, pero el resto de los signos, en especial los signos de puntuación de apertura, se veían demacrados, casi sin vida.
Unos yacían en las calles oscuras, a su suerte. Otros estaban encerrados en pequeños cuartos, sentados en un sofá viendo vídeos. Parecían zombies.
Se trataba de signos de puntuación que no eran utilizados, y en los casos en los que eran usados, eran mal utilizados.
Así pasaban los días de aquellos sectores hasta que el signo de admiración ¡ se reveló:
– Esto no puede continuar así. No nos pueden olvidar – dijo decidido.
Y caminó hacia el centro de Letralandia dispuesto a hacerse notar.
Entonces, en cada escrito que iniciaba cualquier usuario de la computadora, aparecía el signo de admiración de apertura (¡).
Al principio, el dueño del computador creyó que era un error, pero la posición del signo llamó su atención y quiso saber cuál era su uso.
Investigó en el diccionario y dijo ¡Eureka! Había aprendido algo nuevo; en el idioma español los signos de puntuación se utilizan para abrir y cerrar las oraciones.
Además, había salido de la rutina… ¡por fin!
El parque
Corría el año 3250 en el planeta tierra. Las personas no podían salir a tomar el Sol. El cielo estaba cubierto por una capa gris y amorfa.
Hellen y David jugaban en su casa con unas rocas esterilizadas que les había comprado su madre el mes anterior.
No querían salir al patio porque les pesaba el traje protector que debían usar para evitar la contaminación.
– Mamá, ¿podemos salir sin los trajes protectores?- preguntó Hellen curiosa.
– No, mi amor. Es peligroso – dijo su madre.
– Es que quiero jugar como esos niños de las historias que los mayores nos cuentan. Esos que jugaban en… par… par… ¡parques! Como los niños que jugaban en los parques sin esos trajes tan pesados que debemos usar nosotros.
Hellen y su hermano, siempre escuchaban historias de que antiguamente los niños jugaban en sitios llamados parques, pero que poco a poco los fueron abandonando para encerrarse en sus casas a jugar con aparatos.
– Amor, ya sabes que ellos podían hacer eso antes porque era diferente. Las personas se llenaron de aparatos que se dañaban rápidamente y se fueron acumulando muchos desechos en nuestra atmósfera, en nuestro aire. Ahora, no podemos estar afuera sin protección.
Esa respuesta ya la habían escuchado, pero Hellen y David no podían entenderlo. No sabían cómo era que las personas habían permitido que eso pasara.
No sabían cómo se podía preferir estar encerrados durante tanto tiempo, antes que jugar y correr libremente cuando se podía.
Así pasaron un par de meses más hasta que un día Hellen volvió a hacer la misma pregunta, pero esta vez su mamá le sorprendió con la respuesta:
– ¿Y si te propongo algo mejor?
– ¿Algo mejor?
– Sí, ¿qué tal si construimos nuestro propio parque allá afuera?
– Siiiii – gritaron los hermanos emocionados.
Entonces se pusieron manos a la obra. Ese domingo, la familia entera empezó a construir su propio parque en el estacionamiento de la casa.
Pasaron horas divertidas en familia. Crearon, trabajaron, jugaron y se cansaron también, pero lo más importante: compartieron un momento diferente en familia.
Al final, observaron felices un parque muy colorido y con juegos distintos dentro de la seguridad de la cochera de la casa.
De esta manera, los niños pudieron conocer algo muy parecido a un parque, sin arriesgar su salud… al menos mientras se mudaban de planeta.
Ataque extraterrestre
Hace años que no piso tierra firme, me vine en una misión para explorar la galaxia en busca de vida inteligente.
Pero creo que mi suerte va a cambiar, hemos recibido un aviso que han encontrado indicios de vida en un planeta no muy lejano, y nosotros somos los que más cerca nos encontramos. ¡Por fin volveré a sentir el peso de la gravedad!
Estoy emocionada, lo tengo todo empaquetado para salir de esta nave y no volver a ella en mucho, mucho, tiempo. Solo espero que las condiciones del planeta nos permitan vivir tranquilamente.
A medida que nos aproximamos, vemos una especie de edificio con forma ovalada que se erige en el horizonte y nos dirigimos hacia allí. Una forma humanoide sale de él mientras nosotros descendemos de la nave.
Dice algo en un lenguaje que no conocemos, y ninguno de nuestros aparatos parece conseguir traducirlo. Empiezan a llegar más formas humanoides a nuestro encuentro, ¡no son tan distintas a nosotros!
Pero algo cambia en el ambiente, alguien se mueve, alguien saca un aparato desconocido. Es un arma, los disparos empiezan a volar en todas direcciones y corremos hacia la nave tan rápido como podemos.
Sólo una tercera parte de la tripulación llega a la nave. Seguiremos buscando otro planeta.
Un mundo sin fin
Sabían que no serían los mismos después del apocalipsis que acababa de suceder. Sabían que no volverían a pisar sus casas, ni comerían las cosas que hasta ahora habían comido. Pues todo rastro de la civilización, como la conocían, había sido exterminado de la faz de la tierra.
Cuando los científicos comenzaron a experimentar con la ciencia espacial nuclear, jamás se imaginaron que su poder podría salirse de las manos.
Múltiples experimentos exitosos habían sido llevados a cabo en el pasado en las bases de Marte y la Luna. Nadie había muerto, y los poblados localizados en ambas esferas habían llamado a sus familias en la tierra para celebrar los avances de la humanidad.
Sin embargo, algo había salido mal en la tierra. Una explosión de dimensiones que no pueden ser descritas sacudió la tierra desde la corteza hasta su núcleo.
De repente, todos los volcanes hicieron erupción por días al unísono. Los océanos borraron las costas, y a su paso arrasaron con ciudades y desaparecieron islas.
A causa de los gases liberados por la explosión, el cielo jamás volvería a ser azul. Ahora ostentaba un color rojizo, como si le hubiera lastimado, y ahora estuviese sangrando.
Los pocos sobrevivientes de la catástrofe no lograban explicarse aun cómo conseguían estar en pie e ilesos. Todo aquello parecía una pesadilla de la que jamás despertarían.
De repente, los volcanes cesaron su erupción. Los océanos calmaron su furia y el cielo gradualmente se fue tornando azul. Los sobrevivientes no conseguían entender lo que estaba sucediendo.
Sin previo aviso o señal, la superficie de la tierra comenzó a llenarse de vegetación en un abrir y cerrar de ojos. Todas las ruinas fueron cubiertas por frondosos árboles de frutas.
Todos los recursos de la tierra fueron renovados y numerosas y desconocidas especies de animales comenzaron a poblar la tierra en cuestión de horas.
Todos sabía que el mundo no volvería a ser igual. Sin embargo, esto ya no importaba, porque en el aire se podía percibir el deseo profundo que todos los sobrevivientes tenían de volver a empezar una nueva vida.
Se sentía en el aire un sentimiento común de felicidad por esa nueva oportunidad que la tierra les daba.
Mi otro yo
Era una mañana normal, yo estaba en mi cama pero sabía que algo no iba bien. Ella estaba allí. No sé quién era, pero se parecía a mí. No sólo se parecía a mí, sino que hablaba como yo.
Le pregunté su nombre, aunque ya sabía la respuesta, y dijo el mío. Se estaba preparando para ir a la escuela con mis cosas, y le pregunté que qué hacía. Me contestó que mí tiempo se había acabado, que era hora de que me retirase y ella tomara mi lugar.
Dijo que si no me portaba bien mi padre me llevaría al taller, no sabía que era el taller pero no me quedaría para averiguarlo.
Salí corriendo de la habitación y bajé las escaleras corriendo. Mi padre me llamó, pero tenía voz de enfadado, así que seguí corriendo saliendo por la puerta trasera y adentrándome en el bosque.
No sé cuánto tiempo estuve corriendo, pero no paré hasta que sentí que la zona en la que me encontraba no era conocida. Me senté debajo de un árbol a pensar en lo ocurrido. No entendía nada, quién era la otra chica, por qué se parecía a mí y por qué iba a ocupar mi lugar.
Oí unos pasos cerca de mí y me volví, y allí estaba mi padre con su mueca y cara de enfado. Dijo que sabía dónde encontrarme ¿cómo lo sabía? Yo nunca había estado aquí. Algo hizo que se me nublara la vista y perdí el conocimiento.
Me desperté en mi cama, era por la mañana de nuevo, todo había sido un mal sueño. Llamé a mi madre para contarle mi pesadilla y que ella me calmara, siempre lo hacía. Cuando se lo conté, con voz dulce me dijo que no pasaba nada, pero que mejor me portase bien o mi padre me volvería a llevar al taller.
El virus
Hace tiempo que la tierra ya no es el paraíso terrenal que fue en su tiempo. La sobreexplotación de los recursos ha llevado la vida humana a una situación límite.
La contaminación de las aguas, por parte de las industrias de todo el mundo han hecho que enfermemos. La población se ha visto diezmada, pero lo políticos siguen manteniendo que todo sigue bien.
La gente se amontona en las calles pidiendo alimento y agua, pero nadie consigue nada para llevarse a la boca. El primer mundo ha pasado a convertirse en una cloaca, así que no quiero imaginarme esos países que dejamos a la mano de dios mientras explotábamos sus recursos.
Hace un tiempo que los hospitales deberían estar llenos pero, sin embargo, los médicos parecen calmados y tranquilos. Hay algo que aquí no marcha bien, algo está pasando.
Pasan los días y empiezan a suceder cosas extrañas, ya no se oye a gente pidiendo en las calles, hay tranquilidad, incluso silencio. Hacía años que eso no sucedía.
Decido coger mi mascarilla radioactiva y pasear por lo que queda de bosque. Es raro, juraría que el bosque estaba más cerca, sólo veo montones de tierra a mi alrededor. Cuando me asomo a uno de ellos veo un cadáver, pero el cadáver es verde, y tiene los ojos inyectados de sangre.
Intento irme de allí lo más rápido posible, oigo unas voces detrás de mí, me giro y tienen una pistola. Intento levantar las manos para mostrar que no voy armado. Mis manos ya no son mis manos, ahora son verdes, son del mismo color que el cadáver. Uno de los uniformados se acerca a mí, ya es demasiado tarde – me dice – Adiós.
Los Rukos
Rosa era una chica afortunada. Tenía videoconsolas, un móvil, una televisión de realidad virtual, una tablet y hasta un pequeño cyborg llamado Ruko. Bueno, el cyborg lo tenían todos los niños del mundo, ya que era el juguete más deseado. Por supuesto lo tenía también Daniela, la superamiga de Rosa.
Al principio Ruko interactuaba muy poquito. Decía “hola”, “adiós”, “te quiero”, roncaba si le decías que se durmiera y cantaba la canción que quisieras.
Con el tiempo, los fabricantes del juguete fueron perfeccionando a Ruko y ya andaba como una persona normal, sabía jugar a las cartas o al ajedrez e incluso comía. Todos los niños adoraban a su Ruko. Era gracioso, listo y te ayudaba con los deberes. Era casi como un niño de verdad.
Pronto, los niños de todo el mundo empezaron a dejar de verse con sus amigos, ya que preferían estar con Ruko. En los patios del colegio todos los niños encendían el móvil para llamar a Ruko o cuando iban al cine o al parque de atracciones iban también con Ruko.
Rosa también estaba encantada con su juguete y ya no tenía contacto con Daniela. Tan solo hablaban cuando sus padres se paraban por la calle a charlar, pero entre ellas apenas había conversación. Solo pensaban en qué estaría haciendo su Ruko solo en casa.
Sin embargo, un día el Ruko de Rosa empezó a fallar. Ella creía que era la batería, pero la realidad es que el juguete se había cortocircuitado por dentro y apenas podía hablar o moverse.
Rosa y sus padres llevaron el robot a la tienda de asistencia técnica. Por suerte tenía arreglo, pero tardarían un mes en poder tenerlo listo.
-¿Un mes? Mamá eso es mucho tiempo- dijo Rosa enfurecida.
El técnico le dijo que podía proporcionarle un Ruko de repuesto, pero tendría que dejar una fianza de 150 dólares. Rosa no tenía dinero y sus padres se negaron a pagarlo.
-Este mes tenemos muchos gastos en casa, no podemos permitirnos dejar aquí ese dinero- le dijo su padre a Rosa.
Ella lloró y lloró pensando que estaría un mes sin su robótico amigo. Sin embargo, nada podía hacer.
Aquel día, y el siguiente, y el siguiente, estuvo realmente triste. Echaba de menos a su cyborg y además le molestaba ver a todos los niños de su calle y del colegio con el suyo. Rosa se aburría inmensamente y pasaba las horas tirada en el sofá viendo la tv o jugando a la videoconsola. Pero sin Ruko no era lo mismo.
Su madre, preocupada por su tristeza, tuvo una idea para mejorar los ánimos de Rosa. Sacó un viejo álbum de fotos familiar y se sentó junto a la pequeña para que lo vieran juntas. Rosa al principio no tenía ganas, pero a medida que su madre iba pasando páginas se fue alegrando.
Aparecieron fotos de cuando Rosa era bebé, de cuando se le cayó su primer diente, de cuando cumplió cinco años, de las navidades o de cuando aprendió a nadar en la piscina municipal. Rosa se dio cuenta de que en todas las fotos había una persona a su lado: su amiga Daniela.
Ambas tenían la misma edad y habían crecido juntas, ya que sus padres eran muy amigos. Las fotos le hicieron recordar a Rosa todo los momentos vividos y las risas que echaban en el colegio o en el parque.
De repente, Rosa empezó a extrañar más a su amiga y menos a Ruko. Miraba todas las tardes el álbum de fotos deseando escribir o llamar a Daniela para que volvieran a ser amigas, pero eso le daba vergüenza.
-Después de tanto tiempo sin hablar seguro que ella no me echa de menos. Además ella tiene a su Ruko… -pensaba Rosa entristecida.
Una tarde, Rosa fue a buscar su álbum de los recuerdos pero no lo encontraba. Preguntó a su padre y su madre, pero ellos tampoco sabían nada. Rosa de repente estaba sin Ruko y sin su álbum.
Días después llamaron a la puerta. Rosa fue a abrir y se encontró en la puerta a Daniela. Sostenía en sus manos el álbum de fotos.
-Tu mamá se lo dio a la mía y lo he estado viendo- dijo Daniela.
-¿Me lo devuelves?- dijo Rosa.
-Si vuelves a ser mi amiga- dijo Daniela.
-¡Siiiii!¿Pero ya no querrás jugar con tu Ruko?- preguntó Rosa.
En ese momento aparecieron por la puerta las dos madres con los dos Rukos y decidieron que ahora ellas jugarían juntas como hacían antes y que los cyborgs estarían guardados en un cajón juntos para que estuviesen acompañados. Ellas aceptaron y se abrazaron.
Al día siguiente jugaron a la comba, en los columpios o al pilla-pilla. Todos los niños se sorprendían porque no jugaban con Ruko o con los móviles. Sin embargo, pronto todos los robots acabaron en un cajón y los niños de todo el colegio volvieron a jugar entre ellos.
Un líder inesperado
En el año 2125, la Agencia Mundial Aeroespacial ya había conseguido contactar con otros planetas con vida extraterrestre.
La conexión todavía era muy rudimentaria, ya que la tecnología no estaba tan avanzada y viajar a otros planetas todavía era muy complicado para la mayoría de las civilizaciones del sistema solar.
Con Marte las relaciones eran buenas e incluso los marcianos y terrestres habían intercambiado regalos. A través de la nave InSight II, los humanos enviamos chocolate, azucenas, un cd de música rock y el libro de Don Quijote de la Mancha.
Por su parte, los habitantes de Marte nos enviaron un juguete-robot con forma de marciano, una piedra preciosa que solo había en su planeta y una batería que nunca se acababa, la cual sirvió para ayudar a muchos países pobres.
Nos llevábamos genial con el “planeta rojo”, pero con Venus las cosas eran totalmente distinta.
Al estar más lejos el planeta de los venusinos, la comunicación era algo más complicada. La única forma de contactar era mediante un sistema parecido al código morse, donde los mensajes eran cortos y muchas veces llegaban a la mitad.
En una ocasión, el líder de la Tierra envió un escrito al representante de Venus que decía:
“Queremos ser vuestros amigos y destruir toda mala relación entre nosotros y vuestro planeta”.
Sin embargo, de nuevo las conexiones fallaron y a Venus solo llegó:
“Queremos ser vuestros amigos y destruir toda mala relación entre nosotros y vuestro planeta”.
Los venusinos se escandalizaron cuando vieron el mensaje y pronto se organizaron para defenderse del ataque. Estaban convencidos de que podrían vencer a la Tierra, ya que su tecnología era muy superior.
De hecho, como era costumbre en su civilización, enviaron un comunicado avisando a la Tierra de que el líder venusino iría al “planeta azul” para reunirse con su representante:
“El próximo 4 de septiembre de 2125, a las 12h terrestres, nuestro líder aterrizará en Washington DC para firmar un acta de Guerra”.
Sin embargo, a la Casa Blanca nunca llegó ese comunicado por las dichosas conexiones, por lo que en ningún momento pensaron que se había declarado una guerra entre planetas.
Llegó la fecha y los venusinos tomaron rumbo a la Tierra. Tras casi 50 horas de viaje se adentraron en la atmósfera, por la parte del trópico central. En ese momento, la densa capa de ozono y unas tormentas inesperadas hicieron que el piloto de la nave perdiese el rumbo y las coordinadas.
Tras recuperar el control y dar varias vueltas sobre el planeta, aterrizaron donde ellos pensaban que estaba la Casa Blanca.
Abrieron la escotilla de la nave y el líder de los venusinos y sus guardias bajaron hasta pisar suelo. Se sorprendieron por la belleza del lugar. Efectivamente todo era blanco, pero no encontraban la famosa Casa. Algo imposible, ya que habían posado su nave cerca de Laponia, cerca de Finlandia.
El silencio del lugar les puso en alerta, ya que pensaron que podía tratarse de una trampa. De repente, se oyó un ruido entre unos matorrales y los guardias apuntaron con sus poderosas armas. Apareció un perro que se acercó tímidamente a los visitantes.
-Detente- dijo el líder venusino en su lengua. -Soy Makuly, ser más importante del planeta Venus, ¿puedes entendernos?
El perro, como era obvio, no dijo nada. Solo sonrió.
-¿Eres tú el líder de este planeta?- preguntó Makuly algo desconcertado.
El perro empezó a mover la cola de un lado a otro en señal de alegría. Los venusinos no entendían nada.
-Hemos hablado por código interespacial, sé que puedes entendernos, ¿por qué no respondes?- empezaba a enfadarse el líder venusino.
-¡GUAU!- dijo el simpático canino.
-¡Esto es una ofensa para nuestro pueblo!¡Deténganlo, nos lo llevamos de rehén a nuestro planeta!- ordenó Makuly a su guardia.
El perro no ofreció resistencia y se fue con ellos tan feliz. Los extraterrestres arrancaron la nave y pusieron rumbo de nuevo a su planeta pensando como torturar a su rehén y cómo atacarían aquel planeta tan extraño.
Al llegar a Venus, encerraron al perrito en una celda de máxima seguridad junto a dos guardias. Mientras, las fuerzas militares venusinas preparan una estrategia para atacar a la Tierra.
Sin embargo, pasaron las semanas y los guardias de la celda se fueron encariñando con el perro. Cada vez que le llevaban comida este movía la cola, les sonreía, o les lamía la cara efusivamente.
Decidieron liberarlo y llevarlo de nuevo ante el Makuly. Le explicaron lo noble y cariñoso que era, lo que hizo reflexionar al gran líder.
Pronto, Makuly y el perro se hicieron grandes amigos, lo que motivó que se cancelaran los planes de atacar a la Tierra como estaba previsto.
Mientras, en el planeta azul nunca nadie imaginó que un perro salvara la vida de todos y cada uno de los seres que habitaban allí.
Otros cuentos de interés
Referencias
- MOYLAN, Tom. Scraps of the untainted sky: Science fiction, utopia, dystopia.
- KETTERER, David.New Worlds for Old: The Apocalyptic Imagination, Science Fiction, and American Literature.-. Indiana University Press, 1974.
- HOAGLAND, Ericka; SARWAL, Reema (ed.).Science fiction, imperialism and the Third World: Essays on postcolonial literature and film. McFarland, 2010.