Lengua y literatura

40 Cuentos Latinoamericanos de Grandes Autores (Cortos)


Algunos de los cuentos latinoamericanos más conocidos son El almohadón de plumas, El Aleph, El Axolotl o El rastro de tu sangre en la nieve. Los cuentos han sido transmitidos en Latinoamérica durante generaciones para contar sus historias y tradiciones. De igual manera, los nuevos autores latinoamericanos continúan escribiendo cuentos con historias reales y ficticias.

Los cuentos son narraciones breves creadas por uno o más autores que puede estar basados en hechos reales o ficticios. La trama está protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento sencillo.

En este artículo hemos recopilado una lista de cuentos populares adaptados de distintos países; México, Argentina, Colombia, Venezuela y Chile. Además podrás encontrar una lista de cuentos de autores famosos, como Horaciio Quiroga, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar.

Índice del artículo

Cuentos populares de Latinoamérica

El reino de los monos (México Español-Nayarit)

Era una vez un rey muy poderoso que tenía tres hijos. Llegado el momento de adultez de cada hijo, estos decidieron pedir a su padre que les diera dinero suficiente para ir a las poblaciones vecinas y buscar a sus futuras esposas y regresar en un año. El rey les escuchó, y así fue.

Cada príncipe recibió lo mejor de las riquezas del rey y fue despedido. Los jóvenes se fueron por caminos distintos, a pueblos distintos, para así no pelear por las mujeres y poder escoger bien.

A cada uno le fue bien, salvo al más joven de todos. Mientras este iba en su caballo fue sorprendido y emboscado por un batallón de monos. Estos lo amarraron y lo llevaron preso hasta su reino.

Al llegar al castillo, todos eran monos también, los soldados, los campesinos, el rey, la reina y la princesa.

—Este es el ladrón que ha estado robando sus riquezas —dijo un soldado.

—Métanlo preso y lo ejecutan mañana —dijo el rey.

—¡Pero es un error! —replicó el joven, pero nadie le escuchó. Fue llevado a la cárcel y allí esperaba su cruel destino.

Pasadas unas horas, la hija del rey se acercó a su padre y le pidió que le perdonara la vida al hombre, que le parecía alguien de buen corazón. El rey vio en los ojos de la hija que el joven le gustaba, y aceptó.

Al llegar el día de la ejecución, el joven se asombró porque no lo mataron, sino que le llevaron comida, ricos manjares acompañados de una carta.

“Te he visto y me he enamorado, por eso pedí por ti. Si te casas conmigo serás rico y no te faltará nada, lo mejor es que podrás estar vivo”. Luego de leer y ver la firma, el joven notó que se trataba de la princesa. Él se dijo a sí mismo: “No importa que me case con una mona, si salgo vivo de esto, todo valdrá la pena”.

Así fue como el joven príncipe aceptó casarse con la princesa y salvar su vida. La boda fue por todo lo alto, y aunque por dentro de sí el príncipe lo hacía por interés, tras los buenos tratos de la mona, le fue tomando cariño.

Pasados seis meses el joven le dijo a su mona esposa:

—Amor, prometí a mi padre volver antes de un año con mi esposa, y se acerca el día. ¿Será posible ir?

—¡Claro, mi amor! —respondió la mona.

Se le comunicó al rey y se fueron, escoltados por un batallón real y en el mejor carruaje de todo el reino.

Al llegar al camino donde se habían separado los hermanos, allí estaban los otros dos príncipes con sus esposas. Estos se asombraron al ver la enorme caravana acercarse, pero aún más al ver que eran monos, y que el único hombre era su hermano.

El joven presentó a su mona esposa y no le importaron las burlas de sus hermanos, pues conocía el corazón de su nuevo amor. Luego de eso se fueron adonde el rey, y cada quien presentó a su mujer, pero cuando el más joven iba a presentar a la mona, el rey pidió que el ejército de monos saliera, porque no eran bien vistos y atemorizaban al resto, y que, además, la mona saludara de lejos.

—No pueden estar aquí, esta es una ciudad de hombres, pero podrán estar en la colina cercana, pues quiero a mi hijo cerca —dijo el rey.

El joven príncipe, tras notar esto, se entristeció y se fue cabizbajo. La mona lo miró, le sonrió y le dio ánimos.

Al llegar a la colina, la mona pidió a sus súbditos que de inmediato construyeran un enorme castillo para que todos pudieran estar resguardados y vivir de forma cómoda el tiempo de su estadía.

En un par de días, debido al esfuerzo de los monos, el palacio estaba listo, y era hasta mejor que el del padre del príncipe.

Una semana después el rey decidió visitar a sus hijos, fue a las casas de los mayores en su propio reino, y se dispuso a salir a la colina a ver al menor. Su asombro no fue normal al apreciar el inmenso palacio construido.

El rey se hizo acompañar de su mejor ejército para visitar a su hijo, temía que se fueran a vengar los monos por su comportamiento. No obstante, el trato fue maravilloso, los recibieron con manjares y fiesta.

El rey no encontraba donde meterse de la vergüenza, lo más notorio ocurrió cuando solicitaron silencio y espacio en el centro del palacio y el príncipe salió con su princesa a bailar frente a todos.

Justo al llegar al centro y compartir un tierno beso, todo se detuvo, la princesa mona se transformó en una joven humana hermosísima y todo su ejército también se volvió humano, al igual que la gente en su reino.

Resulta que el reino había caído bajo una maldición que solo podía romperse con un amor desinteresado que viera la belleza detrás de las apariencias. Luego de eso, nadie volvió a juzgar a los otros por como lucieran y fueron felices el resto de la existencia.

Fin.

El hombre perezoso (México, Tzotzil-Chiapas)

Esta es una historia de no creerse, demasiado desgano, demasiadas ganas de no hacer nada, y demasiada suerte para un mismo ser.

En un apartado pueblo metido en un monte vivía un hombre muy, pero muy perezoso, tanto que durmió cinco días luego de nacer, y la leche materna se la daban con una cucharilla mientras dormía.

Difícilmente aprendió a vestirse por su cuenta, y todo el día se la pasaba echado. Nunca había trabajado, solo comía y se tiraba donde le placía.

Sus padres, ya cansados de tanta mala actitud y de tanta holgazanería, decidieron buscarle una novia para casarlo, a ver si con eso lograrían que se acabara su mal. Extrañamente lograron que el joven consiguiera pareja, pues ya todos sabían de su mal comportamiento, y de cómo lo único que hacía era dormir y dormir.

No pasó mucho y se casaron y tuvieron un hijo. El nacimiento del niño trajo esperanzas a la familia de que el joven cambiara su actitud, pero no fue así, se volvió más flojo. Los padres le pidieron a un amigo que aceptara volverse compadre del perezoso para convencerlo de ir a trabajar al campo, y así fue.

Sin embargo, el joven seguía de holgazán, y en nada ayudó con las herramientas, ni con el trabajo. El compadre solo se quejaba por su actitud.

Un día, ya cansada por tanta dejadez y pereza, la mujer decidió dejarlo en casa, abandonarlo y regresar con sus padres.

—Volverás pronto, lo sé, el duende me lo dijo.

—¿Cuál duende? —respondió la mujer.

—El que pronto me traerá los diamantes que me prometió, porque decidí no cortar el árbol que me pidió mi compadre que cortara, y que era su casa.

—¡Estás loco! ¡De qué hablas?

—Nos vemos pronto —dijo el perezoso, y hasta allí hablaron ese día.

La mujer se fue adonde el compadre y le preguntó si era cierto eso del árbol, y él le dijo que sí. Tras eso, la joven se quedó pensando.

Al día siguiente, en la noche, la joven vio una pequeña figura caminado por el sendero que llevaba a su casa. La criatura tenía una caja dorada que emitía un brillo blanco en los bordes. La mujer, curiosa y pensativa, la siguió.

Como cosas de no creerse, la criatura entró en casa de la mujer, duró unos instantes allí, y luego salió con las manos vacías.

La joven esperó diez minutos, y se dispuso a entrar a su casa.

—Te dije que regresarías. Mira lo que me trajo el duende, mi regalo, solo para mí y para disfrutarlo con quien quiera —dijo el perezoso.

En efecto, todo lo soñado fue cierto. El perezoso vivió una vida de lujos increíble junto a los suyos, que ahora lo amaban por ser millonario, y no lo juzgaban.

Lo extraño fue que al morir el perezoso, ya viejo, todos sus descendientes quedaron en la ruina, pues todas las riquezas asociadas al tesoro del duende se desvanecieron.

Los transportadores de mulas (México, español-Jalisco)

Esta era una vez un grupo de arreadores de mulas que tuvieron un larguísimo día de trabajo. Estaban sumamente cansados, pero aún no llegaba la hora del descanso, la verdadera, y su jefe les observaba desde lejos, y si no cumplían el horario, pues, no les pagaban.

Pasadas unas horas más, se encontraban en el límite de su cansancio, vieron un árbol a lo lejos, con muy buena sombra, y decidieron ir allí y recostarse.

Al llegar al manzano, el árbol que habían visto, se echaron y sus pies coincidieron todos y así se quedaron dormidos. De repente, al despertar, pudieron ver que sus pies se habían pegado, y todos coincidían en una masa que tenía sesenta dedos, la suma de los dedos de los seis hombres. El mal no llegaba hasta allí, los hombres empezaron a sentir muchas pinchadas como de espinas en ese único pie de múltiples dedos; era algo doloroso y desesperante.

Al sentir aquello, los hombres empezaron a gritar, desesperados, porque no podían ponerse de acuerdo para levantarse e ir a ningún lado. ¿Adónde irían con un solo pie de sesenta dedos?

Pasado un momento, los hombres sintieron manotazos en sus cabezas, fuertes manotazos, y despertaron. Al entrar en razón se dieron cuenta de que todo había sido un sueño colectivo, y quien los despertó fue su jefe. Resulta que todos se habían quedados dormidos con los pies cruzados y una de las mulas se recostó encima de los pies de ellos, causando que estos también se durmieran.

El jefe, al no verlos en el campo, los buscó y los halló debajo del manzano. Vio su sufrimiento por tener al animal dormido encima, así que lo hizo levantarse y después los levantó a ellos.

Los hombres estaban tan agradecidos con su jefe, que trabajaron gratis toda una semana y no volvieron a dormirse durante su jornada.

Los dos conejos (México, Jalisco, versión original Los dos coyotes)

En un desierto de México, un día muy soleado, se consiguieron dos conejos. Uno era blanco y el otro marrón, pero ambos de igual contextura.

—Hola, ¿cómo estás, amigo conejo? ¿cómo te sientes? —dijo el conejo blanco.

—¿Te diriges a mí? ¿Por qué me llamas conejo? Yo no soy eso que dices, estás muy equivocado —respondió el conejo marrón.

Extrañado, el conejo blanco se quedó muy pensativo.

“Y a este, ¿qué le pasa? ¿Será que el sol le está pegando mucho? En definitiva, uno se consigue con cada loco en los caminos polvorientos, que no se sabe con cual idea van a salir”, se dijo a sí mismo el conejo blanco.

—¿Qué te pasa? ¿Te quedaste mudo, conejo blanco? ¿Por qué no dices nada? —dijo el conejo marrón.

—Es que tu respuesta me ha dejado pensativo. Tú y yo tenemos patas peluditas, cuerpo gordito y estirado, orejas alargaditas, un hocico idéntico, y lo único que nos diferencia es el color, pero vienes y me dices que no te llamas conejo. ¿Qué quieres que piense? —replicó el conejo blanco.

—Es que, yo no me llamo conejo, ¿o quieres que te mienta?

—A ver… y si no te llamas conejo, ¿cómo te llamas?

—Yo me llamo “Otro marrón”.

—¿Cómo así?

—Tal y como escuchas, mi nombre es “Otro marrón”.

El conejo blanco quedó más extrañado aún con la respuesta del compañero.

—¿Sabes algo? Te demostraré que me llamo Otro marrón, y lo haré ahora mismo. Pero, primero, necesito que hagamos una apuesta. Si te demuestro que me llamo otro marrón, me pagarás con cinco zanahorias silvestres del huerto de Juana, al norte de aquí —dijo el conejo marrón.

—Vale, acepto —respondió el conejo blanco.

—Okey, perfecto. Vamos entonces. ¿Ves aquellos niños jugando junto a los cactus?

—Sí, los veo.

—Corre rápidamente hacia ellos por la derecha y te escondes en los matorrales al fondo.

Dicho y hecho, el conejo blanco salió corriendo y se escondió tras los matorrales. Al pasar, los niños gritaron:

—¡Mira, un conejo blanco!

Al instante de haber ocurrido eso, el conejo marrón comenzó a correr por el lado izquierdo de los pequeñines y se llegó al mismo matorral donde estaba el blanco.

Casi al instante los niños gritaron:

—Mira, ¡otro marrón!

Al escuchar aquello, el conejo marrón extendió la mano al conejo blanco y le dijo:

—¿Escuchaste? Hasta los niños, sin conocerme, me dijeron “Otro marrón”. Me debes 5 zanahorias del huerto de Juanita.

Fin.

El gato y el lince (Kiliwa-Baja California Norte, versión real El perro y el coyote)

Una vez un gato coincidió en un monte cercano a su casa con un lince, su familiar salvaje de los cerros y montañas. Al ver aquella imponente figura de pelo desgreñado y filosas garras y colmillos, el felino casero se sentía sorprendido.

“Quien fuera lince, y pudiera andar libre por el monte comiendo pájaros salvajes, ratones, sabandijas y todo animal rastrero; tener, además, una caja de arena inmensa como el desierto para hacer pipí y popó donde se quiera… ¡Quién fuera!, ¡oh!, ¡quién fuera!”, se repetía el gato.

El lince, muy atento, lo escuchaba, pero no decía nada. El conocía cómo era la vida real en el monte, lo difícil que resultaba conseguir comida y sobrevivir a las adversidades. No obstante, vio en las ansias del gato la posibilidad de vivir bien unos días, comer bien y pasarla a gusto.

Luego de que habló el gato, el lince dijo en voz alta: “¡Qué bien se vive en el monte, entre los cactus y sus espinos, con toda la comida posible! ¡Qué bien se vive! No tengo que cuidar a nadie, puedo hacer todo a mi antojo, dormir lo que me dé la gana, recorrer todo libremente. ¡Sí!, soy libre y estoy a mis anchas”.

El gato escuchaba aquel discurso embelesado, y el lince, al notar la actitud del felino, se acercó.

—¿Te gustaría vivir como yo vivo? —preguntó el lince al gato.

—¿Es en serio? ¡Pues, claro! —dijo el gato.

—Bueno, es simple, cambiemos nuestros papeles. Tú puedes ser yo por unos días y yo seré tú.

—¿Y cómo es eso posible?

—Simple, mira, somos del mismo tamaño (y lo eran), tenemos el mismo color de pelaje (y lo tenían), solo que yo tengo el rabo corto y estoy despeinado. Me peinaré y me pondré una extensión en la cola, y tú, simplemente, te despeinarás.

Total que el gato escuchó atentamente y se hizo todo lo que recomendó el astuto lince. El cambio se dio en tiempo record.

Pasados dos días, el gato comenzó a ver la realidad de las cosas. No, no se comía cuando se quería, los animales eran ágiles y no se dejaban atrapara así nada más. Además, si te tardabas mucho en algún lugar, un coyote podía comerte, por lo que dormir a toda hora era imposible. Ni hablar del sol inclemente y las tormentas de arena. El pobre felino la pasó muy mal.

Al transcurrir una semana el gato decidió volver a su casa. Antes de entrar, se peinó, no obstante, apenas empezó a recorrer la sala, recibió un fuerte escobazo.

—¡Otra vez tú, gato malvado! ¡Vete de aquí! —dijo su dueño.

El gato, sin entender nada, salió despavorido, y en el camino pudo ver la jaula de los loros abierta, y las plumas en el piso, toda la comida esparcida por todos lados, y, al salir de la casa, lo peor, los gallineros destrozados y sin gallinas.

A lo lejos, en la orilla del monte, un lince se iba sonriente y con la barriga llena después de causar su planeado desastre.

Fin.

La venta de limonadas encantada (México, Puebla, nombre real El encanto que se abre en Barranca Gallito)

En Puebla, México, dos familias eran muy amigas, tanto que sus hijos salían juntos a llevar a pastar el ganado de cada hogar. Esto lo hacían todos los sábados, pues no tenían clases ese día.

Los pequeños, en cada oportunidad, llevaban a las vacas a sitios distintos a comer pasto. Un día decidieron acercarse a un lugar que los habitantes del pueblo decían que estaba encantado, pero los niños pensaban que eran inventos.

Lo cierto es que este lugar quedaba en una colina con mucho pasto, por lo que las vacas se la pasaron de maravilla. Mientras los animales comían, los niños se divertían entre los árboles frondosos. Había allí muchos frutos.

Pasadas unas horas, José, el más pequeño, vio una venta de limonada entre unos espesos matorrales. Juan, el mayor, no vio nada.

—¡Hey, Juan, ya vengo, voy por una limonada! —dijo José.

—¿Qué dices?, ¿dónde? —respondió Juan, sin quitar el ojo del ganado, porque podía perderse algún animal.

Al voltear, Juan solo pudo ver un matorral, pero no logró dar con José. En ese instante, los animales se volvieron locos y se inició una estampida. Juan corrió para calmarlos y ordenarlos, y dejó a José atrás. Llegado al pueblo, el niño entregó a los animales a cada familia.

Los padres de José preguntaron por su hijo, pero Juan les dijo que no sabía que había pasado con él, que solo dijo “Voy por una limonada”, y desapareció, y al instante los animales se volvieron locos.

—Todo fue muy rápido, no entiendo realmente que fue lo que pasó —replicó el pobre Juan, muy asustado.

A raíz de eso los familiares de José se enfadaron mucho, y salieron a buscarlo. Tras no conseguir al niño, la amistad de ambas familias se acabó, y los padres de Juan, creyendo en su hijo, decidieron mudarse para evitar una tragedia.

Lo cierto fue que un año después de haberse mudado al pueblo contiguo, Juan llevó a pastar a los animales a la zona donde se perdió José. Esta vez era un domingo. Extrañamente, mientras los animales comían, Juan vio un raro puesto de ventas de limonadas entre unos matorrales, y allí estaba sentado José, como si nada.

Juan no podía dar crédito a lo que veía. Emocionado se acercó corriendo y agarró a su amigo por el brazo.

—¡Vamos a casa, José! ¡Tu familia te espera! —gritó Juan, emocionado.

—¿A qué te refieres, Juan? Apenas acabo de pedirle a la señora mi limonada —respondió José.

—¿Cuál señora?, ¡allí no hay nadie!

José volteó al puesto, y, en efecto, no había nadie. De repente, la extraña construcción de madera desapareció y las vacas se volvieron locas, como hacía un año atrás.

Ambos chicos salieron corriendo y calmaron a los animales y se fueron al pueblo donde vivía la familia de José. Los padres, al ver a su hijo sano, rompieron en llanto y pidieron perdón a Juan y su familia. Estos últimos volvieron al pueblo y reanudaron relaciones con sus antiguos amigos.

Hasta el sol de hoy José no sabe qué pasó ese extraño año de vida que se perdió, y siempre tiene antojos de tomarse la limonada que nunca le dieron.

Fin.

El joven y las tres novias (Mazahua, Estado de México, nombre original El hombre joven y las tres hermanas con las que quería casarse)

En un pueblo en las costas de México vivía un joven que perdió a temprana edad a sus padres. Tras el fallecimiento de sus seres queridos el muchacho heredó el negocio familiar, una importante flota pesquera.

Pasados los años el joven se volvió muy preparado en cada área relacionada con la pesca, desde arreglar las redes, hasta preparar los peces luego de la captura. Él sabía hacer todo de manera perfecta y ordenada.

Por aquella época el chico conoció a tres hermanas, todas muy hermosas, y secretamente comenzó a cortejarlas a cada una por separado. Lo que empezó como un juego, terminó en algo muy serio, pues su corazón se enamoró al mismo tiempo de las tres jóvenes.

Las chicas eran hijas del dueño de la pescadería más importante del pueblo, la principal compradora de la pesca realizada por la flota pesquera del joven. Esto era una casualidad muy grande.

Luego de dos años de coqueteos y galanterías, el joven decidió acercarse al dueño de la pescadería y pedir la mano de la hermana mayor. Al hacerlo, el empresario le dijo:

—Está bien, tienes permiso de casarte con ella, pero debo escuchar qué es lo que ella piensa de eso.

Al terminar de hablar, se presentó la hermana mayor, y detrás de ella aparecieron las otras dos chicas. El joven tenía una pena enorme, pues él sabía que había estado enamorando a las tres al mismo tiempo y que proponerle matrimonio a una sola, era una burla.

—Disculpe, señor, me he equivocado, no quiero casarme con la mayor, deseo desposar a las tres mujeres —dijo el joven.

—Lo que ahora usted pide es mucho más complejo, ¿qué me garantiza a mí que podrá mantenerlas a las tres? Es más… ¿están ellas de acuerdo?

Las muchachas, por la emoción, y sin decir palabras, asintieron con sus cabezas.

El padre, al ver la actitud de las hijas, dijo:

—Está bien, por lo visto ellas están de acuerdo. Pero requiero que me demuestre que maneja a cabalidad el arte de la pesca, es importante para saber que mis hijas no pasarán necesidad —dijo el empresario.

Bastó con decir eso y el joven invitó al padre de sus novias a verlo trabajar en un día normal de la flota pesquera. Los esfuerzos de aquel hombre eran increíbles, sus destrezas hacían ver que dominaba perfectamente cada labor. Al finalizar el día habiendo pasado por cada puesto de trabajo, las muchachas estaban muy emocionadas, y el padre dijo al joven:

—Me ha mostrado que es un muchacho capaz, pero aún falta que me demuestre que valorará a cada hija mía por igual. Necesito que vaya a pescar 300 ostras, justo ahora.

El joven asintió con la cabeza y se lanzó de una vez al mar. Eran las 7:00 p. m. Entró y salió unas 10 veces del mar, y en cada oportunidad sacaba unas treinta ostras y las apilaba en un montón en la orilla.

A las diez de la noche, las 300 ostras estaban allí, tal y cómo las pidió el empresario.

—Allí están, señor —dijo el joven.

—Hiciste bien, ahora brinca encima de ellas si quieres casarte con mis hijas —dijo el señor. Las jóvenes se horrorizaron al escuchar aquello.

El muchacho, sin pensarlo, empezó a brincar en las filosas ostras. Pasado un minuto sus pies estaban muy cortados y sangrando.

—Basta —dijo el señor al joven—. ¿Quién de ustedes quiere casarse con este hombre? —preguntó a sus hijas, pero estas callaron con miedo.

El joven no entendió nada.

—No mereces casarte con mis hijas, no tienes amor por ti mismo, te hieres con el fin de tener lo que deseas, y eso demuestra poco respeto por ti. Si no te respetas a ti mismo, no respetarás a mis hijas. Vete ya, no te quiero aquí —dijo el hombre.

El joven bajó la cabeza y se fue. Al mismo tiempo las mujeres comenzaron a lamentarse, pero el padre le hizo callar al decirles: “Les pregunté si aún querían casarse con él y ninguna dijo nada, ahora no se quejen. Váyanse a la casa”.

Fin.

Pedro “El noble” Martínez, el de la oveja Triste (México, Otomí, Querétaro, nombre real El engañador)

En uno de los tiempos de guerra por los que atravesó México, vivía Pedro “El noble” Martínez con su vieja madre. Tal era el conflicto que había, que ya en casa no quedaba nada de comer ni de vender, lo único con lo que contaban era con una oveja a la que le habían puesto por nombre Triste, pues desde que murió su mamá, se la pasaba llorando y melancólica.

Un día, Pedro le dijo a su mamá:

—Vieja, ya no hay comida ni nada más que vender, solo nos queda Triste, y creo que es la hora de cambiarla por algo de dinero, si no es así, nos morimos de hambre.

—Bueno, mijo, si así lo consideras, ve al pueblo y véndela.

El hombre no dudó ni por un instante y se fue en pos de vender su oveja. Le amarró y cordel y se la llevó.

Como la guerra estaba fuerte, había grupos de hombres armados por todas partes, y a Pedro le tocó la mala suerte de cruzarse con uno de esos grupos. Estos hombres se aprovecharon de que Pedro estaba solo y le dieron una golpiza y le quitaron su oveja, al tiempo que se burlaban de él.

Adolorido, Pedro huyó. En el camino iba pensando cómo podía recuperar a su querida triste, en lo que se topó con un tendedero de ropa donde había un vestido de mujer y un sombrero. Al ver aquello, al hombre se le vino a la mente una idea. Este se disfrazó de mujer anciana y llegó al campamento de los hombres.

Justo cuando pasaba por allí, ya los guerrilleros estaban planeando cómo cocinarían a la oveja, solo que necesitaban a una mujer que les ayudara. Al ver a Pedro, lo llamaron.

—¡Hey, mujer! ¡Ven a cocinar para nosotros! —dijeron los hombres.

—¡No puedo, voy a cocinarle a mi familia! —dijo Pedro, hablando como mujer.

—¡Sí, sí puedes! —dijo uno de ellos apuntando con un rifle.

Pedro se dirigió a ellos sin dudar. Ya en el campamento, les dijo que necesitaba todas las mejores yerbas y especias para lograr un buen guiso. Así que los convenció a todos de irse a lugares lejanos en busca de los condimentos.

Al hombre disfrazado de mujer lo dejaron solo con el general a cargo, y cuando el militar se descuidó, Pedro le dio una golpiza con un palo y lo dejó tirado en el piso.

—¿Qué me haces, anciana! —gritó el general.

—¡Yo no soy ninguna anciana!, ¡yo soy Pedro “El noble” Martínez, el de la oveja Triste! —replicó Pedro, y se fue dejando al hombre tirado.

Posteriormente, Pedro tomó todo el oro y joyas y fue a casa de su madre.

—Hijo, ¡lograste vender a Triste a un buen precio!

—Sí, mamá, pero voy por más mañana.

Al día siguiente, Pedro volvió al campamento, pero esta vez disfrazado de doctor.

Los hombres del general, al ver el estado en que se encontraba su jefe, decidieron ir por un doctor, y vieron a Pedro disfrazado. Se repitió la historia, y obligaron al hombre a ir a atender al malherido.

Tal y como pasó anteriormente, Pedro convenció a los soldados de que debían ir por medicamentos a otros pueblos si querían curar al general. Estos cayeron en la trampa y se fueron, dejando solo a su líder con el supuesto doctor.

—¿Cómo me ve, doctor? —dijo el general.

—¡Yo no soy ningún doctor!, ¡yo soy Pedro “El noble” Martínez, el de la oveja Triste! —replicó Pedro, y le dio otra golpiza al general.

Luego de eso, Pedro se llevó el resto de cosas de valor y volvió a su casa.

—Mijo, ¿más dinero por Triste? —dijo la anciana madre al ver llegar a Pedro con la fortuna.

—Sí, mujer, y creo que mañana me traigo a Triste luego de hacer otro negocio.

Al día siguiente llegaron los hombres del general y lo hallaron muy mal herido, tanto que decidieron llamar a un cura para que lo despidiera del mundo.

Cerca estaba pasando un cura que iba hacia una misa.

—Señor cura, disculpe, ¿puede venir a bendecir a nuestro general antes de que muera? —dijo uno de los soldados.

—Claro, mijo, ¿dónde está? —dijo el cura.

—Allí, en ese rancho.

—Vale, pero para poder atenderlo como se debe, necesito que vayan por mis cosas a tres iglesias de los pueblos cercanos. ¿Pueden?

—Faltaba más, ¡ya vamos!

Y así el cura quedó solo con el general. Pero, en vez de bendecirlo, el supuesto hombre de fe tomó a la oveja Triste y lo poco de oro que quedaba y se fue.

Sí, era Pedro “El noble” Martínez, el de la oveja Triste, y no terminó de rematar al general por respeto a su disfraz.

Fin.

La doncella y la fiera (náhuatl, no se especifica la zona de México)

Había una vez un comerciante que tenía 3 hermosas hijas. Él vivía constantemente viajando para hacer sus negocios, y siempre acostumbraba llevarle a sus hijas un regalo distinto a cada una.

Su hija mayor, la más hermosa, justo una hora antes de que el comerciante saliera a su nuevo viaje, le dijo:

—Padre, por favor, en esta oportunidad solo quiero que me traigas un poco de arena del lugar que consideres más hermoso de todos los que veas en tu recorrido.

—¿Tan solo eso? —dijo el padre.

—Sí.

—Vale.

El hombre salió con su caballo y su mercancía a cuestas y recorrió varios reinos, uno más hermoso que el otro. Cuando creía haber hallado un cúmulo de arena lo suficientemente hermoso, en otro lugar veía uno más llamativo, y así, por lo que nunca se decidía.

Pasado un mes de viaje, el hombre, por primera vez en su vida, se halló perdido. Luego de cruzar un bosque de árboles blancos, no reconocía el lugar donde estaba. Al fondo del paisaje pudo ver un castillo, así que se acercó a la construcción para ver si conseguía a alguien que pudiese ayudarle.

Al llegar, el lugar estaba totalmente desierto, pero las condiciones de los espacios eran perfectas. El hombre dejó a su caballo pastando afuera y fue a la entrada principal. Cuando se disponía a tocar, las puertas se abrieron de par en par por sí mismas. Esto dejó sin aliento al comerciante, quien pasó, pues el hambre era mucha.

En el centro de la sala halló una mesa servida con manjares, calentitos todos, y una silla dispuesta para él. Sin pensarlo, el hombre se sentó y degustó aquel banquete.

Luego alzó la mirada y una puerta dorada en el fondo se abrió, pudo ver adentro una cama calentita y arreglada, y una tina con agua fresca. El hombre, al finalizar con su comida, fue y se quitó su ropa, se bañó y se recostó.

A la mañana siguiente se halló con su ropa puesta, pero como si estuviese nueva. También vio en la mesa un desayuno fresco y caliente, por lo que fue a comer. Cuando acabó, levantó sus ojos y vio como una puerta plateada se abría para él, y pudo divisar árboles hermosos de colores inimaginables. Culminó su comida y se acercó a aquel sitio. Se trataba de un patio.

Quedó maravillado con todo, pero pudo ver en el centro una montaña de un color ámbar precioso, ¡era arena!, ¡suave y hermosa arena! Al instante recordó la petición de su hija, y tomó un frasco de su mochila y echó un poco adentro.

De inmediato, toda la reluciente mansión se tornó oscura y maltrecha, como si estuviese olvidada en el tiempo. El hombre se atemorizó. De repente, una figura inmensa, como un hombre mitad lobo, se abalanzó sobre él, lo lanzó al piso, lo aprisionó con sus garras y le miró fijo a los ojos.

—Te voy a devorar por tocar mi arena… Tenías de todo, y tocaste mi arena… —dijo la figura terrorífica…

—Es para mi hija, se la prometí —respondió el hombre.

—Tráela contigo en tres días, entonces, o iré por tu familia entera y los devoraré a todos.

El hombre cerró los ojos, tembloroso, y al abrirlos, se halló en su habitación, en su casa. Se asomó por la ventana y allí estaba su fiel caballo. “Fue un sueño”, se dijo.

Llevó su mano al bolsillo y quedó pálido… al sacarla encontró la botella con la hermosa arena ámbar. Su hija mayor se asomó por la puerta y gritó:

—¡Padre, llegaste sin avisar! ¡Bienvenido! ¿Y me trajiste lo que te pedí! ¡Qué hermosa arena!

El hombre no recuperaba el aliento cuando su hija lo abrazó. En eso pudo ver en el espejo de su cuarto la figura del abominable animal que con sus labios le decía: “Te espero en tres días, o los devoraré a todos”.

Aterrado, el padre contó todo a su hija, y esta accedió a ir a ver qué era lo que pasaba. Al llegar a la mansión, todo se repitió: la cena, la habitación, el baño, el desayuno, las puertas abiertas, pero no había nadie.

El comerciante, al ver que no había ningún problema, dejó a su hija mayor y fue por sus otras hijas.

Justo al cruzar la puerta, todo se cerró, y la mujer quedó encerrada, no obstante, todo permanecía hermoso. La bestia apareció y conversó con ella en una lengua extraña, pero que se podía entender con el corazón.

Por una extraña razón, entre ambos hubo un amor inmediato, sin embargo, con tan solo pasar siete días la figura de la inmensa bestia se fue marchitando.

—Tu deseo me está matando —dijo el animal a la mujer.

—¿A qué te refieres? —respondió ella.

—La petición que hiciste a tu padre… si no devuelves lo mío en una semana, moriré.

Al instante la mujer recordó el frasco, y que lo habían dejado en su habitación.

—Pero, ¡está en mi casa! ¡Y de camino ya hay una semana! —dijo ella.

—Mírame a los ojos —dijo la bestia. Ella accedió, un calor entró en su cuerpo y se desvaneció en el piso.

Al despertar, la chica estaba en su cuarto, en su casa. Llorosa, buscó el frasco y fue a hablar con su padre de lo ocurrido. El comerciante, que acababa de llegar a su casa, le impidió salir, pues por fin estaban a salvo y todos juntos. Sin embargo, la mujer, apenas todos durmieron, se escapó.

Tras cruzar el bosque blanco y llegar a la mansión (que se encontraba en ruinas totales), inmediatamente fue al patio y halló allí el cadáver de la bestia. Estaba pálido y triste, tirado en el suelo junto al cúmulo de arena ámbar.

La chica empezó a llorar desconsoladamente, hasta que una voz dentro de sí le dijo: “Retorna la arena… devuelve mi sangre a su torrente”…

La joven recordó el frasco en su bolsillo, lo tomó y vertió la arena en la montaña. Al instante todo volvió a tornarse colorido, y la bestia que estaba tendida en el piso se transformó en un valeroso príncipe. El resto, ya es parte de una hermosa historia.

Fin.

La niña de la montaña (México, ciudad de México)

Una pareja de campesinos vivía con muy pocos recursos al pie de una montaña. Allí tenían de todo, pero solo lo justo, no eran millonarios, pero eran felices. El hombre se dedicaba a la caza, la pesca, la recolección y la siembra. De hecho, allí, al lado de su ranchito, tenía un sembradío que les daba papás y maíz.

Un día el campesino se fue a buscar madera a la montaña, el viernes, como siempre lo hacía. Él iba cantando sus canciones preferidas mientras observaba la majestuosidad del paisaje. Antes de llegar al lugar donde abundaba la buena madera, siempre debía cruzar un río.

El campesino lo cruzó, como habitualmente lo hacía, y llegó al sitio donde le esperaba un gran tronco seco. Sacó su hacha y empezó a cortar en trozos pequeños aquel árbol muerto.

Cuando juntó lo necesario, se dispuso a volver a su casa para hacer una fogata y poder cocinar sus alimentos. Al llegar al río, pasó algo extraño, allí había una pequeña niña.

—Hola, si me llevas del otro lado del río, no tendrás necesidad más nunca en tu vida. No debo mojarme, por lo que deberás colocarme en tus hombros. Eso sí, deberás ser paciente y valiente. Al llevarme contigo sentirás que extrañas cosas te toman por los pies, quizá te causen algo de dolor, pero no será por mucho. Luego, me pondré más pesada, pues tomaré una forma monstruosa, pero solo será para probar tu valentía. Si logras superar esas pruebas, al llegar al otro lado del río, tendrás contigo un gran tesoro.

Todo eso dijo la niña sin siquiera presentarse. El hombre se quedó pensativo cinco minutos, dejó de lado los troncos, y dijo:

—Está bien, lo acepto.

El campesino tomó a la niña en sus hombros y se dispuso a cruzar el río. Tras realizar unos cuantos pasos, sintió como unos tentáculos le tomaban los pies y los presionaban. Hubo dolor en él, pero recordó lo que la niña le había dicho, pensó en las riquezas, y siguió.

Rato después sintió un peso enorme en sus hombros. La niña que dos metros atrás pesaba solo 30 kilos, ahora se sentía como de 100 kilos. El campesino no pudo evitar la curiosidad, y volteó a ver. Al hacerlo notó que lo que anteriormente era una niña, ahora era un monstruo peludo y negro, con la boca inmensa y llena de dientes aserrados que pareciera como si se lo fuese a comer.

El hombre no dudó en tirar a aquella monstruosidad al agua y salir corriendo hasta la orilla. Lo hizo tan rápido, que en segundos ya estaba del otro lado.

Al llegar a la orilla, allí estaba la niña.

—Te dije que era rápido y que no pasaría nada, salvo un susto. Si hubieses terminado la tarea, ahora fueses millonario, pero no lo hiciste. Ahora te toca llevar una vida de desdichas —dijo la niña, y luego desapareció.

El hombre llegó a su ranchito y la mujer le preguntó por la madera, entonces él le contó todo.

—Debiste cargarla hasta el final, ahora nos irá mal de por vida —dijo su mujer.

El hombre no pudo con aquello y le dijo a su señora que se irían de allí. Y así hicieron.

En el camino se encontraron con un viejo hombre, desfalleciendo, recostado en un árbol. El campesino se acercó, le dio agua y comida y lo atendió bien sin que este lo pidiera.

—Me has hecho bien sin saber quién soy, aun y cuando todos los que pasaron me dejaron de lado, olvidado. Yo soy el dueño de esa mansión que ves en la colina. Toma, esta es la llave, sé que moriré aquí, pero no tengo familia y me gustaría que un hombre noble como tú se quedara con mis riquezas.

Apenas el hombre terminó de hablar, falleció. El campesino y su esposa tomaron el cuerpo y lo llevaron a la mansión. En efecto, las llaves eran las del lugar.

El anciano fue enterrado con honores por ellos y nunca les faltó nada, pues adentro había oro y joyas. Sin embargo, el campesino nunca pudo dejar de lado el pesar que le causaba el no haber llevado a la niña al otro lado del río.

Fin.

Mito fundacional Achagua (Colombia, Meta y Casanare)

Hace mucho tiempo, entre los caseríos de los primeros pobladores Achagua se desplazaba a total voluntad una enorme y voraz serpiente que disfrutaba comiéndose a los pobladores de Orinoquía.

El animal era tan grande que podía comerse una población entera de un solo bocado. Los habitantes de Orinoquía le temían mucho, pues no había manera humana o animal de enfrentarla, era como un dios de carne y hueso capaz de devorar lo que quisiese.

Un día, los hombres sobrevivientes se reunieron y decidieron pedir al cielo, al noble todo poderoso Dios Purú que le ayudara con ese descomunal enemigo que era la serpiente.

Al poco rato, el Dios Purú les escuchó desde el cielo y le dijo a su hija, la gran guerrera celestial Nulú, que bajara y batallara contra el animal.

Bastó una flecha de luz de Nulú justo en la frente de la inmensa serpiente para que esta cayera muerta en el suelo.

Luego de su caída, la serpiente empezó a botar un fuego negro extraño y a descomponerse, y de su cuerpo brotaron extraños gusanos dorados. Estos, al tocar el suelo, se transformaron en guerreros fuertes y nobles que juraron defender a los hombres de cualquier amenaza parecida a la serpiente hasta el fin de los días.

Y así ha sido, y por eso los hombres y mujeres de Orinoquía aún existen.

Fin.

Mito fundacional U’wa (Colombia, Boyacá)

Cuenta la historia de los U´wa que en un principio el universo que conocemos se componía solo de dos esferas, una de ella era pura luz, muy caliente y carecía de agua, mientras que la otra estaba llena de oscuridad, un vacío profundo, y en ella había aguas densas.

Justo cuando el universo conocido decidió emprender su movimiento, entonces las esferas se juntaron, la luz y su calor con la oscuridad y su humedad. Durante la unión empezaron a generarse rayos y centellas, y comenzó el elemento tierra a tomar forma, entre temblores, luces, humo y tinieblas.

Todo se entremezcló fuertemente, y de entre el caos cósmico que sucedía brotó el planeta como lo conocemos, sus aguas, su aire, sus planicies y montañas y sus nubes. Allí, pues, se elevaron las plantas, los animales y surgió el hombre.

Este mundo que se originó fue llamado “El lugar intermedio”, “El sitio de los humanos”, y contrario a las esferas que lo formaron, este lugar era frágil e inestable. Por sí solo el mundo intermedio no podía sostenerse, por tanto, las bases que permiten que exista la tierra de los humanos están en lo que no puede verse.

Ahora bien, en este mundo medio en el que se fusionaron las esferas primarias surgió el barro, de la unión de lo seco con lo húmedo, y del barro floreció la vida, por lo que cada ser que respira tiene agua y tierra dentro de sí, descompuestos en sus distintos elementos básicos.

Fue, pues, gracias a los dioses que unieron la esfera de la luz y de la oscuridad que apareció la tierra conocida y luego de ella la vida y también la muerte, tal y como las percibimos.

Fin.

El hijo del hombre es el mejor (Manuel Iseas. Argentina, Obraje Las Chacras. Las Vívoras. Anta. Salta. 1952)

Estaban en una alta montaña un gran caballo negro, un toro inmenso y un fiero tigre. Todos, en su momento, habían escuchado hablar del hijo del hombre.

—Así que el hijo del hombre es aguerrido, ¿no? Que a toda bestia domina y toda cosa bajo el cielo pone a sus pies, ¿no? Quién lo tuviese en frente para azotarlo y darle una lección por brabucón y engreído —dijo el caballo.

—Sí, eso dicen, caballo. También dicen que es muy inteligente, y que nadie se le resiste, por donde sea saca una trampa y domina a cualquiera. Pero no me conoce, y si me acerco con mis cachos afilados, lo destrozo —dijo el toro.

—Es que ese hijo del hombre no conoce mis garras, si ustedes lo matan fácilmente, ¿qué no puedo hacer yo con mis colmillos y mis garras? La tengo fácil con él, y si me acerco, de frente o de espaldas, acabaré con él porque sí, porque contra mí no podrá hacer nada.

Así, pues, se jactaban cada uno de los animales, uno tras otro, poniendo al hombre como un creído que en pocos segundos podría quedar en el piso.

—Yo bajaré primero y le daré una lección —dijo el caballo, y corrió montaña abajo.

Al legar al rancho del hombre, el animal rompió las puertas con fuertes patadas. Era temprano, y el hijo del hombre se levantó por los ruidos, pudo ver al caballo negro y tomó una soga y se la lanzó al cuello. En instantes el caballo quedó domado por el hijo del hombre.

Pasaron dos meses y el negro y fornido animal se escapó y volvió a la montaña. Al llegar, su cabellera estaba cortada, así como el pelo de su cola, y tenía herraduras en las patas.

—¿Qué te han hecho, caballo? ¡Ese hombre me las pagará! ¡Ya verán! —dijo el toro, y bajó furioso de la montaña.

El tigre miraba atento todo y se reía.

Al llegar al rancho, el toro fue con fuerzas contra una pared y la destruyó. Era temprano, y el hombre dormía, por lo que el estruendo lo tumbó de la cama; pudo ver al animal ir en contra de él, así que tomo su soga y salió corriendo de la casa para poder enfrentarlo mejor.

Fue una pelea difícil para el hombre, pero luego de evitar varios ataques del toro, terminó domándolo y encerrándolo en el corral.

Pasaron dos meses, y la bestia logró escapar y subir la montaña. Al llegar con los otros ya no tenía cuernos, ni cola, estaba flaco, y le habían puesto herraduras en las patas.

—¡Cómo te pusieron, toro! ¡Pero yo sí los vengaré a ambos! ¡Ya verán! —dijo el tigre.

—Te volverán asado de tigre, por engreído, ese hijo del hombre es un ser astuto, ya verás —dijo el toro, y el caballo asintió con la cabeza.

A todas estas el tigre se rio y bajo corriendo rápidamente la montaña. Al llegar a casa del hombre, lo primero que hizo fue meterse al corral y comerse una vaca. Era temprano, y el hijo del hombre alcanzó a escuchar los mugidos de la vaca, así que se paró, tomó su rifle y se asomó al corral.

Allí estaba el tigre devorando a la vaca. La fiera vio al hombre y le dijo:

—Qué rica tu vaca, pero ahora voy por ti y te…

No terminó de hablar el tigre cuando se escuchó un disparo certero que lo derribó. Ese día se comió asado de vaca y de tigre. El toro y el caballo bajaron de la montaña y vieron de lejos la piel del tigre tendida y entendieron que, en verdad, el hijo del hombre era el mejor.

Fin.

Tío Gato, Tío Ratón y la ballena (Venezuela, Antonio Arráiz, versión original Tío Tigre y Tío Conejo)

Mucho tiempo ha pasado desde que Tío Ratón escapó por última vez de las garras de Tío Gato. El felino nuca ha podido cumplir el sueño de devorarse al pobre ratón, y eso que para lograrlo lo ha perseguido por cielo y tierra, una y otra vez en toda la extensión de Venezuela.

Tío Ratón, ya cansado de que Tío Gato diera con él, decidió mudarse a la Isla de Margarita, y allí montó una ranchería para vivir de la pesca. Para no perder la costumbre, el ratón acondicionó al lado de su casa un terreno en el cual sembraba papas, lechugas, tomates y donde también amarró a una vaca lechera que le permitía hacer su preciado queso.

Muy feliz vivía Tío Ratón a orillas del mar Caribe. Por las mañanas se iba temprano a pescar hasta el mediodía y por las tardes se dedicaba a trabajar su huerto. En las noches tomaba su libro de cuentos y se entretenía con las historias y sus personajes, y cuando estaba muy inspirado, él se disponía a escribir también.

Un día de esos hermosos donde el amante de los quesos la pasaba tan bien que no recordaba las persecuciones de su archienemigo, ocurrió lo inesperado. Tío Ratón se encontraba en su embarcación pescando, estaba un poco lejos de la costa y llevaba una muy buena captura de pargos y corocoros, peces autóctonos de la zona.

De repente, en el horizonte, el ratón pudo ver otro barco solitario que se acercaba lentamente. Nadie estaba en la cubierta. De a poco la nave se acercó a la embarcación del roedor hasta que la tocó. El curioso come quesos se asomó a ver qué había dentro, y de un salto salió Tío Gato y se le abalanzó.

—¡Por fin te encontré!, ¡ahora sí te comeré, escurridizo ratón! —dijo Tío Gato.

—¿Cómo me encontraste? ¡Juraba que aquí no me encontrarías! —respondió Tío Ratón.

—¡Mis ganas de comerte son muchas, podría hallarte donde fuese! —dijo el Tío Gato y después se le abalanzó al roedor para intentar comerlo.

El ratón, sin pensarlo, se lanzó al mar. Ya habían pasado dos años desde que Tío Ratón estaba en la isla, así que nadar se le hacía fácil. Tío Gato no se quedó atrás y se lanzó detrás del amante de los quesos para devorarlo.

—¡Vamos a negociar, Tío Gato!, ¡no me comas! —dijo el ratón.

—¡Ya me cansé de tus trampas, ratón!, ¡hoy te como porque sí! —replicó el gato.

—¡Bueno, yo te lo advertí! —dijo el ratón, y empezó a nadar con más fuerza.

Extrañamente, el roedor no nadó a la orilla, sino que se alejó, y detrás de él iba el gato con mucha fuerza.

De repente, de la nada, una inmensa boca salió del mar y se tragó al gato. Era una ballena.

—¡Sáquenme de aquí! —se le escuchaba decir al gato desde el estómago de la ballena.

—Hola, Tío Ratón, te vi en peligro y vine a cumplir mi promesa de cuidarte —dijo la ballena al roedor. Mientras hablaba se podía ver al gato dentro de su inmensa boca.

—Gracias, María Ballena. Por favor, déjalo en la isla solitaria de en frente, para que me deje tranquilo —dijo Tío Ratón.

Y así fue como María Ballena dejó a Tío Gato en la Isla de Cubagua y evitó que se comiera al roedor.

Resulta que tiempo atrás Tío Ratón había encontrado a María Ballena atrapada en unas redes en la costa. Él la liberó, y ella retornó al mar y le prometió que cuando fuera la oportunidad, le ayudaría.

Fin.

Los tres lirios (Chile, J. de la P. C.)

Esto era una vez un rey muy anciano y muy poderoso que vivía en un inmenso reino y que tenía tres hijos. El mayor se llamada Josué, el del medio se llamaba Ibrahim y el último se llamaba Emilio.

Un día el rey enfermó gravemente de los ojos, y se encontraba muy triste por eso. Una mañana se levantó desesperado y empezó a decir: “Busquen un lirio, un lirio blanco, esa es la cura que necesito!”.

Resulta que el rey soñó que si por sus ojos se pasaba un lirio blanco, recobraría entonces la vista. El único problema es que en todo su reino y en los reinos vecinos no crecía esa flor.

Josué, su hijo mayor, le dijo a su padre: “Yo iré hasta el fin del mundo a buscar tu cura padre, tan solo provéeme y garantiza que al volver con tu cura me heredarás el reino”.

Al rey le pareció buena la propuesta de su hijo, así que pidió que le dieran oro suficiente para el viaje, el mejor caballo y suministros.

—Una sola condición te pongo, hijo —dijo el rey.

—¿Cuál será, padre? —respondió Josué.

—Vuelve en un año exacto, o no cumpliré mi palabra.

—Que así sea.

Josué se fue lejos y llegó a un pueblo un poco pobre, pero con mujeres muy lindas. Tres de ellas que eran hermanas, y, tras verlo llegar, se pusieron de acuerdo para envolverlo con sus encantos, y lo lograron. En menos de un mes el hombre se había olvidado de buscar el lirio, se gastó todo el dinero y quedó en banca rota en ese viejo y apartado lugar.

No le quedó de otra que trabajar como mesonero en un bar para mantenerse, porque no podía retornar a casa así.

Pasado el año, Ibrahim le dijo a su padre:

—Padre, ya Josué no volverá. Yo iré y cumpliré lo que él dijo, solo dame lo mismo que a él.

Ambos llegaron a un acuerdo, y la historia se repitió. Tanto fue así que Ibrahim llegó al mismo pueblo donde Josué, fue engañado por las mismas mujeres y terminó pobre y trabajando en el mismo lugar que su hermano.

Pasado un año, Emilio se pronunció ante su padre.

—Querido rey, es evidente que mis hermanos no volverán. Yo iré por el lirio, solo te pido que me acompañe mi fiel escudero Julio, y que me des lo justo para mantenerme. Del trono, no te preocupes, no quiero a otro rey más que a ti.

El rey lo escuchó, y lloró, y le dio el doble que a sus otros dos hijos y los despidió.

Emilio se fue por el mismo camino y llegó al mismo pueblo, pero la diferencia de todo fue que cuando las mujeres se le acercaron para seducirlo, él les dijo se alejaran, que había ido a buscar el remedio para su padre.

Tiempo después se enteró de lo que les habían hecho a sus hermanos, hizo confesar a las mujeres y devolver el dinero y lo restituyó a los suyos.

Luego de aquello, los tres hermanos y el escudero se fueron del pueblo en búsqueda del preciado lirio. Al rato llegaron a un camino dividido en tres y se separaron. Emilio y su escudero por uno, y los otros dos hermanos por los restantes.

No pasó mucho cuando Josué e Ibrahim se devolvieron al inicio, eran hombres débiles en perseverar. Sin embargo, Emilio sí fue constante.

El hombre y su escudero llegaron a una gran montaña donde había un dragón feroz emitiendo quejidos. Los caballeros se escondieron detrás de una roca, pero Emilio pudo ver que el animal tenía una estaca en la pata, así que fue, muy despacio, y se la quitó.

El dragón, de la nada, cambió el quejido por una voz profunda.

—¿Quién ha sido? —dijo el inmenso animal.

—Fui yo, Emilio, el hijo del rey Fausto, gobernante de las tierras amarillas del Norte —respondió el joven.

—Gracias, yo me llamo Absalón, y te premiaré por tu gesto y valentía. Veo en tus ojos que buscas algo, ¿qué es?

—Un lirio blanco para curar a mi padre.

—Una cosa poco fácil pides, pero yo tengo el único ejemplar, y por tu favor, te lo daré. Pero, por favor, llévate tres, el porqué lo sabrás luego, solo te pido algo: no confíes en los perezosos.

—Así será, Absalón.

Luego de eso el dragón alzó vuelo y fue a una nube, y al descender tenía en su garra derecha el lirio blanco, y en la izquierda uno dorado y otro plateado.

—Ya sabes cuál es real y qué debes hacer.

Emilio se fue con los tres lirios y con su escudero, muy contentos los dos. Al llegar al lugar donde el camino se dividía, se encontró con sus hermanos.

­—¿Conseguiste la cura? —preguntaron ambos, maliciosamente.

—Claro, aquí están, al final era uno plateado y otro dorado —dijo Emilio y los llevó a sus bolsillos.

Esa noche acamparon bajo las estrellas, y mientras Emilio dormía, sus hermanos le revisaron los bolsillos y le sacaron los dos lirios, el dorado y el plateado, y antes de irse, lo lanzaron por un peñasco. El escudero no se despertó sino en la mañana, y al no ver a nadie, ni a su amo, se alarmó.

Al asomarse en el peñasco pudo ver a Emilio, muerto y todo maltrecho. Bajó como pudo y sacó el lirio blanco de su bolsillo. Al pasarlo si querer por el cuerpo de Emilio, este revivió y sus heridas se sanaron.

Mientras tanto, en el castillo, los malhechores de Ibrahim y Josué entregaron al rey los dos lirios robados para que los pasara por sus ojos. El resultado fue el peor que imaginarían, el rey no solo no curó su vista, sino que la perdió por completo y, además, le cayó una peste terrible.

—¿Cómo me han hecho esto! ¡A la cárcel! —dijo el rey, y los hombres fueron encarcelados en seguida.

Poco tiempo después llegó Emilio con su fiel escudero Julio, contaron todo al rey y pasaron el lirio por sus ojos y su cuerpo. Al instante el soberano recobró la vista, la salud y las fuerzas.

Emilio, por orden de su padre, fue coronado como rey, su escudero quedó como segundo al mando, y sus hermanos no salieron más nunca por traidores al reino.

Fin.

Cuentos destacados de autores latinoamericanos

El almohadón de plumas – Horacio Quiroga

Horacio Quiroga fue un cuentista uruguayo de finales del siglo XIX. Sus relatos tratan de la naturaleza pero añadiéndoles rasgos temibles, siendo conocido como el Edgar Allan Poe de Argentina.

En el cuento El almohadón de plumas, Quiroga narra una historia de recién casados en la que la mujer enferma, pero nadie imagina cuál es el motivo de su enfermedad.

El Aleph – Jorge Luis Borges

Otro de los autores más conocidos de finales del siglo XIX en Argentina es Jorge Luis Borges. Además es destacado por ser uno de los mayores escritores del siglo XX.

El Aleph se ha convertido en una obra de culto para muchos lectores, donde Borges plantea la incapacidad del ser humano para enfrentarse a la eternidad. Es un libro que atiende a varias interpretaciones y destaca la ironía del autor

El Axolotl – Julio Cortázar

Julio Cortázar ha sido otro de los grandes escritores de la literatura argentina. Ha sido considerado uno de los autores más innovadores de su generación.

En El Axolotl cuenta la historia de un hombre que todos los días va a ver a los Axolotl en el acuario, porque cree que puede entender lo que piensan con tan solo mirarlos a los ojos, por lo que piensa que él también puede ser uno de ellos.

El rastro de tu sangre en la nieve – Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez es un autor colombiano ganador del Premio Nobel de la Literatura.

En su recopilatorio de 12 cuentos peregrinos podemos encontrar el cuento de El rastro de tu sangre en la nieve que cuenta la historia de un joven matrimonio y la tragedia acaecida en su luna de miel.

El guardagujas – Juan José Arreola

Juan José Arreola fue un escritor mexicano de principios del siglo XX. Es considerado uno de los autores más importantes del cuento fantástico contemporáneo en México.

Las interpretaciones a este libro son múltiples y es muy difícil distinguir cuál es su tema principal. Pero todos los estudiosos de la literatura están de acuerdo que es una crítica de las sociedades industrializadas y sus gobiernos.

La insignia – Julio Ramón Ribeyro

Julio Ramón Ribeyro es un gran escritor peruano que se incluye dentro de la Generación del 50. Es uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana.

En el cuento de La insignia cuenta las peripecias de un hombre que encuentra una insignia en la basura y las cosas que le suceden tras encontrarla.

Corazones solitarios – Rubem Fonseca

Rubem Fonseca es un autor y guionista brasileño. No es un autor muy conocido en España pese a la gran calidad de sus obras.

En el cuento de Corazones solitarios, cuenta como un cronista venido a menos consigue un trabajo en una consultoría amorosa, donde lleva a nuestro reportero a escribir publicaciones bajo un seudónimo femenino.

¡Diles que no me maten! – Juan Rulfo

Juan Rulfo, otro gran autor de la Generación de los 50 mexicano, expone en este cuento la lucha de la desigualdad de las clases.

Este cuento está recogido en el compendio de cuentos de El llano en llamas, publicado por primera vez en 1953.

Es un cuento que llama a pensar porque expone hasta donde es capaz de llegar el hombre por venganza, cuando está convencido que la venganza es la única solución.

El cocodrilo – Felisberto Hernández

Es la obra más conocida del autor uruguayo Felisberto Hernández. En el cocodrilo se relata la vida nómada de un concertista de piano que viaja alrededor del mundo.

Se dedica a llorar para conseguir obtener lo que desea, de ahí que se le llame el cocodrilo porque sus lágrimas son falsas.

El jorobadito – Roberto Arlt

Este cuento contenido en la primera publicación de Roberto Artl, un escritor argentino, trata los problemas del mal y la incomunicación en la confesión.

Relata los problemas que surgen en la sociedad burguesa y los marginados que surgen debido al problema de industrialización. A través de este cuento intenta buscar una salida para esos marginados de la sociedad.

La carne – Virgilio Piñera

Este escritor cubano del siglo XX nos narra la aterradora historia de la paradoja donde comer es morir.

Los propios personajes se van comiendo partes de su cuerpo lo que les impide mantener relaciones sociales.

A través del cuento se forman imágenes surrealistas que apuntan a una satisfacción caníbal del propio cuerpo.

En memoria de Paulina – Adolfo Bioy Casares

Este escritor argentino galardonado con varios premios, en su cuento nos narra la historia de Don Adolfo, cuando se da cuenta que está enamorado de Paulina.

Pero Paulina acabará enamorándose de otro y Don Adolfo irá a recorrer el mundo para olvidar a su amada. El problema fue cuando este volvió de su viaje y descubrió la amarga verdad de lo que había sucedido.

Llamadas telefónicas – Roberto Bolaño

Roberto Bolaño es un escritor chileno que pertenece al movimiento infrarrealista. En este cuento de amor, los enamorados acaban con su relación a través de una llamada telefónica, y cuando años más tarde se vuelven a reencontrar, están distintos y no consiguen reavivar la llama del amor, y un suceso trágico sucede.

Mejor que arder – Clarice Lispector

Una de las pocas autoras latinoamericanas reconocidas del siglo XX nos cuenta la historia de Clara, una chica que decide hacerse monja por la presión de su familia. En el convento su vida es una tortura y decide abandonarlo

Muchacha Punk – Rodolfo Fogwill

Este cuento argentino se ha convertido en un cuento de culto, que narra la historia de un viajero argentino y una muchacha punk en Londres. La obra ofrece una visión divertida de su aventura amorosa.

El hermano menor – Mario Vargas Llosa

Este cuento del peruano Vargas Llosa corresponde al libro de cuentos “Los Jefes”, sin embargo, desde 1980 esta colección de cuentos se publicó junto a su novela corta, “Los Cachorros”.

El cuento narra la injusticia cometida por los hermanos Juan y David, quienes deciden llevar a cabo un ajuste de cuentas familiar contra un indio, a quien su hermana Leonor acusa de haberla ultrajado.

En realidad, Leonor solo inventó esa historia para librarse del cuidado del indio.

La mano – Guillermo Blanco

El cuento La Mano del chileno Guillermo Blanco, es el relato de Mañungo, un hombre alcohólico que busca su placer a través del abuso y el miedo que genera en su mujer. Es todo un testimonio de la desesperación humana.

Mañungo tratará de borrar las huellas de lo que ha hecho, pero una marca lo seguirá hasta el final. Este cuento se caracteriza por su crudeza y machismo.

Paco Yunque – César Vallejo

Es un cuento emblemático peruano, muy leído en todos los colegios, aunque no es escrito solo para niños.

Es realista y tiene un gran valor social, denuncia los ultrajes inhumanos contra el niño Paco Yunque. Podemos decir que es un cuento de denuncia social.

Paco Yunque simboliza a la clase social pobre mientras que Humberto Grieve, encarna a la clase social alta.

El autor hace un relato donde muestra el abuso excesivo de Humberto Grieve contra Paco Yunque y las injusticias sucedidas en la escuela a la que asisten.

Dos pesos de agua – Juan Bosch

Este cuento es una de las obras más cortas del autor dominicano Juan Bosch.

Relata la inconformidad que vivían los residentes del pueblo Paso Hondo ante la terrible sequía que estaban sufriendo.

Todos eran pesimistas menos la vieja Remigia, quien siempre se mantuvo optimista y esperanzada en que vendrían las lluvias si daba dinero para prenderle velas a las ánimas.

Deja como enseñanza que lo que deseamos puede traernos consecuencias inesperadas.

Un regalo para Julia – Francisco Massiani

Un regalo para Julia es un cuento del escritor venezolano, conocido popularmente como Pancho Massiani. Forma parte del libro “Las primeras hojas de la noche” publicado en 1970.

Narra la inseguridad demostrada en las acciones de Juan, el protagonista. Éste enfrenta la dificultad que le supone elegir un regalo muy especial de cumpleaños para Julia, la joven de sus sueños, de quien está enamorado.

Juan es un joven indeciso e inseguro. Tras contemplar diferentes opciones, por su inexperiencia y los pocos recursos económicos, se decide a regalarle un pollo, pero al final las dudas y los temores le juegan una mala pasada.

Corazonada – Mario Benedetti

Es un cuento corto del Uruguayo Mario Benedetti. En el Benedetti describe la moral social y familiar de la sociedad uruguaya y, en este caso, las relaciones desiguales que se dan entre las clases sociales.

La protagonista, Celia Ramos, se guía por sus corazonadas para lograr sus objetivos. Al conseguir trabajo en casa de una familia adinerada, sufre la discriminación que le impide tener relaciones con el hijo de la familia, Tito, por ser éste de una clase social superior a la de ella.

Para lograr sus objetivos y gracias a sus presentimientos o corazonadas, guarda evidencias, fotos y cartas que comprometen a algunos miembros de la familia.

Tarde de agosto – José Emilio Pacheco

Es el segundo cuento del libro El principio del placer y otros cuentos, del escritor mexicano José Emilio Pacheco.

Tarde de Agosto es una historia corta en la cual el protagonista deja de ser niño y se convierte en algo más gracias a una experiencia que lo marca y lo transforma.

Ocurre cuando este niño se ve obligado a acompañar a su prima Julia y a su novio Pedro a pasear por la ciudad.

Aun sabiendo que su amor por Julia no podría ser, pues eran primos y había seis años de diferencia, él sentía una necesidad enorme de amarla y ser amado.

A través de una escena simple, el cuento describe cómo el niño, avergonzado por el novio de su prima, llorando y decepcionado de sí mismo, renuncia a seguir siendo inocente.

Todo termina gracias a una experiencia sencilla pero crucial, en la cual todos se separan, y aquel niño abandona su antigua vida y su niñez.

El vaso de leche – Manuel Rojas

El vaso de leche del argentino Manuel Rojas, relata la historia de un joven marinero que deambula en un puerto donde fue abandonado al ser descubierto dentro de un barco.

Tímido y sin dinero, consigue trabajo cargando bultos. Sin embargo, su hambre era tan grande que no podía esperar el pago, y conociendo los riesgos de comer sin pagar, va a una lechería a comer algo y pide un vaso de leche con intención de no pagarlo.

El cuento no solo describe sentimientos de desesperación, angustia y la pobreza del joven aventurero, sino también el ambiente de miseria general que se vive, pues como él hay muchos mendigando en la ciudad.

En ese entorno aparecen personajes caritativos dispuestos a ayudar al protagonista a superar su hambre.

Deja como enseñanza nunca darse por vencido.

El regreso – Emilio Díaz Valcárcel

Emilio Díaz Valcárcel es uno de los actuales referentes de la literatura puertorriqueña.

Este cuento forma parte del libro El asedio publicado en 1958, merecedor del premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña.

Describe el trauma sufrido por los soldados tras el paso por la guerra de Corea, experiencia que él mismo vivió y que marcó su obra.

Cuenta el regreso de un militar que con su uniforme, se dirige a visitar a la mujer de sus sueños con la cual había sostenido un romance antes de irse a la guerra.

Ahora sentía imposibilidad de ser amado por las huellas que le dejaran las heridas de guerra.

Díaz Valcárcel es excelente adentrándose en la psicología de sus personajes.

La venganza – Manuel Mejía Vallejo

En el cuento La Venganza, el colombiano Manuel Mejía Vallejo aborda el problema social del abandono paterno y lo maneja como un círculo vicioso de daño y venganza, en el cual el perdón aparece demasiado tarde.

El padre, un gallero, abandona a su madre prometiéndole que volverá y le deja un gallo como garantía.  El padre nunca regresa y la madre muere esperanzada.

El hijo, convertido en gallero, emprende la búsqueda del padre con ánimo de venganza. Sin embargo, al hallarlo algo sucede que lo lleva solo a derrotarlo en un duelo de gallos.

Referencias

  1. GUGELBERGER, Georg; KEARNEY, Michael. Voices for the voiceless: Testimonial literature in Latin America.Latin American Perspectives, 1991, vol. 18, no 3, p. 3-14.
  2. POLAR, Antonio Cornejo.Sobre literatura y crítica latinoamericanas. Ed. de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 1982.
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