Reflexión sobre el Amor
¿Qué es exactamente el amor?
Una de las grandes preguntas de todos los tiempos: ¿Qué es el amor? Todos hemos experimentado de una forma u otra, más feliz o más dolorosa, lo que es el amor; pero nos hallamos en problemas a la hora de definir qué es, exactamente, y cómo lo distinguimos de otras emociones y sensaciones en nuestro mundo interior.
Una evidencia de lo complicado que resulta definir el amor es lo que encontramos en el diccionario de la lengua cuando acudimos a la entrada correspondiente: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” o también: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”.
Como se puede apreciar, son dos definiciones particularmente largas, para un diccionario, y llenas de elementos debatibles, discutibles, a veces ambiguos. Sabemos, en todo caso, que el amor es un sentimiento: algo que se siente, que se experimenta interiormente.
Creemos, luego, que es propio de los seres humanos, ya que no sabemos si realmente los animales puedan sentirlo. Y, del resto, sabemos que se trata de un deseo de unión y atracción, o sea, que uno usualmente quiere estar cerca de lo que ama. Hasta allí hay poco que objetar.
Pero el resto de la definición es complicado de aceptar sin cuestionamientos: ¿realmente es la unión lo que alcanzamos con quienes amamos? ¿Realmente la atracción que ejercen sobre nosotros es “natural”? ¿Qué pasa si el amor no es recíproco? ¿No existe? Si el amor nos brinda alegría, ¿por qué es a veces tan doloroso?
Para una historia mínima del amor
El amor, suponemos, ha existido desde siempre. Hemos hallado tumbas ancestrales con parejas enterradas en el mismo lugar, o restos de amantes sorprendidos por el desastre y que, enfrentados al dolor y la muerte, eligieron simplemente estar juntos. Hemos leído los relatos antiguos sobre el dolor de los amantes rechazados, o la rabia de los celosos, o el empeño de quienes quieren vengar al amante asesinado. Sabemos, desde siempre, que el amor es una posibilidad y que es una de las grandes cosas de la vida.
Sin embargo, no siempre hemos pensado el amor de la misma manera. No siempre lo hemos asociado a la vida monógama y al matrimonio, ni lo hemos pensado en los términos trágicos y arrebatadores que nos heredó el Romanticismo. Puede que el amor sea una realidad, algo emocional con raíces claras en lo corpóreo, pero también es un concepto que aprendemos en la escuela, un ideal que nos venden por televisión. Eso no quiere decir que no exista, que sea un engaño, sino que debemos distinguir entre el amor y la forma en que se nos enseña a pensar el amor.
Tristán e Isolda, una legendaria pareja de los relatos medievales, son un caballero y una noble dama que están perdidamente enamorados el uno del otro. Ella, sin embargo, está casada con el rey, el mismo rey al cual Tristán sirve, y por lo tanto su amor es imposible e inviable. Y cuando el destino, cruel o generoso, según como se vea, les otorgue una única noche juntos, el abnegado caballero interpondrá su espada entre su cuerpo y el de su amada, no vaya a ser que pase entre los dos algo que no debería.
¿Cuántos de nosotros, hoy en día, tomaríamos la misma decisión? ¿Cuántos, en cambio, presas de la rabia de los celos, como el Otello de Shakespeare, no asesinan cada día a sus parejas infieles? ¿Y cuántos jóvenes, como el Werther de Goethe, prefieren hoy quitarse la vida antes que vivirla sin la mujer de la que están enamorados?
Es difícil responder a estas preguntas, pero dejan en claro que la forma en que pensamos —y probablemente sintamos— el amor no es del todo “natural” como uno supondría, sino que está preñada de toda nuestra tradición y nuestra cultura. La hemos aprendido sin saber muy bien cómo. ¿Significa eso que el amor es, como lo fue el honor en la España del siglo XVI, un concepto cultural, del cual podríamos algún día deshacernos?
Quién sabe. Lo que sí es seguro es que 12.000 años después de iniciado nuestro dominio sobre el planeta, seguimos sintiendo amor, aunque no sepamos si se trata exactamente de lo mismo. Ni siquiera nuestro más fiable instrumento contemporáneo —la ciencia— puede darnos en ese sentido algunas respuestas útiles. ¿De qué sirve reducir el amor a una serie de reacciones químicas en el cerebro? ¿A una forma evolutiva de conducta social que garantice los porcentajes de supervivencia de las crías?
Puede que sean explicaciones válidas, pero no nos dicen nada respecto al amor que sentimos. ¿No es amor lo que sentimos por ese amigo que enferma, y que nos lleva a cuidar de él sin esperar nada a cambio? ¿No es amor lo que nos lleva en ocasiones a renunciar a quien amamos para no hacerle daño ni hacernos daño?
¿Cuántos amores hay?
El amor, por lo visto, ocurre de muchas maneras distintas. Los budistas distinguen, por ejemplo, un amor carnal, sexual, apasionado (kama), empujado por el egoísmo y que constituye un obstáculo hacia la iluminación, de un amor benevolente e incondicional (metta) que carece de intereses egoístas y se basa en el desprendimiento y desapego. Y al igual que el hinduismo, prefiere siempre el segundo que el primero.
En cambio, perspectivas más modernas como las de la psicología social proponen que distingamos entre diversos “arquetipos amatorios”, o sea, formas en que se manifiesta el amor: el amor lúdico o deportivo (ludus), que evita el compromiso y se entretiene en la conquista; el amor de la amistad y el compañerismo (storge), que comparte los gustos y un cierto nivel de compromiso; y el amor erótico (eros) en que predomina el cuerpo, la pasión física y emocional, basado en el goce estético y lo romántico.
Estas y otras formas y clasificaciones del amor pueden ser útiles, quizá, para entender y vivir lo que el amor nos hace experimentar, para darle un nombre y saber qué cosas esperar de él y tal vez cómo conviene sufrirlo en la medida justa. Pero no nos dice qué cosa es el amor, de dónde nace y por qué lo experimentamos.
De modo que, tal vez, sean los poetas los adecuados para esa tarea, dado que sus versos ponen nombre a aquello que no lo tiene, dicen lo inefable, hacen existir lo que no existe. Quizá sea el enigma de la poesía el lenguaje verdadero del amor: no tanto porque sea un lenguaje hermoso, romántico y elevado, o no soo por eso, sino porque “amor” es una palabra misteriosa, en el fondo intraducible a las palabras.
“Amor” es el nombre que damos a experiencias distintas, está claro. Y quizá por eso sea un nombre que diga más sobre quiénes somos, sobre nuestra historia subjetiva y nuestro momento histórico, de lo que realmente diga sobre eso que realmente es el amor. Quizá sea una palabra-comodín que empleamos a falta de otra verdadera, un sonido en el que nos refugiamos cuando el mundo nos parece mucho más grande que nosotros mismos somos.
Referencias:
- “Amor” en Wikipedia.
- “Amor” en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española.
- “¿Qué es el amor? Esto es lo que nos dice la ciencia” en El País (España).
- “Amor” en ABC Bienestar (España).
¿Qué es una reflexión?
Una reflexión o disertación es un texto en el que el autor piensa libremente sobre un tema. En este tipo de textos el autor comparte sus pensamientos con el lector, y lo invita a asumir un punto de vista o evaluar diferentes argumentos, sin que exista necesariamente un objetivo para la reflexión más que el mero gusto de pensar sobre el tema. Las reflexiones pueden tratar cualquier tema y ser más o menos formales, y pueden formar parte de discursos, libros, etc.
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