Ensayo sobre El Principito
Ensayo sobre El Principito
El Principito
Le Petit Prince de Antoine Saint Exupéry, El principito, es la obra literaria más traducida del siglo XX y una de las más celebradas de la literatura francesa del siglo XX, además de ser la más conocida de este autor y aviador francés.
Mucho se ha escrito sobre ella y muchas personas la han leído durante su adolescencia y juventud, ya que se trata de un libro usual para la iniciación a la lectura. Sin embargo, no se suele decir mucho del contexto de escritura de la obra, una época oscura y terrible: la Segunda Guerra Mundial.
Saint Exupéry (1900-1944) fue un novelista y aviador francés, hijo de una familia aristocrática de la ciudad de Lyon, cuyos primeros pasos en la aeronáutica se dieron durante el servicio militar en Estrasburgo. Hecho aviador, conoció numerosas latitudes del mundo y ejerció en ellas el periodismo, publicando reportajes sobre el Vietnam colonial (Indochina, en ese entonces), la Moscú soviética y la España previa a la Guerra Civil.
Muchas de sus reflexiones sobre la humanidad y el humanismo en esa época se recogen en la menos conocida Terre des hommes (Tierra de hombres, 1939), publicada justo al inicio de la Segunda Guerra Mundial y antes de que fuera convocado al frente como piloto de una cuadrilla de reconocimiento aéreo.
Tras la invasión de Francia, Saint Exupéry emprendió el exilio en Nueva York y allí trató de retomar algún papel activo en el conflicto, pero fue rechazado numerosas veces como aviador. Finalmente, en 1944, una vez que los Estados Unidos se hallaban totalmente comprometidos a la guerra, se le incorporó en una unidad de fotografía aérea destinada a Cerdeña y luego a Córcega. Un 31 de julio de 1944, cuando faltaba menos de un año para la liberación de Francia, despegó a bordo de un Lightning P-38 y desapareció sin dejar rastro alguno de su paradero.
Por su parte, El principito se publicó por primera vez en 1943. El manuscrito había sido escrito e ilustrado por el propio autor durante su exilio en Estados Unidos, por lo que apareció en la editorial estadounidense Reynal & Hitchcock, mientras que su publicación en Francia tuvo que esperar hasta 1946, o sea, que fue póstuma. Saint Exupéry jamás conoció la fama que su personaje, el pequeño príncipe sediento de sabiduría, tendría en el mundo entero.
Signos de un mundo fracturado
Como sabemos, el Principito habita un mundo diminuto —el asteroide B-612— en el que posee tres volcanes (uno solo activo) y variedades de plantas, entre ellas los peligrosos baobabs: árboles enormes que continuamente intentan germinar en el suelo del asteroide y que, de hacerlo, lo destruirían todo con sus raíces; por eso el jovenzuelo limpia continuamente el suelo, a la par que deshollina sus tres pequeños volcanes.
Decidido a conseguir un cordero para que lo ayude en esa tarea, el Principito inicia una travesía hacia la Tierra, en pequeños asteroides en los que tienen lugar encuentros simbólicos, a veces enigmáticos, de los que el joven protagonista aprende cosas específicas.
En este escenario inicial, que aparentemente no tiene nada que ver con la realidad terrícola, una mirada suspicaz reconocerá la sensación de peligro inminente: volcanes que podrían erupcionar y árboles gigantes que podrían crecer son amenazas invisibles asociadas a la tierra, a lo que subyace al orden aparente y que, sin embargo, podría destruirlo todo y dejarle sin hogar.
Uno podría preguntarse cuánto de ellas representan los movimientos políticos telúricos que en Europa se daban ya desde inicios de la década de 1930, con el ascenso del nazismo alemán y el fascismo italiano: dos malas semillas que germinaron en un terreno fértil y acabaron consumiéndolo todo, dejando poco o ningún espacio para la disidencia o para la convivencia respetuosa de otras fuerzas políticas. El baobab del totalitarismo germinó en dos países concretos, pero sus raíces migraron pronto hacia el resto de Europa, especialmente Francia.
Otro tanto ocurre con los personajes que el Principito se encuentra en su recorrido espacial hacia la Tierra: adultos de mente cerrada y fanáticamente comprometidos con su lugar en el orden total de las cosas.
Un rey sin súbditos, un hombre vanidoso en un planeta desierto, un borracho que bebía para olvidar la vergüenza que le producía su alcoholismo, un hombre de negocios que contaba las estrellas del universo y afirmaba poseerlas, un farolero que dedicaba su tiempo de vida a encender y apagar su farol cada minuto, y por último un geógrafo que sin jamás haber salido de su pequeño planeta, decía conocer el mundo entero teóricamente. Estos son seis casos estériles de vida adulta, desprovistos de un propósito útil y atrapados en un orden (interno u externo, o sea, un mandato que proviene de alguna parte) que no les permite abandonar su lugar.
Particularmente elocuente resulta la comparación entre el farolero, cuyo compromiso con el trabajo le impide un minuto de descanso, y el rey sin súbditos, cuyo manto de armiño cubre todo el planeta y que, sin embargo, se empeña en dar órdenes.
El primero bien podría ser un símbolo de la clase obrera europea, entregada a un trabajo sin propósito práctico en su existencia, mientras que el segundo representaría la solitaria e irrelevante aristocracia. Recordemos que los movimientos fascistas fueron, en su esencia, movimientos obreristas y antimonárquicos, o sea, que le hablaban a la clase obrera y que se opusieron tanto a la monarquía como al comunismo marxista, y que plantearon una suerte de “tercera vía” hacia la recuperación de un sentido patrio, de una pertenencia nacional, de una “raza superior”.
Para ilustrar esta posible lectura, podemos acudir a dos citas de la obra. Primero, en su encuentro con el farolero:
– No hay nada que comprender –dijo el farolero–. La consigna es la consigna. Buenos días.
Y apagó su farol. A continuación se secó la frente con un pañuelo a cuadros rojos.
– Tengo un oficio terrible. Antes sí era razonable. Apagaba a la mañana y encendía a la noche. Tenía el resto del día para reposar y el resto de la noche para dormir…
– ¿Y desde esa época, la consigna cambió?
– La consigna no cambió –dijo el farolero–. ¡Esa es la desgracia! El planeta fue girando de año en año cada vez más rápido y la consigna no cambió.
– ¿Y entonces? –dijo el principito.
– Entonces, ahora da una vuelta por minuto y no tengo ni un segundo de reposo. ¡Prendo y apago una vez por minuto!
– ¡Tiene gracia! ¡Los días acá duran un minuto!
– No tiene ninguna gracia –dijo el farolero–. Hace ya un mes que estamos conversando.
Y luego, en su encuentro con el rey:
– Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida, ¿de quién sería la culpa, mía o de él?
– La culpa sería de usted –le dijo el principito con firmeza.
– Exactamente. Solo hay que pedir a cada uno lo que cada uno puede dar –continuó el rey– La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.
Parece evidente que el rey y el farolero tienen algo que decir sobre el orden de Europa en la década de 1940: órdenes no razonables que son cumplidas a rajatabla, y de las cuales solo son culpables quienes las ordenaron. ¿No es esta una descripción perfectamente aplicable a lo que estaba sucediendo en la Alemania hitleriana y la Italia mussoliniana?
En todo caso, una lectura en clave política de esta novela corta sin duda revelará muchas más interpretaciones de este tipo. Es posible que lo que hemos estado leyendo durante décadas en clave de crecimiento personal y sensible, sea a la vez un documento sobre la guerra más cruel que haya vivido la humanidad moderna, en la que la razón humana misma se puso al servicio de la destrucción. Quizá fuera a eso a lo que el Principito se refería cuando afirmaba que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Referencias:
- “Ensayo” en WIkipedia.
- “El principito” en Wikipedia.
- “Así nació ‘El Principito’” en La Vanguardia.
- “Toda la verdad sobre El Principito… o casi” en Clarín (Argentina).
- “The Little Prince” en The Encyclopaedia Britannica.
¿Qué es un ensayo?
El ensayo es un género literario cuyo texto se caracteriza por estar escrito en prosa y por abordar un tema específico libremente, echando mano a los argumentos y las apreciaciones del autor, tanto como a los recursos literarios y poéticos que permitan embellecer la obra y potenciar sus rasgos estéticos. Se considera un género nacido en el Renacimiento europeo, fruto, sobre todo, de la pluma del escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592), y que con el paso de los siglos se ha convertido en el formato más frecuente para expresar las ideas de un modo estructurado, didáctico y formal.
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