Economía de guerra
La economía de guerra es una situación bélica o de catástrofe en la que el Gobierno toma el control de la gestión recursos económicos. Todo ello implica medidas como la movilización de la población, el racionamiento, el control de la producción y el autoabastecimiento.
Cuando un país se embarca en una guerra, el conflicto se desarrolla en todas las áreas. Por ello, es vital no descuidar la economía nacional. Es aquí donde entra en juego la denominada economía de guerra. Así, el Estado, tomando las riendas de la economía dará prioridad a las necesidades del ejército, pero intentando no olvidar a la población.
La economía de guerra implica volcar todos los recursos de un país en la contienda, esforzándose no solo al máximo en el plano militar, sino poniendo la producción al servicio de las necesidades del ejército. Esto supone que no solo se movilicen soldados hacia el frente, sino que la población civil también sea movilizada como mano de obra.
Hay formas muy distintas de dirigir una economía de guerra. Sin embargo, sí que existen una serie de medidas económicas bastante habituales en esta clase de situaciones.
El Estado en una economía de guerra
En primer lugar, cabe destacar que, al tratarse de un enfrentamiento bélico entre países, serán los Estados los que asuman el control de la economía nacional. Así, los gobiernos tienen un gran poder a la hora de tomar medidas económicas.
Uno de los grandes temores en la guerra es la hiperinflación, muy destructiva para la economía de un país. De ahí que haya una gran intervención en política monetaria para controlar un incremento desbocado de los niveles de precios.
Estas medidas pueden ir desde el establecimiento de nuevos impuestos a la confiscación de bienes y propiedades. Y es que, en un escenario de guerra, el ejército goza de prioridad de recursos. Todo ello puede conducir a una situación de racionamiento de alimentos en la que se establezca un sistema de cartillas.
El abastecimiento en las economías de guerra
En línea con el abastecimiento de alimentos, el Estado también establece un férreo control sobre el sector primario. Por ello, dirigirá y supervisará la producción de alimentos, prestando especial atención a la agricultura y a la industria alimentaria.
Si los alimentos están racionados, igualmente deben aprovecharse los recursos energéticos. Así pues, se toman medidas para sacar el máximo partido de los escasos recursos energéticos. Se han dado numerosas experiencias en las que, por ejemplo, los combustibles y la luz se han racionado.
Precisamente, en una guerra, un Estado debe ser lo suficientemente fuerte como para contar con los recursos necesarios sin depender de terceros países. Todo ello conduce al autoabastecimiento. En otras palabras, un país en guerra suele encaminarse hacia la autarquía.
La industria las economías de guerra
En el plano industrial, la guerra requiere una industria fuerte. De ahí que cobre importancia la industria pesada, cuya producción de material bélico aumentará de manera espectacular. Para poder sostener esa industria es necesaria una gran mano de obra, por lo que se moviliza a la población para trabajar en las fábricas.
Igualmente, la urgencia de la guerra, conduce en numerosas ocasiones a transformar la industria civil en una industria destinada a la producción de material militar. Así, las fábricas de automóviles pasan a producir carros de combate, la industria de la aviación civil fabrica aviones de combate o los astilleros civiles construyen buques de guerra.
Bonos de guerra
Financiar una guerra es una tarea especialmente compleja.
Así, ante el titánico esfuerzo bélico, económico en industrial, muchos gobiernos optaron por emitir bonos de guerra. Se trataba de títulos emitidos por el Estado que, al cabo de un tiempo, ofrecen una cierta rentabilidad a las familias y empresas que los adquieren.
Sin embargo, el riesgo de este instrumento se encuentra en que, tras la guerra, la economía y las finanzas nacionales se encuentran seriamente afectadas, lo que complica el cobro de los intereses.