Definición de lavado de manos
La acción y efecto de lavar recibe el nombre de lavado. El verbo lavar está vinculado a la limpieza de algo, quitándole la suciedad o purificándolo. Las características del lavado dependen del objeto a lavar: no se utilizan los mismos materiales y técnicas para lavar un coche que para lavar una manzana.
La mano, por otra parte, es la parte del cuerpo de los seres humanos que está unida a la extremidad del antebrazo y que comprende desde la muñeca hasta la punta de los dedos.
El lavado de manos, por lo tanto, consiste en higienizar esta parte del cuerpo. Se trata de una actividad cotidiana muy importante que ayuda a evitar enfermedades, ya que las manos entran en contacto con diversos tipos de superficies durante el día y pueden portar gérmenes, bacterias y otros patógenos.
Cuando tiene lugar una epidemia de alguna otra infección de tipo viral, como puede ser la gripe A, los gobiernos suelen llevar a cabo importantes campañas a través de los medios de comunicación para concienciar a la población acerca de los métodos de prevención y de los procedimientos a llevar a cabo en caso de contagio. Uno de los puntos principales en dichos momentos de emergencia es el lavado de manos: esta acción, aparentemente poco relevante y que nos exige un mínimo de energías al día, puede disminuir notablemente el riesgo de transmisión de un virus.
Bastan tan sólo unos quince segundos para que el lavado de manos sea efectivo y esto ayuda a reducir considerablemente el riesgo de adquisición y transmisión de ciertas enfermedades, tales como las infecciones cutáneas y respiratorias, la parasitosis, la conjuntivitis y la diarrea (especialmente en personas menores de cinco años).
Aún cuando creemos que nuestras manos se encuentran limpias, éstas pueden alojar un gran número de virus y bacterias, y la lista incluye: Staphyloccocus, Streptoccocos, Clostridium difficile, Klebsiella, Enteroccocus, Pseudomonas, Shigella, Influenza, Bacteroide, Escherichia coli y Proteus mirabilis.
La forma más frecuente de efectuar este lavado consiste en aplicar agua y jabón: primero se mojan las manos con el agua, después se enjabonan y se frotan durante varios segundos, limpiando la palma, el dorso, los dedos, los espacios interdigitales y las muñecas. Finalmente hay que enjuagar las manos y secarlas.
Las manos también pueden lavarse con alcohol u otros productos antisépticos. Los expertos recomiendan lavarse las manos varias veces al día: antes de comer, antes y después de ir al baño, al llegar de la calle, etc.
La idea de lavado de manos también puede usarse en sentido simbólico como una forma de no asumir una responsabilidad o una culpa. Por lo general se asocia esta figura a Poncio Pilato, quien se lavó las manos tras condenar a muerte a Jesús. Por ejemplo: “El lavado de manos del intendente indignó a la gente: primero cedió las tierras al empresario y después renunció”.
Justamente, el lavado de manos de Poncio Pilato es un símbolo de desentenderse de una culpa, de lavar la propia conciencia de una forma superficial, sin reflexión ni compasión, sino buscando el camino más corto y conveniente para quedar «limpio», y su importancia en la civilización occidental es considerable. Pero su actitud se completó con las palabras que pronunció antes de que Jesucristo fuese crucificado: «inocente soy de la sangre de este justo».
El agua como elemento que purifica es un factor común a muchas religiones y culturas. Para el cristianismo, por ejemplo, ya desde el bautismo se busca limpiar a los niños del pecado original, tan sólo unos pocos días después de su nacimiento. Del mismo modo, tanto los cristianos como los judíos practican las abluciones, el lavado con agua de todo el cuerpo o de parte del mismo, como ser las manos, con el propósito de purificar el alma.