Definición de intimidación
Intimidación es la acción y efecto de intimidar. Este verbo refiere a causar o infundir miedo. Una intimidación, por lo tanto, es un acto que intenta generar miedo en otra persona para que ésta haga lo que uno desea. Por ejemplo: “El candidato aseguró que no tolerará ninguna intimidación por parte de la oposición”, “La intimidación tuvo efecto y el comerciante decidió cerrar su negocio”, “Los profesores deben estar atentos para advertir eventuales intimidaciones entre los alumnos”.
La intimidación es parte de nuestros mecanismos de supervivencia y no siempre se trata de algo negativo; en una situación de riesgo, cuando sale a la luz nuestro instinto de burlar a la muerte, somos capaces de hacer cualquier cosa por seguir con vida, y sembrar el temor en un contrincante puede servirnos para debilitarlo y ser quienes se mantengan en pie al final del día. Todos los animales contamos con esta capacidad, aunque el rol que ocupamos en un grupo puede impedirnos utilizarla.
En el contexto de la vida actual, los mecanismos de intimidación están regulados por la interacción social. Las sociedades están regidas por las leyes, por lo que intimidar puede enmarcarse dentro de las acciones ilegales. Por ejemplo, un comerciante no puede visitar la tienda de un competidor para exigirle que cierre su local o que suba sus precios amenazándolo con tomar represalias, ya que dicha actitud constituye un delito y, por lo tanto, puede y debe denunciarse.
La intimidación suele darse en el ámbito escolar mediante el acoso (en la actualidad es muy común el uso del término inglés bullying, de significado similar). Ciertos niños utilizan su fuerza física o popularidad para generar temor en otros e infligirles distintos tormentos. Cabe destacar que la intimidación puede darse a través de una mirada, unas palabras o incluso mediante la manipulación psicológica.
Los años que dedicamos a nuestra formación primaria y secundaria son muy importantes para nuestro desarrollo, ya que durante esa época tan cambiante y frenética vivimos muchas de las experiencias que esculpen nuestro carácter. Pero también recibimos heridas imborrables, que nos acompañan el resto de la vida, y muchas de ellas comienzan con actos de intimidación por parte de nuestros compañeros, de los maestros o, incluso, de nuestros propios familiares.
Intimidar a una persona no es difícil; todos contamos con este recurso como parte de nuestras herramientas para sobrevivir, como se menciona algunos párrafos atrás, por lo cual nos resulta tan accesible como la risa o el llanto. Todos sabemos hacer uso de la intimidación, aunque pocos recuerdan cómo y cuándo lo aprendieron; si bien se trata de una acción mal vista por la sociedad, ocurre a diario en todos los ámbitos, y por eso no podemos evitar heredar esta particular destreza.
El éxito de la intimidación es haber escogido a la víctima perfecta. Los abusadores suelen ser personas con una herida muy profunda que no consiguen sanar, por lo general un daño que les causó un ser en el cual confiaban ciegamente y a quien amaban, como puede ser uno de sus padres; muchas veces, cuando buscan un receptor de su abuso intentan establecer en primer lugar un lazo similar al que ellos mismos tuvieron con su abusador, aunque esto no es necesario.
Así como el abusador está decidido a infligir un daño en su víctima, ésta debe mostrarse receptiva a la intimidación. Cuando se establece el contacto entre ambas partes y la primera inyecta el temor en la segunda, comienza un ciclo que a menudo acaba con el suicidio o con trastornos psicológicos muy graves. El miedo es parte de la vida, pero sólo es sano y natural cuando surge espontáneamente ante un hecho desconocido o difícil de entender; cuando, en cambio, se convierte en la base de una relación entre dos seres vivos, es altamente destructivo.