Definición de epigrama
Del latín epigramma que, a su vez, procede de un vocablo griego que significa “sobrescribir”, un epigrama es una inscripción realizada en piedra, metal u otro material. El concepto también permite nombrar a la composición poética breve que, con agudeza, expresa un único pensamiento principal.
En la antigua Grecia era posible encontrar epigramas en las puertas de los edificios, en los dinteles de los mausoleos o a los pies de las estatuas y tenían el objetivo de conmemorar un suceso o la vida de una persona que hubiera cambiado la historia de alguna manera, para que no se olvidara su paso por la Tierra, para que se volviese eterno. Estos epigramas, redactados en honor a individuos o hechos de gran importancia, por lo general se construían en dísticos (estrofas compuestas de dos versos).
Las principales características del epigrama como género son su brevedad, su carácter satírico y su forma ingeniosa. Se trata de un género helenístico con orígenes en la lírica arcaica. Los temas retratados en estas composiciones eran muy variados e incluían los diversos intereses y preocupaciones de la época.
El nombre del género está vinculado a la primera definición de epigrama (inscripción en un objeto). Los epigramas se realizan sobre exvotos (ofrendas en lugares de culto), estatuas o lápidas. Con el tiempo, los epigramas sobre lápidas comenzaron a conocerse como epitafios.
El término, después de consolidarse como este tipo de inscripciones, se extendió a cualquier poema ingenioso que, por su corta extensión, pudiera entenderse como un rótulo o una expresión breve. La noción incluso empezó a utilizarse para referirse a pensamientos de cualquier género que se expresan con brevedad y agudeza.
Desde comienzos del siglo V a. C., y lejos de mantener un estricto lazo con su significado original, los griegos diluyeron cada vez más los límites del término, permitiendo su uso para identificar cualquier frase que tuviera un carácter punzante o agridulce, sin importar su forma, sin necesidad de que rimase o de que respetase una estructura rítmica determinada.
Roma recibió el epigrama en su etapa más hiriente, y se apasionó profundamente por esta forma de expresión. Su versión latina retuvo la estructura inicial, desarrollada en Grecia, aunque se le dio una mayor importancia a la intención, y sus rasgos lo emparentan más con el epigrama moderno.
Jonathan Swift (1667-1745), Alexander Pope (1688-1744), Voltaire (1694-1778), Oscar Wilde (1854-1900), Pío Baroja (1872-1956), Oliverio Girondo (1891-1967), Camilo José Cela (1916-2002), Jaime Gil de Biedma (1929-1990) y Ernesto Cardenal (1925) son algunos de los autores que produjeron obras de característica propias de los epigramas.
Resulta interesante señalar que a lo largo de la Edad Media, el período de la historia de la civilización de occidente que comenzó en el siglo V y acabó en el XV, cesó la producción de epigramas. Fue recién un siglo más tarde que este género despertó de nuevo el interés del mundo literario.
Cabe destacar que el poeta español Juan de Iriarte (1702-1771) comparó a los epigramas con abejas, alegando que estos deben ser “pequeños, dulces y punzantes”.
José Coll y Vehí, teórico literario español nacido en Barcelona en el año 1823, ayudó a distinguir el epigrama de la inscripción: esta última se crea con el objetivo de inmortalizar la memoria de un hecho en particular o de explicar las razones por las que tuvo lugar; un epigrama, por otro lado, busca expresar una idea ingeniosa de forma breve e hiriente. Fue justamente cuando se impusieron límites a la inscripción que el epigrama cobró una personalidad propia.
Según Coll y Vehí, los epigramas pueden ser concisos y directos, o bien buscar un mayor impacto en el lector a través de ciertos cambios inesperados en su dirección.