Definición de epigrafía
El vocablo griego epigraphḗ, que puede traducirse como “inscripción”, llegó al latín moderno como epigraphia. El concepto, en castellano, se convirtió en epigrafía: así se denomina a la disciplina científica que se dedica a analizar las inscripciones.
El término inscripción, en tanto, tiene varios usos. En esta oportunidad nos centraremos en su acepción como un escrito que se graba en un material resistente con el objetivo de registrar algo para que subsista pese al paso del tiempo.
La epigrafía se propone analizar el soporte, la estructura, el contenido y la función de las inscripciones. Aunque está considerada como una ciencia con autonomía, también resulta una rama auxiliar de la historia.
Los expertos en esta área del conocimiento buscan descifrar e interpretar las inscripciones. En este marco, también estudian los materiales sobre los cuales se realizaron los grabados y la finalidad de los escritos.
Es habitual que se considere a la epigrafía como un testimonio de la transición de un pueblo de la prehistoria a la historia. Esto se debe a que la historia se inicia con la aparición de los documentos escritos, con lo cual la existencia de inscripciones implicaría para una cultura dejar atrás el periodo prehistórico.
Las inscripciones más antiguas se desarrollaron en torno al año 3800 antes de Cristo, cuando los sumerios idearon la escritura cuneiforme. Hoy la epigrafía investiga inscripciones de múltiples clases: jurídicas, honoríficas, históricas, religiosas, etc.
La Piedra de Rosetta, las Tablillas de Tanais y la Estela de Mesha son algunos de los documentos más famosos entre los estudiados por la epigrafía. Estos tres testimonios se encuentran preservados en museos.
Comencemos por hablar de la Piedra de Rosetta. Se trata de una parte de una estela egipcia de gran antigüedad elaborada en granodiorita, una roca ígnea cuya textura la vuelve similar al granito. Sobre su superficie se puede apreciar un decreto que fue inscrito en el año 196 antes de Cristo en la capital del antiguo Imperio de Egipto, Menfis, representando al faraón Ptolomeo V.
De acuerdo con los estudios de los expertos en epigrafía, sabemos que su proceso de tallado tuvo lugar en el período helenístico y se cree que en un principio se exponía en el interior de un templo, probablemente en la ciudad de Sais, ya que no se encontraba a mucha distancia. Su traslado, se estima que tuvo lugar en la última etapa de la Antigüedad o bien en la época del reino medieval conocido como sultanato mameluco de Egipto.
Por otro lado, tenemos las dos Tablillas de Tanais, que datan del siglo III y se escribieron en griego en la ciudad homónima, relativamente cerca de la actual Rostov del Don, en Rusia. Para aportar un contexto más preciso, debemos aclarar que la población de Tanais incluía personas de origen sármata y griego.
Las inscripciones presentes en estas tablillas eran de carácter público y se hicieron para conmemorar obras de renovación de la ciudad. Dado que se trata de un par, los expertos en epigrafía que se encargaron de estudiarlas les asignaron una letra a cada una para distinguirlas, de manera que se habla de la tablilla A y de la B.
La tablilla A está dañada y no han podido reconstruirla por completo. La B, en cambio, sí está entera y se sabe que fue elaborada en el año 220. Las descubrió el arqueólogo Pavel Mikhailovich Leontjev en el año 1853 y actualmente se exponen en el Museo del Hermitage de San Petersburgo.
El tercer documento antes mencionado es la Estela de Mesha, una piedra en la cual el rey moabita Mesha dejó una inscripción de treinta y cuatro líneas en el siglo IX antes de Cristo.