Neuropsicología

Amígdala cerebral: anatomía, partes y funciones (imágenes)


La amígdala cerebral es una estructura que recibe ese nombre por su parecido al de una almendra (almendra en griego es amýgdalo). También se conoce como complejo amigdalino o cuerpo amigdalino, y se descubrió en el siglo XIX por el fisiólogo alemán Karl Burdach. Es una estructura presente tanto en animales vertebrados complejos como en humanos.

La amígdala cerebral consiste en dos grupos de núcleos neuronales situados en la profundidad de nuestro cerebro, concretamente en el interior de los lóbulos temporales. Está compuesta por grupos de neuronas diferentes que se organizan en núcleos, cada uno con roles distintos.

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A pesar de su tamaño, la amígdala tiene un funcionamiento complejo y participa en una gran variedad de funciones, aunque destaca por su papel en el procesamiento emocional, principalmente el miedo. Sin embargo, participa también en la memoria y en la toma de decisiones.

La amígdala cerebral forma parte del sistema límbico, un conjunto de estructuras cerebrales interconectadas que cumplen varias funciones básicas relacionadas con los instintos y la supervivencia de la especie como el hambre, la sed, el sexo, la memoria y las emociones más primarias.

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Importancia

Esta estructura es importante ya que intercambia numerosísimas conexiones con muchas partes del cerebro como el tálamo, hipotálamo, hipocampo, giro cingulado, etc. Esto es porque se encuentra en un sitio clave, mediando entre procesamiento más complejo y superior (cortical), la actividad del sistema límbico, y funciones más simples asociadas a conexiones al tronco del encéfalo.

Los investigadores Heinrich Klüver y Paul Bucy descubrieron que si extirpaban toda la amígdala y las cortezas temporales en monos, se producía embotamiento afectivo, pérdida de miedo, domesticación, alimentación indiscriminada, hipersexualidad e hiperoralidad. Este último consiste en la excesiva tendencia a explorar los objetos con la boca, incluso aquellos que pueden causar daños como un cuchillo.

Otra condición parecida, es la de Urbach-Wiethe. Consiste en un trastorno degenerativo ocasionado por un depósito de calcio situado en la amígdala. Produce el curioso déficit de ser incapaz de reconocer las emociones faciales de los demás, además de otros síntomas.

Partes de la amígdala cerebral: núcleos

La amígdala se compone de varios núcleos agrupados e interconectados que vamos a enumerar a continuación:

Núcleo lateral

Es la parte de la amígdala que recibe la información proveniente de nuestros sentidos: vista, olfato, tacto, oído y gusto; así como el dolor. Otras zonas amigdalinas también manejan este tipo de información, pero el núcleo lateral es el área principal, ya que la información de todos nuestros sentidos converge y se integra allí.

Por otro lado, se ha demostrado que esta área vincula el estímulo neutro (que no tiene significado para nosotros) con el estímulo nocivo o dañino.

Lo más estudiado es la asociación que se establece entre un sonido que no es relevante en principio (neutro) y un estímulo desagradable, como una descarga eléctrica. Gracias al trabajo del núcleo lateral, cuando escuchemos ese sonido en otra ocasión, aprenderemos que va a llegar una descarga eléctrica y trataremos de huir de ella.

Además, es interesante que existen dos vías de las que proviene la información peligrosa: una muy rápida e imprecisa que permite que reaccionemos deprisa ante el posible daño (que llega del tálamo) y una más lenta, consciente y precisa (que llega de nuestra corteza sensorial).

Por eso a veces nos asustamos y damos un sobresalto incontrolado cuando confundimos un estímulo que no es peligroso (una cuerda) con uno peligroso (una serpiente), ya que reaccionamos antes de poder llegar a un pensamiento consciente y acertado, garantizando nuestra preservación.

Núcleo basal

Esta zona de la amígdala recibe información de muchas otras áreas y se encarga de recopilar claves sobre el contexto en el que sucede el peligro. Así, podemos tener miedo de pasar por una calle donde en el pasado nos atracaron.

Además, envía datos a áreas del núcleo estriado que controlan comportamientos llamados “instrumentales” o qué hice yo para que hiciera probable o apareciera el peligro.

Una lesión en el núcleo basal (al igual que en el núcleo lateral) elimina las respuestas de sobresalto que ya hemos aprendido.

Núcleo central

Es la parte encargada de emitir las respuestas necesarias. Se conecta con regiones del tronco cerebral, controlando la expresión de respuestas de miedo como: inmovilización y reacciones endocrinas y autonómicas.

¿Has escuchado alguna vez que la ansiedad afecta a nuestras hormonas? Esto es porque las situaciones emocionales activan interacciones complejas del sistema adrenérgico y de glucocorticoides. Esto tiene algo que ver, ya que el sistema endocrino -que está conectado con esta parte de la amígdala- es el que controla nuestros niveles hormonales. Concretamente, el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA).

Por otro lado, activa sistemas como el adrenérgico (adrenalina), serotoninérgico (serotonina), dopaminérgico (dopamina) y colinérgico (acetilcolina). Dichos sistemas activan nuestro cerebro y nos preparan para reaccionar ante el peligro, produciéndonos las típicas sensaciones de nerviosismo: aumento del ritmo cardíaco, aumento de la temperatura corporal, temblores, sudor, etc.

Está demostrado que, si se produce una lesión en el núcleo central de la amígdala, los signos de miedo disminuyen ante estímulos que previamente se conoce que pueden ser peligrosos. Además, el individuo tendría dificultades para aprender qué elementos son nocivos y debe temer.

Además, si se bloquean los receptores de adrenalina de la amígdala se impide que los recuerdos se consoliden adecuadamente en nuestra memoria.

Células intercaladas

Son grupos de neuronas GABAérgicas, y tienen una función inhibitoria. Es decir, controlan la actividad de los núcleos basal y lateral, “calmándolos” cuando están demasiado excitados.

Núcleo medial

Es esencial en las conductas emocionales innatas. Recibe información del bulbo olfatorio y transmite esta información olfativa a los núcleos hipotalámicos, que se relacionan con la reproducción y la defensa.

Funciones de la amígdala

Como habrás descubierto si has leído hasta este punto, la amígdala es fundamental para que se fije el condicionamiento del miedo tanto normal como patológico (trastornos de ansiedad).

Se ha encontrado que las neuronas amigdalinas se activan ante estímulos como vocalizaciones de otros animales y olores; por lo que, como podemos comprobar, tiene funciones muy variadas.

Vamos a indicar aquí las funciones fundamentales de esta estructura cerebral.

Percepción de emociones

Una estimulación de la amígdala provoca una emoción intensa, principalmente miedo o agresión. Al igual que si se daña o se extrae, se produce sumisión y aplanamiento afectivo.

Produce conductas de reacción al miedo

Esto es debido a sus conexiones con el hipotálamo, que activa el sistema nervioso autónomo, y, por ende, aumenta y mejora la atención al peligro o vigilancia, la inmovilización, o la respuesta de huida.

La amígdala también proyecta en áreas que controlan la musculatura facial como el nervio trigémino, adoptando nuestro rostro la expresión facial propia del miedo (ojos muy abiertos, cejas elevadas, labios tensos y boca abierta).

Memoria emocional

La amígdala parece formar parte de un sistema general para la memoria de tipo emocional. Este tipo de memoria es la que nos permite recordar qué pistas del entorno se asocian con un acontecimiento peligroso o beneficioso.

Así, ante la aparición de esas claves en el futuro, puede generarse una respuesta automática de miedo o acercamiento, con el objetivo de promover nuestra supervivencia.

La activación de la amígdala ante estímulos que nos provocan miedo, causa una potenciación de nuestra memoria. Es decir, recordamos mejor las cosas que nos ocurren cuando surgen emociones intensas simultáneamente, así el arousal o activación emocional es la que facilita que los recuerdos se consoliden.

De hecho, existe un estudio que demuestra que se recuerdan mejor las palabras vinculadas a alta excitación emocional, y se recuerdan peor las neutras.

Por este motivo, los animales humanos y no humanos aprenden con gran rapidez a alejarse de un estímulo potencialmente peligroso, que les ha causado una gran activación emocional (¡y no vuelven a acercarse más!).

Una lesión en la amígdala anularía las respuestas de miedo aprendidas tanto al entorno peligroso como a un estímulo asociado al peligro (un sonido, por ejemplo).

Reconocimiento de emociones

Reconocer emociones en la expresión facial de otras personas y reaccionar ante ellas. Parece ser que existe una conexión entre el área cerebral que analiza la información de un rostro (corteza temporal inferior), y la amígdala, a la que le llegan esos datos.

Así, la amígdala le da el significado emocional y nos permite relacionarnos adecuadamente con los demás potenciando las relaciones sociales.

Respuestas de placer

La amígdala no solo se centra en el miedo, también vincula datos del ambiente con elementos tanto apetitivos como no apetitivos de un estímulo.

Por eso preferimos pasar más tiempo en un entorno que asociamos con eventos positivos que en uno relacionado con sucesos negativos. Así, reducimos el tiempo que pasamos en ambientes peligrosos y hacemos probable nuestra supervivencia.

Diferencias sexuales

Está comprobado que la amígdala presenta variaciones según si hablamos del sexo femenino o del sexo masculino. Eso explica por qué se observan ligeras diferencias entre hombres y mujeres en la memoria emocional y en las respuestas sexuales.

No es de extrañar, pues la amígdala posee receptores para hormonas sexuales como los andrógenos y estrógenos. Una mayor o menor cantidad de estas sustancias puede ocasionar a largo plazo cambios en el tamaño de la amígdala y en sus neurotransmisores.

De hecho, parece que los hombres poseen una amígdala de mayor tamaño que las mujeres. Aunque si esto afecta o no al comportamiento, haciéndolo diferente entre sexos, no se sabe con claridad.

El control de la amígdala se va desarrollando

La amígdala es el símbolo de la activación emocional intensa, la impulsividad, la agresividad. Una de las formas en las que vamos logrando un control emocional más adaptativo a medida que crecemos, es por la maduración de las conexiones existentes entre la amígdala y la corteza prefrontal.

La corteza prefrontal es un sistema más complejo y reflexivo que se encarga de la planificación y establecimiento de estrategias. Esta estructura tarda años en desarrollarse por completo, alcanzando su cima en la edad adulta.

Por eso, en la adolescencia somos más impulsivos y agresivos que en la adultez, porque aún no hemos desarrollado estrategias adecuadas de regular nuestras emociones como reevaluar la situación.

Trastornos mentales y abuso de sustancias

La amígdala tiene como meta mantener nuestra supervivencia, haciéndonos estar más atentos de nuestro entorno y así poder reaccionar ante los eventos de forma adaptativa.

Sin embargo, existen diversas circunstancias en las que la amígdala también es protagonista de trastornos mentales como los trastornos de ansiedad, los ataques de pánico y el trastorno por estrés postraumático. Y es que sufrir estrés de manera continuada altera nuestros niveles hormonales y, como la amígdala es sensible a ellos, se puede alterar su labor.

Al igual que un abuso de ciertas sustancias puede provocar alteraciones en la amígdala y afectar a su correcto funcionamiento.

La amígdala tiene una alta cantidad de receptores cannabinoides, por lo tanto, no es extraño que el cannabis produzca algún cambio en su sistema. Los estudios demuestran que el consumo de esta sustancia y los consecuentes cambios en la amígdala producen comportamientos más depresivos. También se ha encontrado una disminución de la reactividad de la amígdala en situaciones de amenaza (menor respuesta de miedo).

En un estudio se demostró que en chicas adolescentes consumidoras de marihuana era más probable que se produjera un incorrecto desarrollo de la amígdala, manifestándose con síntomas de ansiedad y depresión. Esto ocurre porque en la adolescencia parecen existir mayor número de receptores cannabinoides en la amígdala.

Por otro lado, se sabe que el uso prolongado de cocaína, sensibiliza a la amígdala de forma que ésta se activa con más facilidad. Aunque se indica que puede ser por un bajo control prefrontal hacia la activación amigdalina.

Además, según el tamaño inicial de nuestra amígdala o sus peculiaridades, ésta te puede hacer más vulnerable a comenzar o mantener conductas adictivas. No olvides que esta estructura es la que establece los vínculos entre comportamientos o eventos y sensaciones placenteras, haciendo que repitamos dichos comportamientos.

Referencias

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