Siervos de la gleba: ¿qué eran y cómo vivían durante la Edad Media?
A medio camino entre los esclavos y los hombres libres tenemos los siervos de la gleba, un estamento social aparecido durante la Edad Media y directamente relacionado con el feudalismo que fue el fundamento de la economía medieval.
Decimos que están a medio camino entre unos y otros porque, si bien estaban sometidos a los designios de un señor, disfrutaban de algunos derechos que les permitía decir, aunque de forma muy limitada, que eran seres humanos como cualquier otro.
La figura de los siervos de la gleba es, quizás, difícil de entender bajo la perspectiva moderna. Sin embargo, leyendo a continuación sobre este estamento, quizás seamos más conscientes de por qué fue necesario este paso intermedio entre esclavitud y libertad individual.
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Los siervos de la gleba
Los siervos de la gleba es el nombre con el que se conocen a los campesinos que, en la Edad Media y bajo un contexto feudal, establecían un contrato social y jurídico de servidumbre con un terrateniente.
Estos campesinos pasaban a estar adscritos a las propiedades del señor, un noble o un miembro de alto rango del clero, ofreciendo sus servicios y pagando tributos al mismo en forma de cosecha o de otros productos. Los siervos de la gleba se encontraban en unas condiciones cercanas a la esclavitud, aunque su señor feudal estaba obligado a respetarles algunos derechos.
Es muy importante no confundir servidumbre con vasallaje, que era otro tipo de sometimiento propio del feudalismo. En el vasallaje una persona perteneciente a un estamento privilegiado, como la nobleza o el clero, establecía una relación política y militar de sumisión con otra persona privilegiada. En cambio, en la servidumbre, aunque hay sumisión, esta no es entre personas con los mismos privilegios ni las mismas oportunidades.
Entre la esclavitud y la libertad
No cabe duda que la esclavitud es algo malo en sí mismo, dado que implica privar de libertad a otra persona, un derecho humano básico que toda sociedad moderna reconoce como irrenunciable. Sin embargo, no hay que caer en el error de juzgar las sociedades pasadas únicamente por cómo trataban a sus gentes. Que hayamos llegado hasta donde hemos llegado hoy no se debe a un cambio repentino, sino a cambios en la mentalidad y en la forma en cómo está organizada la sociedad.
En la Europa clásica, es decir, en tiempos de Grecia y Roma, la esclavitud era el principal modo de producción. Mediante el sometimiento de otras personas su economía y su sistema social funcionaba, dado que ambas culturas estaban asentadas en la práctica de la esclavitud.
El esclavo grecorromano era una propiedad de su amo, como las cabras, las vacas y las ovejas lo son del granjero. No tenía ningún derecho, ni siquiera el de la vida. Si su propietario así lo decidía, podía matarlo sin consecuencias ni remordimientos. El esclavo no tenía derecho a formar una familia o a casarse y, en caso de que una esclava se hubiera quedado embarazada, el amo podía vender al bebé en el mercado como quien vende un pollo. En resumidas cuentas, los esclavos no eran más que objetos infrahumanos a ojos de los romanos.
En el otro extremo nos encontramos la idea del hombre libre, idea en la cual se asientan la mayoría de las sociedades actuales, defensoras de los derechos individuales. En la antigüedad no todo el mundo disfrutaba de este estatus y, aunque nos pareciera que lo correcto hubiera sido hacer a todos los esclavos personas libres, lo cierto es que de haberlo hecho la cultura del momento, precursora de la occidental, hubiera colapsado.
Al final del Imperio Romano y con la expansión del cristianismo, la idea de la esclavitud fue cada vez más rechazada, aunque no se aceptaba la idea de que todos los seres humanos fueran iguales. La Iglesia Católica introdujo cambios en el Derecho Romano, los cuales se materializaron en forma de una modesta abolición de la esclavitud. Sin embargo, esta abolición de la esclavitud no era sinónimo de ganar libertad o vivir bien.
Los esclavos “liberados” no disponían de los medios de subsistencia necesarios como para poder vivir por su cuenta, lo cual era sinónimo de acabar muriendo de hambre. Aunque ser esclavo implicaba ser un objeto, muchos amos trataban a sus esclavos con cuidado, dándoles comida, casa y protección, lo cual con la abolición de la esclavitud parecía que ya no pudiera volver a ser posible.
Es por esto que muchas personas se fueron a tierras de terratenientes y acabaron estableciendo un contrato social entre ambas partes. El señor del feudo les permitía vivir en el lugar, permitiendo que tuvieran casa y, así, les daba protección, mientras que los nuevos habitantes se encargarían de trabajar la tierra, darle tributos al señor y defenderle en caso de necesitar soldados. Nacían así los siervos de la gleba. De hecho, la palabra gleba es bastante descriptiva, haciendo referencia al trozo de tierra agrícola que trabajaban estos siervos.
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Derechos y obligaciones de este estamento medieval
El siervo de la gleba era un servidor que no tenía derecho a salir del lugar en donde trabajaba. Estaba, propiamente dicho, ligado a la gleba, al trozo de parcela que tenía que cultivar. Es por este motivo que, si bien no eran esclavos, tampoco eran personas libres, dado que no disponían el derecho a la libre circulación.
Pero, a su vez, esta obligación de quedarse era también un derecho. El señor feudal no podía expulsarlos de sus tierras así como así. Pertenecían al señor en tanto que el señor era propietario de esas tierras, pero no propietario de esas personas estrictamente hablando. Ejercía también una especie de derecho de propiedad sobre la casa en donde vivía y sobre una parte de las tierras que cultivaba. Si el propietario vendía la finca, el siervo se quedaba en esas tierras, pasando a ser propiedad del nuevo propietario.
A diferencia de los esclavos grecorromanos, los siervos de la gleba tenían derecho al matrimonio. Esto les daba el derecho a contraer nupcias con quienes quisieran y formar una familia. Sin embargo, o al menos en teoría, sólo podían casarse con sus iguales sin esperar consecuencias. Un noble y un siervo podían casarse, pero el noble perdería su condición y pasaría a ser en un siervo de la gleba.
Además, tenían cierto derecho a tomar parte de la cosecha. Incluso, a veces, labraban por cuenta propia, aunque sí que debían entregarle parte de lo cultivado al señor o pagarles tributos y ofrecerle servicios. Algo así como una especie de alquiler. El señor, por su parte, les protegía, aunque a su vez los siervos de la gleba estaban obligados a acudir a filas en caso de que el señor estuviera inmerso en un conflicto militar y necesitara soldados.
Ser siervo de la gleba era algo que se podía adquirir, pero no se podía rechazar. En una época convulsa como lo es la Edad Media, en donde las guerras, las epidemias y hambrunas eran el pan nuestro de cada día, no era extraño encontrar a personas de toda clase y condición tener que ir a un señor feudal y pedirle permiso para vivir ahí. El señor aceptaba, pero una vez establecido este contrato social, no había vuelta atrás. El nuevo siervo, sus hijos y los hijos de sus hijos serían siervos de la gleba para siempre.
¿Cómo desaparecieron?
Aunque hoy en día, al menos en Europa, ya no hay servidumbre, el momento en el que los siervos de la gleba dejaron de existir no es algo fácilmente delimitable, dado que fueron muchos los acontecimientos históricos que precipitaron el reconocimiento de la libertad plena en todos los seres humanos.
Uno de los precipitantes de todo esto fue la reaparición de la esclavitud en el mundo occidental. Si bien la Iglesia Católica había erradicado la esclavitud en Europa, con el descubrimiento de América y las exploraciones en África los europeos descubrieron que podían volver a usar mano de obra esclava. La diferencia entre los esclavos precristianos y los atrapados en tierras americanas y africanas era, básicamente, que los primeros eran blancos y fácilmente humanizables mientras que los segundos, a ojos del Cristianismo del momento, eran bestias salvajes que se debían domesticar.
Al poder explotar con total libertad a otras personas, la figura del señor feudal dependiente de los siervos de la gleba fue debilitándose y evolucionando al del amo de esclavos negros. En ese momento podían explotar a los nuevos esclavos hasta el agotamiento, y si se morían no pasaba nada porque había muchos más en África.
Sin embargo, los siervos de la gleba continuarían existiendo hasta poco antes de la Revolución Francesa. En esos tiempos todavía seguía existiendo la servidumbre territorial y no fue hasta la aparición del pensamiento ilustrado, las revoluciones burguesas y la defensa de los derechos del hombre cuando la figura del siervo se transformaría en parte del pasado.