Siento que me quedo atrás en la vida: ¿qué hacer?
A mucha gente le ocurre que, sin saber cómo han llegado a esa situación, se compara con los demás y nota cómo en algún momento de la vida dejó de estar en el camino que conduce a lo que le gustaría llegar a ser, a aquello a lo que querría estar dedicando su tiempo.
Esto es lo que ocurre cuando llegamos a una edad en la que consideramos que ya deberíamos haber alcanzado ciertas metas y, mirando a nuestro alrededor, tenemos la impresión de que la gente de nuestro entorno ha avanzado en sus vidas y nosotros nos hemos quedado estancados.
Se trata de un tipo de malestar en el que la insatisfacción con lo que hacemos y con lo que hemos logrado hasta el momento, que nos parecen experiencias banales o carentes de significado, se combina con una baja autoestima hasta el punto de que es difícil saber dónde termina una cosa y dónde empieza la otra. Veamos qué hacer ante esta experiencia, y a qué se debe.
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Las principales causas de este tipo de crisis
Las crisis vitales vinculadas a ese sentimiento de estancamiento son fenómenos multicausales y complejos, así que nunca hay una sola causa ni un único desencadenante. Ahora bien, hay varios aspectos psicosociales de especial relevancia a la hora de explicar la mayoría de estas situaciones, y son los que te explicaré a continuación.
1. El mito del éxito personal
El modo en el que valoramos si progresamos o nos quedamos estancados en la vida suele estar mediado por el concepto de “éxito”, o al menos lo que consideramos que es el éxito. Este, a su vez, está fuertemente vinculado a una serie de experiencias que no consideramos positivas porque les otorguemos significado por nuestros propios medios, sino porque a través de dinámicas sociales han sido ensalzados durante años, décadas, como representaciones de todo a lo que hay que aspirar. Dicho de otro modo: en la mayoría de los casos, cuanto más nos obsesionamos por alcanzar ese concepto de éxito, más a merced quedamos a merced de obsesiones que han sido artificialmente creadas simplemente para tener algo que represente lo inalcanzable y lo exclusivo.
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2. Los roles de género
Aquí tenemos otro ejemplo del modo en el que nuestra idea de “lo que deberíamos llegar a ser” está fuertemente influida por expectativas que llevan funcionando desde hace mucho tiempo y que hemos interiorizado y asumido como si fuesen nuestras. Los roles de género hacen que sintamos ciertos comportamientos como impropios de un hombre o de una mujer, y ello nos predispone a sentirnos alienados de buena parte de lo que de verdad nos interesaría hacer con nuestras vidas.
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3. La presión social
A un nivel más “micro”, pero manteniéndonos en el ámbito de los fenómenos sociales, tenemos la presión social que a veces recibimos por parte de nuestros familiares, de nuestros círculos de amigos, o incluso a veces por parte de la comunidad que conforma nuestro barrio o nuestros vecinos del pueblo. Nuestra manera de imaginar lo que debemos llegar a ser también queda delimitada a partir de lo que creemos que esas personas consideran aceptable o inaceptable, deseable o indeseable.
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4. El miedo a abrirse a nuevos proyectos y experiencias
No todo se debe a lo que nos llega de fuera, de la sociedad en la que estamos insertados o hemos estado insertados; también hay aspectos personales que nos llevan a auto-sabotearnos en los procesos de desarrollo personal. Y uno de los más importantes es el temor a dar una oportunidad a nuevos proyectos ambiciosos o nuevos estilos de vida.
Hay quienes mantienen una perspectiva demasiado conservadora a la hora de decidir qué hacer con sus propias vidas y deciden, por ejemplo, que llegados a cierta edad ya no pueden elegir otra carrera profesional, a pesar de tener evidencias de que aprenden por su cuenta acerca de otras disciplinas por propio interés y que incluso a pesar de no dedicarse a ello, han realizado grandes avances, los cuales se podrían multiplicar si invirtieran en ello más horas, e incluso aunque precisamente en esa etapa de la vida ya dispongan de una estabilidad económica que permite experimentar más con lo que se hace. Además, este temor lleva al sesgo de autoconfirmación, reforzando ese círculo vicioso de pasividad ante las oportunidades de cambio que aparecen en el día a día.
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¿Qué hacer?
Si el malestar es muy intenso y/o ha formado parte de tu día a día durante varios meses, la opción más eficaz y recomendable es buscar ayuda profesional en el contexto de la psicoterapia; de este modo tu caso será atendido de manera personalizada y contarás con apoyo continuado a lo largo del proceso en el que se te dan pautas y ejercicios para gestionar mejor tus emociones y el modo en el que interpretas tu realidad y te relacionas con ella. Pero más allá del ámbito de la terapia, hay algunos consejos generales que te pueden ayudar; son los siguientes.
1. Reorganizar las prioridades y reconectar con los propios valores del presente
En la mayoría de los casos es necesario volver a examinarse a uno mismo y no dar por sentado que lo que queremos se corresponde con lo que nos gustaba hace una década o más. De lo que se trata es de partir del momento presente y tratarnos a nosotros mismos como una persona real, no como una continuación de alguien que existió hace tiempo y que se planteó unas expectativas que no se han cumplido. Para ello, plasmar en palabras nuestras inquietudes y pensamientos en un diario suele ser de gran ayuda.
2. Proponerse al menos un proyecto ilusionante a largo plazo y empezar desde ahí
Este proyecto ni siquiera debe ser rentable ni debe ser de naturaleza profesional; lo importante es romper con la rutina y entrar en una dinámica en la que podamos demostrarnos nosotros mismos que tenemos una gran capacidad de aprender que no decae radicalmente con la edad; una vez hayas dado ese paso, será mucho más espontáneo y fácil que te sigas proponiendo cosas que sean significativas para ti.
3. Dejar de ver los fracasos como algo netamente negativo
Ganar experiencia y tantear oportunidades pasa por equivocarse y fracasar; no hay atajos. De lo que se trata es de tomar decisiones con responsabilidad y previendo las posibles complicaciones que pueden surgir y las implicaciones de que las cosas nos salgan mal, para mejorar nuestra capacidad de resiliencia ante las crisis.
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4. No tener como referentes a los famosos e influencers
Si al pensar en el éxito piensas en esas personas es precisamente porque han sido seleccionadas para representar eso, porque se les da bien aparentar la autosuperación, el dinero y la fama, y resisten la prueba de generar contenido constante acerca de sus vidas sin que la gente se canse de ver eso en redes sociales, anuncios, etc. Pero eso no significa, ni mucho menos, que debas tener esas figuras como referentes.
5. Compartir tus experiencias con los demás
El desarrollo personal nunca es un fenómeno puramente individual, y la única manera de disfrutarlo plenamente es, en la gran mayoría de los casos, compartir con otras personas nuestras experiencias, nuestros logros y fracasos. Esto puede hacerse moviéndonos para incorporar a nuestra vida social la posibilidad de hablar con gente con proyectos o aficiones similares a las nuestras, o con personas interesadas en oír, hablar de ello y conversar desde un rol de aprendices o simplemente espectadores curiosos. Este tipo de redes sociales actúan como elemento de motivación y de apoyo, incluso en la primera fase en la que damos un giro a nuestras vidas y empezamos algo ilusionante.
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