Ejemplos de
Narrador Testigo
Narrador Testigo
El narrador testigo es aquel narra desde el punto de vista de un personaje que no protagonizó los hechos pero fue testigo de ellos. Este personaje cuenta los hechos que ha presenciado desde su perspectiva y utiliza la tercera persona ya que cuenta la historia de otro. Por ejemplo: Esteban llegó agotado al bar; parecía que no había dormido en semanas. Pidió un café negro en la barra y se desplomó en la silla.
- Ver además: Narrador en primera, segunda y tercera persona
Características del narrador testigo
- Desconoce los sentimientos, ideas y pensamientos del resto de los personajes y solo puede contar aquello que presenció.
- En su narración puede incluir suposiciones o hipótesis respecto de los sentimientos, decisiones, acciones ideas o pensamientos del resto de los personajes.
- Utiliza descripciones hechas sin emitir juicios de valor ni opiniones, aunque no por ello se trata de una narración objetiva, sino que le imprime un tono propio, acorde con su personalidad, ideas y sentimientos.
Tipos de narrador testigo
- Impersonal. Narra los acontecimientos como si no participara de ellos, como si los viera a través de una pantalla. Por lo general, narra los sucesos en tiempo presente.
- Presencial. Participa de los hechos que narra y los cuenta tal como los percibió. Su relato es objetivo y puede ser en tiempo presente o pasado.
- Informante. Narra los hechos (en tiempo presente o pasado) a través de una transcripción, es decir, plasma los acontecimientos en un informe o documento.
Ejemplos de narrador testigo
IMPERSONAL
El radiodespertador suena religiosamente a las 4 am. Todos los días, incluso los domingos. De un manotazo, Raúl lo apaga y da por iniciado su día. Se levanta, y mientras pone la cafetera en marcha, se baña y luego se afeita cuidadosamente para no dejar ningún rasguño en su delgado rostro. Acompaña el café con un par de tostadas, que jamás logra no quemar, y sale rumbo a la compañía, con el diario bajo el brazo.
A las 6 en punto, apoya su pulgar y el molinete lo deja pasar. Su oficina se ubica en el último piso de ese enorme edificio, el de los “pesos pesados” de ese lugar al que le dedicó los últimos veinte años de su vida.
Pero no por ello Raúl deja de saludar por su nombre a cada uno de los empleados que se cruza en los pasillos y ascensores que lo conducen a su elegante oficina con vista al río y todo. Sigue preguntando por la familia de cada uno de sus compañeros, la sonrisa no se le borra del rostro a la hora de saludar a Rosita, quien ahora es su secretaria personal, y a quien jamás le permite que dedique un minuto de más a la empresa. Su horario es hasta las 3, y a las 3 la obliga a partir.
PRESENCIAL
El sonido de un tenedor golpeándose contra el plato interrumpió nuestra conversación. Giramos nuestras cabezas para ver qué ocurría con aquella parejita que hacía rato estaba discutiendo. A los pocos segundos, volvimos a lo nuestro, tratando desoír la pelea de aquellos dos; aunque resultaba casi imposible. La discusión iba in crescendo.
Ahora discutían porque él no le había avisado que en dos semanas debía viajar a Nueva York para cerrar un negocio. Pero lo que discutían era otra cosa: era evidente que ya no se toleraban el uno al otro. Mientras tanto, ella estrujaba la servilleta y él trataba de terminar el plato que ya se había enfriado.
El mozo, incómodo, no se atrevía a preguntarles si deseaban pedir algo más. Ambos habían terminado su copa de vino antes de que llegara la comida y quizás deseaban tomar algo más, o tal vez pasar al postre. Cada vez que intentaba acercarse a la mesa, el llanto de ella o las duras palabras de él, lo hacían recular.
El ambiente estaba tenso, podía cortarse con un cuchillo y, de vez en cuando, era inevitable voltear para mirarlos.
No se sabía quién tenía la culpa, o si había algún culpable en esa discusión que parecía inconducente. Pero todos en el lugar habíamos tomado partido por uno u otro. Ella parecía tener más adeptos. Es que sus lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos.
Finalmente, el hombre hizo una seña, pidió la cuenta y el mozo la trajo enseguida. El hombre sacó un manojo de billetes, los dejó sobre la mesa y la pareja se paró.
Mientras ambos avanzaban hacia la puerta, se hizo un silencio en todo el salón. Todo el lugar quería cerciorarse de que efectivamente habían abandonado el lugar. Finalmente, la puerta de vidrio se cerró y ambos quedaron del lado de la calle.
Recién en ese momento, el mozo recuperó su sonrisa, el lugar se llenó de risas y los murmullos, y nosotros volvimos a lo nuestro.
INFORMANTE
Esta es la historia de mi abuela, una historia que encontramos entre las páginas de su diario algunos días después de su muerte. Mi abuela nació en Alemania y llegó a nuestro país huyendo, como tantos otros judíos perseguidos por el nazismo. Con el avance de la guerra, ella y su familia permanecieron escondidos durante meses.
En su diario cuenta la emoción que le producía
ver una papa. Sí, una papa. Es que pasaban días enteros sin comer. Estaban a merced del amigo de su padre que, cuando lograba salirse de la ciudad, les llevaba algunos alimentos, que apenas alcanzaban para un par de días. Jamás sabían cuándo iba a regresar, si es que iba a hacerlo.
No sabemos cuánto tiempo fue el que permanecieron encerrados, si fueron semanas o si fueron meses, pero imagino que se sintió como una eternidad. Pasaban las horas en silencio, con las luces apagadas, como si nadie viviera en esa pequeña choza en medio de una granja.
Algunas noches, cuando mi abuela y su hermana comprobaban que sus padres ya se habían dormido, se escabullían por la ventana del cuartito en el que dormían, para ir a ver las estrellas.
Se me pone la piel de gallina cuando, en su relato, mi abuela menciona el sonido de los aviones que volaban por lo bajo así como las frecuentes explosiones que veían desde lejos como si fuesen fuegos de artificio.
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