Ensayo Crítico sobre la Globalización

Ensayo Crítico sobre la Globalización

Pros y contras de la globalización en un mundo postpandémico

A mediados del siglo XX, en el corazón de la civilización occidental, se formalizó un proceso que llevaba varios siglos construyéndose, lentamente, desde los años de la ruta de la seda. En la era contemporánea se le dio el nombre de globalización, y consiste en la integración de las economías locales en un solo y gran mercado mundial, en el que los capitales circulan más libremente incluso que las personas, y la sociedad de consumo alcanza sus mayores y más profundas dimensiones.

Muchos han criticado y alabado esta tendencia a lo largo de casi un siglo de existencia. Algunos ven en ella una consolidación de los proyectos económicos liberales, que otorgan a los grandes consorcios empresariales trasnacionales un rol protagónico en el mundo; mientras que otros destacan su tendencia democratizadora al permitir el libre flujo de la información y restar importancia a las fronteras y proyectos políticos nacionales. Del modo que sea, la idea de habitar una “aldea global” nunca estuvo tan próxima a concretarse como en los tiempos en que, sin que nadie se lo esperase, irrumpió la pandemia de Covid-19.

El lado (más) oscuro de la pandemia global

La pandemia, como se sabe, es también un elemento propio de las nuevas dinámicas globales: los rápidos desplazamientos de turistas y viajeros de un lado del mundo al otro permiten a los gérmenes dar también con nichos propicios para su llegada. Y, sin embargo, las enormes desigualdades socioeconómicas del mundo dificultan la aplicación de una estrategia unificada.

Los países industrializados y de altos ingresos, así, no solo poseen la tecnología y los recursos para hallar solución al problema sanitario, sino que también pueden enfrentar las restricciones, cuarentenas e interrupciones de la cadena de suministro de mejor manera, pudiendo asistir a sus poblaciones trabajadoras y resistir de mejor manera el golpe. Esto no ocurre con sus socios del tercer mundo, donde a las penurias de la epidemia se deben sumar las del colapso productivo y socioeconómico.

Mientras un segmento del mundo se recupera con mejor pie, el otro permanece hundido por más tiempo. Y mientras el mundo industrializado debate los efectos psicológicos del encierro, los habitantes del tercer mundo anhelan mayores márgenes de protección que les permitan evitar el inminente contagio, o que los protejan en caso de enfermarse. Mientras el primer mundo debate si vacunarse o no, y emprende campañas para contrarrestar la infodemia producida en las redes sociales, el tercer mundo pide a gritos un mayor acceso a la vacuna.

Además, mientras el primer mundo frena su maquinaria de ventas para esperar que pase la ola de contagios, en el tercer mundo se dispara el desempleo y el combate contra la pobreza acusa un escandaloso retroceso. Por lo visto la interconexión e interdependencia que produjo la globalización, considerada en tiempos ordinarios como un mecanismo ganar-ganar, no trajo consigo posibilidad alguna de que, en tiempos excepcionales, esa interdependencia implique mayores cuotas de apoyo para los menos favorecidos.

Las consecuencias de este funcionamiento global, por otro lado, trascienden las fronteras de lo nacional. Basta observar la escasez de microchips que aqueja las pujantes industrias europeas, fruto del colapso sanitario en India, para darse cuenta de que problemas globales requieren, por obvio que parezca, soluciones globales.

Sin embargo, lo ocurrido ha sido exactamente lo contrario: las naciones más fuertes se han refugiado en el endurecimiento de sus fronteras y se han desentendido de la mano de obra barata de sus socios comerciales. Por ejemplo, las naciones industrializadas han procedido a acaparar la mayoría de las vacunas disponibles, a punto tal que en el mundo desarrollado un importante porcentaje (cercano al 50 %) de la población ha recibido ya el esquema completo de alguna vacuna, mientras que en otras naciones esa cifra no alcanza ni el 10 % de la población total.

Muchos, frente a este escenario, vaticinan la muerte de la globalización, o sea, el regreso a esquemas nacionalistas de desarrollo industrial, de la mano de ayudas financieras estatales, o sea, procedimientos muy diferentes a los que diversas organizaciones internacionales recomiendan a las naciones en vías de desarrollo: la liberalización de sus mercados. Y mientras tanto, ante las primeras tentativas de desastre, los países poderosos abandonan el barco y dejan a millones sin empleo.

Una oportunidad dorada

Lo peor es que, dadas las circunstancias, la crisis desencadenada por la pandemia y por las respectivas cuarentenas entraña una oportunidad global sin precedentes para instaurar una dinámica productiva más equitativa, que ayude a solucionar las brutales desigualdades que aquejan al planeta, y no solo eso: una dinámica solidaria que sirva de antecedente a necesarias cooperaciones futuras, frente a retos aún mayores, como el del cambio climático.

Una globalización más solidaria podría allanar el camino para una humanidad más compenetrada y de valores fundamentales realmente universales. Si con el mismo afán con el que se promocionan las supuestas virtudes del libre mercado se estimulara la responsabilidad socioeconómica y financiera, o se dieran los necesarios debates éticos respecto de la distribución de medicinas en el mundo, muchos de los males de la época podrían comenzar a superarse.

¿De qué sirve vacunar a la población de las naciones industrializadas incluso con dosis de refuerzo, mientras la población de los países desfavorecidos incuba en sus propios cuerpos, o en los de sus familiares fallecidos, una nueva variante del virus que puede acabar con la protección de la vacuna? ¿Qué talante moral tienen las empresas occidentales que abandonan hoy a su suerte a miles de trabajadores cuya mano de obra barata les permitió antes maximizar sus rendimientos y consolidar sus mercados?

La pandemia, en todo caso, acabará más temprano que tarde y la globalización seguirá allí, dispuesta de un modo u otro a retomar sus dinámicas y a aprender de las experiencias vividas. De nosotros dependerá conducirla hacia un futuro promisorio, hacer de ella un proceso que multiplique el bienestar y no que agrande la brecha entre los pobres y los ricos.

Referencias:

¿Qué es un ensayo?

El ensayo es un género literario cuyo texto se caracteriza por estar escrito en prosa y por abordar un tema específico libremente, echando mano a los argumentos y las apreciaciones del autor, tanto como a los recursos literarios y poéticos que permitan embellecer la obra y potenciar sus rasgos estéticos. Se considera un género nacido en el Renacimiento europeo, fruto, sobre todo, de la pluma del escritor francés Michel de Montaigne (1533-1592), y que con el paso de los siglos se ha convertido en el formato más utilizado para expresar las ideas de un modo estructurado, didáctico y formal.

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