Bono hipotecario

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Un bono hipotecario es aquel que está respaldado por préstamos hipotecarios de la entidad que los emite y que abona a los compradores intereses sobre las cuotas ingresadas por los prestatarios.

Por tanto, este tipo de títulos están ligados a hipotecas. A su vez, estas garantizan el pago de intereses y amortización de capital. Además, normalmente están respaldados por bienes inmuebles. Como otros activos financieros, por ejemplo la cédula hipotecaria, también cuentan con un mercado secundario para su compraventa. De esta forma, el tenedor no está obligado a conservarlo hasta el vencimiento.

Como funciona un bono hipotecario

El banco, en muchas ocasiones, suele vender las hipotecas en los mercados. De esta forma, obtiene liquidez. Normalmente el comprador suele ser un fondo de inversión, otros bancos e incluso algún organismo estatal. Lo que hacen es empaquetar varios de ellos en un solo bono y emitirlo. El inversor recibe unos intereses y la devolución del capital al vencimiento.

Si los hipotecados pagan de forma habitual, este título es una garantía de seguridad y fuente de ingresos. Ahora bien, si se da un caso de morosidad, estos tenedores de los bonos tienen derecho de reclamo sobre la vivienda del moroso. Esto no sucede con los bonos corporativos cuyo aval es la propia empresa que los emite. Por tanto, la garantía de los primeros es mayor.

Diferencias con las cédulas hipotecarias

Aunque pueden parecer similares, las diferencias entre ellos son importantes. La cédula es un valor de renta fija que se emite exclusivamente por entidades de crédito. Así, para que los bonos sean amortizados debe haber una autorización del grupo de bancos que lo emitió, a diferencia de la cédula, con la que el emisor puede operar libremente.

Por otro lado, la célula está respaldada por toda la cartera de préstamos hipotecarios del banco. El bono, sin embargo, tiene como garantía una serie concreta de ellos. Estos aparecerán en el documento de emisión y deben ser informados al comprador. Así, la garantía está limitada solo a esos préstamos, a diferencia de la cédula donde es global.

Un mal ejemplo, las hipotecas subprime

No podíamos acabar sin mencionar uno de los peores ejemplos de este tipo de titulaciones, los que aparecieron con las hipotecas «subprime» y la crisis de 2008. De forma resumida, las entidades bancarias norteamericanas podían conceder una serie de hipotecas a personas con escasos recursos. Los llamados «ninja» (personas sin ingresos, sin trabajo y sin activos) las contrataron y después, en muchos casos no se pagaron las cuotas.

Lo que hicieron fue crear una serie de paquetes o bonos hipotecarios. El problema es que para venderlos, en demasiadas ocasiones se disfrazaron con créditos buenos. Esto provocó que las agencias de calificación les dieran una buena nota y los inversores compraron. Esta burbuja se fue generando en los años previos a 2008 coincidiendo en muchos países con la inflación de precios en el sector inmobiliario.

Pero hay un dicho que se puede aplicar aquí y es que la manzana podrida acaba estropeando al resto de la cesta. De esta forma,cuando se quiso cobrar la garantía, una vez estalló la crisis, esta la conformaban viviendas con valores muy inferiores al préstamo. Esta situación, junto a otros factores, provocó la crisis. Un mal ejemplo de bono hipotecario.