Definición de virginidad

El vocablo latino virginĭtas llegó al castellano como virginidad. El concepto alude a la condición de virgen: aquello que conserva la pureza o la persona que todavía no ha tenido relaciones sexuales.

El uso más habitual se refiere al individuo que no ha debutado sexualmente. El alcance de la noción, de todos modos, varía de acuerdo a la cultura y la época. Por lo general se vincula la virginidad a no haber desarrollado el coito (la cópula, que incluye la penetración).

Esto quiere decir que los hombres y las mujeres que nunca han copulado son vírgenes: conservan su virginidad. Si nos centramos en esta definición, haber mantenido otros tipos de vínculos sexuales (como sexo oral) no implica la pérdida de la virginidad.

Mantener la virginidad es una decisión de cada persona, por lo general vinculada a cuestiones religiosas y morales. El cristianismo, por ejemplo, estipula que se debe conservar la virginidad hasta el matrimonio. Dicho precepto, sin embargo, ha perdido vigencia ya que muchos cristianos, más allá de sus creencias, no llegan vírgenes al casamiento.

Por lo general, y sobre todo fuera del ámbito religioso, la virginidad llega a convertirse en un «problema» que las personas necesitan resolver lo antes posible, una vez que han alcanzado la pubertad. Esto parece afectar especialmente a los varones heterosexuales, ya que no mantener relaciones sexuales con chicas puede significar que no es lo suficientemente viril, o que no está seguro de su orientación sexual, y la porción más cerrada de la sociedad no ve estas cuestiones con buenos ojos.

Para un adolescente heterosexual común, perder la virginidad es una de sus prioridades, sino la más importante; sobra decir que esto no ocurre con los genios o con aquellos seres que sienten el llamado de una vocación desde temprano y que se dedican a desarrollar sus habilidades mientras su entorno se preocupa por cuestiones banales. Vista desde la adultez, esta «urgencia» no suele traer consecuencias positivas, ya que en más de un caso conduce a embarazos no deseados, pero el cerebro de un chico de 15 años no siempre puede procesar toda esta información simultáneamente.

Como el machismo hace claras distinciones entre la forma en la cual los hombres y las mujeres deben relacionarse con su sexualidad, lo normal es que las chicas que pierden su virginidad durante la adolescencia sean criticadas negativamente, que se ponga en duda su decencia. En otras palabras, los chicos suelen ser admirados por haber tenido relaciones sexuales por primera vez, mientras que las chicas, condenadas.

Uno de los aspectos más absurdos de dicha obsesión por perder la virginidad, es que gran parte de las parejas heterosexuales adultas acaban perdiendo el interés sexual o la atracción mutua, por lo cual dejan de tener relaciones con asiduidad o bien buscan la satisfacción en terceros.

No importa cuán maravilloso nos parezca el sexo durante la pubertad, el paso del tiempo lo desmitifica y nos demuestra que se trata de una función más de nuestro cuerpo, de algo que todos podemos hacer, y no de una habilidad única. Al final de cuentas, algo que puede desaparecer de un segundo a otro no debería ser tan fuerte como para definir nuestras vidas.

La virginidad religiosa es central en la tradición del cristianismo. Quienes deciden convertirse en sacerdotes o monjas, deben abstenerse de mantener relaciones sexuales (voto de castidad) y de tener pareja (voto de celibato).

Un claro ejemplo de la importancia de la virginidad en el dogma cristiano es que la Virgen María quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo, y no por haber mantenido relaciones sexuales con su esposo, José. De este modo, María pudo dar a luz a Jesús sin perder su virginidad.

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