Definición de prolijo
Prolijo, del latín prolixus, es algo esmerado o cuidadoso. De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), el adjetivo también puede referirse a lo dilatado con exceso, lo impertinente o lo molesto.
Por ejemplo: “Estoy contento porque el pintor realizó un trabajo muy prolijo en mi casa”, “Siempre le digo a mi hijo que tiene que ser prolijo con los deberes escolares”, “Me gusta más el hombre prolijo y afeitado que aquel que tiene pelo largo y muestra un aspecto descuidado”.
El origen etimológico de prolijo nos lleva al vocablo compuesto pro (“delante”)-lixus (“líquido”). El primer uso de la palabra, por lo tanto, estaba asociado a verter o derramar líquidos. Luego empezó a utilizarse para nombrar a la acción de pronunciar palabras con facilidad y, por extensión, a aquellas obras con palabras innecesarias.
La cualidad de prolijo se conoce como prolijidad. Puede decirse, por lo tanto, que aquel o aquello que resulta prolijo tiene prolijidad: “Esta mesa está hecha de manera artesanal pero se destaca por su prolijidad”, “El artesano logró completar una labor muy prolija ya que la mesa tiene una apariencia perfecta”.
El descuido y la falta de atención son cuestiones que atentan contra lo prolijo. Un cuaderno escolar prolijo es aquel que presenta todas sus hojas en buen estado, es legible, está bien organizado, etc. En cambio, si el niño rompe y arruga las hojas y deja manchas de tinta, su cuaderno será desprolijo.
Cabe mencionar, por otra parte, que un trabajo prolijo no siempre va de la mano de la utilidad o de la verdadera comprensión del tema en el cual se centra. Por ejemplo, ser capaz de copiar un texto con excepcional caligrafía, sin cometer ninguna falta de ortografía, organizando armoniosamente sus párrafos y resaltando con efectividad su título y sus subtítulos, no significa necesariamente entenderlo y poder aplicar los conocimientos que expone.
La prolijidad no es una virtud de unos pocos, sino una forma de organizarse para trabajar, o de disponer las herramientas a la hora de emprender cualquier actividad (entre las que se encuentra hablar) que todos podemos aprender, en mayor o menor medida. Dicho esto, es innegable que para algunos individuos resulta casi natural mientras que para otros, parece un objetivo imposible de alcanzar.
Y esto se relaciona con las inquietudes de cada uno, con las razones que nos llevan a transitar uno u otro camino; para la mayoría de las personas, por ejemplo, la etapa escolar es una especie de laberinto que nos vemos obligados a recorrer, y que no se diferencia mucho del que han sorteado nuestros padres ni del que deberán atravesar las siguientes generaciones. Es una aventura poco atractiva para la mayoría, dado que consiste en la consecución de un gran número de metas que otros nos imponen.
En la etapa estudiantil, con respecto a la forma de encarar las obligaciones, existen tres vértices bien definidos: el individuo que parece no poder evitar ser prolijo; aquel que, por el contrario, no muestra interés en ninguna materia y es incapaz de mantener dos letras al mismo nivel dentro de una línea; quien, más encaminado y comprometido consigo mismo que los dos anteriores, parece despertar cuando llega su asignatura favorita y le dedica todo su potencial.
Ser prolijos, por lo tanto, suele ser más fácil cuando nos interesa la materia que estamos abordando: si estamos copiando un texto que nos apasiona, hablando de temas que dominamos y que nos gustan u ordenando nuestras pertenencias más preciadas, la prolijidad seguramente dirigirá nuestras acciones.
Otro uso del término, en cambio, refiere a lo minucioso y detallado. En este sentido, una investigación prolija es aquella que analiza diversos factores, acude a varias fuentes y presenta una multiplicidad de datos.