Definición de pensamiento divergente
Lo que existe a través de la actividad intelectual forma parte del pensamiento. Este es un producto de la mente que surge a partir de la actividad racional del intelecto o de las abstracciones de la imaginación.
Es posible distinguir entre diversos tipos de pensamiento, según la operación mental en cuestión. El pensamiento deductivo, el pensamiento inductivo, el pensamiento sistemático, el pensamiento crítico y el pensamiento analítico son algunos de ellos.
Divergente, por su parte, es aquello que diverge (que discrepa, discorda o se separa). El pensamiento divergente o pensamiento lateral, por lo tanto, consiste en la búsqueda de alternativas o posibilidades creativas y diferentes para la resolución de un problema.
Se puede incluir el pensamiento divergente dentro del pensamiento creativo, relacionado más con la imaginación que con el pensamiento lógico-racional. La noción fue acuñada por el psicólogo maltés Edward De Bono, quien afirmó que el pensamiento divergente es una forma de organizar los procesos de pensamiento a través de estrategias no ortodoxas. El objetivo, pues, es generar ideas que escapen de los lineamientos del pensamiento habitual.
Para De Bono, el pensamiento lateral puede desarrollarse con el entrenamiento de técnicas que ayuden a mirar un mismo objeto desde diferentes puntos de vista. El pensamiento divergente supone un motor de cambio personal y social ya que aporta nuevas respuestas a problemas conocidos.
El psicólogo maltés reconoce tres grandes tipos de obstrucciones del pensamiento: la falta de información, el bloqueo mental y el peso de lo obvio. Este último caso, cuando lo obvio del problema impide advertir una mejor opción, puede ser superado a través del pensamiento divergente.
Por lo general, nuestro cerebro tiende a relacionar los datos que percibe en su entorno para encontrar explicaciones lógicas y racionales; si vemos un muro destruido, asumiremos que recibió el impacto de un vehículo o que se deterioró por una filtración de agua, pero la primera opción que contemplaremos no será que un ser mutante de fuerza descomunal lo derribó de un golpe.
Del mismo modo, a la hora de resolver los problemas de nuestro día a día (entendiendo como problema a toda situación que debamos superar, desde la simple decisión de qué almorzar hasta la falta de dinero para pagar las cuentas) solemos valernos de los recursos más razonables que tenemos a nuestra disposición. Ya desde nuestros primeros años de vida, nos enseñan a perseguir la normalidad, a ajustarnos a una serie de reglas y expectativas que, según nos prometen, nos brindarán estabilidad y seguridad en nuestra adultez.
Si alguien necesita dinero, su primera tendencia es buscar trabajo; rara vez surgen proyectos innovadores, apuestas a ciegas en pos de una idea revolucionaria que pueden acabar en la ruina económica de su autor pero, en cambio, lo convierten en un genio admirado por el mundo entero. Los grandes pioneros de la historia han sabido mirar más allá de lo evidente, perseguir objetivos que no aparecían en los libros y que no les daban ninguna garantía de éxito, y es gracias a ellos que la humanidad avanza.
Existen muchos ejercicios que estimulan el entrenamiento del pensamiento divergente, problemas que plantean una situación aparentemente absurda o imposible de resolver. Veamos un ejemplo: Esta mañana se me cayó un pendiente en el café. Y aunque la taza estaba llena, el pendiente no se mojó. ¿Cómo es posible? A simple vista, dadas ciertas cuestiones culturales e idiomáticas, nuestro cerebro asume que el término café hace referencia a la bebida, y ése es el primer error que comete una persona que cree no poder resolver este enigma.
Si, en cambio, lo interpretamos como un establecimiento de hostelería en el cual se sirven comidas y aperitivos, una de las posibles respuestas correctas brilla ante nuestros ojos: el pendiente no cayó dentro de la taza, sino dentro de la cafetería, que también recibe el nombre de café; por eso no es relevante la cantidad de bebida restante.