Definición de interioridad
La interioridad es la cualidad o la condición de interior. El término suele emplearse para aludir a aquello que es particular, íntimo y/o secreto de un individuo o de una organización.
Se entiende que la interioridad es el ámbito privativo de una persona. Cada sujeto se encuentra consigo mismo en ese entorno esencial donde reflexiona, recuerda y proyecta.
Estudiar la interioridad ayuda a desarrollar la consciencia individual y la consciencia relacional. El ser humano, al conocer y comprender su interior, puede hallar y utilizar recursos y así explotar su potencial.
Al educar la interioridad, por lo tanto, se puede tomar conciencia de diversas cuestiones en múltiples dimensiones. Se trata de un camino para alcanzar la plenitud.
En su interioridad, cada uno se cuestiona la existencia y halla respuestas al sentido de la vida. Hay una inteligencia asociada a la configuración de este espacio simbólico que posibilita el desarrollo individual y social.
El análisis de la interioridad puede llevarse a cabo desde la religión, la psicología y otras áreas. Aunque suele vincularse la interioridad a lo religioso, tiene una relación con la espiritualidad en general, y no con una creencia específica o con un dogma.
Otro modo de entender la interioridad es como una experiencia o una vivencia. No tiene tiempo ni localización, sino que se construye, se siente y se vive de manera dinámica y continuada. La interioridad, en definitiva, está en el alma del sujeto y no en el exterior, más allá de la influencia que ejercen los factores externos en ella.
En la escuela, la interioridad se trabaja tanto de forma directa como indirecta, ya que basta la exposición del niño a un grupo social para que se pongan en marcha una serie de mecanismos que lo llevan a reflexionar y aprender más acerca de sí mismo. En algunos centros educativos, los docentes dedican determinados momentos a la semana específicamente a ciertas actividades que promueven el desarrollo de la interioridad.
El propio cuerpo y su relación con el mundo que nos rodea son ya dos puntos de partida que pueden dar lugar a un estudio muy profundo de la interioridad. Sin entrar en conceptos religiosos, solemos decir que el cuerpo es nuestro templo, nuestro sitio sagrado, al cual nadie debería entrar para hacernos daño. Luchamos por la libertad de usarlo a nuestro gusto, pero no somos conscientes de que incluso en ese camino permitimos que la sociedad nos imponga límites, y así llegamos a caminar de un modo u otro dependiendo de nuestro sexo y nuestra edad, por ejemplo.
Un buen comienzo para trabajar la interioridad es despojarse de dichas imposiciones para conectarse con el propio cuerpo y, a su vez, usarlo para conectarnos con el resto de los seres vivos. Este trabajo es muy fácil de lograr con un grupo de niños, porque todavía no son tan susceptibles a los mandatos sociales. Como incentivo se suele usar el arte: imaginar que pintamos con nuestro cuerpo una habitación o inventar una danza y dejarnos llevar más allá de los límites de la técnica o el ritmo, son dos ejemplos muy usados.
Para relacionarnos con el mundo exterior usamos nuestros sentidos: percibimos diferentes estímulos y los evaluamos con los conceptos que vamos aprendiendo de las muchas disciplinas que nos pueden enriquecer, desde las matemáticas hasta la moral. Vemos una montaña y calculamos su altura; vemos un tigre y admiramos su pelaje; presenciamos una discusión e intentamos entender quién tiene razón. Pero en este último ejemplo se evidencia uno de los puntos más complejos de la interioridad: dado que es subjetiva, todos los resultados de este proceso también lo son, por lo cual debemos abrir nuestra mente para potenciar su efectividad.