Definición de innovación
El vocablo latino innovatio llegó al castellano como innovación. Así se denomina al acto y el resultado de innovar: introducir novedades, inventar.
La innovación se asocia a la creatividad. Se trata de un cambio o de una modificación que supone la creación o la puesta en marcha de algo novedoso. De esta manera, la innovación también aparece vinculada al progreso.
Supongamos que un entrenador de fútbol desarrolla una táctica que consiste en utilizar dos defensores, dos volantes y seis delanteros en el equipo. Este tipo de alineación nunca había sido usada a nivel profesional, por lo tanto puede afirmarse que se trata de una innovación del director técnico en cuestión. Si la táctica resulta exitosa, posiblemente otros entrenadores empiecen a emplearla.
Imaginemos ahora que un fabricante idea un televisor que detecta cuando el usuario se queda dormido y se apaga automáticamente. Esta innovación puede resultar muy interesante al permitir ahorrar electricidad, evitando un consumo innecesario.
Existen numerosos tipos de innovación, cuyas características dependen del ámbito. La innovación tecnológica es una de las más frecuentes: implica la introducción de cambios en una tecnología que generan un avance.
En el terreno de la economía, el concepto de innovación está relacionado a la fabricación o la alteración de un producto, que luego se introduce en el mercado. Suele considerarse que la innovación produce riqueza porque posiciona nuevos artículos, abre o agranda segmentos y puede generar puestos de empleo.
Muchas empresas, de hecho, cuentan con departamentos o centros de innovación, donde técnicos, científicos y profesionales en general trabajan para lograr cambios. Desde el Estado también es habitual que se fomente la innovación por los beneficios que aporta al conjunto de la sociedad.
En pocas palabras, la innovación está íntimamente ligada al progreso de la humanidad, nos abre las puertas a saltos importantes en nuestro desarrollo. Dependiendo del punto de vista, la búsqueda de la innovación es pasiva o activa: en el primer grupo se encuentran los consumidores que piden productos revolucionarios ofreciendo a cambio solamente su dinero; en el segundo están las empresas que trabajan de manera incesante para dar con estas ideas y realizarlas.
Es muy importante entender que la innovación no es un fenómeno simple ni fácil de conseguir. En primer lugar, no se puede forzar una idea innovadora; debe surgir de forma espontánea, aunque sea como resultado de una constante labor de investigación. Estas ideas brillantes que marcan hitos en la historia son rarezas y, por lo general, nos toman a todos por sorpresa.
Por otro lado, incluso habiendo tenido una idea brillante puede ser muy difícil llevarla a cabo. En el caso de un producto comercial, muchas veces surgen proyectos que requieren tecnologías más avanzadas de las existentes o un presupuesto muy superior al que tiene la empresa en su haber.
Pero contar con los medios tecnológicos o económicos tampoco nos asegura que podamos llevar al mercado un producto o un servicio que se convierta en una auténtica innovación, ya que en el proceso entran en juego muchos otros factores potencialmente determinantes. La publicidad y la distribución son dos de los principales: un gran libro que no lee nadie no puede pasar a la historia, aunque se una obra maestra superior a todas las demás.
En último lugar se halla la respuesta del público, una variable no tan fácil de predecir como creen algunas compañías. Muchas veces, un producto que parece perfecto acarrea un recibimiento muy frío por parte de los potenciales consumidores, quienes lo ignoran y van en busca de algo diferente. Si estamos hablando de una inversión millonaria, entonces el impacto en la empresa será lamentable. El error probablemente no esté relacionado con el producto sino con la forma en la que lo hayan presentado en el mercado.