Definición de hombría
La primera acepción del término hombría que incluye la Real Academia Española (RAE) en su diccionario alude a la condición de hombre. El concepto de hombre, a su vez, nombrar a un varón o a una persona en general (es decir, a un ser humano).
La idea de hombría, en este marco, suele vincularse a la masculinidad: la cualidad de masculino. Por eso la hombría se relaciona a aquellos atributos que, tradicionalmente, se le atribuyen a los hombres: fortaleza física, valentía, caballerosidad, etc.
Estos pensamientos, por supuesto, tienen un tinte machista. Las mujeres también pueden disponer de fuerza física y ser valientes: por eso establecer un nexo entre la hombría como condición masculina y esas cualidades atenta contra la igualdad de género.
La hombría, por otra parte, puede hacer mención a cualidades positivas de un ser humano en general. En este marco se recurre a la expresión de hombría de bien para aludir a la honradez, la honestidad y la integridad de alguien. Suena extraño, sin embargo, señalar que una mujer tiene “hombría de bien”, demostrando una vez más el machismo inherente a este tipo de construcciones del lenguaje.
Incluso puede entenderse que la hombría hace referencia a las cualidades positivas de un hombre que no incurre en el machismo. En este contexto, el sujeto que evidencia su hombría es aquel que respeta a las mujeres y que actúa correctamente desde un punto de vista moral. Otra mirada agrega que la hombría no debe asociarse a la fuerza física o a una valentía mal entendida que se ejerce a través de la violencia.
Cuanto más abrimos nuestras mentes a la diversidad y la igualdad de género, más nos cuesta entender términos como éste y expresiones que tienden a dividirnos y a poner al hombre heterosexual por encima del resto de las personas. No olvidemos que el machismo no sólo atenta contra las mujeres heterosexuales sino contra cualquier persona que no haya nacido con los órganos genitales masculinos y que se reconozca como un hombre a quien le atraen sexualmente las mujeres.
Dicho en otras palabras, el uso —y el mal uso— del término hombría puede afectar negativamente a una parte importante de la población humana. Los hombres homosexuales, por ejemplo, suelen ser víctimas de comentarios que ponen en duda su masculinidad, como si ésta estuviese ligada a sus gustos sexuales. Retomando el proceso —lento, pero existente— de renovación cultural que estamos atravesando para acercarnos poco a poco a un estado de apertura mental, sabemos que hay tantos ejemplos de hombres homosexuales masculinos, fuertes físicamente y temerarios como de heterosexuales afeminados, débiles y cobardes, entre muchas otras combinaciones intermedias.
Los rasgos de la personalidad de cada individuo no se pueden inferir de su orientación sexual, sino que se forman como resultado de complejos procesos de desarrollo que comienzan en la tierna infancia y continúan durante muchos años. No somos el mero reflejo de las partes corporales con las que hayamos nacido, sino el resultado de las experiencias que hayamos vivido, de manera que el camino que atraviese nuestra personalidad es absolutamente impredecible y puede sorprendernos hasta el último día de nuestra vida.
Como se menciona en párrafos anteriores, si vamos a continuar usando la palabra hombría quizás sería adecuado infundirla de un significado que apunte a «exhibir valores admirables y luchar por la justicia y la igualdad», aunque probablemente sería más sano para nuestra lengua dejarla en el olvido para enfocarnos en aquellas que nos incluyen a todos o que no contienen ideas subjetivas que respetan una jerarquía absurda en la cual reina el macho heterosexual, ya que este esquema se debilita a cada segundo.