Definición de gratificación
El término gratificación proviene del vocablo latino gratificatio. La primera acepción que menciona el diccionario de la Real Academia Española (RAE) refiere a la recompensa económica de una cierta prestación.
Una gratificación, en este sentido, es un dinero que se otorga por el desarrollo de un servicio o la realización de un favor. Por ejemplo: “El dueño del gato ofrece una gratificación a quien le ayude a encontrarlo”, “La empresa suele otorgar gratificaciones a los trabajadores que muestran compromiso con la firma”, “El gobierno analiza la posibilidad de dar una gratificación a la persona que brinde datos certeros sobre el paradero de la víctima”.
La gratificación entendida como una suma de dinero o una serie de beneficios en el ámbito empresarial es un arma de doble filo: por un lado, incentiva a los trabajadores a esforzarse en mejorar para alcanzar los objetivos con eficiencia, pero también puede desviarlos de la meta fundamental, que es sencillamente hacer sus tareas de manera correcta, para enfocarlos en la obtención de un premio por encima de todo, a como dé lugar.
Ir detrás de una recompensa por nuestra labor no siempre es negativo, pero puede convertirse en una obsesión que nos empuje a un abismo de injusticias. No está mal perseguir la gratificación siempre que esto nos vuelva más responsables, porque el placer es un ingrediente indispensable de la felicidad; sin embargo, siempre debe situarse en un contexto en el cual no perdamos de vista la importancia del equilibrio entre esfuerzo y recompensa.
La idea de gratificación también puede usarse de una manera más amplia y aludir a algo material o simbólico que obtiene un individuo y que le genera bienestar o satisfacción. Por lo general, la psicología considera que el ser humano actúa en busca de gratificación.
La gratificación instantánea se experimenta cuando la satisfacción llega sin demoras respecto a la acción. La gratificación aplazada, en cambio, es una recompensa que se obtiene con dilación. En la actualidad, suele decirse que vivimos en la “cultura de la inmediatez”, que privilegia la gratificación instantánea y no valora la gratificación aplazada (ni el esfuerzo que debe realizarse para acceder a ella).
Supongamos que un joven recibe dinero como regalo de cumpleaños. El muchacho tiene dos opciones: gastar inmediatamente ese dinero en salidas con amigos, algo que le provocaría una gratificación instantánea aunque efímera, o bien abrir una cuenta bancaria y depositarlo para, tiempo después, cobrar intereses por su inversión, con lo cual obtendría más dinero que el que hubiera recibido, dando lugar a lo que se conoce como gratificación aplazada.
Desde un punto de vista social y cultural, no sólo podemos decir que en las últimas décadas el ser humano se ha inclinado más por la gratificación instantánea que por la aplazada, sino que incluso estos dos conceptos han cobrado formas diferentes, a medida que las costumbres y las alternativas de ocio también evolucionaban. Por ejemplo, mientras que antes de la llegada de Internet la inmediatez estaba más relacionada con la promiscuidad sexual y el consumo de sustancias estupefacientes, en la actualidad gran parte del placer instantáneo y efímero se puede obtener en la red.
El hecho de que hoy en día ya no sea necesario movernos de nuestro asiento para obtener una gratificación instantánea no sólo vuelve el sentido de este concepto más apropiado que nunca desde un punto de vista semántico, sino que resulta verdaderamente preocupante si pensamos que con el correr de los años tendremos que esforzarnos cada vez menos para conseguir nuestros objetivos. ¿Cuánto menos trabajo se nos puede pedir que estar sentados o recostados tocando una pantalla? Probablemente, mucho menos, y los avances tecnológicos mal aplicados ya nos lo enseñarán.