Definición de ardid

Las primeras acepciones que menciona el diccionario de la Real Academia Española (RAE) del término ardid se encuentran en desuso. El concepto solía emplearse como un adjetivo que aludía a alguien perspicaz, astuto o intrépido.

En la actualidad, sin embargo, ardid es un sustantivo que refiere a un engaño o una estafa. Un ardid, en este marco, es un acto que se realiza con malicia y habilidad para conseguir un objetivo bien determinado.

Por ejemplo: “Con un ardid, dos jóvenes le robaron cien mil pesos a un anciano en Villa San Javier”, “Afirmar que tengo varias causas judiciales es un ardid de la oposición para que la gente no preste atención a mis propuestas”, “La supuesta competencia no es más que un ardid para publicitar la nueva marca”.

Los ardides son tretas o timos. La intención es provocar una confusión en otra persona para que malinterprete una situación y haga algo que, en realidad, no desea hacer. Tomemos el caso de una editorial que anuncia la organización de un concurso literario cuyo premio se supone que es la publicación de un libro. Los escritores que desean participar deben abonar una inscripción de 30 dólares para estar habilitados a presentar sus textos. Cien autores deciden inscribirse al certamen y la editorial, de este modo, recauda 3.000 dólares. Al anunciar el fallo, los organizadores informen que el premio queda “desierto”. De este modo, se demuestra que el concurso era un ardid para que la editorial obtuviera dinero sin siquiera publicar una obra.

Situaciones como la descrita en el párrafo anterior son muy comunes, especialmente en el ámbito artístico, ya que allí entra en juego la ilusión de los participantes por conseguir la divulgación de sus obras. Dada la dificultad que supone publicar un libro o un álbum de música, por ejemplo, las probabilidades de engañar a un artista con un ardid de estas características son muy altas, y así llevan juntando dinero miles de personas desde hace décadas.

La era de Internet ha abierto las puertas a nuevas estrategias para este tipo de delito, el cual destaca por su especial rasgo de cobardía. Gracias a la posibilidad de esconder nuestra verdadera identidad tras un seudónimo y a la facilidad con la cual podemos crear un sitio web, abrir una compañía falsa para llevar a cabo un plan de estafa masiva no presenta grandes desafíos.

Fuera del ámbito artístico o vocacional, el ardid también puede presentarse en otro de los focos más vulnerables de la sociedad: las personas desempleadas. En Internet existen muchos ejemplos de falsos puestos de trabajo que se presentan como «oportunidades únicas», que nadie en su sano juicio debería rechazar, y para acceder a ellas los supuestos empleadores exigen una pequeña suma de dinero que justifican con el envío de un paquete de iniciación o la realización de diferentes trámites.

Dado que se trata de un pago que incluso una persona desocupada puede afrontar, el plan es prácticamente infalible. Esta es tan sólo una prueba del grado de crueldad y la falta de consideración que pueden alcanzar nuestros actos, algo que también se puede apreciar en actividades tales como el espiritismo y la curandería.

En el ardid entra en juego la astucia de la persona que quiere cometer el engaño. Un anciano puede recibir la visita de un hombre que asegura ser amigo de uno de sus hijos. A través de un discurso con idas y vueltas, logra que la víctima le permita ingresar a su casa. Una vez dentro, el delincuente le informa que necesita cobrarle una deuda a su hijo: de este modo, el anciano, creyendo que ayuda a su descendiente a resolver un problema, le da el dinero al estafador.

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