Lengua y literatura

20 Poemas de la Naturaleza


Los poemas de la naturaleza son bastante comunes, el mundo natural ha sido uno de los temas recurrentes en la poesía. Frecuentemente es el tema primario en cada época y en cada país.

A los poetas les gusta describir el mundo natural; sus paisajes variados, las temporadas que cambian y los fenómenos que lo rodean, entre otros, han sido una parte importante de la historia de la poesía.

A continuación te dejo una lista de este tipo de poemas:

– Hablar del mar (poema libre)

Hablar de ti, siempre fue fácil,

venías a mí con tus olas a caminarme los sueños,

a salpresarme el alma para alargar los días,

todo azul, todo dueño, todo agua en todas partes,

un bloque interminable de peces y corales.

Conocer tus caminos fue simple,

para hallarte bastaba ir al borde de la casa,

y allí te encontrabas, en cada esquina,

cada punto cardinal te tenía bordado en el nombre,

por eso no terminaba de nombrarte.

Lo cotidiano

—la voz diaria normal para aquellos que te conocimos,

que te vivimos desde el inicio—,

era hablar del mar.

– Al maizal (décimas)

Te veo desde la casa,

verde, amarillo, frondoso,

te veo y ando deseoso

de tu fruto entre la brasa.

Y es que, con manteca o grasa,

sea mazorca, choclo o maíz

—cualquier nombre—, es tu matiz,

tu sabor particular,

¿cómo no te voy a amar

dese el copo a la raíz?

¿Cuántos pueblos se alimentan

gracias a tu noble fruto?,

tu poder no lo discuto,

todos bien de ti comentan.

Los terrenos bien se ambientan

al tenerte a ti sembrado,

se hace fácil el arado,

eres noble, oh, maizal,

del mundo eres la sal,

su corazón encantado.

– A la naturaleza (redondillas)

I

Eres noble dama verde,

luz de cada ser y cosa,

estás en el río, en la rosa,

en ti la vista se pierde.

II

Tus senderos nos enseñan

sobre Dios y la creación,

y es que tú eres canción

de todos los que sueñan.

III

Ir a tu encuentro cada día

permite ampliar el saber,

eres fácil de querer

y siempre traes alegría.

IV

Eres tú, naturaleza,

aire, tierra, mar y cielo,

fuego verso en el que vuelo,

raíz real de la riqueza.

V

No te rindas, siempre brilla,

contra el sucio te acompaño,

te cuidaré bien cada año,

en la tierra y en la orilla.

– Al aire (poema libre)

Te has hecho costumbre,

razón obvia del respiro,

vida invisible que se cuela en mí,

que me recorre del pulmón a la sangre

para que pueda andar los caminos que me corresponden.

Color del silencio,

visita del aliento de Dios en los seres,

cuando ya no te busque será todo,

la niebla será el camino y yo seré la niebla,

y no habrá razón ni cuerpo,

y me haré uno con el todo,

y seremos tú y yo en la esquina de los espacios,

aire.

– A la Tierra (poema libre)

Si me sembrara en ti te entendería la vida que guardas,

podría ser especia del Tíbet,

un grano de la España inmortal,

un Manzano de la Patagonia,

algún fruto que surja de tu pacto con el sol y el agua.

Si fuera gusano,

te andaría el mundo,

buscaría tus secretos más recónditos en los minerales,

trataría de entender el artificio del carbón y el diamante,

intentaría de todo para saber de dónde Dios te sacó al hombre,

y en qué parte se te oculta el alma de las plantas.

Decir tu nombre,

Tierra,

es atreverse a mucho y desconocer todo.

– Al fuego (poema libre)

Le hierves a la tierra adentro,

corazón de las piedras,

secreto de la nube para llorar agua,

manto invisible del sol.

Cuando llegaste,

la noche era la costumbre,

lo crudo la comida habitual,

el frío reinaba en todos

y no había espacio para otra cosa que no fuese el temblor del azul y el hielo.

Viniste,

pues,

a tallar cada colina,

cada piedra,

y hacer brotar la lluvia,

y las semillas sacaron de sí su cuerpo de entre la tierra,

y se llamaron árboles,

y el fruto cayó luego,

y el hombre te tuvo por dios,

necesario y flamante fuego.

– A la liebre (poema libre)

El coyote te mira de lejos,

el lince,

el leopardo,

el hombre.

Todos te buscan para calmar el hambre,

pero eres astuta y rápida,

y sabes dónde está la sombra en la pradera,

conoces cada sitio en los que el sol no alumbra.

Eres ágil,

liebre del páramo,

sonrisa blanca que salta entre las colinas,

nube inquieta que todos quieren

y que se oculta bajo tierra para amanecer cuando el hambre llama,

y las crías requieren del verde,

y la vida es rápida,

lo sabes,

y la tienes.

– Soneto al agua

Sin ti el hombre nada pudiera hacer

eres cristalina joya de vida

que la sed me calma, el cuerpo me cuida,

y salvaguarda de morir mi ser.

De los elementos, eres poder,

líquido tesoro a aquel que lo pida,

tu atributo dulce en la sangre anida,

manantial que ayuda a fortalecer.

No dejes de brotar tu luz del cielo,

ni salir honda de la tierra triste,

que los hombres te esperan en el suelo.

Solo tú a la naturaleza diste,

agua, tu divina alma en azul vuelo,

en lluvia que todo ama y en bien persiste.

– A la nube (cuartetas)

I

Vas y vienes, blanca y gris,

aliento del cielo alado,

tus arcas a tierra abrís

dando agua sobre el arado.

II

Esponja eres en la altura,

sombra alegre al caminante,

sueño puro que me cura,

tenue figura danzante.

III

La lluvia das a las plantas

para que puedan crecer,

son unas lágrimas santas

que hondo brotan de tu ser.

IV

Siempre te buscan los niños

para adivinar figuras,

tú vas, cambias, con dos guiños,

transformándote en locuras.

V

Nube bella, nube hermosa,

no dejes nunca de estar,

llueve siempre tú en la rosa,

en la tierra, y en el mar.

– Al sol (décimas)

I

Te levantas, bien temprano,

y a ti acude la mañana,

en tu luz todo se gana,

sol divino, amigo, hermano.

Gracias por tender la mano

y darnos la claridad

a toda la humanidad,

a cada hora, cada día,

iluminas de alegría

en cualquier oscuridad.

II

¿Qué sería, sol, de nosotros

sin tu resplandor genuino?,

¿sin tu calor puro y fino

que no se parece a otros?

Locos quedarían los potros,

y todos los animales,

los mininos, los chacales,

las gaviotas y los perros,

no veríamos los cerros,

sufriríamos mil males.

– A las aves (quintillas)

I

Son las dueñas de los cielos,

ángeles en las alturas,

son majestuosas figuras

que enamoran con sus vuelos

y hasta curan las locuras.

II

Danzan a la par que vuelan,

vuelan a la par que danzan,

sobre el paisaje se lanzan,

en la mirada se cuelan

y el corazón alcanzan.

III

Sean gaviotas, alcatraces,

o los halcones peregrinos,

faisanes de vuelos finos,

o las águilas sagaces,

cuan hermosos son sus trinos.

IV

Verlas domar alto el viento

invita a la reflexión,

a mi pluma da inspiración,

para plasmar lo que siento,

alegrando el corazón.

– A los peces (octavillas)

I

Ellos vuelan bajo el agua,

van danzando en el confín,

su alegría no tiene fin,

no se paran ni un segundo;

sus aletas nunca cesan

de nadar de un lado al otro,

fuerza tienen como un potro,

dueños son del mar profundo.

II

Hay en ríos, lagos, mares,

se les halla hasta en los sueños,

grandes, medios y pequeños,

de colores asombrosos;

sus formas también varían,

gordos, flacos, aplanados,

abundan por todos lados,

hasta en los suelos lodosos.

– A las flores (poema libre)

La luz danza entre sus pétalos bañando de color el mundo;

el camino,

solitario,

se cubre de belleza con una sola.

Su presencia es motivo de alegrías y añoranzas,

están cuando visita la vida,

también cuando esta se va,

están donde el herido se queja,

donde el amor brota,

entre el pavimento,

en las paredes mohosas,

y cada una de ellas,

cada menuda figura,

da razón,

por instantes,

a la vida.

Su estancia es breve,

pero el significado de su paso puede ser tan sublime como el sentimiento más grande,

todo depende del hombre,

del ojo que la mire,

del corazón que con ellas se entregue.

– A la noche y al día (décimas)

Tú das razón a la luna,

noche oscura y silenciosa,

tu presencia va y se posa

en el monte y en la duna.

Como tú no hay ninguna,

tu misterio inspira al hombre,

no hay un día que no asombre

el sentir que has llegado

y que todo lo has colmado

con lo negro de tu nombre.

II

Eres tú la claridad

del mundo y sus confines,

vienes con dorados crines

y alumbras la humanidad.

Todo pueblo y ciudad

te debe el resplandor,

también el puro candor

que brindas, amado día,

eres luz y alegría,

ofrenda de gran amor.

– A los árboles (poema libre)

Pulmón verde,

pulmón de la tierra mía,

raíz honda con la que la Pachamama respira,

árboles,

gracias.

Dioses densos,

tranquilos,

troncos enfilados que dan razón al bosque;

casas de hojas que abrigan tanta vida,

venas del mundo,

gracias.

Se les debe el aire puro,

la hoja del poeta,

la sombra en la que el hombre descansa de la faena,

y el niño,

y la mujer,

y el animal;

se les debe el fruto y el alimento del alimento,

la existencia de cada ser viviente,

gracias infinitas por estar.

Quisiera honrarles como se debe,

desde la raíz a la copa,

cada rama entretejida,

cada musgo replegado…

El día en que el último se vaya,

no habrá nada,

y muchos no lo entienden,

y quizá cuando lo hagan será demasiado tarde.

– A las montañas (décimas)

I

Gigantes inmemoriales

de elegante y noble verde,

la vista en ellas se pierde,

en sus formas celestiales.

De ellas brotan santos griales,

ríos llenos de riquezas,

son las reinas, son altezas

de la tierra por entero,

cuán hermoso es ver primero

al despertar sus bellezas.

II

Son corona en los paisajes

de los pueblos del mundo,

brotaron de lo profundo

con sus bien firmes anclajes.

Montañas de los parajes,

gracias por dar el sustento,

por cuidarnos del fuerte viento,

les debemos el cobijo,

dar abrigo al padre, al hijo,

disculpen lo malo, lo siento.

– A la lluvia (quintillas)

I

Contigo la vida llega

al desierto antes perdido,

llanto del cielo encendido,

sonrisa que todo lo riega

y alegra al más seco nido.

II

Naces en el mar, el río,

o el lago cuando el sol pega

y con sus rayos despliega

calor, apartando el frío:

va el vapor y al cielo llega.

III

Por ti la semilla brota,

la vaca calma la sed,

gracias, lluvia, por usted,

por cada líquida gota

que al suelo de vida dota.

– A las piedras (poema libre)

Elemento fundacional,

sobre ti se levantan las naciones;

firme sustancia,

esqueleto de la tierra,

bloque único de la casa primigenia.

Si te enfrento contra ti misma,

la chispa llega,

luego el fuego brota,

y la noche se solucionó,

y el estómago ya no dormirá vacío.

Si te pongo sobre ti misma,

una pared se levanta,

y otra, y otra, y otra,

viene la palma y cubre de la lluvia,

y entonces tenemos abrigo y descanso.

Si te tomo y te doy filo,

tengo para cazar y alimentarme,

y hacer vestidos

y otras cosas.

Piedra, elemento fundacional,

el hombre agradece tu presencia.

– A la naturaleza (redondillas)

I

Dama verde que engalana

cada lugar del planeta,

en cada espacio, cada grieta,

tu presencia siempre mana.

II

Eres madre, Pachamama,

dulce, atenta, comprensiva,

eres tú la flama viva

a la cual la vida clama.

III

Por ti ocurren las montañas,

los ríos, los cielos, los mares,

todos los santos altares,

ya que tú todo lo bañas.

IV

Naturaleza, misterio

las piedras guardan tu nombre,

secreto eres para el hombre,

tú y tu enorme vasto imperio.

V

Gracias por esta existencia,

Dama verde, flor divina,

pájaro de luz que trina

en cada ser y cada esencia.

– A la sal (décimas)

I

Del mar, es el corazón

que late hondo en blanca espuma,

y se cuela por la bruma

dando al agua su sazón.

Vino con una intención,

el dar sabor a la vida,

sin ella no hay que se pida

que sepa bien y con gusto,

su presencia da lo justo,

el punto a toda comida.

II

Sal de mar o de laguna,

sal bendita estás por Dios,

y es que como tú no hay dos,

siempre buena y oportuna.

Allí estás, desde la cuna,

en nuestra sangre vigente,

en cada plato presente

agradando el paladar.

¿cómo no te voy a amar?,

¡si eres parte de mi gente!

– La infinita, de Pablo Neruda

Ves estas manos? Han medido
la tierra, han separado
los minerales y los cereales,
han hecho la paz y la guerra,
han derribado las distancias
de todos los mares y ríos,
y sin embargo
cuanto te recorren
a ti, pequeña,
grano de trigo, alondra,
no alcanzan a abarcarte,
se cansan alcanzando
las palomas gemelas
que reposan o vuelan en tu pecho,
recorren las distancias de tus piernas,
se enrollan en la luz de tu cintura.
Para mí eres tesoro más cargado
de inmensidad que el mar y su racimos
y eres blanca y azul y extensa como
la tierra en la vendimia.
En ese territorio,
de tus pies a tu frente,
andando, andando, andando,
me pasaré la vida.

– Naturaleza, madre gentil de Emily Dickinson

Es-la Madre Más Gentil -Naturaleza.

Ningún Hijo la irrita-

La más débil o la más voluntariosa-

Su Advertencia suave-

Oye el viajero-en el Bosque-

En la Colina

Ave locuaz o Rampante Ardilla-

Contenida-

En una Tarde de Verano-

En Su Casa-cuando declina el Sol-

Grata es Su Charla-

Su Compañía-

Su Voz en el Pasillo enciende

La oración de la Flor-

Tímida-la plegaria

Del Grillo diminuto-

Cuando todos los Hijos duermen-

Ella sólo se aleja

Para encender Sus Lámparas-

Suspendidas en el Cielo-

Con Amor-

y Cuidado infinitos-

Su dedo Dorado sobre su labio-

Ordena-En todas partes-él Silencio

– El tordo oscuro, de Thomas Hardy

“De repente se levantó una voz entre/las ramitas peladas de lo alto/en un apasionado canto de la tarde/de alegría sin límites;/un viejo tordo, débil, flaco y pequeño/con las plumas erizadas por el viento,/había decidido arrojar su alma/en las tinieblas crecientes./Qué motivo tan pequeño para los villancicos/de un sonido tan extático,/escritos sobre cosas terrenas,/lejos o cerca, alrededor,/que yo podía pensar que se estremecía/con su canto de «feliz nochebuena»/alguna bendita esperanza que él conocía/y que yo desconocía.”

– El camino que atravesaba el bosque, de Rudyard Kipling

Cerraron el camino que atravesaba el bosque

hace ya setenta años.

El mal tiempo, la lluvia, lo han borrado.

Y ahora nadie diría que una vez,

antes de que arraigasen los árboles, incluso,

hubo un camino aquí, atravesando el bosque.

Está bajo el brezal y las anémonas, 

lo tapan los arbustos;

y solo el viejo guarda

sabe que, donde anidan los torcaces

y el tejón se revuelva, hubo un camino

que atravesaba el bosque.

Pero si vas allí

en verano, ya tarde, cuandoel aire

de la noche enfría en los estanques

donde nadan las truchas y las nutrias

llaman a sus parejas sin temer a los hombres

que no han visto jamás,

oirás-si vas allí- el trote de un caballo

y el roce de una falda en las hojas mojadas

abriéndose camino

por la oscuridad, como

si conocieran, ellos,

el camino que atravesaba el bosque,

ahora que ya no existe ese camino

que atravesaba el bosque.

– Poesía y naturaleza, de Kathleen Raine

Para poner por escrito todo lo que contengo en este instante
vaciaría el desierto a través de un reloj de arena,
el mar a través de una clepsidra,
gota a gota y grano a grano
a los impenetrables, inmensurables mares y arenas mutables liberados.

Porque los días y las noches de la tierra se desmoronan sobre mí
las mareas y las arenas me atraviesan,
y yo sólo tengo dos manos y un corazón para retener al desierto
y al mar.

Si se escapa y me esquiva, ¿qué puedo contener?
Las mareas me arrastran
el desierto se desliza bajo mis pies.

– Al otoño, de John Keats

Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.

¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
sentada con descuido en un granero
aventado el cabello dulcemente,
o en surco no segado sumida en hondo sueño
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta
la próxima gavilla de entrelazadas flores;
o te mantienes firme como una espigadora
cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar con paciente mirada
ves rezumar la última sidra hora tras hora.

¿En dónde con sus cantos está la primavera?
No pienses más en ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,
cual lastimero coro los mosquitos se quejan
en los sauces del río, alzados, descendiendo
conforme el leve viento se reaviva o muere;
y los corderos balan allá por las colinas,
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta
y trinan por los cielos bandos de golondrinas.

– Un pájaro menor, de Robert Frost

He deseado que un ave se alejara
Con su canto monótono del umbral de mi casa.

Desde la puerta le he batido palmas
Cuando creí que ya no lo aguantaba.

En parte debió ser mía la culpa.
El mal no era del ave con su música.

Y por cierto ha de haber algún error
En querer acallar cualquier canción. 

– A un ratón, de Robert Burns

A un ratón de campo, al sacarlo de su madriguera con un arado

Pequeña, sedosa, temerosa bestia arrinconada
¡Qué gran pánico hay en tu pecho!
No tienes por qué huir tan presuroso,
con tanto alboroto
No es mi intención correr tras de tí
con azada homicida.
Siento de veras que el dominio del hombre
Haya roto el pacto que la Naturaleza establece,
y justifique la errada opinión
Que te hace mirar atónito
pobre compañero nacido de la tierra.
E igualmente mortal.
 No dudo, no obstante, que es posible que robes
¿Qué importa?, pobre criatura, ¡tienes que vivir!
Una espiga ocasional de una gavilla
es pequeña pretensión.
¡Me daré por contento con el resto
Y ni la echaré en falta!
De tu pequeña casita, también en ruinas,
sus frágiles paredes los vientos esparcen
Y no hay, ahora, para construir una nueva,
Hierba recién cortada!
¡Y los vientos miserables de diciembre están al caer,
tan severos como vivos!
Tú que viste los campos quedar desnudos y yermos
Y cómo el duro invierno se echaba encima
Y aquí, calentito, a salvo de la tormenta
Pensaste que te quedarías
hasta que el cruel labriego pasó
y arrancó tu refugio.
 Ese pequeño montón de hojas y ramujos
te había costado unas cuantas roeduras agotadores
Ahora te han dejado, después de todo tu esfuerzo
Sin casa ni hogar
Para soportar los chorreantes aguaceros del invierno
Y el frío rocío de la mañana.

– Oda a la manzana (extracto), de Pablo Neruda

A ti, manzana,
quiero
celebrarte
llenándome
con tu nombre
la boca,
comiéndote.

Siempre
eres nueva como nada
o nadie,
siempre
recién caída
del Paraíso:
plena
y pura
mejilla arrebolada
de la aurora!

– Vino un viento, de Emily Dickinson

Vino un Viento como un Clarín-

Entre la Hierba se estremecía

Y un Verde Escalofrío sobre el Ardor

se abatió tan ominoso

Que cerramos Ventanas y Puertas

A una especie de Fantasma Esmeralda-

El eléctrico Mocasín del Hado

Pasó en ese preciso instante-

En un extraño Atropello de Arboles jadeantes

Los Vallados huían

Y corrían las Casas en los Ríos

Eso vieron los que vivieron-ese Día-

Loca en la torre la Campana

Las aladas noticias decía-

¡Cuánto puede ir Y venir y -sin embargo-el Mundo permanece!

Referencias

  1. El tordo de Thomas Hardy (2002. Recuperado de abc.com
  2. El lado verde de Pablo Neruda (2014). Recuperado de veoverde.com
  3. Los 12 poemas de Emily Dickinson. Recuperado de revistadelauniversidad.unam.mx
  4. Poemas de Rudyard Kipling. Recuperado de books.google.co.ve
  5. Poesía y naturaleza. Recuperado de fronterad.com
  6. Poesía: John Keats: al otoño. Recuperado de aquileana.wordpress.com
  7. Robert Frost: la senda no seguida. Recuperado de hablarpoesia.com.ar
  8. Robert Burns (2011). Recuperado de davidzuker.com
  9. Nature en Poems. Recuperado de poems.org.