Pies de loto: historia, proceso de vendado, consecuencias
La práctica de los pies de loto o vendado de pies fue una tradición china que empezó a llevarse a cabo en el siglo X durante el periodo de las Cinco Dinastías y los Diez Reinos, y fue aumentando en popularidad durante las épocas posteriores. Consistía en atar los pies de las mujeres desde su infancia con el objetivo de cambiar su forma, hasta que alcanzaban una que se consideraba más estética.
El hecho de que una mujer tuviera “pies de loto” se consideraba tradicionalmente un símbolo de estatus y de belleza entre todas las clases de la sociedad china, aunque esta práctica era llevada a cabo sobre todo entre las élites sociales. Sin embargo, el proceso era muy doloroso y limitaba de forma severa la movilidad de las mujeres, hasta el punto de que el resultado podría considerarse una discapacidad.
El vendado de pies se practicó hasta principios del siglo XX, aunque en varias ocasiones trató de prohibirse. Los historiadores creen que en el siglo XIX aproximadamente la mitad de las mujeres chinas habían sufrido esta práctica, y casi el 100% de las de clase más alta habían pasado por ella. Sin embargo, el porcentaje variaba también en función de la parte del país.
En la segunda mitad del siglo XIX, algunos reformistas chinos trataron de enfrentarse a la práctica, pero esta no comenzó a disminuir hasta principios del siglo XX, principalmente debido a la mala publicidad que había adquirido. Ya en el siglo XIX, tan solo quedan un puñado de mujeres muy ancianas que sufrieran esta práctica de pequeñas.
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Historia
No se sabe exactamente cómo surgió en primer lugar la práctica de vendado de pies. Sin embargo, hay algunas teorías que pueden ayudar a esclarecer el asunto. Una de las más conocidas es la que tiene que ver con el emperador de Tang del Sur, Li Yu. Este dirigente construyó una estatua de un loto dorado decorado con piedras preciosas y perlas, de casi dos metros de alto.
Li Yu le pidió a su concubina Yao Niang que se atara los pies con la forma de una luna creciente, utilizando para ello seda blanca. Después, tenía que bailar sobre el loto utilizando tan solo las puntas de sus dedos. Se dice que el baile de Yao Niang fue tan hermoso, que otras mujeres empezaron a imitarla, sobre todo las de clase alta.
Aun así, las primeras referencias escritas a la práctica de vendar los pies para darles una forma concreta aparecieron a principios del siglo XII, en la forma de una serie de poemas que parecían hablar sobre este tema. Más adelante, el estudioso Zhang Bangji escribió en 1148 directamente sobre el proceso, y lo describió como “un invento reciente”.
Ya desde el principio de esta práctica surgieron las primeras críticas. Por ejemplo, el estudioso Che Ruoshui mencionaba en sus escritos que no entendía por qué era necesario que niñas pequeñas, de tan solo cuatro o cinco años, tuvieran que someterse al inmenso dolor que conllevaba el proceso para que sus pies tuvieran una forma determinada.
Los pies de loto en siglos posteriores
La práctica del vendado de pies se siguió extendiendo por toda China durante los siglos posteriores, hasta el punto de que varios exploradores occidentales hablaron de ella o la mencionaron en sus escritos.
Por ejemplo, el misionero italiano Odorico de Pordenone o el famoso Marco Polo fueron algunos de los que se dieron cuenta de esta tradición. Sin embargo, parece que aún no estaba generalizada.
Entre el siglo XIV y el XVII, el vendado de pies comenzó a extenderse de forma mucho más rápida, principalmente debido a que los invasores mongoles lo apoyaron de forma incondicional. Durante esta época, el tamaño ideal para el pie de una mujer era de aproximadamente diez centímetros de largo.
Además, a lo largo de estos siglos la práctica dejó de ser exclusiva de la nobleza y las clases más altas, y pasó a llevarse a cabo incluso entre los plebeyos. Eso sí, aún seguía viéndose como una marca de estatus.
Intento de prohibición
Algunos gobernantes del siglo XVII trataron de prohibir lo que ellos veían como un abuso hacia las mujeres y las niñas. Por ejemplo, el líder Hong Taiji, creador de la dinastía Qing, creó un edicto que condenaba la práctica en 1636; y lo mismo ocurrió dos veces más en las siguientes décadas, en 1638 y 1664. Sin embargo, muy pocos habitantes del país hicieron caso a la nueva ley, y el intento acabó fracasando.
Los pies de loto alcanzaron su máxima popularidad en el siglo XIX, momento en que casi la mitad de la población femenina del país había sufrido esta práctica. Tener pies de pequeño tamaño era un requisito para que una mujer pudiera casarse con alguien de clase alta, y muchas familias pobres vendaban a sus hijas como un intento de que mejorasen su posición económica.
Tanto las mujeres que habían sufrido esta práctica como sus familias mostraban un gran orgullo relacionado con este hecho. Esto ocurría incluso a pesar de las consecuencias negativas que provocaba tener pies de loto, entre las cuales la más importante era la dificultad para andar sin la ayuda de unos zapatos especialmente diseñados.
Abandono de la práctica
La oposición a los vendajes para crear pies de loto había continuado creciendo en los siglos XVIII y XIX, aunque todavía no estaba generalizada. Sin embargo, cada vez más políticos, escritores, activistas y miembros de las clases más altas comenzaron a mostrar su desacuerdo frente a lo que ellos consideraban un ataque a los derechos humanos fundamentales.
Por ejemplo, en 1883 Kang Youwei fundó la Sociedad Anti – Vendado de Pies cerca de Cantón para combatir la costumbre. Muchas más de estas asociaciones aparecieron durante la época, y se calcula que algunas de ellas llegaron a tener más de 300.000 miembros.
Sin embargo, los argumentos que daban estos movimientos para detener el vendado eran sobre todo prácticos, al considerar que impedir que las mujeres se movieran correctamente debilitaba el país; y que abolir la costumbre haría que la fuerza de trabajo de China mejorase en gran medida.
Muchos más movimientos fueron surgiendo a lo largo de los siguientes años para tratar de detener la práctica; pero no fue hasta 1912 cuando el gobierno de la República de China prohibió formalmente el vendado. A mitad del siglo XX, la costumbre se había extinguido casi por completo, aunque incluso hoy en día algunas mujeres de avanzada edad tienen pies de loto.
Proceso de vendado
El proceso de vendado tradicional tenía que comenzar antes de que los arcos de los pies de las niñas se hubieran desarrollado por completo, por lo que generalmente empezaba entre los 4 y los 9 años de edad. Debido a que el proceso era muy doloroso, normalmente daba comienzo en los meses de invierno, para que el frío adormeciera las extremidades.
En primero lugar, los pies de la niña se remojaban en un preparado de hierbas y sangre de animales. La idea era que este proceso previo ayudaría a reblandecer la piel y los músculos, y de esta manera haría más sencillo el vendado. Después, se le cortaban las uñas de los pies lo más cortas posible, ya que los dedos tenían que presionarse contra la planta y quedarse allí quietos.
Una vez hecho esto, los dedos se curvaban debajo de las plantas, y se presionaban con fuerza suficiente como para romperlos y apretarlos allí. Posteriormente, mientras se mantenían en posición, se hacía presión sobre la pierna y se rompía el arco del pie a la fuerza. Por último, se colocaban los vendajes, que podían medir hasta tres metros de largo y se habían remojado previamente en el mismo preparado de hierbas.
La colocación del vendaje se hacía de tal manera que la niña no pudiera mover en absoluto sus dedos ni estirar el pie, para que las extremidades se adaptaran a su nueva posición. Para evitar que la tela se aflojara, los extremos se cosían. La colocación del vendaje también provocaba que el pie quedara doblado permanentemente en forma de arco.
Cuidado de los pies
Hasta que el proceso se completaba, los pies de la niña tenían que ser sometidos a toda clase de cuidados, por lo que los vendajes tenían que retirarse de manera habitual. Cada vez que se quitaban las vendas, se lavaban las extremidades, se recortaban las uñas, y se comprobaban los dedos para ver si existía alguna herida anómala.
Además de eso, generalmente también se masajeaban los dedos para que se volvieran más flexibles, y se golpeaba la planta del pie para evitar que los huesos pudieran soldarse y hacer que pudieran doblarse con mayor facilidad.
Inmediatamente después de llevar a cabo este proceso, los dedos volvían a colocarse debajo de las plantas y se ataban de nuevo los vendajes, con tela nueva y apretando más cada vez. El ritual se repetía tan a menudo como fuera posible: al menos una vez al día para los más ricos, y varias veces en semana en el caso de las personas de clase más baja.
Normalmente, era la propia familia de la niña la que se encargaba de llevar a cabo este proceso. La mayoría de las veces lo hacía una de las abuelas, ya que se consideraba que la madre podría sentir demasiada compasión por su hija y no apretar lo suficiente. En ocasiones, sin embargo, la tarea se delegaba a un vendador de pies profesional.
Consecuencias
Completar el proceso para conseguir pies de loto podía llevar años, y a menudo no se terminaba del todo hasta que la joven había superado la adolescencia. Sin embargo, al cabo de relativamente poco tiempo los pies se entumecían y dejaban de doler, aunque si se intentaba devolverlos a su forma natural, era necesario sufrir el mismo dolor de nuevo.
Aún así, a pesar de que el dolor solo formaba parte de las primeras fases del proceso, el vendado de pies de loto tenía muchas consecuencias negativas que acabaron provocando su desaparición. A continuación veremos algunas de las más importantes.
Problemas de salud
Los problemas más comunes relacionados con los pies de loto tenían que ver con la salud física de las mujeres afectadas. El más común de todos era la infección, que aparecía muy fácilmente debido a la falta de circulación en las extremidades provocada por el vendado.
Cualquier pequeña herida producida en los pies, incluso aquellas que aparecían si las uñas crecían más de lo normal y se clavaban en la carne, podían infectarse gravemente y eran muy difíciles de curar. Normalmente esto provocaba que la piel se pudriera, lo que hacía que los pies olieran muy mal y podía crear complicaciones serias.
En ocasiones, si la infección llegaba hasta los huesos, esto podía hacer que los dedos se cayeran; pero muchas familias lo veían como algo bueno, ya que de esta forma se podían apretar aún más los vendajes. De hecho, algunas personas provocaban infecciones de forma premeditada.
Por otro lado, durante los primeros años del vendado, muchos de los huesos de los pies estaban rotos permanentemente. Incluso una vez que se habían recuperado, todavía tenían tendencia a romperse de nuevo, especialmente durante la infancia y la adolescencia.
Por último, debido a la falta de equilibrio y a las dificultades para caminar correctamente, las mujeres con pies de loto tenían mayores probabilidades de caerse, romperse huesos como la cadera, y sufrir todo tipo de atrofias musculares.
Consecuencias sociales
Pero no todos los problemas sufridos debido a los pies de loto tenían que ver con la salud. Aunque someterse a esta práctica hacía que las mujeres fueran consideradas más atractivas por la sociedad de la época, lo cierto es que también limitaba mucho su estilo de vida y las volvía dependientes de otras personas.
Por ejemplo, al no poder apoyar su peso en la parte delantera de los pies, las mujeres que habían sido sometidas a esta práctica tenían que andar en una postura muy forzada, en la que debían esforzarse continuamente para mantener el equilibrio. Algunas, de hecho, no podían andar en absoluto sin ayuda.
En los casos más graves, las mujeres afectadas eran incapaces incluso de levantarse de un asiento por sí solas; y apenas podían desplazarse sin sentir un terrible dolor.
Conclusión
La tradición de los pies de loto duró cientos de años en China, pero por suerte fue eliminada con la llegada del siglo XX y las ideas igualitarias que este trajo consigo. Hoy en día, incluso dentro de la propia sociedad del país la mayoría de la gente considera esta tradición como algo horrible, y que no puede permitirse en un territorio civilizado.