Lengua y literatura

Anáfora: qué es, ejemplos


La anáfora es un recurso de la retórica sustentado en la repetición de palabras o frases durante el desarrollo de las premisas que conforman un texto. El emisor lírico hace uso de las anáforas con un fin netamente comunicativo, estas sirven para enfocar la atención del lector en una idea particular.

En su estudio etimológico se determinó que este vocablo proviene del latín anaphora, que a su vez proviene del griego ἀναφορά. El prefijo ἀνα (ana) significa “sobre, contra”, mientras que la raíz φορά (phora), del verbo φερειν, significa “llevar”. Se puede entender anáfora como sobrellevar, sobrecargar, o lo más común: repetir.

No se debe confundir el uso de la anáfora en la retórica con el uso común dado en la lingüística. Gramaticalmente la anáfora, en vez de repetir palabras o frases, busca evitar la repetición de las mismas para que el discurso tenga mejor sonoridad y elocuencia.

Para lograr lo expuesto en el párrafo anterior, se recurre a varios recursos lingüísticos como la elisión, que es la supresión de un sujeto cuando se presume, por lógica, su existencia en el texto. Otro recurso es la sustitución del nombre por el pronombre en un discurso, también para evitar redundancia.

Unos ejemplos claros de elisión y sustitución en la anáfora gramatical son: “María vino. Trajo maní”, luego del punto se suprime el sujeto por presumirse su presencia; y “María vino. Ella trajo maní”, en este segundo caso se sustituye el sujeto por su pronombre.

Contrario a lo expuesto en el párrafo anterior, y volviendo a lo que compete en este artículo, la anáfora como figura retórica acude a la repetición de una o varias palabras para hacer notar o sobresalir alguna parte del discurso.

Características

Se usa al principio de cada proposición

Su aparición en el discurso suele darse al principio de cada premisa, justo después de cada punto y seguido, punto y aparte, coma o punto y coma.

Viene a ser el punto referencial de donde parte el resto de la idea, bien sea en torno a lo que gira el discurso o una palanca o impulso que lo potencia.

Diferente de epífora

No se debe confundir la anáfora con la epífora. Aun cuando su uso es muy parecido, cuando la palabra o frase que se repite está al final de las proposiciones, se le llama epífora.

Pueden darse casos en los que se presente en una misma premisa una anáfora y una epífora y estas a su vez se repitan a lo largo del discurso.

Puede constar de una o varias palabras

Las anáforas en la retórica pueden tener más de un vocablo; eso sí, se requiere que la unidad que se escoja para conformarla se repita a lo largo de todo el discurso.

Puede haber ciertas variantes de las que se hablarán más adelante, pero se mantiene la lógica discursiva en torno a la primera forma que se asumió.

Potencia el mensaje

Si hay algo que caracteriza a las anáforas es el énfasis que permiten dar a las ideas del discurso en las que se aplican.

Pueden usarse para potenciar tanto las ideas principales como las secundarias. Su presencia facilita la pedagogía y andragogía aplicada a los textos, permitiendo llegar con real simpleza a los lectores.

Gracias a esto, es normal verla aplicada en textos escolares en las distintas ramas de estudio. Dentro de los libros y sus diversas temáticas se puede apreciar que los escritores, especialistas en la enseñanza, repiten no una sola palabra, sino varias a lo largo del texto, dispuestas en puntos estratégicos.

Aunque la técnica mencionada anteriormente difiere del concepto base (“la palabra o palabras a las que se le aplica la anáfora deben aparecer al principio del verso…”) y aunque las palabras no aparecen juntas en una frase dentro del discurso, no necesariamente dejan de ser anáforas; digamos que es una manera de aprovechamiento del recurso.

Genera ritmo y sonoridad en el discurso

Sea cual fuere el género literario en el que se use o el plano en el que se manifieste, el patrón recreado por la anáfora genera un ritmo discursivo, además de una sonoridad.

Ese ritmo y esa sonoridad, al ser percibidos por los receptores líricos por medio de la lectura o a través de la oratoria, causan una sensación de enganche que atrapa y abre los receptores cognitivos.

Este ambiente forjado con las palabras se vuelve el espacio propicio para mostrar todas las ideas posibles, y para que sean asimiladas de la mejor manera por los receptores.

En el caso de las interlocuciones, se requiere que los oradores sepan dar el énfasis requerido a las anáforas. De nada sirve un discurso bien elaborado, con un uso excelente de los recursos, si no se implementan de manera adecuada las técnicas fonológicas.

Puede presentarse con poliptoton

Cuando la palabra que se emplea para llevar a cabo la anáfora presenta variaciones de género, de número o de cualquier aspecto en su función o forma, estamos en presencia de una anáfora con poliptoton. Esta mezcla no es ajena ni extraña, es más común de lo que se cree. Un ejemplo claro es el siguiente:

Enamorado porque quiso,

enamorada ella dispuso,

enamorados sin permiso,

enamorarse fue el sepulcro”.

En este caso se puede apreciar una anáfora en la que la palabra que se repite presenta cambios de género y número; entonces, el verbo se presenta en infinitivo pronominal con terminación “se”. A pesar de los cambios, no dejamos de estar en presencia de una anáfora.

Puede combinarse con la paronomasia

Cuando se habla de paronomasia se hace referencia a aquellas palabras que se usan para elaborar una anáfora a pesar de no poseer un parecido idéntico —de hecho, ni siquiera concordancia en significado—, pero sí presentan cierta relación fonológica o sonora.

Esto tampoco es algo fuera de lo común, sino que resulta un recurso muy usado y presente en gran cantidad de discursos. Es normal verlo cuando se usan epíforas, para lograr rimas consonantes perfectas sobre todo en las décimas. Unos ejemplos claros son los siguientes:

Anáfora con paronomasia

Llueve afuera hoy,

mueve adentro algo cada gota,

puede sentirse el estupor de la noche,

huele a melancolía,

huele a risa,

puede ser que ya pasé y que

llueve por mí”.

Se puede apreciar claramente en las palabras subrayadas la presencia de un parecido sonoro, con el uso de la secuencia vocálica “u-e-e”, en palabras de diversos significados. También se evidencia que las palabras dentro del contexto presentan una lógica sintáctica, no están colocadas al azar.

Se muestra en este ejemplo la cadencia, el ritmo que añade este tipo de anáfora al discurso poético. El lector es llevado a acompasarse en la lectura, a acarrear de a poco el sentido y la pasión intrínseca del discurso.

Epíforas con paronomasia

“Yo viví con alcatraces,

entre redes y peñeros,

entre grandes compañeros

muy humildes y capaces.

Qué momentos tan fugaces

atesoro en mi memoria,

eres parte de mi historia,

Punt´e Piedras, pueblo grande,

donde quiera que yo ande,

serás tú estrella notoria“.

En este caso de epíforas se aprecia de manera clara el uso de la paronomasia, con una pequeña variante respecto al ejemplo anterior: no fue en torno a una sola terminación sino a cuatro terminaciones diferentes.

Además, se usaron palabras que, si bien diferían en su significado, compartían sus remates o extremos para los fines netamente propios de la décima espinela.

Tiene presencia en la historia literaria

El uso de la anáfora está presente, si se puede decir, desde mucho antes de la invención de la escritura; estaba presente en la oralidad. A los hombres a quienes les competía estar al frente de grandes grupos les era necesario su uso en las alocuciones para transmitir las ideas de forma eficaz.

Al presentarse la escritura, y ser esta el medio para lograr la representación gráfica de los discursos, se mantienen las herramientas de la oratoria y hasta se mejoran.

Desde la historia de Gilgamesh —titán mesopotámico protagonista del que se considera el primer libro de la historia humana, La epopeya de Gilgamesh— hasta los poemas de Mario Benedetti en la actualidad, se puede evidenciar el uso de la anáfora. Esta herramienta ha traspasado las barreras de tiempo.

Todos los grandes poetas del Siglo de Oro español recurrieron a esta genial provisión lingüística para embellecer y dotar de firmeza  sus poemas y prosas. Francisco de Quevedo y Luis de Góngora, dos de los grandes escritores españoles de ese entonces, la usaron.

Lorca, Miguel de Cervantes y Saavedra, Calderón de la Barca y Lope de Vega, ninguno estuvo exento de recurrir a la anáfora, y no solo los hispanoparlantes. Todos los grandes poetas y escritores de las diversas lenguas han llegado a usar en algún momento esta figura retórica.

Usado en el lenguaje publicitario

Los dueños de las grandes marcas de ropa, bebidas, juguetes, zapatos, servicios y todo aquello que pueda ofrecerse a las masas, saben el potencial de la anáfora para las ventas de sus productos.

En el mismo caso de la Coca-cola podemos evidenciar el uso de una anáfora con paronomasia dentro de un mismo nombre.

Si bien las dos palabras que conforman el nombre de esta bebida no guardan relación alguna, poseen la repetición interna de las vocales “o-a” que facilita el aprenderlo, además de la difusión masificada del producto en infinidad de canciones o anuncios.

No solo se presenta la anáfora al tratar de destacar el nombre del producto, sino también en las canciones o frases que se usan para venderlo.

Un ejemplo claro es el de la cerveza Corona extra; una de sus frases publicitarias reza: “Corona extra, verla es quererla”, la anáfora presente posee paronomasia.

Los publicistas saben que lo simple y repetitivo es lo que más llega y, por ende, lo que más se vende.

Ejemplos

A continuación se presentan una serie de ejemplos en poesía, en prosa, en lenguaje publicitario y en SEO:

En poesía

Epopeya de Gilgamesh

Dame la seña,

dame las indicaciones…

Dime si es necesario atravesar el mar…

Dime si es necesario cruzar el desierto”.

Dante Alighieri 

(Infierno 3, 1-3)

Per me si va ne la città dolente,

per me si va ne l’etterno dolore,
per me si va tra la perduta gente”.

Federico García Lorca

(Poema a la guitarra)

Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada”.

En prosa

Jorge Luis Borges

(El Aleph)

Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto”.

Fray Luis de Granada

(“Ingrata habitación de la corte”)

“Y nadie podrá negarme que donde concurre una multitud de pretendientes concurre una copiosa turba de hipócritas. ¿Qué es un pretendiente, sino un hombre que está pensando siempre en figurarse a los demás hombres distinto de lo que es? ¿Qué es sino un farsante, dispuesto a representar en todo tiempo el personaje que más le convenga?

¿Qué es sino un Proteo, que muda de apariencias según le persuaden las oportunidades? ¿Qué es sino un camaleón que alterna los colores como alternan los aires? ¿Qué es sino un ostentador de virtudes y encubridor de vicios? ¿Qué es sino un hombre que está pensando siempre en engañar a otros hombres?”.

En lenguaje publicitario

Desodorante Old Spice

“Smell like a man, man,

Old Spice”.

Insecticida Raid

Cuca, cuca, cucaracha, cuca, cuca, ¿dónde vas?

Cuca, cuca, cucaracha, en mi casa no estarás…”.

En ambas propuestas se denota el claro uso de la anáfora para hacer más llamativa la campaña publicitaria. Se alude a la comicidad.

Referencias

  1. Riquer Permanyer, A. (2011). Anáfora. Figura retórica. (n/a): Diccionario de lingüística online. Recuperado de: ub.edu
  2. Catáfora y anáfora. (2015). (n/a): Eword. Recuperado de: ewordcomunicacion.com
  3. Ejemplos de anáfora. (2009). (n/a): Retóricas. Recuperado de: retoricas.com
  4. Cuidado con las anáforas. (2016). España: en su tinta. Recuperado de: info.valladolid.es
  5. Gómez Martínez, J. L. (2015). Anáfora. España: Spain 3030. Recuperado de: ensayistas.org