Definición de germinación

Se llama germinación al acto de germinar. El concepto proviene del vocablo latino germinatio. El verbo germinar, por su parte, alude a empezar a desarrollarse o a brotar.

Si nos centramos en el terreno de la botánica, la idea de germinación está vinculada al desarrollo de una planta desde la semilla: es decir, desde la parte del fruto que alberga el embrión de un nuevo ejemplar.

La germinación, por lo tanto, es un proceso que se inicia con el desarrollo del embrión y llega hasta el nacimiento de una planta. Para que la germinación pueda producirse, se necesitan ciertas condiciones de temperatura, disponibilidad de agua y de nutrientes, etc. La semilla, además, debe encontrarse en el medio adecuado. Una vez que el proceso se desencadena, si se despliega con éxito culminará en la aparición de una nueva planta.

Para que se forme la semilla, un anterozoide (gameto masculino) debe llegar al ovario e ingresar al óvulo (gameto femenino). Allí se concreta la fecundación y el óvulo termina convirtiéndose en semilla, mientras que el ovario adopta la forma de fruto.

La germinación sucede a una fase de descanso y supone la reanudación del crecimiento del embrión, que se encuentra seco. Con el aporte de agua, el embrión va hinchándose hasta que logra romper la envoltura de la semilla. Así surge el brote, que empieza con la aparición de la radícula. En el caso de las plantas fanerógamas, la primera hoja del embrión recibe el nombre de cotiledón: al recibir los rayos de sol, el cotiledón puede desarrollar la fotosíntesis y así la planta subsiste y crece.

El proceso de la germinación suele formar parte del programa de las escuelas primarias. Se trata de un experimento muy adecuado para conseguir que los niños de la ciudad se acerquen a la naturaleza y vean con sus propios ojos cómo crecen sus alimentos, por ejemplo. Sobra decir que en el campo la educación orientada a la agricultura es muy común, y ya en las casas aprenden éstas y otras cosas desde pequeños.

Los padres pueden hacer el experimento de la germinación por su cuenta, sin esperar que los maestros se lo exijan a sus hijos, ya que es una oportunidad excelente de compartir con ellos la magia que supone el ciclo de la vida, no tan diferente entre las plantas y nosotros. Lo normal es usar un frijol, dado que germina con bastante facilidad, aunque esto no significa que no requiera atención y cuidados.

A través del experimento de la germinación, es más fácil conocer cada una de las partes de la planta, dado que vemos paso a paso cómo se forman. Además, es ideal para desarrollar la paciencia, el amor y el respeto de los niños hacia otros seres vivos, tres valores imprescindibles para integrarse en la sociedad de manera sana. Otro aspecto de la persona que se refuerza mediante la germinación es la responsabilidad: si desatendemos la semilla durante demasiado tiempo, se echa a perder el experimento.

Los materiales necesarios para la germinación son frijoles, un frasco de cristal, algodón y agua. En primer lugar se coloca el algodón en el frasco, sin aplastarlo. Luego, los frijoles, dejando suficiente espacio entre uno y otro. Seguidamente, se debe humedecer ligeramente el algodón. Finalmente, debemos ubicar el frasco donde reciba luz solar. El algodón debemos humedecerlo una vez al día a lo largo de todo el proceso.

En cuestión de días, si todo sale bien, nacen varias plantas y se desarrollan muy rápidamente. Pasada una semana desde el comienzo, ya es probable que podamos sembrar los brotes en la tierra para que continúen creciendo de la manera más natural posible.

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