El equinoccio de primavera es el momento del año en que la duración del día y la noche se igualan como consecuencia de la posición del eje de la Tierra con respecto al Sol, que permite que los rayos solares incidan de igual forma sobre ambos hemisferios. Como tal, es un evento astronómico que marca la entrada de la primavera.
Durante el equinoccio de primavera, el Sol, en su recorrido por el firmamento, cruza el Ecuador celeste. Además, durante este evento, podemos apreciar al Sol en posición perpendicular con respecto a nosotros.
El equinoccio de primavera tiene lugar entre los días 20 y 21 de marzo en el hemisferio norte, y los días 22 y 23 de septiembre en el hemisferio sur. Como tal, el equinoccio primaveral solo ocurre una vez al año en cada hemisferio. Paralelamente a él, en el hemisferio opuesto se produce el equinoccio de otoño.
El equinoccio de primavera tiene, además, otras consecuencias para la vida en la Tierra. Los días, por ejemplo, empiezan a tener cada vez más minutos de luz solar; el sol sale antes por las mañanas y se pone más tarde todos los días. Esto produce la necesidad de alterar la hora a finales de marzo para disfrutar durante más tiempo de la luz solar. Esta tendencia se mantiene así hasta el solsticio de verano, en el cual experimentamos el día más largo del año.
Por otra parte, el equinoccio de primavera despide el invierno, lo cual significa que a partir de él los días irán volviéndose paulatinamente más cálidos. Durante esta temporada, la naturaleza empieza a reverdecer y alcanza su plenitud. De allí que la primavera esté asociada desde tiempos antiguos con el renacimiento. Es en esta época en que se celebra la Pascua, festividad cuyos elementos, los huevos y los conejos, simbolizan la fertilidad.
Culturas antiguas, como la maya, daban gran significado a la llegada de la primavera. De hecho, en Chichén Itzá se puede apreciar en el templo levantado en honor al Dios Kukulcán (o Serpiente Emplumada) un juego de luces y sombras que solo se produce durante el equinoccio.
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