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Habilidades sociales, inteligencia emocional y autoestima


Desde que nacemos, el componente social se encuentra integrado en nuestro día a día.

Las primeras interacciones ocurren con la madre en el seno materno, y una vez que se produce el nacimiento estas se darán a través de la piel, sobre todo. Las figuras de apego principales suponen el primer contexto en el que se desarrollarán y conformarán las habilidades sociales, empezando por las miradas entre padres y bebés, las sonrisas, las vocalizaciones y las palabras. Más tarde, la escuela se convertirá en otro de los contextos principales de desarrollo de estas habilidades.

El surgimiento de las hahilidades sociales

Es importante destacar la importancia del marco cultural, social y las características temperamentales del individuo, lo que determinará que dos personas se comporten de una manera diferente en la misma situación.

Las habilidades sociales podrían describirse como la capacidad que tiene una persona de relacionarse con otra a través de una comunicación efectiva. Entre estas encontraríamos cualidades como: saludar cuando llegamos a un lugar, la asertividad, la inferencia de los estados de los otros, la expresión de sentimientos, pensamientos, opiniones y deseos, y la orientación hacia la resolución de conflictos.

A través de las conductas sociales el individuo va tomando conciencia de los límites, lo que favorecerá en un futuro a su capacidad de autorregularse. La capacidad de regular nuestro comportamiento y nuestras emociones constituye una parte fundamental de lo que conocemos como inteligencia emocional; por eso, las competencias sociales están estrechamente relacionadas con esta, y esta, a su vez, con la autoestima. Por otro lado, los déficits en las habilidades sociales se relacionan con trastornos psicopatológicos, como los trastornos de ansiedad y trastornos del estado del ánimo.

La inteligencia emocional

La inteligencia emocional se define como la facultad de percibir, identificar y gestionar los estados emocionales propios y de los demás.

Goleman (1995) divide la inteligencia emocional en dos: la inteligencia emocional intrapersonal y la interpersonal. En la intrapersonal, encontramos la autoconciencia emocional, y la habilidad de comunicarse con uno mismo para regular los propios estados emocionales. Esta afecta positivamente en la seguridad y confianza en nosotros mismos. La interpersonal incluiría las habilidades sociales y la empatía, con el objetivo de reconocer y manejar las emociones de los demás, lo que se relaciona con personas carismáticas que tienen afán de liderazgo.

Como podemos observar, en la inteligencia emocional son importantes la expresión y el manejo del lenguaje, usados con el fin de regular los estados internos y externos. Poseer una buena inteligencia emocional fomenta la capacidad de construir relaciones sanas con los demás, lo cual influye enormemente en nuestra autoestima.

La autoestima

La autoestima es un concepto escuchado de manera muy frecuente en el día a día, pero, ¿qué es? Se refiere a los sentimientos de valía que una persona tiene hacia sí misma. Estos sentimientos son estables en el tiempo, y permanecen a lo largo de diferentes situaciones.

Es habitual confundir la alta autoestima con el narcisismo: una imagen inflada de sí mismo, caracterizada por sentimientos de superioridad, que no es realista, sino inestable y frágil. La autoestima sana incorpora la conciencia de los propios límites, la autenticidad, el reconocimiento de los errores y las virtudes, y la aceptación de uno mismo.

¿Cómo interactúan estos elementos psicológicos?

Estos tres conceptos tienen relación entre sí. Sin el desarrollo de las suficientes habilidades sociales, nuestra inteligencia emocional se vería mermada; así, también nuestra autoestima, ya que se ve afectada, en parte, por las interacciones con otras personas, donde encontramos un feedback directo o indirecto sobre nosotros, que va moldeando nuestro autoconcepto.

A través de la interacción con nuestro entorno vamos aumentando el conocimiento sobre nosotros mismos, la reflexión sobre nuestras conductas y estados, y la capacidad de gestionar, modificar y ajustar nuestras emociones y actitudes, a las demandas del medio.

Las personas con más empatía (cualidad de la inteligencia emocional) son más capaces de percibir las emociones de los otros (característica de las habilidades sociales), lo que hace que, socialmente, sean más aceptados, y evaluados de manera positiva.

Potenciar estas cualidades desde la infancia es esencial para que los niños y niñas dispongan de un desarrollo psicológico, social, e incluso académico óptimo, lo que favorecerá, en un futuro, la adaptación a múltiples situaciones, y el afrontamiento de estas, de manera proactiva y resolutiva.