¿Por qué sigue existiendo la discriminación hacia la mujer?
En pleno siglo XXI, los actos de violencia y discriminación hacia la mujer siguen siendo una lacra en nuestra sociedad. Concretamente en España, más de 1.000 mujeres han sido asesinadas desde 2001 a manos de su pareja o ex pareja, y 1,4 millones han sido víctimas de violencia sexual. Para apreciar la gravedad del asunto, no hay más que preguntar a las mujeres de vuestro entorno si en algún momento de su vida se han sentido acosadas o violentadas a nivel sexual por parte de un hombre.
A pesar de que en varios países se han podido hacer algunos avances en materia jurisdiccional y en igualdad, son muchos los elementos que reflejan que todavía queda mucho trabajo por hacer, sobre todo en materia de educación por la igualdad con perspectiva de género y la concienciación social.
Aunque el uso de la violencia y la discriminación hacia las mujeres parte de distintas causas totalmente variadas (factores individuales, causas interaccionales -como la transmisión transgeneracional de valores machistas y patrones de funcionamiento- y las causas institucionales) en este artículo nos vamos a referir de forma explícita a las causas culturales que sustentan y mantienen la discriminación y la violencia hacia las mujeres: el patriarcado.
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¿Qué es el patriarcado?
Muchos creen que el patriarcado no existe, que es una exageración y/o una interpretación sesgada de la realidad. A nuestro entender, el patriarcado es una forma de organización social en la que los valores sociales asociados al género masculino tienen el poder y mantienen sometidos los valores asociados al género femenino.
De hecho, el machismo como cultura (y no como conducta) se protege a través del modelo patriarcal. El machismo es la construcción social que entiende las referencias masculinas como universales y como inamovibles, incuestionables. Por ello durante muchos años no ha existido una reacción social contundente y crítica hacia la violencia de género, hacia la discriminación o el acoso hacia las mujeres. El silencio y las justificaciones por parte del pensamiento machista son necesarios para la continuidad del patriarcado.
Parece sencillo, pero no lo es: ¿cómo se materializa el patriarcado? ¿En qué se traduce? ¿Cómo se evidencia en nuestras vidas? Un ejemplo muy clarificador, tomado de una gran entendida en el área como es Elena Garrido Gaitán, consiste en la película Matrix. El patriarcado sería como un conjunto de normas, valores y disposiciones materiales (distribución de la propiedad privada, por ejemplo) que nos cubre de forma constante desde que nacemos, es difícil de apreciar y de evidenciar, y está totalmente arraigado y universalizado en la sociedad, tan interiorizado que a veces se niega su propia existencia. Para poder “verlo”, es necesario hacer un ejercicio de concienciación.
Siguiendo el modelo del patriarcado, un hombre “de verdad” tiene pene, funciona con rol de género masculino y es heterosexual. La mujer, en cambio, tiene pechos y vagina, funciona con el rol de género femenino (de hecho, cuanto más femenina más “mujer auténtica”) y es heterosexual. Si algún hombre o mujer osan alejarse de este modelo se considera como no válido o no auténtico.
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¿Qué tiene que ver el patriarcado con discriminación hacia la mujer?
Seguramente muchos os habréis preguntado cómo influye el modelo social del patriarcado en la aparición de dinámicas de violencia y discriminación hacia las mujeres. No es fácil responder a esta pregunta, pero lo vamos a intentar.
El patriarcado nos “construye” y moldea como hombres y mujeres, con nuestros derechos y obligaciones: el cómo debemos ser si pertenecemos a un sexo biológico u otro. Tenemos una especie de guión predeterminado de cómo debemos funcionar en una relación de pareja (hombres: fuertes, responsables, duros, no mostrar debilidad…; mujeres: entregadas y cuidadoras, afectuosas, sumisas y obedientes).
Son varios los elementos que pueden llevar al hombre y la mujer del modelo patriarcal a una crisis.
La infidelidad
Que la mujer le sea infiel al hombre supone una amenaza directa a su estatus de masculinidad y poder. En cambio, la seducción por parte del hombre hacia otras mujeres puede hacer aumentar su “poder” (paradójicamente, a la mujer rápidamente se la etiqueta de promiscua, como poco). Para ver este ejemplo en la sociedad, pensemos en los adolescentes: cómo reacciona el grupo de iguales con un chaval que ha ligado con 4 chicas en la misma noche; ahora imaginemos si la que ha ligado con 4 chicos es una chica.
El sexo
La eterna preocupación por el tamaño y el rendimiento masculino, así como el número de parejas sexuales. Además, gracias a la invisibilización de la masturbación femenina se seguía con la fantasía patriarcal de que solamente un hombre podía dar placer a una mujer (obviamente, con su pene).
La expresión de sentimientos
El hombre solamente puede expresar sentimientos que muestren su poder (alegría, rabia). Hay otras emociones que son juzgadas de forma errónea de “débiles”, como la tristeza, el miedo, etcétera. De hecho, muchos hombres muestran rabia cuando en realidad lo que les sucede es que están tristes, tienen miedo o sienten vergüenza.
Dinero
Este elemento es un alargamiento del poder masculino. Es un punto fundamental en el maltrato psicológico, donde es el hombre quien controla el acceso y la distribución del dinero. Es una herramienta de poder brutal, asociada a la perspectiva de género.
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La pérdida de poder como pérdida de masculinidad
Como podemos ver, algunos hombres están en búsqueda constante de poder y de su mantenimiento. Pero… ¿qué puede suceder cuando sienten que ese poder está siendo amenazado o corre peligro?
Los últimos cuatro factores anteriores se podrían concentrar en este elemento fundamental para la génesis de la violencia de género: la pérdida de poder del hombre. Lo que está en juego es la masculinidad del varón, y aquí es donde radica el peligro. Desgraciadamente, algunos hombres utilizan la violencia como herramienta rápida (y totalmente desadaptativa) para retornar a la “normalidad” (su normalidad: seguir teniendo el poder que les otorga el modelo patriarcal dentro de la relación).
En los casos de violencia de género el hombre percibe a su víctima como una amenaza, un peligro que puede generar un desequilibrio de poder. En las primeras ocasiones es habitual que la forma de restablecer el poder sea de forma sutil (p. ej., con comentarios, con intentos de control sobre las rutinas de la víctima, silencios incómodos, manipulación, aislamiento…). El problema fundamental de los agresores consiste en la interpretación inadecuada de la amenaza (¿de verdad es tan amenazante que la mujer contradiga nuestro esquema de funcionamiento?, ¿por qué las cosas deben ser como uno ha aprendido desde su infancia o como reproducen nuestros modelos familiares?), así como en su respuesta violenta totalmente desadaptativa y desproporcionada.
En historias de violencia de género es habitual ver cómo la dinámica violenta se instauró de forma gradual ante eventos estresantes que supusieron una pérdida de control por parte del agresor: pérdida de trabajo (recordemos la importancia del dinero), infidelidad, nacimiento de un hijo o embarazo, abandono de la pareja...
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Conclusiones finales: la socialización diferenciada
De forma casi automática, construimos nuestra identidad social desde bien pequeños en función del sexo biológico al que pertenecemos (pensemos por ejemplo en los típicos juegos de Navidad bien diferenciados para niños o para niñas), y se nos atribuyen una serie de expectativas de género determinadas. Es decir, yo (como mujer u hombre) sé lo que se espera de mí (a nivel emocional, cognitivo y conductual) en función de si soy mujer u hombre.
De esta manera, mediante la socialización diferenciada, basada en enfatizar las diferencias entre sexos, se normalizan dinámicas de discriminación a la mujer: no hace falta cuestionar la desigualdad, se asume que debe ser lo normal.
En que en realidad, los responsables finales de la transmisión del patriarcado a futuras generaciones somos nosotros mismos, a pesar de que éste nos envuelve desde el inicio de nuestra vida. Empezar crear sociedades más igualitarias y basadas en el respeto hacia los seres humanos, y no hacia los roles de género, pasa por modificar tanto nuestra manera de pensar como el modo en el que nos organizamos socialmente.