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El dilema del ciempiés: qué es y qué nos dice sobre el pensamiento humano


La concentración es una aliada para hacer las cosas bien, una verdad indiscutible ¿o acaso no es así? ¿Hay situaciones en donde prestar atención a lo que hacemos puede ser una desventajas? ¿más concentración puede ser sinónimo de peor desempeño?

Pues resulta que sí puede ser. En las tareas más automatizadas pasa que, si nos detenemos a pensar qué pasos seguimos o cada pequeña acción hacemos, puede darse el caso de que perdamos el ritmo, que hagamos mal algo que hemos hecho cientos y cientos de veces.

Esta idea es la que encontramos en el dilema del ciempiés, una curiosa y contraintuitiva situación ante la que, si profundizamos en ella, le encontramos todo el sentido. Si quieres descubrir por qué se da te invitamos a que sigas leyendo.

¿Qué es el dilema del ciempiés?

El dilema del ciempiés, también llamado la ley de Humphrey o hiperreflexión de la tarea, es un curioso principio que demuestra que, a veces, la atención consciente no siempre es positiva. El autor de esta ley fue el psicólogo George Humphrey (1889–1966) en 1923, exponiéndola en su obra “The Story of Man’s Mind” (La historia de la mente humana). Este dilema plantea que la atención consciente en una tarea que habitualmente es realizada de forma automática puede dificultar su ejecución.

La ley de Humphrey señala que si una persona ha adquirido suficiente habilidad como para hacer algo de forma automática, el simple hecho de detenerse a pensar en ello, en qué pasos tiene que seguir o cuáles son las acciones y movimientos concretos implicados en la tarea, acaba perjudicando la ejecución.

El motivo por el que esta idea se la conoce también como el dilema del ciempiés tiene directa relación con la forma de caminar de estos miriápodos. Para formular su ley, Humphrey se inspiró en un poema muy popular a principios del siglo XX, que hablaba precisamente de un ciempiés:

Un ciempiés paseaba contento

Hasta que un sapo burlón

Le dijo: “Cuéntame, ¿en qué orden mueves tus patas?”

Le llenó de dudas hasta tal punto

Que cayó exhausto en el camino

Sin saber cómo correr.

Al conocer este poema, cuya autoría es discutida y atribuida a Katherine Craster (1841–1874), Humphrey se planteó la reflexión de que ninguna persona hábil en su profesión necesita de una atención constante ni plena en las tareas rutinarias. En caso de prestar atención, seguramente su trabajo se echaría a perder.

Esta misma reflexión fue retomada por varios psicólogos y filósofos contemporáneos a George Humphrey. Entre los intelectuales más interesantes encontramos al psicoanalista Theo L. Dorpat quien fue un paso más y habló de que para un ciempiés la siguiente pregunta podría llegar a ser fatal: ¿Qué le pasa a tu trigésimo cuarto pie izquierdo?

Es destacable también la reflexión del filósofo Karl Popper, quien citó el dilema del ciempiés en su libro “El cuerpo y la mente: escritos inéditos acerca del conocimiento y el problema cuerpo-mente”. En él comentaba que, cuando hemos aprendido ciertos movimientos hasta el punto de que son inconscientes, de intentar hacerlos conscientemente se interfiere en ellos de forma tan seria que acabamos deteniéndonos.

Popper puso como ejemplo de este curioso fenómeno un caso real sucedido al violinista Adolf Busch que, cuando su compañero de profesión Bronisław Huberman le preguntó cómo tocar un pasaje del Concierto para violín de Beethoven, Huberman le contestó que era bastante sencillo. Sin embargo, al intentar demostrárselo descubrió que, de repente, ya no era capaz de ejecutarlo con la misma precisión, rapidez y gracia que cuando lo hacía sin pensar en ello.

Ley de Humphrey

La ley de Humphrey y el pensamiento consciente

Suena un tanto chocante y contradictoria la idea del dilema del ciempiés. ¿Cómo puede ser que, prestando más atención a aquello que hacemos, se dificulte el trabajo? Tenemos entendido que prestar más atención a algo es aumentar el número de recursos mentales orientados hacia eso, con lo cual, ¿no deberíamos hacer mejor la tarea? ¿Cómo se explica que más concentración haga que haya un peor rendimiento?

En esta vida no todo es blanco o negro, y esto también se puede observar en el funcionamiento de nuestras habilidades ejecutivas y otras funciones cognitivas. Nuestro cerebro es un órgano muy complejo, del que todavía nos queda mucho por conocer. Aunque su premisa pueda parecer contraintuitiva, lo cierto es que la ley de Humphrey nos ha permitido comprender mejor la mente humana.

Es cierto que prestar más atención a cómo hacemos una tarea suele implicar un mejor rendimiento. No obstante, las habilidades alcanzan su máxima sofisticación y perfeccionamiento cuando se llega al punto de que se hacen de forma inconsciente, sin darse cuenta de ello, algo que podemos ver en tareas tan complejas pero a la vez tan automatizadas como conducir o escribir.

En base a esto, se ha planteado la existencia de una pirámide de habilidades que seguiría el siguiente orden:

1. Incompetencia inconsciente

La incompetencia inconsciente es el punto en el que no se sabe cómo hacer una determinada tarea ni tampoco se sabe que no se sabe.

2. Incompetencia consciente

La incompetencia consciente se da cuando se descubre que no se sabe cómo hacer una tarea, es decir, hay desconocimiento sobre cómo hacer algo pero se es consciente de ello. Es en este momento en el que se daría el comienzo del proceso de aprendizaje.

3. Competencia consciente

La competencia consciente tiene lugar cuando se aprende a hacer algo y se es consciente de que se ha aprendido.

4. Competencia inconsciente

Por último, llegamos a la fase de competencia inconsciente. Este es el punto más elevado en la pirámide, bien pudiéndolo llamar como maestría o dominio de una determinada habilidad. Es la capacidad de hacer algo bien hecho pero sin pensar demasiado en qué se está haciendo.

La interrupción en la ley de Humphrey

El dilema del ciempiés o ley de Humphrey se aplicaría en el momento de haber alcanzado el nivel de competencia inconsciente, es decir, cuando la persona es capaz de hacer algo sin pensar demasiado en ello. En el momento de que la interrumpen y le piden que piense y que nos diga en cada paso que sigue mientras lleva a cabo una determinada tarea o habilidad, es entonces cuando se vuelve más patosa, le cuesta más hacer eso.

Esto lo podemos ver en una persona que sabe escribir rápidamente con el teclado del ordenador. Ha alcanzado el nivel de maestría en la mecanografía cuando ya no tiene que mirar todo el rato el teclado para asegurarse de qué tecla está pulsando, las tiene todas bien memorizadas y ubicadas en el espacio. Sin embargo, si le interrumpimos y le pedimos que teclee exactamente una “w”, por poner un ejemplo, probablemente se disparará su tiempo de respuesta o, incluso, se equivocará.

Y no solo en ordenadores, sino también en tareas de lo más simples y cotidianas como atarse los cordones, desbloquear el móvil, atarse una corbata o cocinar. Si estamos haciendo cualquier tarea que dominamos y que implique seguir varios pasos, en caso de que nos pregunten cuáles son los que se deben seguir es bastante probable que nos quedemos un poco en blanco, que no sepamos cómo continuar o, incluso, tengamos que volver a empezar de nuevo.

Cabe decir que la interrupción no es necesariamente algo negativo, ni tampoco tiene por qué perjudicar al rendimiento siempre. Esto lo podemos entender en los casos en los que se ha aprendido algo de manera incorrecta, situaciones en las que es necesario romper el automatismo y generar el error para reiniciar todo el proceso y reaprender, esta vez de la forma correcta.