“Hemos comenzado a medicalizar las emociones”
Francisco J. Martínez es Licenciado en Psicología, Máster en Psicopatología Clínica por la Universidad Ramón Llull, Máster en Mediación Comunitaria por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Intervención Psicosocial por la Universidad de Barcelona.
Actualmente compagina la psicoterapia de adultos en su consulta privada con la docencia en el Máster de Practica Clínica Online de la Asociación Española de Psicología Clínica Cognitiva-Conductual (AEPCCC). También es autor de artículos sobre psicología en revistas como Smoda "El País", Blastingnews y Psicología y Mente.
Entrevista al psicólogo Francisco J. Martínez
En esta entrevista charlamos con él acerca de cómo ha evolucionado la psicología, de qué manera se gestionan las emociones desde la salud y el modo en el que las relaciones personales y los fenómenos sociales afectan a nuestra mente.
1. ¿Tu concepción de lo que es la salud mental ha cambiado desde que ejerces como psicólogo, o es más o menos la misma que la que tenías durante tus años de carrera universitaria?
La carrera de psicología tal y como la recuerdo ponía gran énfasis en entender la salud mental de las personas a través de diagnósticos claros, fiables y determinantes que obviaban las motivaciones por las que va la persona al psicólogo. Nos empapábamos de manuales preocupados por diseccionar los síntomas y encontrar diagnósticos acertados con los que podamos trabajar mediante técnicas adecuadas para tal o cual trastorno. Todo esto sirve. Claro. Pero obviaba que la persona que se acerca al psicólogo intranquila por su salud mental, suele indicarte que no controla sus emociones. Se encuentra triste, iracundo, alterado, desmoralizado... Sufre mentalmente.
Me gusta explicar a los pacientes que una correcta salud mental es aquella que permite la expresión de todas y cada una de nuestras emociones. Si imaginamos que nuestra salud mental es una radio antigua con dos botones, la emoción sería aquello que viene a ser cada uno de los canales. Si el botón se rompe, no se podrán sintonizar todos los canales, prevaleciendo una emoción sobre otra.
El volumen sería nuestro segundo botón. Sería la intensidad de la emoción. El ajustar el volumen siguiendo nuestro propio dictamen es lo que nos ayudará a poder escuchar nuestros programas favoritos al volumen deseado. Ir a terapia en muchos casos sirve para descubrir que hay canales que no sintonizamos o que quizá estamos escuchando la radio demasiado alta o demasiado baja.
2. ¿De qué modo crees que la manera en la que las personas se relacionan entre ellas tiene un impacto en su salud mental?
Algo que está bastante mitificado es la razón por la que las personas acuden a consulta. Algunos piensan que se acercan en la búsqueda del conocimiento de uno mismo, de las razones por las cuales sufren mentalmente. Claro que esto es importante, pero en un primer momento lo que suelen solicitar es que los ayuden a integrarse socialmente.
La manera en la que se relacionan con los otros les llena de insatisfacción. Desean no ser vistos ni percibidos como “extraños”. El punto de partida es que lo mental es esencialmente relacional y que una mente no se puede construir aislada de otras mentes. Desde que nacemos es lo cercano, el entorno del niño es lo que lo provee para que disponga de una mente capacitada para afrontar los obstáculos y las experiencias positivas que nos depara la vida.
3. En investigación es muy frecuente creer que los procesos psicológicos pueden llegar a ser entendidos si se estudian partes pequeñas del encéfalo por separado, más que estudiando la interacción entre elementos o los fenómenos sociales. ¿Crees que la vertiente de la psicología fundamentada en las ciencias sociales tiene que aprender más de la psicobiología y las neurociencias que al revés?
Estudiar los trastornos mentales desde lo cerebral, lo tangible, desde la psicobiología, la neurociencia, puede estar muy bien. Pero dejar de lado lo mental, la influencia de la sociedad, es desesperanzador. Explicado en más detalle. Si lo que buscamos es la comprensión de la depresión, la ansiedad, el pánico, la esquizofrenia, en definitiva todo lo que podamos entender como sufrimiento mental, diseccionando hacia lo “micro” (la genética, los neurotransmisores) omitiremos aquello que nos hace particularmente humanos.
Para poder comprender el sufrimiento mental, debemos conocer que es lo que ocurre durante nuestro aprendizaje, cuales son nuestros afectos, nuestras relaciones, nuestros sistemas familiares, nuestras pérdidas… Todo esto es imposible de alcanzar si queremos reducirlo a la interacción entre neurotransmisores y al estudio de la genética. Si lo entendemos desde esta óptica, estaremos muy perdidos. Caemos así en una visión extremadamente reduccionista del ser humano.
4. En un mundo cada vez más globalizado, algunas personas emigran por la posibilidad de hacerlo y otras por obligación. En tu experiencia, ¿de qué modo afecta a la salud mental la experiencia migratoria en condiciones de precariedad?
Quien emigra lo hace con expectativas de crecimiento (económico, educacional…). En gran parte, la emigración viene precedida de estados de precariedad. Durante años he podido acompañar a personas que emigraban con altas expectativas de mejora. Muchas de ellas habían depositado años de vida y todos sus ahorros para poder romper con la pobreza y ayudar a sus familiares.
Gran parte del trabajo que deben realizar los psicólogos y trabajadores sociales se destina hacia la reducción de las altas esperanzas depositadas previamente. Muchas teorías psicológicas relacionan los niveles de depresión o ansiedad con las discrepancias entre las expectativas idealizadas y los logros reales. Llegar al destino elegido y seguir viviendo en un estado precario en ocasiones aún peor del de partida es claramente un mal indicador para el alcance de una correcta salud mental.
5. ¿Crees que el modo en el que las personas migradas en afrontan el sufrimiento de manera distinta según el tipo de cultura del que proceden, o ves más similitudes que diferencias en ese aspecto?
Diría que hay más similitudes que diferencias a la hora de afrontar el sufrimiento. Ya desde la mitología se nos presenta la migración como un proceso doloroso e incluso inacabado. La religión con Adán y Eva o la mitología con “la torre de Babel”, nos explican la pérdida que supone la búsqueda de la “zona prohibida” o el deseo del conocimiento del “otro mundo”. Tanto uno como otra búsqueda o deseo finalizan con desdichados desenlaces.
En primer lugar, considero “universales” los sentimientos que comparten los que emigran. Viven una separación más que una pérdida. Nostalgia, soledad, duda, miseria sexual y afectiva diseñan un continuo de emociones y de experiencias dominados por la ambivalencia.
En segundo lugar se trata de un duelo recurrente. No se pueden evitar los pensamientos sobre el regreso. Las nuevas tecnologías permiten que el inmigrante esté en contacto mucho más fácilmente que antes con el país de origen. De esta forma, el duelo migratorio se repite, se convierte en un duelo recurrente, porque existe excesivo contacto con el país de origen. Si no todas las experiencias migratorias son iguales, podemos aceptar que en la gran mayoría se dan todos estos presupuestos.
6. Cada vez más se está produciendo un aumento en el consumo de psicofármacos en todo el mundo. Ante esto, hay quienes dicen que esta medicalización es excesiva y hay motivaciones políticas detrás, mientras que otros creen que la psiquiatría está injustamente estigmatizada o bien mantienen posturas intermedias entre estas dos posiciones. ¿Qué opinas sobre el tema?
La psiquiatría y la farmacología son de gran ayuda en muchísimos casos. En los trastornos mentales graves son de gran ayuda. El problema con el que nos encontramos actualmente es que hemos comenzado a medicalizar las emociones. La tristeza por ejemplo se suele mitigar a través de psicofármacos.
Se ha patologizado la “tristeza normal”. Pensemos en la pérdida de un ser querido, la pérdida del trabajo, pareja o cualquier frustración del día a día. Que la psiquiatría y la farmacología se hagan cargo de esta “tristeza normal” tratándola como un desorden mental hace que el mensaje que llegue sea algo como “la tristeza es incómoda, y como tal, debemos dejar de vivenciarla”. Aquí la industria farmacológica es donde actúa de manera perversa. Gran parte de su motivación parece ser la obtención de cuantiosos beneficios a través de la medicalización de la sociedad. Por suerte disponemos de grandes profesionales de la psiquiatría que son reacios a la sobremedicación.