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Emociones aflictivas: qué son, características, y cómo nos afectan


Las emociones aflictivas son aquellas que nos producen malestar y repercuten en nuestra relación con el entorno, alterando también nuestro estado cognitivo y conductual.

Las emociones, indistintamente de su valencia, es decir, de si son positivas o negativas, son funcionales, ya que nos indican cómo nos sentimos, cuál es nuestro estado. El problema aparece cuando estas aumentan su intensidad o se muestran de manera continuada en el tiempo, haciendo que el sujeto deje de ser funcional y el estado negativo le repercuta en su vida cotidiana.

De esta forma, será importante ser conscientes de cómo nos sentimos, de nuestras emociones, para así poder actuar y tratar de regularlas; valorar el porqué de su aparición, para saber qué cambios puedes realizar para intentar disminuirlas.

En este artículo hablaremos de las emociones aflictivas: cómo se definen, qué alteraciones comportan, qué distinción muestran con las emociones funcionales y qué hacer para tratar controlarlas.

¿Qué entendemos por emociones aflictivas?

Podemos diferenciar tres componentes que son básicos en una persona; estos son la conducta, la cognición y las emociones. Los tres factores son importantes para el funcionamiento de las personas y se encuentran relacionados, es decir, el cambio o alteración en uno puede producir cambio o afectación en otros. De este modo, es importante que haya un equilibrio entre los tres componentes para que la persona pueda llevar una vida funcional.

Pues bien, las emociones aflictivas serían aquellas que rompen este equilibrio, que anulan o disminuyen la capacidad para pensar y razonar, alterando así su comportamiento y generando malestar. Las emociones son necesarias, incluso las que nos producen sensaciones negativas, pueden sernos útiles para conocer nuestro estado, pero cuando se vuelven muy intensas pueden ser destructivas tanto para uno mismo como para los demás. Será así necesario darnos cuenta de ello y poder actuar para procurar controlarlas y que no nos perjudiquen.

¿Cuáles son las emociones aflictivas?

Existen distintos tipos de emociones aflictivas, un rasgo característico es la valencia negativa y el malestar que ocasiona a quien las muestra y a su entorno. Ejemplos de estas emociones son: los celos, la envidia, la frustración, la rabia, la culpa o la decepción.

Observamos cómo son emociones secundarias, es decir, que surgen de manera más tardía en el sujeto, por la influencia y convivencia en sociedad; por tanto, podemos considerar que son aprendidas. Asimismo, no son necesarias para la supervivencia, ni son funcionales o adaptativas para el individuo que las muestra.

¿Qué nos producen las emociones aflictivas?

Como ya hemos mencionado, este tipo de emociones descontroladas que repercuten en nuestra capacidad de pensar con claridad, generan en nosotros consecuencias negativas. Veamos pues cuál es la sintomatología que se vincula principalmente con las emociones aflictivas.

1. Aparecen sin que lo podamos evitar

Como sucede con otro tipo de emociones, las emociones aflictivas aparecen sin que nosotros lo podamos decidir. Es decir, ante una situación podemos sentir envidia sin nosotros querer realmente sentirlo, aunque esta falta de decisión en la aparición no quiere decir que no podemos tratar de controlarlas, no es una excusa para actuar de modo incorrecto. Es importante ser consciente de la aparición de estas emociones y ponerles remedio, antes que nos generen daño o produzcan daño a otros.

2. Producen estados negativos

Cuando no podemos remediar las emociones aflictivas y estas incrementan de manera desmesurada y persisten en el tiempo, genera en nosotros un estado negativo que continuará hasta que actuemos. Este estado negativo nos produce un malestar tanto físico como psicológico. Cuando las emociones que destacan en nosotros son negativas, como ya avanzamos, se produce un efecto negativo de estas en nuestra conducta y modo de pensar, repercutiendo por tanto, en nuestra vida.

Características de las emociones aflictivas

Del mismo modo, se ha visto que las emociones aflictivas incrementan las hormonas o neurotransmisores relacionados con el estrés, como podría ser el cortisol. Niveles bajos y controlados de estas hormonas son funcionales para afrontar situaciones estresantes. Pero cuando los niveles elevados se mantienen durante un largo periodo, da inicio sintomatología propia del estrés que afecta a nuestra salud y bienestar físico.

3. Causan dificultad para razonar

Cuando perdemos el control de las emociones y estas nos invaden, es difícil pensar con claridad, nos cuesta razonar y podemos actuar sin haber meditado previamente cuál era la mejor forma de proceder. Vemos aquí la disfuncionalidad de las emociones aflictivas, ya que no solo repercuten a nuestro estado generándonos una sensación negativa y agitada, sino que también no deja que nuestra parte cognitiva funcione con normalidad.

4. Generan respuestas impulsivas

Es probable que el comportamiento del sujeto sea impulsivo. Ante la dificultad para pensar con claridad, es posible que la persona actúe sin tener en cuenta las consecuencias que su comportamiento pueda tener. De este modo, es más probable que aparezcan respuestas automáticas como insultos, golpes o chillidos, que realmente hacemos sin pensar y que posteriormente, cuando logramos calmarnos y volver a controlar nuestro estado, nos arrepintamos de nuestra conducta.

5. Crean efecto de adicción

Otra de las hormonas que se libera durante la experiencia de emociones aflictivas, durante situaciones de emociones intensas y activación es la adrenalina. La adrenalina es una hormona que aumenta su cuantía en situaciones de alta activación emocional, comportando así una activación del organismo, como aumento de la presión arterial, de la frecuencia cardiaca y de la glucosa en sangre.

Se ha comprobado que esta molécula genera en nosotros una sensación adictiva, querer volver sentir esta sensación de activación, de poder con todo, de ser imparables. Por esta razón, puede que el sujeto, con el propósito de volver a experimentar las sensaciones que produce la adrenalina, propicie o busque generar acontecimientos donde se activan las emociones aflictivas, es decir, situaciones de conflicto.

Como es de esperar, la búsqueda de este tipo de situaciones repercute tanto a la relación del sujeto con su entorno social, la visión que tienen de él, como al propio estado del sujeto, ya que este aumento de la activación no es bueno ni para su salud física, incrementa el riesgo de patologías cardíacas, ni psicológica, aumenta la ansiedad y altera su estado de ánimo.

Diferencias entre las emociones aflictivas y las emociones funcionales

Como ya hemos visto, las emociones, en términos generales, son necesarias y funcionales, es decir, el sujeto las necesita para poder vivir adecuadamente, tanto si son positivas, como sería la alegría, como negativas, como podría ser la tristeza. El problema aparece cuando estas aumentan su intensidad y perdemos el control, alterando así nuestra conducta y nuestra capacidad de razonar.

Vemos cómo las emociones aflictivas afectan a distintos ámbitos de nuestra vida, no nos dejan comportarnos con normalidad, repercutiendo nuestra relación con el entorno y el propio estado, como nuestro autoconcepto, autoestima o la capacidad de resiliencia, que consiste en la habilidad para superar situaciones difíciles, que puede poner en riesgo nuestro bienestar, pese a vivir en un entorno poco óptimo, que no ayuda.

¿Cómo gestionar las emociones aflictivas?

Como hemos planteado en puntos anteriores las emociones aflictivas aparecen sin nosotros quererlo, pero sí que es tarea nuestra controlarlas y ser capaces de disminuirlas. Por esta razón, será importante que trabajemos el control y regulación emocional para poder ser nosotros quienes controlemos nuestras emociones y no a la inversa. Es fundamental tener presente esta cuestión; el trabajo no ha de ir dirigido a tratar de evitar este tipo de emociones sino ser conscientes de ellas y poder así actuar.

1. Ser conscientes de las emociones

Es fundamental ser consciente de cómo nos sentimos. Para lograr este objetivo podemos dedicar unos minutos cada día a pararnos y reflexionar o coger consciencia de nuestro estado. Reconocer algo, cómo nos sentimos y qué emoción estamos sintiendo, es el primer paso para poder afrontarla y trabajarla. Hacer como si nada, intentar negarla o no darle importancia, solo hace que esta siga presentándose y pueda empeorar la situación.

2. Valorar el porqué de la situación

Aunque no valoremos este tipo de emociones como funcionales, ya que repercuten en el estado del sujeto, sí que nos pueden servir como indicadores, es decir, nos señalan que algo no está yendo bien. Por este motivo, no podemos tratar de disminuir la emoción sin más, debemos valorar ¿Qué ha podido comportar esta emoción? ¿Por qué nos sentimos así? ¿Qué podemos hacer para poder tener más información de cómo actuar?

3. Expresar cómo te sientes

Expresar o externalizar cómo nos sentimos ayuda a saber realmente cómo estamos, ya que en el momento de comunicarlo, ya sea a otra persona o escribir para nosotros mismo, ordenamos los pensamientos y nos ayuda a ser más conscientes de lo que nos sucede. De esta manera, tal vez nos demos cuenta de cosas de las que no somos conscientes y podemos también obtener el punto de vista de otra persona.

4. Buscar alternativas

A veces nos mostramos rígidos y nos cuesta cambiar la visión que tenemos sobre un suceso o una persona. Debemos tratar de trabajar la flexibilidad. Para lograr este objetivo, es útil valorar todas las alternativas que puede tener un suceso. Es decir, hacer una lluvia de ideas, de las posibles explicaciones o solución que podemos realizar. Así tratamos de modificar nuestra visión o al menos valorar otras alternativas que nos ayudarán a disminuir la intensidad o aparición de la emoción aflictiva.