Comenzando a entender el Mindfulness
Mindfulness es una práctica que actualmente cuenta con una amplia difusión y en ocasiones forma parte de tratamientos basados en la evidencia, como lo es la terapia dialéctico conductual o la terapia basada en atención plena.
Consiste en observar los eventos que suceden en el presente, de una manera particular: sin actitud de juzgar, con plena apertura y aceptación. Cada pensamiento, emoción o sensación que se presente a la conciencia es contemplado sin realizar intentos por eliminarlos.
Esta práctica también otorga beneficios a personas que no presentan algún cuadro psicopatológico y se entrena a través de talleres a nivel mundial por parte de instructores que guían los encuentros.
Siendo parte de múltiples tratamientos en distintos problemas psicológicos tales como depresión, ansiedad, estrés, problemas de conducta alimentaria, dolor crónico, entre otros, es habitual que aquellos que se dedican a enseñar esta práctica sepan guiar a los participantes pero desconozcan los mecanismos tanto biológicos como psicológicos que permiten los beneficios, razón por la cual el criterio para su utilización y su utilidad no queda claro en muchas ocasiones.
El objetivo de este artículo es dar cuenta de uno de estos factores psicológicos que permite comprender las condiciones bajo las cuales resulta de utilidad esta herramienta en cuadros clínicos como en población general, ya que es necesario comprender cuándo, por qué y para qué entrenar en esta práctica.
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El Mindfulness y el mecanismo del miedo
Los seres humanos, así como otros animales, hemos heredado de nuestros antepasados la capacidad de acercarnos a aquello que nos resulta apetitivo y alejarnos de los eventos aversivos. Esta capacidad es de suma utilidad para la subsistencia y permite, entre otras cosas, evitar situaciones potencialmente dañinas.
Uno de los mecanismos a través de los cuales el organismo emite respuestas de huida y escape es el del miedo. Ante un estímulo que se presenta como amenazante, se producen una serie de respuestas que preparan al individuo para evitar el peligro y así poder salvaguardar su vida.
No obstante, podemos tenerle miedo a algo que no sea peligroso. Evidencia de esto son los diversos cuadros de ansiedad, en donde los estímulos temidos no nos matarán, pero sí activarán la respuesta de miedo, que en muchas ocasiones puede ser desagradable.
Una persona con miedo a los exámenes sabe que el examen no lo matará y que cuanto más ansioso se encuentre peor será el desempeño, sin embargo experimentará mayor temor mientras más cercana sea la fecha de la evaluación y querrá evitar este acontecimiento.
Alguien con ataques de pánico puede saber que no morirá por ello, dado que en muchas ocasiones ha experimentado estos síntomas, pero aún así puede temer volver a tener un episodio y puede evitar ir a lugares en los que considere más probable que esto ocurra. Otros ejemplos son las fobias o la ansiedad social, en donde también se activa este mecanismo de autoprotección ante estímulos que no son dañinos.
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Pensamientos que dan miedo
Muchos eventos externos pueden generar temor aunque no sean peligrosos. Asimismo existen eventos internos que también lo hacen: los pensamientos y las emociones.
Por más que uno piense con todas sus fuerzas en una situación aversiva (“tengo cáncer”, por ejemplo) no generará jamás que esto suceda por el solo hecho de pensarlo: no es biológicamente posible. Por más intensa que sea una imagen y por más fuerte que se presente un pensamiento, nada de esto hará más probable que su contenido acontezca.
Pero los pensamientos muchas veces molestan, así como las emociones asociadas, razón por la cual es esperable que la persona que teme a estos pensamientos intente evitarlos o suprimirlos.
Esto puede llevar a lo que se conoce como “fusión cognitiva”, es decir, basar nuestras conductas en nuestros pensamientos más que en lo que está sucediendo en el contexto y responder a los mismos como si fueran la realidad.
La noticia es que los estímulos externos en muchas ocasiones se pueden evitar o es posible escapar de ellos, pero no sucede lo mismo con los eventos internos. Paradójicamente, los pensamientos cobran mayor protagonismo cuando se intenta evitarlos, controlarlos, escaparse de ellos o suprimirlos.
Esta es una de las razones que da sentido a la práctica del Mindfulness tanto como parte de un tratamiento en cuadros clínicos como para personas sin un cuadro psicopatológico que realizan la práctica para lograr una mejor calidad de vida, ya que contemplar las propias experiencias internas y no luchar contra ellas nos brindará beneficios.
Para conocer más sobre este tema solicita información sobre el curso “Bases psicológicas de la práctica de Mindfulness”.