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La buena escuela no asfixia la creatividad


A menudo se critica al sistema educativo por utilizar una metodología basada en la rigidez y en la memorización de contenidos. Solo en unos pocos países, como por ejemplo Finlandia, se está cuestionando este modelo, y actualmente siguen siendo normales las clases abarrotadas y la imposibilidad de ofrecer un trato adaptado a cada niño o niña.

Pero la mente de los niños tiene demasiado potencial como para pretender encauzarla por la senda de una educación basada en exámenes estandarizados y lecciones en las que los profesores hablan y los alumnos callan. No tiene ningún sentido que, en la etapa vital en la que somos más flexibles psicológicamente, se nos pretenda limitar a la hora de desarrollar esas competencias a través de las cuales queremos orientar nuestra vocación.

El cerebro infantil

Si echamos un vistazo al cerebro de los niños y niñas en edad de empezar en la escuela, veremos que su número de neuronas no es inferior al de un cerebro adulto. ¿Cómo puede ser, pues, que dominen tan poco ciertas habilidades psicológicas que resultan normales pasada la mayoría de edad? La respuesta a esto tiene que ver con el mismo fenómeno que hace que los niños sean tan rápidos aprendiendo ciertas capacidades: la neuroplasticidad.

Esta característica es el modo en el que el cerebro humano (y todo su sistema nervioso en general) se adapta a las experiencias que se va viviendo. Durante las primeras dos décadas de vida, la evolución de las capacidades cognitivas que experimentamos se explica porque, durante este tiempo, las neuronas empiezan a interconectarse masivamente entre ellas según lo que vamos experimentando.

Si no nacemos sabiendo hablar no es porque nos falten neuronas, sino porque estas aún se relacionan poco entre ellas. Lo mismo ocurre con muchas otras competencias.

Dicho de otro modo, los más pequeños están especialmente capacitados para desarrollar un potencial que corre en paralelo al modo en el que sus células nerviosas crean una red de conexiones en el cerebro. Si no saben hacer muchas cosas es porque tienen la oportunidad de aprender todo tipo de habilidades, en vez de construir sobre unas capacidades que ya dominan desde el principio y que limitarían las formas en las que expresar su creatividad.

La escuela como un lugar de oportunidades

Si la escuela debe ser un lugar en el que se potencie las capacidades de los más jóvenes, este proyecto no puede prescindir del concepto de creatividad. No es solo que sea un valor bonito, de moda y que nos guste cómo suene; es que el aprendizaje infantil se caracteriza por ser fundamentalmente un proceso creativo. Empezar casi desde cero, plantearse dudas que la mayoría de adultos ignoran, crear rutas mentales nuevas que enlacen formas de conocimiento muy distintas, etc.

No se puede pretender que las aulas sean un lugar en los que los contenidos académicos son transmitidos como si fuesen datos almacenados en un USB. Hay que conectar con el mundo mental de los pequeños, esos reinos psicológicos que ellos mismos han construido y que no tienen por qué regirse por la lógica del pensamiento adulto, y hacer que ese aprendizaje sea significativo dentro de ese marco de creatividad. Pero lo que se suele hacer no es eso.

Las limitaciones del modelo educativo

Hay varias cosas que hacen que la creatividad no se tenga muy en cuenta en la escuela.

La primera de ellas es que el pensamiento creativo infantil resulta incómodo si solo se piensa en construir alumnos que saquen buenas notas. En muchas asignaturas, el pensamiento lateral suele salirse de los senderos que se plantean en los exámenes.

Entenderlos conllevaría dedicar mucho tiempo y esfuerzo a entender los esquemas mentales de cada niño o niña, y en una sociedad con clases masificadas eso no es posible. Es más fácil hacer ver que las notas en las pruebas reflejan la calidad de la educación y pasar página, aunque esos resultados sean consecuencia de una memorización de contenidos que no se entienden y que por consiguiente serán olvidados a los pocos días.

Los responsables no son los maestros y maestras, que hacen lo que pueden con los recursos de los que disponen; es de los gobiernos que infravaloran la educación y aquellos en los que se basa su poder.

El segundo motivo es que el aprendizaje basado en la creatividad resulta poco rentable si lo que se quiere es educar para crear futuros trabajadores. Últimamente se ha puesto muy de moda exigir que las escuelas y sean lugares en los que los jóvenes aprendan cómo es el mundo laboral, pero esto tiene consecuencias perversas que pocas veces se cuestionan.

El mercado de trabajo tiende a rechazar la creatividad salvo en algunos puestos muy concretos y bien remunerados. La mayor parte de trabajadores son pagados por hacer unas tareas muy concretas y por hacerlo encajando bien en la jerarquía de las organizaciones, sin cuestionar demasiado a sus superiores. Defender esa idea solo lleva a limitar las opciones de los pequeños a aquellas que resulten más rentables.

¿Estamos formando personas, o futuros trabajadores? ¿En qué momento se decidió que la educación tiene valor en tanto que preparación para el mercado laboral?

Expandiendo el potencial de los pequeños

Comprometerse con una educación que permita expandir la creatividad de los niños en vez de limitarla para que encaje en el mundo de los adultos es un reto que no solo se puede basar en la voluntad y los buenos deseos. 

Son necesarios cambios materiales en el funcionamiento de la educación pública, como por ejemplo exigir aulas no masificadas y revisar el formato de evaluación. En Finlandia ya han empezado a hacerlo. ¿Cuándo llegará nuestro turno?