El poder del juego: ¿por qué es necesario para los niños?
Recientemente, un artículo de la revista de divulgación “Muy Interesante” hablaba del secreto de los juguetes y realzaba la importancia del juego en el proceso de maduración del individuo.
Esta semana, desde el Instituto de Asistencia Psicológica y Psiquiátrica Mensalus, hablamos sobre la importancia del juego en el desarrollo del niño y en el bienestar del adulto.
¿Por qué es importante que los niños jueguen?
¿Cuál es el poder del juego?
Las actividades lúdicas fortalecen dos áreas de la masa gris (materia que forma parte del Sistema Nervioso Central): el cerebelo, que coordina los movimientos, y el lóbulo frontal, asociado a la toma de decisiones y al control de los impulsos. El juguete cumple un papel clave en estos procesos de maduración dado que colabora en el aprendizaje de la relación causa-efecto (“si empujo el camión, se mueve”) y en el cálculo de probabilidades mediante el ensayo-error (“si quiero que el camión llegue hasta la mesa, debo empujar más fuerte”).
El poder del juego es incalculable. Jugar es aprender a través de poner en marcha la imaginación, descubrir por medio de la interacción y, ante todo, pasarlo bien. Por este motivo jugar es un elemento clave para el crecimiento sano del individuo y el desarrollo de su inteligencia.
Los niños cambian su modo de jugar a lo largo de los años…
Por supuesto. Si los observamos podemos evidenciar elementos muy interesantes que diferencian una etapa de otra. Jean Piaget (1896-1980) realizó una detallada descripción de los principales tipos de juego que aparecen a lo largo de la infancia. Este pedagogo observó que de los 0 a los 2 años predomina el juego funcional o de ejercicio, de los 2 a los 6 años se hace explícito el juego simbólico y, de los 6 a los 12, lo hace el juego de reglas.
Además, Piaget se percató de cómo, paralelamente a estos tipos de juego, aparece el llamado juego de construcción, un tipo de juego que evoluciona de la mano de todos los demás (según el estadio en el que se encuentre el niño).
¿Qué caracteriza a los juegos de ejercicio?
Los juegos de ejercicio propios de los primeros años de vida consisten en repetir una y otra vez una acción por el puro placer de obtener un resultado inmediato. Estas acciones pueden realizarse tanto con objetos (morder, chupar, lanzar, agitar) como sin ellos (arrastrarse, balancearse, gatear). En esta etapa el niño desarrolla la coordinación de movimientos y desplazamientos, el equilibrio estático y dinámico, así como la comprensión del mundo que le rodea entre otros.
La industria del juguete ofrece multitud de opciones que velan por la puesta en marcha de las habilidades descritas. Igual que en el resto de etapas, los juguetes funcionan como “materiales útiles” para el desarrollo psico-senso-motor del pequeño.
¿Qué juguetes favorecen el desarrollo de los 2 a los 6 años?
En esta segunda etapa en la que predomina el juego simbólico (aquel que consiste en simular situaciones, objetos y personajes) resultan interesantes los juguetes que promueven la imaginación del niño y le motivan a crear. Por ello, muchas veces es mejor construir un escenario que tenerlo hecho de entrada.
El juego simbólico facilita la comprensión del entorno, pone en práctica conocimientos sobre los roles establecidos en la vida adulta y favorece el desarrollo del lenguaje entre otros. En definitiva, en este tipo de juego los niños reproducen el conocimiento de la realidad que les rodea. Cuanto más variada es la realidad que conocen, más ricos son los argumentos que utilizan (familias, médicos, profesores, bailarinas, tiendas, etc.). De hecho, la selección y el desarrollo del argumento/tema del juego demuestra que el niño cada vez entiende más aspectos vitales.
¿Y qué caracteriza al juego de las reglas (de los 6 a los 12 años)?
Las reglas son elementos socializadores que enseñan a los niños a ganar y a perder, a respetar los turnos y las normas, a considerar las acciones y opiniones de los demás compañeros, etc. Las reglas son fundamentales para el aprendizaje de distintos tipos de conocimiento y favorecen el desarrollo del lenguaje, la memoria, el razonamiento y la atención.
Para ilustrar mejor el aprendizaje de las reglas, Piaget tomaba como ejemplo el juego de las canicas: Si das unas canicas a niños de 2 años, la actividad que llevan a cabo es de tipo individual: las chupan, lanzan, empujan, etc..
Si las entregas a niños entre 2 y 5 años, aunque reciban la regla de cómo jugar, lo hacen individualmente (juego en paralelo), es decir, no tratan de competir, ganar, intercambiar puntos de vista, etc. Por último, si las compartes con niños mayores de 6-7 años y les explicas cómo es el juego, entienden las reglas como elementos obligatorios y llevan a cabo la actividad según las bases.
Acompañar a los niños en este sentido es una tarea fundamental para su maduración.
¿Por qué?
Para muchos padres el juego es una actividad de distracción pero, en realidad, es una tarea de más compromiso. Jugar contribuye, tal y como hemos visto, en el crecimiento integral del infante, y participar de él nos convierte en un elemento clave para dicho proceso madurativo.
Nuestra figura dentro del juego alimenta todas las capacidades mencionadas. Por ejemplo, en el caso del juego simbólico, ofrece una fuente de información con la que el pequeño tendrá que lidiar e interaccionar (vocabulario, gestos, procedimientos, ideas sobre la sociedad, etc.). En el caso del juego de reglas, aparecen límites que, posteriormente, desarrollarán habilidades trasladables al resto de escenarios vitales (por ejemplo: la espera).
Todos necesitamos jugar
¿Los mayores también necesitan jugar?
Según el psiquiatra Adam Blatner la necesidad de jugar en los seres humanos es permanente. Blatner señala que la base de la vida del hombre es la relación existente entre cuatro habilidades: amar, trabajar, jugar y pensar. Concretamente, este psiquiatra realza la actividad lúdica como un elemento compensador de la tensión emocional que generan el resto de actividades.
La verdad es que no todas las acciones pueden convertirse en juegos. De hecho, abriríamos un interesante debate si reflexionamos sobre qué sucedería si así fuese.
Ahora bien. Podemos integrar la actividad lúdica de forma natural en nuestro día a día de modo que contrarreste la tensión/cansancio que genera la obligación, ofreciendo así un lugar a la capacidad creativa. Por ello, introducir el juego como elemento complementario (bien sea a la hora de hacer deporte, en una dinámica de equipo, en la práctica de un hobby, etc.) independientemente de la existencia de un momento de juego con los hijos, es una elección inteligente emocionalmente.
¿Los adultos se permiten jugar?
Muchas veces no. Es aquí donde reside el problema. El tema de la permisividad y las creencias relacionadas con “el deber” restan espacio a la espontaneidad, la liberación del pensamiento y el gozo. Por ello, hoy no queremos despedir este artículo sin lanzar un último mensaje: el juego forma parte de nuestro modo de explorar y entender el mundo...
Jugar no es solo cosa de niños.
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