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La asertividad: extender la autoestima hacia las relaciones


La asertividad constituye un estilo de comunicación vinculado a las habilidades sociales. Este término se sitúa muy cerca del de la autoestima, se trata de una habilidad estrechamente liada al respeto y al cariño por uno mismo y de los demás.

En este artículo comprenderemos mejor la relación entre la asertividad y la autoestima diferenciando entre 3 tipos de individuos: las personas pasivas, las agresivas y las asertivas.

La relación entre asertividad y autoestima

La falta de asertividad se expresa mediante dos extremos de un mismo polo, en un extremo se sitúan las personas pasivas, aquellas consideras tímidas, prestas a sentirse pisadas y no respetadas; en el otro extremo se sitúan las personas agresivas, que pisan a los demás y no tienen en cuenta las necesidades del otro.

La asertividad se puede entender como un camino hacia la autoestima, hacia la capacidad de relacionarse con los demás de igual a igual, no estando ni por encima ni por debajo. Sólo quien posee una adecuada autoestima, quien se aprecia y valora a sí mismo, podrá relacionarse con los demás en el mismo plano, reconociendo a los que son mejores en alguna habilidad, pero no sintiéndose inferior ni superior a otros.

La persona no asertiva, tanto si es retraída como agresiva, no puede tener una autoestima adecuada dado que siente la necesidad imperiosa de ser valorada por los demás.

Es poco frecuente que una persona acuda a la consulta de un psicólogo aquejada de sufrir un problema de falta de asertividad. En lugar de esto suelen referir problemas de ansiedad, timidez, culpabilidad, discusiones frecuentes, mal funcionamiento en la pareja, conflictos en el trabajo o problemas similares. A menudo una evaluación por parte del profesional pone de relieve un déficit de habilidades sociales, expresado en conductas poco asertivas, ya sea porque la persona se sitúa en el polo de la pasividad, de la agresividad, o porque fluctúa entra ambos extremos.

Los tipos de personas según su relación con la asertividad

A continuación se hablará de la persona pasiva, de la persona agresiva y de la persona asertiva, pero conviene tener presente que nadie es puramente agresivo o pasivo, ni si quiera asertivo. Las personas tenemos tendencias hacia alguna de estas conductas, más o menos acentuadas, pero no existen “tipos puros”. Por lo mismo, podemos exhibir algunas de estas conductas en ciertas situaciones que nos causan dificultades, mientras que en otras podemos reaccionar de forma completamente diferente.

1. La persona pasiva

La persona pasiva no defiende los derechos e intereses personales. Respeta a los demás, pero no así mismo.

Se caracteriza por un comportamiento social marcado por un volumen de voz bajo, el habla es poco fluida, pudiendo bloquearse o tartamudear. Rechaza el contacto ocular, agacha la mirada, la postura corporal es tensa, muestra inseguridad en cuanto a saber qué hacer y/o qué decir y frecuentemente se queja de otras personas porque no se siente comprendida o porque los demás se aprovechan de ella.

El patrón de pensamiento es de personas “sacrificadas” que procuran en todo momento evitar molestar u ofender a los demás, sienten una profunda necesidad de ser queridos y apreciados por todo el mundo y suelen sentirse incomprendidos, manipulados o no tenidos en cuenta.

Las emociones que suelen sentir son impotencia, culpa, ansiedad y frustración. Tienen mucha energía mental pero no se exterioriza físicamente, pueden sentir rabia pero no la manifiestan y a veces no lo reconocen ni a sí mismos. Este patrón de comportamiento suele conllevar pérdida de autoestima y en ocasiones pérdida del aprecio de las demás personas (que tanto necesitan y constantemente buscan).

Los comportamientos pasivos hacen que las demás personas se sientan culpables o superiores pues, dependiendo de cómo sea el otro, uno puede tener la constante sensación de estar en deuda con la persona pasiva o puede sentirse superior a ella y con capacidad de aprovecharse. También son habituales los problemas somáticos (gastritis, contracturas, dolores de cabeza, problemas cutáneos...) pues la gran tensión psíquica que padecen al negarse a sí mismos se acaba expresando en el cuerpo.

En algunos casos estas personas tienen estallidos desmesurados de agresividad, situándose en el otro polo. Estos estallidos pueden ser muy descontrolados y son el resultado de la acumulación de tensiones y hostilidad que acaban desbordándose.

2. La persona agresiva

Defiende en exceso los derechos e intereses personales, sin tener en cuenta los de los demás: a veces no los tiene realmente en cuenta y otras carece de habilidades para afrontar ciertas situaciones.

En su comportamiento manifiesto observamos un tono de voz elevado, en ocasiones el habla es poco fluida por ser precipitada, habla de forma tajante, interrumpe, puede insultar y/o amenazar. Tiene tendencia al contraataque.

El contacto visual es desafiante, su rostro expresa tensión e invade el espacio personal del otro con su postura corporal. En el plano del pensamiento, estos individuos creen que si no se comportan de esta forma son excesivamente vulnerables, sitúan todo en términos de ganar-perder y pueden albergar ideas del tipo “hay gente mala y vil que merece ser castigada” o “es horrible que las cosas no salgan como a mi me gustaría que saliesen”.

Suelen sentir una ansiedad creciente y su comportamiento les lleva a la soledad y a sentirse incomprendidos. Pueden sentirse frustrados y culpables. La autoestima es baja, de ahí esa constante beligerancia (es una defensa). Se sienten muy honestos y transparentes porque expresan lo que sienten, pero al hacerlo desde la rabia o la impulsividad suelen herir a los otros.

Las consecuencias de este tipo de comportamiento es que estas personas generalmente provocan el rechazo o huida por parte de los demás. Por otro lado entran en un círculo vicioso, al forzar a los demás a ser cada vez más hostiles, por lo que ellos refuerzan esta agresividad para defenderse de la hostilidad que ellos mismos han provocado.

El estilo pasivo-agresivo, mezcla de los dos anteriores, es aquel en que la persona aparentemente pasiva alberga en su interior mucho resentimiento. Al no disponer de las habilidades para expresar este malestar de forma adecuada, estas personas utilizan métodos sutiles e indirectos como la ironía, el sarcasmo o las indirectas, intentando que la otra persona se sienta mal pero sin exponerse ellos de forma evidente como los responsables.

3. La persona asertiva

Son asertivas aquellas personas que conocen sus propios derechos y los defienden, respetando a los demás, es decir, no van a “ganar”, sino a “llegar a un acuerdo”.

En su comportamiento externo el habla es fluida, se muestran seguros, con contacto ocular directo pero sin desafiar, el tono es relajado, la postura es cómoda.

Expresan sus sentimientos, tanto positivos como negativos, defendiéndose sin agredir, de forma honesta, pudiendo hablar de sus gustos o intereses, pudiendo discrepar o pedir aclaraciones, pudiendo reconocer errores y sin necesidad de que el otro les de la razón.

En cuanto a su patrón de pensamiento, conocen y creen en unos derechos para sí y para los demás. Sus esquemas mentales son en su mayoría racionales, esto significa que no se dejan dominar por creencias irracionales propias de otros estilos de comunicación como por ejemplo la idea según la cual “debo ser aceptado y amado por todos” o “es horrible que las cosas no salgan como yo quiero”.

Su autoestima es sana, sienten que controlan sus emociones, no se sienten inferiores ni superiores a los demás, tienen relaciones satisfactorias con los otros y se respetan a sí mismos.

Esta forma de sentirse y de expresarse, de respetarse y de respetar a los demás, conlleva que saben defenderse de los ataques de los demás, sin utilizar esa misma hostilidad. Pueden resolver malentendidos y otras situaciones parecidas y la gente con la que tratan se sienten respetados y valorados, por lo que estas personas suelen ser consideradas “buenas personas” pero no “tontos”.

Una reflexión final

La asertividad es una habilidad social y como tal puede entrenarse, nadie nace asertivo y nadie está condenado a ser toda la vida una persona “torpe” o poco hábil, reaccionando siempre con hostilidad o con inhibición. Como toda habilidad, la persona que quiera desarrollar un estilo asertivo requiere practicar para mejorar.

Referencias bibliográficas:

  • Castanyer, O.. (2003). La asertividad: expresión de una sana autoestima. Bilbao: Descleé de Brouwer.