La teoría mediacional de Osgood: qué explica, y ejemplos
La teoría mediacional de Osgood plantea una variante a la ecuación conductual más clásica, que solo contemplaba estímulos y respuestas para entender cómo un individuo reaccionaba ante las demandas del ambiente.
Charles E. Osgood postulaba la existencia de conceptos a los que el ser humano tendía a atribuir un significado, planteando por tanto un hito histórico en la evolución del conductismo. De su modelo surgiría la técnica del diferencial semántico, cuyo fin era evaluar este extremo.
En las líneas sucesivas ahondaremos en las ideas fundamentales de su teoría mediacional, que constituyó un hito para la Psicología y ha inspirado muchas investigaciones sobre cómo la individualidad media en la relación entre los estímulos y las respuestas.
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La teoría mediacional de Osgood
La teoría mediacional de Osgood otorga un especial valor a las palabras, pues asume que albergan la capacidad de representar objetos tangibles de la realidad y movilizar en todo ser humano algunas de las conductas que articularía ante la presencia directa de estos. Se trata, pues, de un modelo que hace especial énfasis en las propiedades simbólicas del lenguaje; y que aporta riqueza a la ecuación conductual clásica (a partir de la que cualquier reacción al ambiente se limitaba al archiconocido estímulo-respuesta).
Esta teoría se sustenta sobre el hecho de que las palabras, y el procesamiento cognitivo que de ellas se puede sugerir, actúan como el eje mediacional entre la presentación de cualquier estímulo y la respuesta asociada a él. Es por ello que se considera un modelo de claro corte neoconductual, pues amplía su marco teórico y contempla la capacidad constructiva del ser humano en su interacción con la realidad que le rodea.
Seguidamente planteamos los tres niveles que se incluyen en el postulado de Osgood, en los que se detalla la progresiva transformación de las sensaciones (dependientes de los órganos de los sentidos) a percepciones y significados, que implican elaboraciones de nivel superior y que fundamentan la selección de un abanico de conductas con las que se mediará sobre el ambiente natural.
1. Nivel de proyección
El nivel de proyección se refiere al ámbito de las sensaciones inmediatas, tal y como se dan en el momento en que son percibidas por los órganos de los sentidos. Incluye tanto las que pertenecen al dominio visual como al resto de las modalidades sensoriales, y traza el modo en el que todo ser humano se sumerge en el ambiente físico que le rodea. Particularmente, se trata de un universo amplio de sensaciones que se despliegan durante la experiencia, en una composición de matices apresables por los límites sensitivos y orgánicos.
Este proceso inicial obedece a una percepción de los hechos tal y como son (iconos), sin que medie la interpretación de los mismos ni la aportación de la individualidad de quien participa en esta situación.
En el otro extremo de la ecuación, el nivel de proyección incluye todas las posibles conductas (movimientos) que el sujeto agente puede utilizar para interactuar con aquello que le envuelve. Así pues, el nivel proyectivo aúna los estímulos y las respuestas potenciales, sin usar filtros de ninguna otra naturaleza.
2. Nivel de integración
En este segundo nivel suceden dos procesos secuenciales, independientes en su definición pero conectados funcionalmente. En primer lugar, los estímulos de la fase precedente se aúnan en una rica experiencia subjetiva que los integra según la forma en que tienden a presentarse. En todo caso, son parte del lienzo de una vivencia compleja y que difícilmente puede reducirse a la suma de todas sus partes.
El modo en el que todos ellos se ensamblan depende de experiencias pasadas, las cuales constituyen el segundo punto de este proceso. A través de nuestra interacción con el mundo aprendemos que ciertos fenómenos tienden a presentarse juntos (por contingencia temporal y espacial) y además, que su confluencia los dota de un nuevo significado.
Este proceso es equivalente a la percepción, mediante la que se reelabora la sensación y se generan ciertas expectativas conductuales. No es, pues, una recepción pasiva de la matriz estimular, sino que la persona la dota de valor o sentido.
3. Nivel de mediación
En este nivel surgiría un significado semántico para apresar la experiencia, que se traduciría en términos verbales (palabras) que distan en cuanto a estructura del objeto al que aluden, pero que suponen un símbolo en cuya esencia reside la convergencia de todos los elementos que lo conforman. Este símbolo haría el rol de estímulo detonante, pero no puramente físico, sino de uno con carga subjetiva muy notable (emocional, por ejemplo) de tipo abstracto.
Y es que la vida nos permite comprender que determinados sucesos tienen sentido cuando se presentan juntos, y que no reaccionamos a cada uno de ellos por separado, sino a lo que conforma su unicidad semántica. Esta puede estar representada por una única palabra cuya apariencia es resultado del consenso social. A partir de ella, y del valor que se le otorga, se desplegarán respuestas en forma de patrones conductuales complejos y emociones de corte personal.
Del mismo modo que el estímulo es la unión de iconos del campo perceptivo en una unidad significante, la respuesta implica un patrón de movimientos (entendidos como la forma más elemental de acción) que se seleccionan de todo el abanico de posibilidades, según el modo en el que la persona valora la unidad semántica. Por este motivo, cada una de ellas responde de una forma distinta ante la misma situación.
La capacidad representacional
Llegados a este punto, es esencial considerar que las palabras representan simbólicamente las cosas que se dan en la realidad y suscitan respuestas equiparables a aquello que están representando, siendo este el punto clave del procesamiento mediacional. El citado proceso implica una elaboración cognitiva que va más allá de la sensación o de la percepción, pues se inmiscuye en el ámbito de los significados que el hecho puede tener para cada cual.
Así, las sensaciones que acompañan a cada palabra (iconos) dependen de las experiencias que se hayan mantenido con aquello que esta representa (no es lo mismo una tormenta para alguien que jamás vivió de cerca ninguna que para quien perdió su hogar como resultado de un temporal), por lo que precipitaría en cada individuo un patrón de conductas/emociones diferente cuando se presentara a la conciencia (como resultado de la percepción de indicios sugerentes de la misma en el ambiente).
Lo cierto es que palabras como “tormenta” podrían asociarse a un variadísimo abanico de respuestas, pero el individuo desplegará solo las que sean congruentes con el valor que las mismas tienen para él.
Así, para quienes nunca hayan vivido sus dramáticos efectos bastará con volver a casa andando, pero para quienes los hayan sufrido será inevitable hacer el mismo trayecto corriendo como si su vida dependiera de ello o buscar un lugar en el que salvaguardarse inmediatamente.
El diferencial semántico
El diferencial semántico es un procedimiento de evaluación con el que explorar el modo en que una persona percibe una palabra concreta (y por tanto aquello que representa).
Se suele utilizar un listado de varios pares de adjetivos, cada uno de los cuales forma un continuo en cuyos extremos se encuentran los opuestos expresados en términos bipolares (bueno o malo, adecuado o inadecuado, etc.), pudiendo el sujeto ubicarse en algún punto entre los dos (con siete opciones de respuesta diferentes, que oscilan de -3 a +3 y con un valor 0 que indica neutralidad).
Debido a que la mejor forma de comprender la teoría mediacional de Osgood es a través de ejemplos, procedemos a plantear el caso de una persona que se enfrenta a una catástrofe natural. Descompondremos el proceso en sus partes más concretas, con el fin de arrojar luz sobre cada uno de los puntos planteados a lo largo del artículo.
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La teoría mediacional de Osgood en acción
Era una apacible tarde de junio en las costas orientales de Japón. Shigeru dedicaba el tiempo a pescar sobre una improvisada playa rocosa, aunque no había tenido mucho éxito hasta el momento. Por un motivo desconocido los peces recelaban de picar el anzuelo, así que simplemente descansaba tras una ajetreada semana del trabajo. Allí encontraba a menudo un remanso de paz, en el que poder cobijarse del bullicio de la ciudad.
De repente sintió que la tierra parecía temblar bajo él. Una bandada de gaviotas se escurrió desde el horizonte marino tierra adentro, graznando erráticamente hasta desaparecer tras la silueta de las casitas que se alineaban a unos pocos metros de la costa. Una densa y espumosa ola lamió la orilla y se adelantó inusualmente en la arena. Tras ella, el océano pareció encogerse y retraerse como si inspirara, dejando al descubierto cientos de metros de brillantes cantos rodados y conchas de colores. Un rugido salvaje, burbujeante y acuático, llenó el aire y se estrelló contra sus oídos.
En algún lugar sonó una campana nerviosa, que apenas podía discernirse tras el gruñido furioso de un mar súbitamente embravecido. No era la primera vez que vivía algo así. Su cuerpo se estremeció y empezó a hilvanar todo lo que había visto y sentido en apenas unos pocos segundos. El ruido, las aves huyendo, el temblor... Sin duda, era un tsunami. Se levantó como un exhalación y recogió unos pocos aparejos, los que más apreciaba, saliendo escopetado de allí como alma que lleva el diablo.
Unos años atrás lo perdió todo por culpa de un fenómeno natural como aquel, tan salvaje e incierto. Sus posesiones fueron aniquiladas o engullidas por una brutal masa de agua destructiva, y desde aquel día había vivido siempre con la sensación flotante de que podría repetirse de nuevo. Con solo escuchar la palabra "tsunami" sentía un horror hondo, tan denso que incluso le cortaba la respiración. Al fin y al cabo, era algo que únicamente podían entender quienes habían vivido de cerca la destrucción que el mar puede dejar a su paso.
Sobrevivió, pero tras muchos meses, Shigeru continuaba pensando en todo lo sucedido. La palabra "tsunami" llegaba a su cabeza de vez en cuando, y solo con pronunciarla sentía la necesidad de correr y esconderse en algún lugar. Era como si de repente tuviera el poder de despertar un pánico primitivo, descarnado y visceral; que le obligaba a buscar refugio. Pero estaba sentado en una céntrica terraza, a salvo, en una ciudad ubicada en el centro del archipiélago japonés. Lejos, bien lejos de la costa.
Pudo captar entonces que, pocos metros más allá, un grupo de mujeres jóvenes hablaba en voz alta sobre la reciente noticia de otro tsunami que había arreciado los pueblos pesqueros del sur y el este del país. Y aunque sus palabras se adivinaban afectadas por aquella tragedia, se percibía tras ellas que jamás habían vivido en su propia piel la cruel furia de la naturaleza. Pagaron sus respectivos cafés y salieron del lugar, charlando sobre algún asunto mundano y completamente distinto.
Interpretación del ejemplo
Shigeru estaba pasando un agradable día en soledad, pescando sin mayores pretensiones. Transcurrido un tiempo, sintió a su alrededor una serie de sucesos (mar furioso, aves huyendo y rugido grave del océano) que pudo significar en una única palabra: tsunami.
Este término actuaría para él como un estímulo al que responder, del que ya tenía conocimiento suficiente para entender su alcance y riesgo. Y todo ello a pesar de que el tsunami no se encontraba realmente presente en el ambiente natural, sino únicamente los indicios objetivos de su inminencia (siendo en aquel momento, por tanto, una amenaza simbólica).
Debido a que alguna vez lo perdió todo por un fenómeno natural como aquel, y asociaba el término "tsunami" a vivencias adversas muy particulares, eligió huir rápidamente de allí (de entre todas las opciones disponibles en esa situación). Gracias a la conducta que emitió, logró refugiarse y salvar su vida.
La palabra "tsunami" simbolizaría para él toda una serie de afectos difíciles, puesto que tenía el poder de evocar hechos dramáticos de su vida, pero las mujeres que tomaban café eran capaces de abordar esta cuestión sin sentirse embargadas por el mismo dolor. En este punto se aprecian los distintos significados que cada ser humano puede atribuir al mismo término, según la forma en la que se ha relacionado durante su vida con la realidad a la que alude, lo que se asocia íntimamente con la conducta y emoción que se desplegará cuando emerja a la conciencia.
Referencias bibliográficas:
- Holland, P.C. (2008). Cognitive versus stimulus-response theories of learning. Learning Behavior, 36(3), 227 - 241.
- Tzeng, O., Landis, D. y Tseng, D. (2012). Charles E. Osgood''s continuing contributions to intercultural communication and far beyond! International Journal of Intercultural Relations, 36(6), 832 - 842.