Joseph Lister: biografía de este cirujano e investigador británico
A lo largo del siglo XIX las cirugías eran una apuesta a vida o muerte. La antisepsia era algo desconocido e, incluso, menospreciado, pues muchos médicos consideraban que eso de lavarse las manos o limpiar el instrumental quirúrgico era innecesario, incluso ofensivo que le les pidiera hacer tal cosa.
Por fortuna, esto ha cambiado, aunque no hubiera sido posible sin la influencia de grandes figuras como Joseph Lister. Este médico inglés se dio cuenta de la gran necesidad de esterilizar tanto el quirófano como los instrumentos a usar para así evitar la enorme cantidad de muertes asociadas a las operaciones decimonónicas.
En esta biografía de Joseph Lister vamos a descubrir la vida de este cirujano británico, sus principales hallazgos y la trascendencia de su obra.
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Breve biografía de Joseph Lister
Joseph Lister, Primer Barón de Lister, fue un cirujano británico muy conocido gracias a sus hallazgos en técnicas antisépticas y su concienciación sobre la importancia de mantener una correcta higiene y esterilización en las salas de operaciones. Este médico inglés se percató de que las heridas quirúrgicas acababan pudriéndose si no eran adecuadamente higienizadas antes y después de la intervención, garantizando la muerte del paciente por septicemia.
Siendo consciente de ello, introdujo varias técnicas antisépticas en los quirófanos, además de imponer el tan normalizado hábito hoy en día del lavado de manos, idea original del médico húngaro Ignaz Semmelweiss. Si bien Lister abusó un poco del ácido fénico, más conocido actualmente como fenol, sustancia bastante tóxica, cabe decir que era un buen esterilizante en su época y funcionó para evitar la muerte de miles de personas, provocando una verdadera revolución en el campo de la cirugía.
Primeros años
Joseph Lister nació el 5 de abril de 1827 en una próspera familia cuáquera de Upton, Essex, Inglaterra. Sus padres fueron Joseph Jackson Lister e Isabella Harris. Su padre era un comerciante de vinos que poseía extensos conocimientos de física y matemáticas y, además, tenía por afición realizar trabajos de microscopía y de óptica, siendo uno de los primeros constructores de lentes acromáticas.
Lister estudió en el University College de Londres, una de las pocas instituciones que admitían a cuáqueros por aquel entonces. En un principio estudió botánica y se graduó en 1847. Después se enroló en el estudio de la Medicina, obteniendo su título con honores y, a la edad de 26 años, fue admitido en el Royal College of Surgeons of England. En 1854 se formó como cirujano oficial en Edimburgo, junto con Jarnes Syme, con cuya hija se casó. En la capital escocesa se dedicó a varios trabajos de tipo anatómico, fisiológico y patológico.
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Inicios en la cirugía
En 1860 se marchó a Glasgow en donde reemplazó a Syme y desarrolló su labor más extensa. Cuando se hizo cargo de la clínica quirúrgica de esa ciudad, Joseph Lister tuvo que enfrentarse a lo que era uno de los principales problemas de la cirugía de la época: entre un 30 y 50% de los enfermos ingresados acababan muriendo víctimas de la gangrena hospitalaria, la erisipela, la piemia o el edema purulento.
Entrar en un quirófano en el siglo XIX era una apuesta de vida o muerte. Si bien con la invención de la anestesia los quirófanos se habían convertido en lugares más silenciosos, sin los agónicos gritos de pacientes, las enfermedades postoperatorias acababan llevándose casi a la mitad de los operados.
El procedimiento habitual para evitar las infecciones consistía en ventilar las salas del hospital para expulsar las miasmas, el mal aire que por aquel entonces se creía que exhalaban las heridas y que contagiaban enfermedades a otros pacientes. Este era el único hábito higiénico practicado por los cirujanos de la época pues, por sorprendente que nos pueda parecer actualmente, adoraban el hedor pútrido de los hospitales de la época.
Los médicos llegaban al quirófano con su ropa de calle y, sin siquiera lavarse las manos, se ponían su bata recubierta de restos de sangre seca y pus, vistos como medallas prueba de las múltiples operaciones que habían realizado.
El éxito de las operaciones era más bien escaso, hecho conocido por todos los cirujanos pues era el pan suyo de cada día. Era por este motivo que incluso los propios cirujanos se resistían a operar mientras no fuera absolutamente imprescindible y, de hecho, el problema de las infecciones era tan grave que incluso llegó a hablarse de abolir la cirugía en los hospitales. Era preferible que el paciente muriera por su propia cuenta antes que provocarle una muerte agónica e indigna causada por los síntomas de la septicemia.
Pero a Jospeh Lister no le convencía la teoría de las miasmas, pues observó que, limpiando las heridas, a veces conseguía contener las infecciones. El problema no debía estar en el aire, sino más bien en la propia llaga. Como otros cirujanos en el pasado, Lister quiso rebelarse contra la doctrina del pus loable, aquella que sostenía que el pus era un signo positivo de la curación de las heridas lejos de ser un indicativo de infección y riesgo para la salud. Lister se enfrentó a esta doctrina, pero lo hizo de manera distinta. Pensó que la infección de las heridas y la formación de pus eran equiparables a la putrefacción.
Lister sabía de las ideas y trabajos de Louis Pasteur. Por una parte, conocía que el bacteriólogo francés había demostrado que la putrefacción se debía a la llegada de gérmenes vivos hasta la materia putrescible, y por la otra, que esa misma materia podía conservarse inalterable si se mantenía fuera del contacto del aire o si el mismo llegaba filtrado. Lister relacionó estas nociones con su experiencia en el campo de la cirugía, en especial con los casos de fracturas.
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Descubrimiento del poder de la antisepsia
Joseph Lister había observado que las fracturas simples, aquellas en las que no había herida, se curaban sin demasiados problemas, mientras que las abiertas o complejas acababan normalmente con una supuración e infección. Pensó que el aire atmosférico era el responsable, porque introducía gérmenes al interior del organismo del lesionado. Su conclusión: había que filtrarlo de alguna manera.
Lister probó con varias alternativas: cloruro de zinc, sulfitos… hasta que se topó con el ácido fénico, actualmente más conocido como fenol, sustancia que obtenía con facilidad del alquitrán de hulla y que, desde 1859, se venía empleando para evitar putrefacciones. Joseph Lister sabía que el ácido fénico llevaba usándose en Reino Unido para evitar la fetidez de los albañales y que en los campos por donde discurrían las aguas con esta sustancia desaparecían los entozoos que parasitaban al ganado.
En 1867 publicó un trabajo titulado “On a new method of treating compound fracture, abscess, etc. with observations on the conditions of suppuration” (“Nuevo tratamiento de las fracturas abiertas y de los abscesos; observaciones sobre las causas de la supuración”) que apenas tuvo resonancia entre la comunidad científica. Después presentó los resultados de un nuevo estudio sobre el tema ante la Asociación Médica Británica. Este material acabaría publicándolo en forma de libro en 1867 con el título de “On the Antiseptic Principle in the Practice of the Surgery”.
Entre la primera publicación y la segunda mejoró su técnica. Primero aplicaba compresas de agua fenicada y, después, pulverizaba esta sustancia tanto en los objetos como en el aire de la sala donde iba a hacer sus intervenciones, completando la esterilización con el uso de pomadas fenicadas encima de la herida. Toda medida le parecía poca para asegurarse de que ningún germen infectara la herida quirúrgica del paciente.
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Éxitos en su trayectoria en Medicina
Poco a poco fue acumulando una serie de casos exitosos, fruto de una experiencia continuada. En 1867 decidió operar a un enfermo con una fractura de tibia usando su novedoso método antiséptico. Normalmente, la mayoría de los casos acababan en tragedia. Sin embargo, Lister consiguió que con su método el paciente se curara sin ningún problema, siendo el inicio de lo que algunos denominan el “listerismo”, corriente que empezó a ganar adeptos rápidamente.
Figuras relevantes para la cirugía y la medicina del momento se interesaron profundamente en la antisepsia propuesta por Joseph Lister: en Italia Antonio Bottini; en Alemania Richard von Volkmann y Karl Thiersch; en Francia, Lucas Championnière; y en España Salvador Cardenal, Antonio Morales Pérez, Miguel Fargas, Nicolás Ferrer y Juan Aguilar y Lara.
Sin embargo, también hubo grandes figuras de su tiempo que no lo tomaron en serio ni le convencieron sus ideas. Entre ellos estaba R. Lawson Tait, de Birmingham, quien llegó a decir que la antisepsia era una complicación inútil para las cirugías, aunque la evidencia acabaría haciéndole cambiar de parecer.
Conociendo el valor de la estadística para dar fuerza a sus argumentos, Lister fue acumulando datos y cifras. Para el año 1870 presentó sus resultados relativos a amputaciones. Antes del uso de sus técnicas antisépticas la mortalidad era cercana al 50% de los pacientes intervenidos quirúrgicamente, mientras que después del uso de las mismas ésta descendió al 15%. Muerte
Joseph Lister murió el 10 de febrero de 1912 a la edad de 84 años, habiendo recibido toda clase de honores, homenajes y reconocimientos por su labor. Aunque en un principio suscitó toda clase de críticas y escepticismo, su antisepsia acabaría siendo uno de los tres grandes hallazgos que provocarían la revolución de la cirugía, junto la anestesia y la hemostasia. Su funeral se celebró en la Abadía de Westminster, donde se grabó su efigie junto a la de John Hunter y Francis Willis.
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Honores y reconocimientos
Aunque desde nuestra visión moderna la higiene y esterilización sean aspectos imprescindibles previos a una cirugía, no era así en el siglo XIX. Por ello, que Joseph Lister tuviera la idea de que para garantizar el éxito de las operaciones y un postoperatorio seguro era necesaria una buena limpieza de manos y del instrumental quirúrgico, además de cerciorarse de que la sala estaba lo más limpia posible, era una idea visionaria.
Pese al escepticismo inicial a sus propuestas, fue cuestión de poco tiempo que los resultados respaldara su método, salvándose miles de vidas y haciendo que Lister fuera merecedor de varios honores, los cuales mencionamos a continuación:
- 1883: es nombrado baronet de Park Crescent, en Marylebone (Middlesex)
- 1897: se le otorga el título de Barón de Lyme Regis
- 1902: recibe la Orden al Mérito.
- 1895-1900: ejerce de presidente de la Royal Society
- 1910: la Universidad Nacional Autónoma de México le otorga el Honoris Causa
- El género Listeria es llamado así en su honor.
- El producto "Listerine" es llamado así en su honor.
Su apellido ha quedado registrado bautizando a un género de microorganismos de la familia Corynebacteriaceae, orden Eubacteriales: Listeria. Los microorganismos pertenecientes a este género son grampositivos cocoides y bacilares, que se suelen encontrar en animales y les provoca septicemia. También puede infectar a los seres humanos provocando una enfermedad de vías respiratorias altas con linfadenitis y conjuntivitis, y también septicemia que puede provocar encefalitis.
Como curiosidad final, el producto Listerine, un antiséptico bucal de sobras conocido, recibe este nombre en su honor. Joseph Lister no fue su inventor ni tampoco se benefició de él, pero cabe mencionar que no hubiera podido ser inventado de no haberse descubierto la importancia de esterilizar heridas y tejidos humanos para evitar su infección.