Los 4 principales efectos psicológicos del COVID-19
El COVID-19 es, por encima de todo, una enfermedad con síntomas de carácter orgánico y que son abordados desde el ámbito de la medicina; sin embargo, tampoco hay que pasar por alto que prácticamente todas las enfermedades capaces de afectar de ese modo la calidad de vida o incluso de producir la muerte en los peores casos tienen también la capacidad de generar alteraciones psicológicas significativas. Y esta no es una excepción.
Por ello, es importante conocer, aunque sea a grandes rasgos, el tipo de cambios emocionales, cognitivos y comportamentales que el COVID-19 puede generar en nosotros; anticiparlos ayuda a gestionarlos y a obtener la ayuda adecuada en cada caso. Así pues, aquí daremos un repaso rápido a los efectos psicológicos del COVID-19, teniendo en cuenta que no tienen por qué aparecer en todas las personas que hayan desarrollado dicha enfermedad.
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¿Cuáles son los efectos psicológicos del COVID-19 más importantes?
Debido a su propia naturaleza, el COVID-19 no es conocido por ser una enfermedad que haga surgir alteraciones psicológicas de manera directa; lo más parecido a un cambio de este tipo que se conozca es la afectación en el olfato debido al modo en el que el virus puede incidir en las partes del sistema nervioso central encargadas del procesamiento de este sentido.
Ahora bien, el COVID-19 puede facilitar que surjan cambios a nivel psicológico de un modo más indirecto, debido al modo en el que incide en el estilo de vida, en los contextos a los que se expone la persona, y en las expectativas. Veámoslo.
1. Puede dar lugar a patrones de autochequeo obsesivos
Nos guste o no, por lo general nuestra percepción del COVID-19 no es calmada, serena ni puramente racional; está muy influida por la manera en la que los medios de comunicación nos han hablado sobre esta enfermedad durante los últimos meses, las leyendas urbanas y mitos que ya circulan sobre ella, etc. En muchos casos se ha exagerado su peligrosidad o se ha dado alas a creencias completamente erróneas.
Por eso, no pocas personas con COVID-19 interiorizan el patrón de conducta del autochequeo de la propia salud, ya sea intentando ir muchas veces al médico o mirándose mucho al espejo, prestando mucha atención a ciertos síntomas y sintiéndolos con más intensidad por ello, etc. Es un fenómeno similar a la hipocondría, pero que en la mayoría de los casos no llega a ser tan grave como para ser considerado una psicopatología.
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2. Aislamiento social
Muchas personas con COVID-19 sienten la necesidad de tomar medidas muy extremas para aislarse socialmente y minimizar el riesgo de contagio, lo cual a veces resulta contraproducente porque daña más la propia salud mental de lo que protege al resto de un peligro real.
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3. Da lugar a problemas de concentración y de memoria
Una parte importante de las personas con COVID-19 muestra problemas para concentrarse en las tareas o para recordar cosas, aunque estas afectaciones cognitivas no son permanentes y en la gran mayoría de los casos se desvanecen en pocas semanas, igual que lo hacen el resto de síntomas. Se cree que es debido a la sobrecarga psicológica que supone adaptarse a esos días de sobrellevar el COVID-19, y no debido a los efectos directos del virus, aunque aún se sabe poco sobre este fenómeno.
4. Pueda dar lugar a trastornos psicológicos
En los casos más extremos, el malestar desencadenado por el COVID-19 puede adoptar la forma de un verdadero trastorno psicológico, es decir, una psicopatología diagnosticable y que aparece dentro de los manuales diagnósticos como el DSM-5. Entre ellos, se ha observado que los más comunes que se dan entre quienes han pasado por la enfermedad del coronavirus son los trastornos de ansiedad, el insomnio, la depresión mayor y/o el estrés postraumático. Además, estas patologías pueden solaparse entre ellas, dándose varias a la vez (por ejemplo, la depresión suele ir de la mano de los problemas de ansiedad, también).
Ahora bien, cabe destacar que la mayoría de casos de COVID-19, sobre todo después de los primeros meses de la pandemia, son leves y moderados, con relativamente pocas probabilidades de tener un impacto psicológico suficiente como para propiciar la aparición de uno de estos trastornos. No solo porque no llegan a generar mucho dolor o malestar de manera directa, sino porque como no se hacen necesaria las hospitalizaciones, la persona se expone mucho menos a situaciones estresantes y que se salen de lo habitual en su día a día.
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