¿Podemos crear cerebros de laboratorio con consciencia?
La ciencia avanza tan rápido que ya podemos imaginar escenarios que antes pertenecían únicamente a la ficción.
Uno de ellos es el de lograr crear un cerebro en el laboratorio y que este tenga consciencia. Pero, ¿es esto posible? ¿Qué repercusiones tendría? ¿Podríamos considerarlo un ente vivo? Con los siguientes párrafos trataremos de reflexionar acerca de las respuestas a estas interesantes cuestiones.
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¿Podemos crear cerebros con consciencia en contexto de laboratorio?
Los grandes autores de ciencia ficción, como Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Philip K. Dick, hace ya muchas décadas que fantaseaban con diferentes formas de creación de vida artificial. Hoy en día, esos escenarios que parecían tan inverosímiles, se acercan cada vez más a las posibilidades de la ciencia moderna. Estos planteamientos nos llevan a hacernos una de las preguntas más inquietantes: ¿podemos crear cerebros de laboratorio con consciencia?
Para poder resolver esta cuestión primero debemos conocer la situación exacta en la que se hallan las investigaciones de los campos de conocimiento implicados en la pregunta. Para empezar, biológicamente, ¿es posible crear un cerebro en un laboratorio? La respuesta es sí y no. Esta ambigüedad se debe a que lo que se ha logrado crear (y de hecho se hace de manera habitual) no son cerebros como los que imaginamos, del tamaño humano, sino pequeños organoides cerebrales.
Estos organoides se generan utilizando células madre y su tamaño es inferior al de un grano de arroz. El investigador Alysson Muotri los cultiva en su laboratorio de la Universidad de California y realiza todo tipo de experimentos con ellos para estudiar las capacidades de estas pequeñas agrupaciones de células nerviosas. Este científico ha sido capaz de unir los organoides a pequeños robots, los ha combinado con ADN neandertal e incluso ha logrado observaciones en microgravedad, subiendo muestras a la Estación Espacial Internacional.
No quedan ahí sus experimentos. En el camino para saber si podemos crear cerebros de laboratorio con consciencia, Muotri ha estudiado las posibilidades que hay de acercar estos organoides a prototipos de inteligencia artificial. Incluso en tiempos de pandemia ha buscado la manera de experimentar con ellos y probar diversos fármacos para buscar un tratamiento eficaz para el COVID-19.
Otras investigaciones sobre los organoides, en este caso realizadas por un equipo de la Universidad de Cambridge dirigido por la doctora Madeleine Lancaster, revelaron la capacidad de estos elementos de acoplarse a otros órganos para así emular funciones cerebrales. Los experimentos se llevaron a cabo con ratos, a los que se les implantaban organoides entre su cerebro y diversos grupos musculares.
Los investigadores comprobaron que, como preveían, los organoides eran capaces de contraer los músculos, transmitiendo la actividad eléctrica para la función en la que estaban implicados. Su teoría, por lo tanto, era que los organoides no necesariamente tenían que actuar como corteza cerebral, sino que podían adaptarse a otro tipo de estructuras cerebrales.
¿Organoides conscientes?
Una vez conocemos lo que son los organoides podemos volver a plantearnos la pregunta de si podemos crear cerebros de laboratorio con consciencia. Precisamente Alysson Muotri se hizo esta misma cuestión a raíz de otro experimento en el que su equipo detectó una serie de ondas en estos organoides. Su semejanza con las que se observaban en los cerebros de bebés prematuros era cuando menos inquietante.
No se trataba de impulsos eléctricos al azar, sino que había indicios de que dicha actividad seguía patrones y de alguna manera estaba controlada. Esto supuso el inicio de una serie de reflexiones por parte de los investigadores, ya que la perspectiva de los experimentos cambiaba sustancialmente. No era lo mismo manipular y desechar a voluntad un grupo de células prácticamente inertes que un pequeño conglomerado nervioso que podría ser el inicio de un cerebro humano.
Muotri y su equipo se planteó si era ético seguir desarrollando los organoides hasta ese nivel de complejidad si cabía la posibilidad de que pudieran albergar una forma de consciencia primitiva. Si esto fuera así, ¿deberían otorgárseles automáticamente una serie de derechos que no tenían los demás elementos de estudio? ¿Deberían tener el tratamiento de seres humanos en alguna de sus formas?
Las cuestiones filosóficas y éticas que planteaba la cuestión eran tan abrumadoras que la decisión que tomó el laboratorio fue la de paralizar el experimento, pues las implicaciones que tenía la mera posibilidad de haber creado un cerebro consciente sobrepasaban por mucho los límites que los investigadores no estaban dispuestos a cruzar con dichos trabajos.
Por lo tanto, respondiendo a la pregunta de si podemos crear cerebros de laboratorio con consciencia, podríamos tener indicios de que la respuesta es que sí, aunque son tan complejas las repercusiones que esto tendría, a muchos niveles, que aún no se ha tomado la determinación de continuar esa línea de investigación para comprobarlo.
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Cerebros sin cuerpo
Más allá de la creación de cerebros en laboratorio, existen precedentes en los que se ha comprobado la viabilidad de mantener con vida un cerebro de animal separado del resto del organismo, utilizando en este caso a cerdos para comprobarlo. Fue el experimento llevado a cabo en la Universidad de Yale, dirigido por Nenad Sestan.
El procedimiento fue recoger los cerebros de varios cerdos que habían sido sacrificados en un matadero y sumergir dichos órganos en un cóctel de sangre y sustancias químicas y otros elementos que simulaban el funcionamiento de un cuerpo vivo. Los resultados fueron realmente inquietantes, puesto que si bien no podía demostrarse que hubiese una consciencia, si que se registró actividad neuronal.
Este otro experimento abre las puertas de investigaciones y escenarios igual de asombrosos que el anterior, ya que estaríamos hablando de la posibilidad de mantener un cerebro con vida fuera de un cuerpo y quién sabe si tal vez en el futuro tener la capacidad de conectarlo a un cuerpo sintético. Conceptos como la resucitación o incluso la vida eterna parecerían menos lejanos.
Obviamente son planteamientos que rozan la ciencia ficción y hay que manejar todas estas hipótesis con sumo cuidado, sin perder el contacto con la realidad y teniendo en cuenta las limitaciones que existen a nivel científico y tecnológico, que perfectamente podrían resultar insalvables para llegar a tratar con conceptos tan complejos como los que hemos mencionado.
Por otra parte, y retomando los conflictos que surgían en el caso de los organoides y la pregunta de si podemos crear cerebros de laboratorio con consciencia, el hecho de “resucitar” un cerebro entraña una serie de debates a nivel moral y filosófico que podrían retrasar o incluso prohibir cualquier experimento dirigido a comprobar si esta acción es posible. Por lo tanto, puede que jamás lleguemos a tener una respuesta acerca de su viabilidad.
El gran dilema
Regresando a la cuestión que nos ocupa, si podemos crear cerebros de laboratorio con consciencia, se presenta un importante dilema que ya anticipábamos cuando hablábamos de los organoides. La cuestión es dilucidar qué debe pesar más a la hora de decidir si ir más adelante en este tipo de investigaciones y tratar de conseguir algo más cercano a un cerebro consciente.
Por un lado podríamos tomar la determinación de intentar lograrlo, argumentando, por ejemplo, que se podrían utilizar para probar tratamientos para toda una serie de enfermedades que afectan a los seres humanos y que de otra manera implicarían un procedimiento más costoso o más arriesgado, al hacerse directamente en personas.
Pero por otra parte uno podría plantearse si esos cerebros creados en laboratorio no deberían contar con una serie de normas y protecciones que les previniesen de sufrir ningún daño o perjuicio, como si de un animal o incluso un ser humano se tratasen. Habría que definir cuáles son las líneas que separan un elemento de estudio más y un ente con consciencia que debe ser preservado a toda costa.
En cualquier caso, el mismo hecho de verificar la consciencia de este hipotético organoide avanzado también sería una cuestión difícil de resolver, pues hasta el momento, más allá de la mera actividad eléctrica detectada no existe una metodología que garantice la detección de esa consciencia. De hecho, es un concepto tan complejo que es complicado establecer los requisitos que afirmen que un ser está consciente.
La propia Universidad de California en San Diego realizó un simposio en el año 2019 con el objetivo de que expertos en filosofía y en neurociencia tratasen de poner sus conocimientos en común para así lograr acercarse a un consenso sobre qué es la consciencia y qué implicaciones hemos de considerar para establecer que un ente es consciente. Por supuesto, el debate es tan complejo que sigue siendo objeto de estudio y lo será durante mucho tiempo.
Referencias bibliográficas:
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- Reardon, S. (2020). Can lab-grown brains become conscious? Nature.
- Regalado, A. (2018). Researchers are keeping pig brains alive outside the body. MIT Technology Review.